Los Israelitas atravesaron el Jordán y se establecieron en la tierra prometida en su último campamento (Campamento No. 42) al final del éxodo, lo cual nos indica simbólicamente la libertad y conquista a la que esta llamada la iglesia al salir de la religión a una vida de libertad, en una relación directa, vital y real con Cristo Jesús; Cristo es símbolo de la tierra prometida y la herencia de los hijos de Dios.

La santidad es la obra del Espíritu Santo en nosotros, separándonos del amor del mundo. La santidad es un cambio de naturaleza desde dentro como resultado de la obra de Dios en nosotros. No es lo que hacemos externamente, sino quienes somos por dentro, lo que importa a Dios.


17 de enero de 2012

LA IRA DEL HOMBRE NO OBRA LA JUSTICIA DE DIOS


Martin Stendal

A medida que el Libro de Daniel avanza, es más y más difícil de entender, sin tener en cuenta lo anterior. Básicamente, el tema en Daniel se repite desde diferentes ángulos; es la misma foto desde diferentes puntos de vista y, obviamente, es la verdad y la revelación las que están fluyendo de Dios.

El libro comienza con la revelación que Dios da a un rey pagano, que tiene la inquietud de ¿qué es lo que está pasando? y ¿qué es lo que va a pasar? Por lo cual, en respuesta a su inquietud, Dios le da un sueño del cual el rey se olvida. Solamente queda el hecho que él tuvo un sueño importante, y se le olvidó de la memoria. Este es el estado de casi todos nosotros al nacer, por primera vez, en la herencia que recibimos de nuestro antepasado Adán. Sin embargo, el aliento, la vida y el Espíritu de Dios que tuvo Adán (del cual hemos nacido biológicamente), no se transmitió a las futuras generaciones, por la “desobediencia” y por la “rebelión”. El único que volvió a nacer con ese aliento de Dios, fue el Señor Jesús (1 Corintios 15:45: “Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán en alma viviente; el postrer Adán, en Espíritu vivificante”).

El Señor Jesús puede restaurar en nosotros lo que se perdió en el huerto de Edén, y mucho más. No es solamente que se nos restaure un aliento de vida como el que tuvo Adán, sino que es ser restaurados nada menos que en el Señor Jesús, que es el Señor del Cielo, y entrar en la misma persona de Él, como parte de Él, bajo la cabeza y la autoridad de Él. El hombre natural, aunque tuvo buen comienzo, va en declive. El hombre natural no va en evolución para ser un superhombre o una super raza, pues la corrupción está obrando en todos los niveles.

 La imagen que Dios le dio al primer rey, a Nabucodonosor, era la de una estatua con cabeza de  oro, hombros de plata, vientre de bronce, piernas de hierro y pies de hierro, mezclado con barro, que representa a las democracias actuales en las cuales estamos viviendo. Y la sentencia dictada es que viene una piedra cortada sin manos y estrella esa estatua en los pies, que no funcionan, y que no pueden caminar. El hombre hace leyes (símbolo del hierro), y el pueblo (símbolo del barro), no las puede cumplir. No es posible que estos dos componentes se unan y que esta imagen pueda caminar. Todo se desvanece y la piedra crece y forma una montaña que cubre la tierra (la montaña tiene que ver con el “gobierno”, con la “autoridad” y con el “señorío”).

El Libro de Daniel prosigue su curso mostrando fotos de la misma realidad vivida y por venir; la misma sentencia dictada por el Supremo Juez, y la palabra “Daniel” quiere decir: “Dios es el Juez”. El rey Nabucodonosor tuvo que recibir un trato muy fuerte de Dios hasta el punto de humillar su cabeza y aceptar el Señorío de Dios.

El rey no quiso aceptar que el hombre natural va para abajo, por lo cual mandó a hacer una estatua de oro desde los pies hasta la cabeza; mandó a hacer a Dios a imagen de él mismo, y esta característica no solo es de Nabucodonosor, sino del humanismo en sí, y esto viene desde entonces. El hombre quiere crear a Dios a imagen de sí mismo.

Todo iba bien para Nabucodonosor con su nueva religión mundial, excepto por tres muchachos hebreos que no quisieron adorar su estatua. Esa decisión les costó ser arrojados en el horno de fuego, calentado siete veces.

