Los Israelitas atravesaron el Jordán y se establecieron en la tierra prometida en su último campamento (Campamento No. 42) al final del éxodo, lo cual nos indica simbólicamente la libertad y conquista a la que esta llamada la iglesia al salir de la religión a una vida de libertad, en una relación directa, vital y real con Cristo Jesús; Cristo es símbolo de la tierra prometida y la herencia de los hijos de Dios.

La santidad es la obra del Espíritu Santo en nosotros, separándonos del amor del mundo. La santidad es un cambio de naturaleza desde dentro como resultado de la obra de Dios en nosotros. No es lo que hacemos externamente, sino quienes somos por dentro, lo que importa a Dios.


30 de junio de 2012

POR QUÉ 4 EVANGELIOS ?


ANÓNIMO
Son 4 los Evangelios  porque:

El evangelio de Mateo es principalmente para los judíos;

El de Marcos es para los romanos;

El de Lucas para los griegos;

Y el de Juan para la Iglesia cristiana.

Cristo es presentado a todos los hombres como:
El Rey en Mateo;
En Marcos como el siervo de Dios;
En Lucas como el Hijo del hombre;

En Juan como el Hijo de Dios.

La naturaleza del Evangelio puede, por tanto, compararse al querubín de la visión de Ezequiel y a la de Apocalipsis 4:
En Mateo al león;

En Marcos al becerro;

En Lucas al hombre,

En Juan al águila volando.

Por qué 4 Evangelios? – Anónimo.

28 de junio de 2012

HACIA DONDE SE DIRIGE LA IGLESIA HOY ?


Davis y Clark

En una reciente publicación de la revista Forbes titulada “Capitalismo cristiano, Mega-iglesias, Mega-negocios” 1, la autora, Luisa Kroll, escribe, “Quizá las iglesias no sean tan distintas de las empresas.” Después de eso procedió a dar una lista de un número de Mega-iglesias de hoy, anotando las similitudes entre ellas y la América empresarial. “Bienvenidos a los mega-negocios de las mega-iglesias”, escribe Kroll, “en la que los pastores con frecuencia actúan como ejecutivos y usan tácticas de negocio para lograr que sus congregaciones crezcan. Esta aproximación empresarial ha contribuido al crecimiento explosivo de las mega-iglesias.”

No debería sorprendernos si una publicación como la de Forbes reconoce un gran negocio en las mega-iglesias. Eso es exactamente lo que son, ¿Y quien mejor para confirmar este hecho que Forbes, la principal revista de negocios de la nación? Cuando sigues leyendo el artículo, queda bien claro que lo que inicialmente pensamos que era una escandalosa exposición, en realidad era una alabanza, llenando a las iglesias de halagos por haber llegado a hacer las cosas correctamente. Kroll continúa mostrando como ayudar a las iglesias en su crecimiento también se ha convertido en un gran negocio. De hecho, hay una empresa, Kingdom Ventures [Empresas del Reino], que no hace otra cosa que “ayudar a las iglesias pequeñas a hacerse grandes con la tecnología”.

Su nuevo libro titulado Pastorejectuvo, que enseña a los pastores a pensar como empresarios, pronto va a llegar a las estanterías de las librerías cerca de ti. Cualquiera que alguna vez haya tenido una relación con el Cristo vivo debe preguntarse, “¿Desde cuando depende Jesús de los métodos de los negocios del mundo y su tecnología para promocionar el evangelio del Reino y hacer crecer a Su Iglesia?” ¿Es esta la roca sobre la que Él dijo a Pedro que edificaría Su Iglesia—las prácticas comunes del mundo de los negocios? Si Dios añadía a la iglesia diariamente a cuántos habían de ser salvos, ahora vemos una iglesia que se reproduce ella misma atrayendo el sentido del gusto del mundo. Si el Espíritu de Dios un día atraía a la gente, ahora la gente es seducida con el sensacionalismo y en la diversión.

Los eventos de Comedia no solo constituyen eventos divertidos e “invitables”, sino que serán eventos a los que la gente querrá invitar a sus amigos no creyentes.

