Los Israelitas atravesaron el Jordán y se establecieron en la tierra prometida en su último campamento (Campamento No. 42) al final del éxodo, lo cual nos indica simbólicamente la libertad y conquista a la que esta llamada la iglesia al salir de la religión a una vida de libertad, en una relación directa, vital y real con Cristo Jesús; Cristo es símbolo de la tierra prometida y la herencia de los hijos de Dios.

La santidad es la obra del Espíritu Santo en nosotros, separándonos del amor del mundo. La santidad es un cambio de naturaleza desde dentro como resultado de la obra de Dios en nosotros. No es lo que hacemos externamente, sino quienes somos por dentro, lo que importa a Dios.


5 de agosto de 2012

EL HIJO, NO LA LEY


Davis y Clark

¿Cuál es nuestra parte? ¿Debemos contribuir algo ciertamente? Primero consideremos lo que no es nuestro papel. Hallamos varias pistas en el siguiente pasaje.

“Desde el lugar de su morada miró sobre todos los moradores de la tierra. El formó el corazón de todos ellos; Atento está a todas sus obras. El rey no se salva por la multitud del ejército, Ni escapa el valiente por la mucha fuerza. Vano para salvarse es el caballo; La grandeza de su fuerza a nadie podrá librar. He aquí el ojo de Jehová sobre los que le temen, Sobre los que esperan en su misericordia”  (Salmos 33:14-18).

“Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia.” (Romanos 9:16).

¡No tenemos nada de qué jactarnos porque toda la justicia es Suya! Solo hay UNO bueno. Solo UNO posee el poder para salvar en extremo. ÉL es nuestra santificación. Dios Le ha hecho nuestra redención, sabiduría, santificación y Justicia. Hasta la vida que ahora vivimos la vivimos por Su fe. Jesús viviendo en y por nosotros es nuestra única esperanza de gloria.

Pablo y Pedro, ambos estuvieron de acuerdo en que nadie puede guardar la ley de Moisés. Considerando esto hallamos un lenguaje muy extraño en el Sermón del Monte de Jesús. Parecía estar levantando el nivel de la justicia.  Aumentó la carga de los que estaban engañados pensando que estaban satisfaciendo las exigencias de la ley por sus propios esfuerzos. Dijo, “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.” (Mateo 5:20).

¿Cómo podía esta nueva justicia superar a la de los escribas y fariseos? En otro lugar Jesús les dijo, “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia.” (Mateo 23:25). Cristo deja claro que nuestra justicia debe ir más allá de una mera justicia externa, hasta una justicia interior.

Jesús continuó cambiando la ley del homicidio:

 “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio”.

Siguió diciendo, Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo 5:27-28). ¡Es peor!

También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio. Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio.

Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra;  y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.

Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto. (Mateo 5:38-47)

Vamos a ver si podemos comprender lo que Jesús acaba de hacer. Jesús nos está mostrando que podemos guardar la letra de la ley y aún así, quedarnos cortos de la perfección de Dios. Guardar la ley no afecta a quién eres en lo más profundo de tu ser. Puede que nunca tengas una relación sexual con la esposa de tu prójimo e incluso que te sientas orgulloso de tu fidelidad, pero ¿Qué pasa con tus pensamientos? ¿Ha cambiado algo por dentro? Se necesita algo más que un mero guardar la ley con un sentido del deber. Jesús está diciendo que el cumplimiento externo de un estándar no es suficiente. ¿Qué mejor forma de hacer esto que levantar un estándar de justicia tan alto que solo Dios pueda guardarlo?

“Sed pues vosotros perfectos como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.” Jesús ha levantado de hecho el estándar de la ley, para revelar que la conformidad a un estándar no satisface las justas demandas de Dios. El joven rico se marchó entristecido después de asegurar a Jesús que había guardado la ley perfectamente desde su juventud, a lo que Jesús añade, “Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes”. Jesús siempre tiraba a degüello a la auto-justicia del hombre. Nuestra justicia tiene que ir más allá de la justicia externa o de ninguna manera podremos entrar en el reino de Dios.

Dios no está buscando gente buena que guarde la ley. Él quiere una creación enteramente nueva, nacida del último Adán, viviendo por el aliento de Su Espíritu, que está firme en esa bondad que procede solamente de Él. El primer Adán nunca se habría atrevido a estar delante de Dios y reclamar ninguna clase de bondad propia, y nosotros, criaturas del último Adán, no podemos jactarnos más de lo que pudo Adán. Somos hechura de Dios, creados para buenas obras en Cristo Jesús. Somos nuevas criaturas con nuevos deseos. “Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación” (Gálatas 6:15). En estilo dramático, Jesús estaba diciendo que nada por debajo de esta nueva creación podría estar ante la perfección de Dios.

La verdadera justicia tiene que venir del corazón. El que jamás ha tocado a la esposa de su prójimo puede haber cometido adulterio con ella, deseándola en lo más profundo de su ser. Y aún más, si de verdad ama a su prójimo, ni siquiera podría pensar en algo así.

