Los Israelitas atravesaron el Jordán y se establecieron en la tierra prometida en su último campamento (Campamento No. 42) al final del éxodo, lo cual nos indica simbólicamente la libertad y conquista a la que esta llamada la iglesia al salir de la religión a una vida de libertad, en una relación directa, vital y real con Cristo Jesús; Cristo es símbolo de la tierra prometida y la herencia de los hijos de Dios.

La santidad es la obra del Espíritu Santo en nosotros, separándonos del amor del mundo. La santidad es un cambio de naturaleza desde dentro como resultado de la obra de Dios en nosotros. No es lo que hacemos externamente, sino quienes somos por dentro, lo que importa a Dios.


27 de julio de 2012

CONOCIDO EN EL INFIERNO

   
Leonard Ravenhill

Algunos predicadores dominan sus asuntos y algunos asuntos dominan al predicador. De vez en cuando encontramos algún predicador que es dueño de ambas cosas y domina también su asunto.

El apóstol Pablo era de esta categoría. Miremos a Pablo en Éfeso (Hechos 19): Siete hombres están tratando de usar una fórmula religiosa sobré una víctima del tipo de la de Gadara (1), pero el usar términos teológicos o versículos de la Biblia contra hombres poseídos por el demonio es tan ineficaz como lanzar bolas de nieve contra el peñón de Gibraltar con la esperanza de derribarlo. Un solo hombre controlado por el demonio fue un pugilista capaz de propinar una buena paliza a los siete tontos psicópatas.

Mientras los siete hijos de Sceva huían por las calles descamisados y avergonzados, el hombre poseído por el espíritu inmundo aumentaba su guardarropía con siete trajes. Por esto los siete fugitivos, heridos y temerosos, se vieron obligados a contar la historia. De este modo Dios tornó su locura en gloria para Cristo, pues el nombre del Señor fue grandemente temido y ensalzado.

Muchos espiritistas de aquella época fueron convertidos; judíos y griegos fueron salvos. Y en una hoguera pública destrozaron y quemaron libros de falsos cultos por valor de 50.000 piezas de plata.

Así se cumplió: «La ira del hombre te acarreará alabanza.» Escuchad el testimonio del demonio: «A Jesús conozco y sé quién es Pablo, pero vosotros, ¿quiénes sois?» Esta es la más alta alabanza que la tierra o el infierno (1) Mateo 8:1-34. pueden conceder a una persona: ser considerado por el enemigo como identificado con Jesús. ¿Cómo consiguió esto el apóstol Pablo? ¿Por qué los demonios conocían a Pablo? ¿Es que le habían apaleado también a él, o él les había apaleado a ellos? ¡Ciertamente! Considerad por un momento la historia de Pablo. Dios y Pablo estaban en términos muy íntimos. Le habían sido concedidas grandes revelaciones, sus servidores eran ángeles y sus humildes manos eran en gran manera poderosas.

Sus palabras llenas de poder del Espíritu de Dios rompieron los grillos del alma de una muchacha atada por el demonio, a la cual los hombres usaban como adivina. En Corinto, la ciudad más corrompida del mundo greco-romano, este poderoso Pablo cavó cimientos en el «Pantano delDesaliento» y a las mismas puertas de la corte diabólica estableció una iglesia. Más tarde arrebató almas frente a las mismas narices de César: miembros de su propia corte. Ante los reyes Pablo se hallaba como en su casa, pues dijo: «Me siento por dichoso, oh rey Agripa.» Pablo trastornó, asimismo, la capital intelectual del mundo (la colina de Marte) hablándoles de una verdad, la de la resurrección, que confundió a sus cultos oyentes. Mientras Pablo vivió, el infierno no tuvo paz.

¿Cuál era la armadura de Pablo? ¿Dónde había afilado su espada? Más de una vez Pablo usó la expresión: «Estoy persuadido», y aquí radicaba su secreto. Verdades reveladas le habían hecho sabio. La Palabra, como el Señor mismo, son inmutables. El áncora de Pablo estaba echada en las profundidades de la fidelidad de Dios. Su hacha de batalla era la Palabra del Señor; su fortaleza, la fe en esta Palabra.

El Espíritu avisaba a Pablo de la próxima estrategia del adversario, cuyas maquinaciones no le eran ocultas; por esto el infierno sufría derrotas. Cuando unos hombres impíos quisieron asesinar a Pablo, un muchachito descubrió el complot y los hombres y los demonios tuvieron un fracaso.

La espiritualidad, que salva a los hombres del infierno y los preserva de pecados vulgares, es maravillosa, pero yo creo elemental. Cuando Pablo fue a la cruz, el milagro de la conversión y regeneración tuvo lugar; pero cuando más tarde llegó a la cruz, tuvo lugar el mayor milagro, el de su identificación con Cristo. Este es, creo yo, el mayor argumento del apóstol. Ser muerto y vivir al mismo tiempo. «Vosotros sois muertos», escribió Pablo a los Gálatas.

Suponed que aplicamos esta expresión literalmente a nosotros mismos. ¿Somos nosotros muertos"? ¿Muertos a la alabanza y a la crítica? ¿Muertos a la moda y a la opinión humana? ¿Muertos de tal modo que no haya manera de que podamos ser identificados por los que conocían nuestra antigua vida? ¿Muertos de tal modo que no recibamos ofensa si otro obtiene alabanza por aquello que nosotros hicimos? ¡Oh dulce, sublime experiencia la de estar plenamente satisfechos por la presencia de Cristo en nuestras almas y nada más! Así podríamos cantar con Wesley:

Muertos al mundo y a sus vanidades, A sus pompas y vanos goces, Sea Jesús mi única gloria.