21 de junio de 2012

IGLESIA SIN CLERO

        
   Christian Smith                                                      

 El clero[1] es una institución altamente sobrevaluada. Efectivamente, se han exagerado enormemente los informes sobre el valor y la necesidad del clero. Muchos cristianos asumen, por ejemplo, que la cosa más importante en elegir una iglesia, es su ministro; que una iglesia no puede funcionar efectivamente sin un sacerdote o pastor, que la primera cosa que uno debe hacer para empezar una iglesia es contratar a un ministro que la lidere, que el Domingo a la mañana sea juzgado por su sermón, y que el camino preeminente para servir a Dios es ir a un seminario para ser entrenado para el servicio cristiano.

¿Pero puede ser que - por el contrario - el clero no sea necesario, ni, a la larga sea bueno para la iglesia? ¿Es posible que una de las mejores cosas que puedan pasar a la iglesia de hoy es que todo el clero renuncie a sus puestos y busquen trabajo en el mundo? ¿Podría ser que la iglesia sin clero sea la mejor clase de iglesia?

Ciertamente para muchos bien también podríamos preguntarnos si es que nos debiéramos disparar un tiro en la cabeza. Pero si realizamos una inspección más minuciosa, esta perspectiva en principio no es tan lunática como parece. El hecho es que si bien nuestro sistema clerical es una de las características dominantes de la iglesia hoy en día, no tiene casi nada que ver con el Nuevo Testamento; es fundamentalmente contraproducente, y es una obstrucción inherente para la vida de una iglesia sana y bíblica.


POR FAVOR NOTE, PRIMERAMENTE, que cuando hablamos de clero, definitivamente no estamos hablando acerca de las personas que actualmente son clérigos. Los hombres y mujeres que específicamente son sacerdotes, ministros, y pastores, son, en un todo, personas maravillosas. Ellos aman a Dios, quieren servir a Dios, y quieren servir al pueblo de Dios. Típicamente ellos son sinceros, compasivos, inteligentes, dadores, y sufridos. Que quede en claro, que el problema con el clero no son las personas que son clérigos sino la profesión de la cual esas personas son parte.

"GRACIA, GRACIA A ELLA"


Davis y Clark

El sacerdote y profeta del Antiguo Testamento Zacarías vio esta verdad de que el hombre está en total bancarrota en lo que se refiere a bondad y a hacer la obra del Padre.

“Volvió el ángel que hablaba conmigo, y me despertó, como un hombre que es despertado de su sueño. Y me dijo: ¿Qué ves? Y respondí: He mirado, y he aquí un candelabro todo de oro, con un depósito encima, y sus siete lámparas encima del candelabro, y siete tubos para las lámparas que están encima de él; Y junto a él dos olivos, el uno a la derecha del depósito, y el otro a su izquierda. Proseguí y hablé, diciendo a aquel ángel que hablaba conmigo: ¿Qué es esto, señor mío? Y el ángel que hablaba conmigo respondió y me dijo: ¿No sabes qué es esto? Y dije: No, señor mío. Entonces respondió y me habló diciendo: Esta es palabra de Jehová a Zorobabel, que dice: No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos. ¿Quién eres tú, oh gran monte? Delante de Zorobabel serás reducido a llanura; él sacará la primera piedra con aclamaciones de: Gracia, gracia a ella.” (Zacarías 4:1-7).

Primero es interesante que el significado del nombre Zorobabel es nacido o simiente de Babilonia.  Imagina por un instante, si puedes, como debe haber sido para los “hijos del cautiverio” que habían sido totalmente afectados por los caminos de Babilonia, convertidos en artesanos para sus reyes durante este tiempo (lee Daniel 1-4). ¡Esta es gente la gente que fue enviada por un rey pagano a Sión para construir un templo para Dios! Ciertamente llegaron de alguna manera llenos de presunción por su capacidad y arte para desarrollar la tarea. Lo habían hecho y lo habían visto hacer muchas veces en Babilonia.

 Así pues, ¿cual era la primera cosa que los hijos del cautiverio tenían que aprender? Tenían que aprender que esta obra no se haría por los mismos medios que los jardines colgantes, la puerta de Ishtar o los muchos otros monumentos a los reyes Babilonios. Recuerda la jactancia de Nabucodonosor que refleja el corazón y actitud de Babilonia.  “¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?” (Daniel 4:30).