La ley de Moisés demandaba justicia, “ojo por ojo, diente por diente”, pero la ley de Cristo nos dice que demos la otra mejilla cuando seamos golpeados, y que cedamos nuestro derecho legal e inalienable de justicia. Incluso Esteban el primer mártir, como su maestro, conoció el poder de una vida tal cuando oró por sus asesinos, “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.”

El fariseo podía pensar de sí mismo como alguien que amaba a su prójimo—pero a su enemigo, eso era una historia totalmente distinta. El hombre en su propia energía no puede ser perfecto como Dios es perfecto, que una vaca pueda volar. El estándar que Jesús presentó era más inalcanzable que la ley de Moisés. Tiene que haber un cambio radical de corazón y de administración interna. Hasta los profetas predijeron esta necesidad. Ezequiel profetizó, “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Pondré Mi Espíritu en vosotros y os haré caminar en Mis estatutos, y guardaréis mis mandamientos y los cumpliréis.” (Ezequiel 36:26,27).

Si ningún hombre puede guardar la ley, entonces ningún hombre puede verdaderamente amar a su prójimo como la ley define ese amor. Si verdaderamente no podemos amar a nuestro prójimo, entonces, ¿Cómo amaremos a nuestros enemigos? La verdad es que no podemos hacer nada y ése es exactamente el punto. Dios lo estaba dejando en evidencia al dar la ley y Jesús vino para dejarlo totalmente claro. Él dio el significado real a las palabras del profeta, y los que no las recibieron quedaron totalmente frustrados con Sus enseñanzas.

Lo que requiere el Padre es una transformación total, una nueva naturaleza, tener nuevos deseos y la gracia de Dios para vivirla. Cristo no había muerto aún. Por tanto, sus oidores no habían experimentado aún Su gracia redentora y Su poder para vivir por encima del pecado y de la ley—la morada del Espíritu Santo. La dispensación de la ley fue un tiempo en el que Dios requería Su perfección pero no daba la gracia para cumplirla. Fue un tiempo de enseñanza por parte de un ayo estricto y sin corazón. La lección que había que aprender era que todos somos pecadores y estamos destituidos de la perfección y gloria de Dios. No hay justo, ni aún uno.

Cristo murió para levantarnos por encima de la lucha por la justicia. Murió para darnos una nueva naturaleza igual a la Suya para que podamos responder como Él lo haría. No se trata de… “¿Qué es lo que haría Jesús?” sino de, “¡Mira lo que está haciendo Jesús en mí!” Si caminamos en el Espíritu no estamos bajo la ley. No debemos caer en el engaño de que podemos ganar el favor de Dios guardando la ley. Pablo escribió:

         “Y tal confianza tenemos mediante Cristo para con Dios; no que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios, el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica.  Y si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria, tanto que los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro, la cual había de perecer, ¿cómo no será más bien con gloria el ministerio del espíritu? Porque si el ministerio de condenación fue con gloria, mucho más abundará en gloria el ministerio de justificación. Porque aun lo que fue glorioso, no es glorioso en este respecto, en comparación con la gloria más eminente.” (2ª Corintios 3:4-10).

El conocimiento de que no hay nada bueno en nosotros que nos pudiera recomendar delante de Dios es donde comienza el quebrantamiento. Nadie clama por ayuda como el que se está ahogando. Cuando hemos batallado con todas nuestras fuerzas solo para caer por tercera vez, buscamos la intervención de un tercero. Entonces estamos preparados para recibir la ayuda que Dios extiende. Debemos entender que no hay justo ni aún uno delante de Dios y que Dios dio la ley y permitió la lucha por su cumplimiento para probar este mismo punto.

“Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos” (Romanos 11:32). ¿Cómo consiguió Dios esto? Hallamos la respuesta en Gálatas capítulo tres. “Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada.” (Gálatas 3:23). Gloria a Dios, un Salvador nos ha librado de esta clase de muerte. Este es el llamado triunfante de Romanos capítulo ocho.

 “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne, para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz.

 Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Más vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.

 Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!  El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.” (Romanos 8:1-17)

Ahora no hay condenación (sentencia adversa) para los creyentes que pertenecen a Cristo Jesús. La palabra condenación es un término legal que se usa apropiadamente para describir un dilema legal. Habla de la condición y deficiencia puesta sobre los que se han propuesto ser justificado mediante el cumplimiento de una ley, sea de la clase que sea. Es una referencia a la maldición de la ley. Pero “el poder del Espíritu de vida te ha hecho libre por Cristo Jesús del poder del pecado que lleva a la muerte.

 Dios puso en marcha un plan diferente para salvarnos”. El plan de Dios es destruir el dominio del pecado sobre nosotros. Lo hizo mediante el sacrificio de Su Hijo. Jesús llevó plenamente el castigo por nuestros pecados, lo que satisfizo todos los requisitos de la ley. La ley decía, “si pecas, tienes que morir”. Jesús satisfizo nuestras exigencias legales muriendo nuestra muerte. Dios considera la muerte de Cristo como nuestra propia muerte, y por eso este es el fundamento legal por el que somos declarados inocentes y libres.