En ese preciso momento aparece una cuarta persona que es como “el hijo de Dios”, dice la Escritura. El rey decía, más adelante, que cuando nombraba a Daniel, era como si nombrara a su dios (Daniel 4:8). El concepto verdadero que Nabucodonosor llegó a tener de Dios, fue por haber visto a Daniel. La candela (el fuego), puede quemar lo que es corruptible, pero no puede quemar lo que es incorruptible, y los tres muchachos hebreos no se quemaron en ella.
Se quemaron las ataduras y los verdugos, pero no sus cabellos ni sus vestiduras. Entonces, el rey tuvo que cambiar su presentación pública; y en presencia de todos, comienza a bendecir al Dios de estos muchachos, reservándose todavía que él está por encima de Dios, pues el que bendice es más que el que es bendecido.

 Siguieron las cosas así, hasta que vino otro sueño y Dios mostró el juicio de lo que iba a pasarle al rey. El árbol visto por Nabucodonosor en su sueño era la representación de sí mismo, que albergaba todo, daba protección, sombra, lo alimentaba y lo nutría todo, hasta que Dios mandó cortarlo. Se cumplió la sentencia y el rey perdió su sentido, se volvió como una bestia y duró siete años comiendo pasto como un buey; hasta que volvió su mirada al Cielo y Dios le restauró su sentido. Así es la raza humana caída, que ha perdido su sentido; ha perdido inclusive su verdadera humanidad y el hombre ha ido en camino de convertirse en bestia, con corazón de bestia, y haciendo bestialidades por todas partes.

Tristemente, el hijo del rey no pudo aprender de las experiencias de su padre. Terminó en una fiesta tomando vino contra mil príncipes, en un concurso para ver quién podía tomar más vino. En medio de la fiesta, trajeron los vasos sagrados del templo de Dios para beber en ellos; esto es símbolo de lo que vivimos hoy en día. Estamos en esta fiesta tan grande del Pentecostés, donde todo está tan enloquecido; donde, los de ahora, no han podido aprender de las lecciones de sus padres; donde los vasos de Dios se están utilizando para una tremenda fiesta sin control, llena de príncipes embriagándose por el vino de Babilonia bebido en las copas de Dios; eso es lo que vemos por todas partes.

Continuaron felices en su fiesta, hasta cuando llegó una mano, y dice la Escritura que “esculpió” sobre la pared (que era probablemente de mármol). Fue una mano la que apareció, ni siquiera fue una visión ni un sueño; fue la realidad, fue una mano la que hizo temblar los cimientos de Babilonia, haciendo una inscripción en tercera dimensión sobre la propia pared del palacio, donde habían armado la fiesta.
Tanto fue el susto del rey que se le cayeron sus ropas y quedó desnudo, pálido y temblando. En ese momento fue cuando mandó llamar a Daniel, y la interpretación fue: “usted ha sido pesado en la balanza y no da la talla; ha sido hallado falto, y su reino será cortado y es dado a los medos y a los persas”. Esa misma noche se inició el segundo reino profetizado por la estatua del primer sueño, visto por Nabucodonosor.

El hecho que Daniel interpreta las revelaciones a los reyes paganos quiere decir que Dios está dispuesto a revelar la Verdad a cualquier persona que tenga el deseo de hallarla en cualquier parte. La puede revelar a través de la misma naturaleza, pues todo es una misma foto de lo que ha hecho el Creador. Hay lecciones por todas partes para todos nosotros. Pablo dice, en la Carta a los Romanos, que todos están sin excusa con solo ver la creación (Romanos 1:20).

Ahora, a partir de la mitad del libro de la Profecía, comienza otra etapa en la vida de Daniel. Es una revelación dirigida directamente a Daniel. Comienza con un sueño de noche, y luego, se va convirtiendo en visión (todavía de noche). Un sueño, es cuando la persona está dormida; una visión, es cuando la persona está despierta.

Todas las obras de Babilonia y de estos reinos que hicieron cosas que hoy en día son catalogadas como maravillas del mundo antiguo: las gigantescas construcciones, los ríos artificiales, las terrazas y los jardines colgantes de Babilonia, todas estas cosas que duraron mucho tiempo, y que se hicieron con mucho esfuerzo y con mucha inversión, no están escritos en la Palabra de Dios. Y aunque Daniel y sus tres amigos eran los administradores, los encargados de todas estas obras, que fueron las obras mayores de esa época, ellas, no figuran en la Escritura; lo que sí figura son las verdades que Dios le reveló al rey pagano primero, y después a Daniel.

La parte que se le revela a Daniel, es aún más difícil de entender, sin la guía del Espíritu de Dios. Daniel comienza a ver cuatro bestias en su visión. La primera es como un león con alas de águila, la cual pierde sus alas. El hombre natural comienza así, con una cabeza de oro, como lo representa Babilonia (en lo natural, Babilonia ha tenido un efecto hasta hoy en día sobre todas las civilizaciones que conocemos), pero que pierde sus alas; pierde su capacidad de estar en el ámbito de Dios.
El hijo, la siguiente generación de Nabucodonosor, no es capaz de aprender de las experiencias de su padre. Y sigue siendo así, esta es la triste realidad de los Estados Unidos, donde hubo generaciones en el pasado que conocieron a Dios y lo pusieron en primer puesto, pero las siguientes generaciones no aprendieron lo mismo.