LA HEZ DEL MUNDO


Leonard Ravenhill

¿Qué es la hez del mundo? (1.a Corintios 4:13). ¿Es la polilla social de la cual nace el sindicato del crimen? ¿Es el genio del mal operando en las esferas internacionales? ¿Es Babilonia? ¿Es Roma? ¿Es el pecado? ¿Es una legión de malos espíritus que llevan este repulsivo título? ¿Qué es...? Un millar de suposiciones sobre esta pregunta podría traer un millar de respuestas diferentes, todas desacertadas. La verdadera respuesta es la misma antítesis de lo que podríamos esperar. Esta «hez del mundo» no son hombres ni demonios. No es lo malo, sino lo bueno —y no solamente bueno, sino lo mejor de todo—. No es material, sino espiritual; no es de Satanás, sino de Dios. No es la Iglesia, sino un santo. No es sólo un santo, sino lo más santo de entre los santos.

«Nosotros los apóstoles —dice Pablo— somos la hez de este mundo.» Luego, para añadir injuria al insulto, eleva la infamia y profundiza la humillación, añadiendo: (Nosotros los apóstoles somos) «la escoria de todas las cosas» (1.a Corintios 4:13).

Cualquier hombre que se ha llamado a sí mismo «hez de la tierra» no tiene ambiciones y, por tanto, no tiene por qué estar celoso de nada. No se atribuye reputación; por tanto, no tiene por qué pelear con nadie. No tiene posesiones; por tanto, no tiene por qué preocuparse. No tiene derechos; por tanto, no tiene razón para sufrir agravios. ¡Bendito estado! Se considera muerto; por tanto, nadie puede matarle. En tal estado de mente y de espíritu, ¿puede alguien maravillarse de que los apóstoles transformaran al mundo? Que los creyentes ambiciosos de hoy día consideren esta actitud apostólica hacia el mundo. Que el popular evangelista viviendo al estilo Hollywood reflexione sobre sus caminos.

Lo que dolía a Pablo más que sus ciento noventa y cinco azotes, tres apedreamientos y tres naufragios, era la crítica contenciosa y carnal de la gente de Corinto. Esta iglesia estaba dividida por rivalidades carnales —y por dinero—. Algunos habían subido a las alturas de la fama y eran los primeros comerciantes de la ciudad. Por esto Pablo les dice:

«Vosotros habéis reinado como reyes sin nosotros.» Considerad los contrastes de 1.a Corintios 4:8: «Vosotros estáis llenos, sois ricos, habéis reinado como reyes sin nosotros. Nosotros somos necios por amor de Cristo, débiles, despreciados...; andamos desnudos y vagabundos (vers. 11). Somos hecho un espectáculo al mundo, a los hombres y a los ángeles.»

EL ARREPENTIMIENTO DEL CREYENTE


John Wesley

Arrepentíos, y creed al evangelio (Marcos 1: 15).

1.    Generalmente se cree que el arrepentimiento y la fe forman, como quien dice, la entrada o las puertas de la reli­gión. Que sólo son necesarios al principio de nuestra carrera cristiana, cuando emprendemos el camino hacia el reino, lo que parece confirmar el gran apóstol al exhortar a los cris­tianos hebreos a que vayan “adelante a la perfección;” ense­ñándoles a que dejen “la palabra del comienzo en la doctrina de Cristo, no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, y de la fe en Dios,” lo que significa cuando menos, que deben comparativamente abandonar estas cosas, que al principio ocuparon sus mentes, y “proseguir al blanco, al premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús.”

2.    Y no cabe la menor duda de que esto es cierto: que existen cierta fe y arrepentimiento, muy necesarios especial­mente al principio; arrepentimiento que es la convicción de nuestra culpabilidad, lo pecaminoso de nuestra naturaleza y nuestra debilidad tan completa; lo que sentimos antes de re­cibir el reino de Dios que, como dice el Señor, “está” en noso­tros, y la fe por medio de la cual recibimos ese reino: “jus­ticia, paz y gozo por el Espíritu Santo.”