Sí, Pablo estaba muerto. Luego añade: «Pero vivo no ya yo.» El cristianismo es la única religión en el mundo en que el Dios de la persona vive dentro de ella. Pablo no luchó más con la carne (ni con la suya ni con la de ningún otro), luchó «contra principados, contra potestades, contra señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas.» ¿No arroja esto mucha luz acerca de por qué el demonio dijo: «A Pablo conozco»! Pablo había estado luchando contra los poderes del demonio. (En estos días modernos, el arte de «atar y desatar», al cual Cristo se refiere y que Pablo conocía tan bien, es casi olvidado e ignorado.)

En el último momento de su terrena peregrinación Pablo declaró: «He peleado la "buena batalla".» Los demonios podían haber dicho amén a esta declaración, pues ellos sufrieron más de Pablo que Pablo de ellos.

Pablo era bien conocido en el infierno. Otra áncora en la cual había Pablo sujetado su alma era en la ira de un Dios santo contra el pecado. «Estando, pues, poseído del temor del Señor, persuadimos a los hombres» (2.a Corintios 5:11). Pablo contaba a los hombres como perdidos. La otra noche vi una proyección luminosa sobre una pantalla, pero estaba borrosa y no significaba nada. Entonces la mano del operador enfocó la imagen. ¡Qué diferencia! Así nosotros, los cristianos, necesitamos la mano divina que enfoque ante nuestros ojos el cuadro de los hombres perdidos por la eternidad. Porque Pablo amaba a su Señor con un amor perfecto, aborrecía el pecado con un odio perfecto. Por esto él veía a los hombres, no sólo como pródigos, sino también como rebeldes; no sólo como náufragos de la justicia, sino como conspiradores en su maldad, que necesitaban ser perdonados o castigados.

Con la fiereza de su amor, ardía de ira ante la injusticia de los hombres sujetos al poder de los demonios. Por eso su lema era: «Una cosa hago.» El no tenía intereses personales, no tenía ambiciones, no tenía por qué hacerse popular y apreciado de las gentes para que le invitaran a predicar o compraran sus libros. No tenía ambiciones; por lo tanto, ningún motivo para sentir envidia. No tenía reputación, y por tanto carecía de motivos para pelear con otros. No tenía posesiones, y por tanto no tenía necesidad de preocuparse. No tenía derechos, y por tanto no podía ser agraviado. Ya había sido quebrantado, así que nadie podía quebrantarlo; era muerto, nadie podía matarle. El era el menor entre los menores, así que nadie podía humillarle.

Había sufrido la pérdida de todas las cosas, así que nadie podía defraudarle. ¿No echa todo esto alguna luz de por qué el diablo dijera: «A Pablo conozco»? Por causa de este hombre, intoxicado del celo de Dios, el infierno sufría muchos quebraderos de cabeza.

Había todavía otra áncora a la cual el espíritu de este santo hombre se hallaba amarrado, y era la eficacia de la sangre de Jesús y su poder para salvar plenamente. «TODOS pecaron y están destituidos de la gloria de Dios» —dice—, pero Cristo es poderoso para salvar eternamente a TODOS los que vienen a Dios por El. ¡Oh, que el mundo pueda conocer al Cordero que limpia de todo pecado! Para Pablo no había redención limitada. Era zelote y quería serlo. A la luz de un infierno eterno, ¿qué valor tenían las cosas perecederas? Y, en nuestro tiempo, ¿qué valor tienen los honores humanos? ¿Cuáles son los principios de la perdición? Que ahora mismo los hombres están PERDIDOS exactamente igual como lo serán cuando mueran. Ahora mismo los hombres están en el vértice del gran torbellino de iniquidad que por fin les engullirá al infierno eterno. ¿Es esto verdad? Pablo estaba convencido de que lo era. Entonces, ¡oh brazo del Señor, despiértate, vístete de fortaleza!» (Isaías 51:9) y hazme tu hacha de batalla y tus armas de guerra, me parece oír a Pablo decir.

Otra áncora en la que Pablo estaba asegurado era: «Ausente del cuerpo, pero presente al Señor» (2.a Corintios 5:8). ¡Nada de sueño de las almas! ¡Nada de estado intermedio! De la vida terrena a la vida eterna. Ante el pensamiento de la eternidad, el lenguaje le falta y la imaginación se detiene. Pablo podía escribir de sus azotes, prisiones, ayunos, cansancios, dolores, etc., como «una aflicción momentánea y leve», recompensada por el hecho de: «Así estaremos siempre con el Señor.»

Todas las municiones de los demonios eran malgastadas cuando intentaban atacar a Pablo. ¿Os extrañáis de que uno de ellos dijera: «A Pablo conozco»?

La verdad final a la cual Pablo había anclado su propia alma era:

«DEBEMOS TODOS COMPARECER ANTE EL TRIBUNAL DE CRISTO» (2.a Corintios 5:10). El vivir ante los valores de la eternidad había quitado a la muerte su aguijón. Viviendo una vida recta (no tan sólo rectamente, sino según el modelo hallado en la Palabra Santa) no se preocupaba del después. Pablo había sido hecho tan semejante a la imagen del Hijo que podía decir: «Lo que habéis aprendido y recibido y oído y visto en mí, esto haced» (Filipenses 4:9). Copiar de otras copias, por lo general no es seguro; pero es seguro copiar de Pablo, pues él estaba plenamente rendido, totalmente santificado, completamente perfecto y «completo en Cristo».

¿Os extraña todavía que un demonio dijera:

«A Pablo conozco»? ¡A mí no!                                                                                                                      www.campamento42.blogspot.com

Por que no llega el Avivamiento - Leonard Ravenhill

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"Consuelo para los que están en este mundo, pero que no son de este mundo, y por tanto, son odiados y están cansados de él, es que no estarán para siempre en el mundo, ni por mucho tiempo más"

Matthew Henry