No hace mucho, en Inglaterra, los ricos podían contratar a muchachos para que sufrieran una paliza por un delito cometido por ellos y que el juzgado considerara digno de castigo. Estos muchachos fueron conocidos como “chicos del azote”. Esto es exactamente lo que Jesús hizo por nosotros. Se convirtió en el muchacho del azote para que nosotros pudiéramos ser hechos libres, y no para que pudiéramos cometer el mismo crimen una y otra vez impunemente, sino para que pudiéramos vivir libres de ese pecado en novedad de vida. Una cosa es ser libres de las consecuencias de nuestro pecado y otra enteramente distinta tener la gracia de Dios obrando en nosotros, liberándonos de la esclavitud de nuestra naturaleza de pecado. ¡Ésta es la vida de resurrección! Ésta es la vida en el Espíritu.

Los que tratan de venir a Dios por medio de la ley siguen aún bajo el control de su naturaleza de pecado, sin esperanza. Están confusos y frustrados. Puede que puedan vencer muchos pecados prohibidos externos, pero por cada uno de los que vencen, surge una nueva forma dentro de ellos. Si antes asesinaban, ahora odian y desean que la gente muera. Si antes dormían con mujeres que no eran sus esposas, ahora arden en lascivia en su interior.

 El verdadero mal de una vida así es porque ya no hacen esas cosas en lo externo, juzgan a los que lo hacen, y así, se hacen culpables de las mismas cosas (lee Romanos 2:19). Dios no mira a lo externo cuando ve a un hombre, sino que mira al corazón. El verdadero daño al juzgarnos unos a otros, porque cortamos el fluir de la compasión que Dios tiene por el pecador, juzgándolos sin ver sus corazones. Podemos ser sepulcros blanqueados o podemos obedecer el llamado hacia arriba y convertirnos en hijos de Dios dadores de vida.

Los que son guiados por el Espíritu, en los que Cristo vive por la fe, se remontarán con alas de águila y desafiarán el empuje hacia abajo del pecado. La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús los ha hecho libres de la ley del pecado y de la muerte. Cristo vive en ellos por el Espíritu de Dios, el mismo Espíritu que levantó a Jesús de los muertos. Y del mismo modo que levantó a Cristo de entre los muertos, Dios nos elevará por encima del dilema legal y moral del guardar la ley y del pecado. No tenemos que seguir sintiéndonos obligados por la persuasión de la naturaleza de pecado, ni por el gobierno de hombres que traten de mantenerlo en su lugar.

El único camino a la libertad de la naturaleza de pecado y de la ley es por medio del poder del Espíritu Santo, “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son los hijos de Dios”. No somos esclavos asustados y cobardes sino hijos adoptados de Dios. Él ha enviado Su Espíritu que clama “Abba Padre” o “Padre, querido Padre” a nuestros corazones.

Pablo escribió:

“No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor.” (Romanos 13:8-10).

El amor es el cumplimiento de la ley. La ley del amor es la ley más alta. Yo amo a mi prójimo por causa del nuevo corazón que hay en mí, que me ha sido dado por Dios. Yo no desearé a su esposa ni codiciaré ninguna de sus posesiones… Si amamos de verdad a la gente, deseamos lo mejor para ellos. Pondremos su bienestar por encima del nuestro. Jamás robaremos de ellos ni les dañaremos en modo alguno. Así que el amor satisface la deuda y la obligación de todas las exigencias de Dios.

¿Qué importancia tiene que contendamos por nuestra libertad de la ley? ¡Mucha! Porque nadie jamás será salvo obedeciendo la ley. Si intentamos regresar a la ley, nos hacemos culpables reedificando el antiguo sistema de méritos que Dios ya había descartado. Por Pablo escribió, “Cristo ES nuestra justicia. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe.” (Filipenses 3:8-9).

Hemos muerto a la ley, nuestro viejo marido, siendo crucificados con Cristo. Y si hemos hecho esto, ya no somos nosotros quienes vivimos, sino Cristo que vive en nosotros. Tenemos que tener cuidado de honrar el sacrificio de Cristo recibiendo Su gracia diariamente. No debemos tratar a la gracia de Dios como si no tuviera significado. Si estás intentado ser salvo guardando la ley, estás actuando como sino hubiera necesidad de que Cristo muriera. Estás comportándote como si pudieras conseguirlo muy bien por ti mismo. Pedro no estaba viviendo de acuerdo con la verdad de las buenas noticias en Antioquia, al rehusar comer con los creyentes gentiles, pero tampoco lo está el que practica adoración de la voluntad y formas legalistas de “Cristianismo”.

 De la ley al Reposo - Davis y Clark

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"Consuelo para los que están en este mundo, pero que no son de este mundo, y por tanto, son odiados y están cansados de él, es que no estarán para siempre en el mundo, ni por mucho tiempo más"

Matthew Henry