3.    Pero, a pesar de esto, existen cierto arrepentimiento y cierta fe (tomando estas palabras en otro sentido que no es el mismo ni tampoco por completo diferente del anterior), que son un requisito aún después de haber creído al evange­lio; más aún, en todas las épocas sucesivas de nuestra carrera cristiana, de otra manera no podremos correr “la carrera que nos es propuesta.” Y este arrepentimiento y fe se necesitan para poder continuar y crecer en gracia, así como la fe y el arrepentimiento anteriores fueron esenciales para entrar en el reino de Dios.

Mas ¿en qué sentido nos debemos arrepentir y creer des­pués de haber sido justificados? Cuestión muy importante es ésta, y digna, por lo tanto, de la mayor atención.

I.     En primer lugar, ¿en qué sentido nos debemos arre­pentir?

1.    El arrepentimiento muy a menudo significa un cambio interior, un cambio de la mente que pasa del pecado a la san­tidad. Pero ahora le damos otro significado: es el conocimien­to de uno mismo, la conciencia de que somos pecadores, peca­dores culpables y desamparados, si bien sabemos que somos hijos de Dios.

2.    Y a la verdad que cuando sabemos esto por primera vez, cuando en la sangre de Jesús encontramos redención, cuando el amor de Dios se derrama en nuestros corazones y su reino queda en ellos establecido, es muy natural suponer que ya no somos pecadores, que todos nuestros pecados han sido no sólo cubiertos, sino por completo destruidos.

15 de junio de 2012

LEY O GRACIA


Davis y Clark

¿Qué te viene a la cabeza cuando oyes esta palabra, “Bajo la ley”? La palabra bajo (hup) significa bajo, por debajo, o en una posición o condición inferior. Pablo escribió de esta condición inferior. “Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada.” (Gálatas 3:23). Lo que está sobre nosotros es lo que normalmente nos controla. La ley fue dada para gobernar, NO para ser gobernada. Los que están bajo la misma están sujetos bajo su poder. En otro sitio Pablo dice:

“Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios.” (Romanos 3:19)

“Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada. De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo” (Gálatas 3:23-25).

“Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.” (Romanos 6:14).

“Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley” (Gálatas 5:18).

El capítulo siete de Romanos es un pasaje tremendamente revelador que revela gráficamente la verdadera condición del hombre bajo la ley.

¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto. Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí. Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte; porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató. De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno.

¡DAME HIJOS O ME MUERO!



Leonard Ravenhill

El despertamiento es imperioso para detener las puertas del infierno, abiertas como nunca en esta generación.

Necesitamos y decimos que queremos despertamiento. Sin embargo, los cristianos pulcros y superficiales del presente quisiéramos el Cielo abierto y el despertamiento realizado por el procedimiento cómodo de las máquinas que llamamos tragaperras. Pero Dios no ha mecanizado su glorioso poder para adaptarlo al embrague de la maquinaria religiosa de nuestros días.

«Deseamos que venga el despertamiento a nosotros como vino en las Nuevas Hébridas», dijo hace poco un pastor. Pero, ¡hermanos!, el despertamiento no vino a las islas del Pacífico con sólo desearlo. Los cielos fueron abiertos y el gran poder de Dios sacudió aquellas islas porque, «frágiles hijos del polvo..., se santificaron con ayuno y convocaron una solemne asamblea» y esperaron con lágrimas, sin cansarse en sus esfuerzos ante el trono del Dios vivo. Vino aquel gran engendramiento espiritual porque Aquel que buscó una virgen pura para engendrar su Santo Hijo, halló un pueblo de virginal pureza en sus almas.

Almas de visión y pasión ardiente, no tenían ningún doble motivo al orar. No había en ellos la necesidad de salvar la cara a alguna denominación decayente. Su ojo era sencillo, deseando sólo la gloria de Dios. No les movía la envidia de otro grupo de cristianos que les sobrepasara en crecimiento, sino que estaban celosos solamente por Jehová de los ejércitos, «cuya gloria estaba en el polvo, las murallas arruinadas y las puertas quemadas con fuego».