La segunda bestia es como un oso, y tiene tres costillas en la boca; y está devorando mucha carne. Seguidamente, continua la visión, con una secuencia de bestias cada una más terribles y más encarnizadas que las otras, hasta llegar a una cuarta bestia, que ni siquiera tiene paralelo en la creación natural. Es una bestia con dientes de hierro y uñas de bronce, que desmenuza y desgarra todo, y lo que sobra, lo pisotea. Es la bestia que simboliza el momento en que estamos ahora, pues las democracias actuales descienden de una compilación de todos estos sistemas.
En Babilonia, el rey tenía todo el poder soberano; con la palabra del rey se determinaba hasta la vida de todo el mundo. El ejemplo claro, es cuando el rey se enojó contra todos los magos y todos los astrólogos, porque no le podían contar el sueño que tuvo; entonces, los mandó matar a todos, y a los pocos minutos de dada la orden ya la iban a cumplir.

Cuando llegó la siguiente civilización de los medos y los persas, se decidió que no era bueno dar tanto poder al rey. Se aceptó que el rey (aunque decían que era dios), podía tener sus momentos de locura; entonces, decidieron elevar la ley por encima del poder del rey, y entre los medos y los persas, la ley no se podía mover ni modificar (no se podía mudar), y ni el mismo rey podía cambiarla. Por esta razón hicieron que el rey firmara un decreto,para que nadie adorara a ningún dios, sino al rey, en un plazo de treinta días o sería arrojado al foso de los leones. El rey amaba a Daniel y lo tenía en el primer puesto,pero ni el mismo rey pudo cambiar la ley. Pusieron la ley por encima de él, y con mucha tristeza, tuvo que echar a Daniel al foso de los leones.

Si ya hemos decidido vivir la vida de Dios y no nuestra propia vida, la muerte no es terror, y la muerte no pudo hacer nada a Daniel; pero cuando echaron a los que estaban buscando la caída de Daniel, los leones sí actuaron en el foso.

Llegamos al tercer imperio, que es el de Alejandro Magno y los griegos. La tercera bestia es un tigre que tiene cuatro cabezas y cuatro alas; de la misma forma, en que el hombre va rumbo hacia la democracia, rumbo hacia considerar a todo el mundo, rumbo hacia endiosar no solamente a la clase dirigente, sino a la clase ordinaria también; y cuando pasa eso, no solamente hay una cabeza, hay cuatro cabezas y todo tira para todos los diferentes lados. Por otra parte, el hombre va buscando ese ámbito espiritual, ese ámbito por encima de lo mundano, que ha perdido, y los griegos lo hacían muy bien.
Con su mitología, tomaron lo de Babilonia, lo amplificaron y, ante los griegos, los dioses podían hasta casarse con los hombres y podía haber personas mitad dios y mitad hombre. Había dioses de todas las clases y de todas las formas. Los dioses tenían la misma ira, enojo y avaricia que tenemos todos en nuestro estado natural.

El único problema, es que la bestia se vuelve más feroz, hace más daño, hace más estrago, y las guerras bajo los griegos fueron horribles. En vez de lograr la unificación que estaban buscando, se les fue la cosa para los cuatro vientos. Pero, resulta que Dios también está haciendo algo por los cuatro vientos, porque el SEÑOR está en guerra contra este hombre carnal que va por el camino de la corrupción, para dejar su herencia con Dios y para convertirse en una bestia total. Entonces, en medio de todo eso, Dios dicta la sentencia.
Están en el cuarto imperio, en la bestia que está haciendo estragos y que tiene a Daniel hasta enfermo y asombrado viéndola. Eso sucede hasta cuando se erigen unos tronos, y viene alguien, que es descrito como “el anciano de días”, el cual se sienta en su trono, y comienzan a abrir los libros, y Dios comienza a tomar carta directa en el asunto. En esa visión viene alguien parecido al hijo del hombre, y se le entrega el reino, y resulta ser un reino que jamás puede ser corrompido.

 El Libro de Daniel – Martin Stendal

No hay comentarios.:

"Consuelo para los que están en este mundo, pero que no son de este mundo, y por tanto, son odiados y están cansados de él, es que no estarán para siempre en el mundo, ni por mucho tiempo más"

Matthew Henry