Para atraer el derramamiento del Espíritu Santo, una iglesia fundamentalista, asentada en la Biblia, no es motivo suficiente. Existen millones de iglesias así en el mundo. Una señorita y un joven de diecisiete años pueden ser aptos para ser padres, y hasta pueden estar casados legalmente, pero ¿hace esto imperativo el engendrar? ¿Tendrán seguridad financiera para cubrir totalmente los gastos? ¿Son maduros mentalmente para educar a sus hijos? El despertamiento moriría en una semana en muchas de nuestras iglesias «bíblicas», pues ¿dónde están las madres en Israel para cuidar a los recién nacidos? ¿Cuántos de nuestros creyentes son realmente capaces para traer un alma de las tinieblas a la plena luz de Cristo? Sería tan lamentable tener nacimientos espirituales en la presente condición de algunas de estas iglesias como poner un bebé en manos de un retrasado mental.

DEL PECADO EN LOS CREYENTES


John Wesley

De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es (II Corintios 5: 17).

I. 1.  ¿Existe pues, el pecado en aquel que está en Cris­to? ¿Permanece en los que creen en El? ¿Queda algún peca­do en aquellos que son nacidos de Dios o están enteramente li­bres de toda trasgresión? No se figure ninguno que esta es una cuestión de mera curiosidad o que importe poco decirla de un modo o de otro. Al contrario, es un asunto de la mayor im­portancia para todos los verdaderos cristianos, puesto que de su solución depende mucho su felicidad presente y futura.

2.   No sé que se haya discutido en la iglesia primitiva, y a la verdad que no había razón para ello, puesto que todos los cristianos estaban de acuerdo en este punto, y, según pue­do juzgar por los escritos que nos han quedado de aquellos tiempos, los cristianos primitivos en su totalidad declaran a una voz que aun los creyentes en Cristo tienen que luchar tan­to con la carne y la sangre, con la naturaleza pecaminosa, co­mo con “los principados y potestades,” hasta que llegan a con­fortarse “en el Señor y en la potencia de su fortaleza.”

3.   Y en este punto, como a la verdad en muchos otros, nuestra iglesia copia con toda fidelidad de la primitiva y de­clara en su Artículo IX: “El pecado original es la corrupción de la naturaleza de todo hombre, por lo que el hombre es de su misma naturaleza inclinado al mal; de suerte que la car­ne está en continua lucha con el Espíritu. Esta infección na­tural permanece aún en los que están regenerados, por lo cual causa esta inclinación de la carne, llamada en griego f????µa sa???d no se sujeta a la ley de Dios, y si bien no hay conde­nación alguna para los que creen, sin embargo, esta concu­piscencia tiene en sí misma la naturaleza del pecado.”

4.   El mismo testimonio dan todas las demás iglesias: no sólo la griega y la romana, sino todas las denominaciones re­formadas en Europa; tanto que algunas van demasiado lejos describiendo con tales colores la corrupción en el corazón del creyente, que apenas conceden dominio sobre su naturaleza. Antes por el contrario, enseñan que está sujeta a ella, de ma­nera que se hace muy difícil distinguir entre el creyente y el incrédulo.

5.   Al tratar algunos hombres de buena intención—muy especialmente los que el conde Zinzendorf tuvo bajo su di­rección—de evitar este peligro, cayeron en la otra exagera­ción, afirmando que “los verdaderos creyentes no sólo están salvos del dominio del pecado, sino del pecado mismo, interior y exterior, de tal manera que ya no permanece en ellos.” Muchos de nuestros compatriotas aceptaron, hará unos vein­te años, estas mismas ideas, a saber: que ni la corrupción de la naturaleza permanece en aquellos que creen en Cristo.

6.   Es muy cierto, por otra parte, que muchos alemanes, al exigirles una respuesta categórica, contestaban que “el pe­cado permanece en la carne, pero no en el corazón del cre­yente,” y, pasado algún tiempo, cuando se les demostró lo absurdo de esta aserción, casi se convencieron; concediendo que el pecado permanece—si bien no reina—en el que es na­cido de Dios.

7 de junio de 2012

LOS DOS PACTOS


Davis y Clark

Es imposible comprender la ley sin reconocer primero que es un pacto hecho con una nación solamente. Pablo escribió, “Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley” (1ª Corintios 9:20).   Lo primero que aprendemos de este versículo es que Pablo estaba dirigiéndose a dos grupos, los judíos sujetos a la ley y las naciones gentiles que nunca estuvieron bajo la ley de Moisés. Dios dio la ley a Israel como un Pacto entre Él mismo y ellos solamente. Dios dijo a Moisés. “Escribe tú estas palabras; porque conforme a estas palabras he hecho pacto contigo y con Israel.” (Éxodo 34:27). La Ley fue el Pacto de Dios con Moisés e Israel, no con las naciones gentiles.

Los gentiles no pasaron por el Mar Rojo ni estuvieron al pie del Monte Sinaí cuando Moisés bajó con la ley grabada en tablas de piedra. Tampoco siguieron a Josué a través de las aguas partidas del Río Jordán a la tierra de la promesa. El Pacto Mosaico fue exclusivamente entre Moisés, Israel y Dios. Aunque los gentiles no estaban bajo la ley de Moisés, fueron incluidos en un pacto hecho con Abrahán cuatrocientos treinta años antes.

Pablo también se refirió a la ley como a un pacto con la Jerusalén natural. “Lo cual es una alegoría, pues estas mujeres son los dos pactos; el uno proviene del monte Sinaí, el cual da hijos para esclavitud; éste es Agar. Porque Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual, pues ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud (Gálatas 4:24-25). Algunos hacen una disección de la ley de Moisés y las tradiciones de los padres judíos y dicen que como cristianos estamos bajo una, pero bajo la otra. Todo esto es palabrería. Como vemos arriba, Pablo deja claro que todo lo que baja de Sinaí (la ley de Moisés) y todo lo que es de Jerusalén (las tradiciones de los padres), son una misma cosa. Adherirse a una parte de ello es lo mismo que estar en esclavitud a todo ello.

¿Qué pasa con el otro Pacto? Solo hay dos pactos. Hoy los llamamos el “Antiguo Pacto” y el “Nuevo Pacto”, pero estas dos distinciones no son completamente exactas. Pablo se esforzó por mostrar a los Gálatas que el Nuevo Pacto en realidad era antiguo, un Pacto antiguo---el pacto confirmado antes por Dios en Cristo. ¿Cuándo? “Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente,  la cual es Cristo. Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado por Dios para con Cristo, la ley que vino cuatrocientos treinta años después no lo abroga, para invalidar la promesa.” (Gálatas 3:16,17).

MARCADO PARA CRISTO


Leonard Ravenhill

En cierto sentido todos los hombres son extraños unos a otros. Aun los amigos no se conocen uno a otro de un modo perfecto. Para conocer a un hombre es necesario conocer todas las influencias de herencia y ambiente, así como las incontables decisiones morales propias que le han formado y le han hecho ser lo que es. Sin embargo, aun cuando no nos conocemos realmente unos a otros, el trazar el curso de la vida de una persona nos ofrece muchas enseñanzas. Especialmente el observar las grandes fuerzas que le han impulsado en uno u otro sentido. Por ejemplo: cuan beneficiada sería nuestra vida si pudiéramos experimentar el mismo impulso de la vida de Cristo que movió a Saulo de Tarso, después llamado Pablo, y sondear un poco el más profundo significado de sus palabras: «Yo llevo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús» (Gálatas 6:19).

Una cosa es segura acerca de estas palabras, que eran una expresión del señorío de Cristo. Pablo pertenecía al Señor Jesucristo en espíritu, alma y cuerpo. Estaba marcado como propiedad suya. Cuando Pablo declaraba llevar en su cuerpo las llagas del Señor no estaba pretendiendo llevar un «estigma» como san Francisco de Asís en 1224, u otras personas piadosas en otros tiempos. No se trataba tanto de marcas corporales, creo yo, como de una santificación espiritual por su crucifixión interna. El había sido crucificado con Cristo (Gálatas 2:20).

Las marcas de la crucifixión interna de Pablo eran claramente evidentes. En primer lugar, Pablo estaba marcado o se identificaba con Cristo en cuanto a entera dedicación a su tarea. Si, como pretende la tradición, Pablo era un hombre bajito, de sólo cuatro pies y seis pulgadas de estatura, era, sin embargo, el mayor gigante que jamás ha existido. El excedió a todos sus contemporáneos en viajar, en orar y en sentir pasión por un objetivo. El blason de su escudo era: «Una cosa hago.» Estaba ciego a todas las demás cosas de las cuales los otros hombres se gloriaban.

De modo semejante, Calvino fue criticado porque, teniendo la habilidad que poseía para escribir, no empleara todo su tiempo para escribir. Las Instituciones del Cristianismo y otras obras similares de carácter religioso, sin una sola mención a la hermosura de los Alpes o a los lagos suizos. Y Pascal fue censurado porque, aparte del alma inmortal, no parece tener otro asunto que le fuera de interés. Pablo podría también ser acusado por no decirnos una sola palabra acerca del arte griego o del esplendor del Partenón. Era un separado moral del mundo que le rodeaba.

5 de junio de 2012

EL TESTIMONIO DE NUESTRO PROPIO ESPIRITU


John Wesley

Nuestra gloria es esta: el testimonio de nuestra conciencia, que con sencillez y sinceridad de Dios, no con sabiduría huma­na, sino con la gracia de Dios, nos hemos conducido en el mun­do, y mucho más con vosotros (II Corintios 1:12).

1.  Tal es la expresión de todo verdadero creyente en Cristo, mientras que permanece en la fe y en el amor. “El que me sigue,” dice el Señor, “no andará en tinieblas,” y mientras que tiene la luz se regocija en ella. “De la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él”—y al andar en El, escuchad en su alma diariamente la exhortación del Apóstol: “Gozaos en el Señor siempre: otra vez digo: Que os gocéis.”

2.  Pero a fin de no edificar nuestra casa sobre la arena, (no sea que cuando descienda la lluvia, y vengan los ríos, y soplen los vientos, hagan ímpetu en ella y caiga, y sea grande su ruina), me propongo mostrar en el discurso siguiente, la naturaleza y fundamento del gozo del cristiano. Sabemos que, por lo general, consiste en esa paz feliz, esa satisfacción del espíritu tan llena de calma, que resulta del testimonio de la conciencia que en este pasaje describe el Apóstol. Pero para entender esto más claramente, se hace necesario pesar bien sus palabras, de las que se desprenderá fácilmente tanto lo que debemos entender por conciencia, como lo que significa el testimonio de ésta, y además, el regocijo que siente para siempre quien tiene dicho testimonio.

3.  En primer lugar, ¿qué significa esta palabra concien­cia? ¿Qué sentido tiene este término que se encuentra en labios de todo el mundo? Cualquiera creería, al tomar en consideración cuántos y cuán grandes tomos se han escrito de vez en cuando sobre el asunto, y cómo se han escudriñado los tesoros del saber en tiempos antiguos y modernos a fin de explicar lo que es la conciencia, que es un asunto muy di­fícil de entender. Es de temerse que tan prolijas investiga­ciones no hayan producido gran luz, sino que más bien, mu­chos de esos escritores hayan enmarañado el asunto oscureciendo “el consejo con palabras sin sabiduría;” haciéndole complejo, cuando en sí es tan claro y de tan fácil inteligencia. Porque, haced a un lado palabras difíciles y todo hombre de corazón sincero entenderá presto.

4.   Hemos sido creados por Dios seres inteligentes, ca­paces de percibir lo presente, y de reflexionar y pensar en el pasado. Somos capaces especialmente de comprender lo que pasa en nuestros corazones y vidas; de saber qué cosa sen­timos o hacemos, y esto al tiempo que acontece o cuando ya ha sucedido. Eso es lo que queremos dar a entender cuando decimos que el hombre es un ser esciente—que tiene un cono­cimiento o percepción interior, tanto de las cosas presentes como de las pasadas que se refieren a él mismo, y de su ge­nio y conducta. Pero lo que usualmente llamamos conciencia significa algo más que esto: no es tan sólo el conocimiento que tenemos de nuestra vida presente o la memoria de la pa­sada, puesto que el recordar, el dar testimonio de las cosas en lo presente o del pasado, es solamente uno y el menor de los oficios de la conciencia—su deber principal es disculpar o acusar, aprobar o reprobar, absolver o condenar.

LA IGLESIA SIN NOMBRE, SIN ESTRUCTURA, SIN TECHO Y SIN PAREDES


Javier Vargas

El gran problema del pueblo de Dios, aquella vez en el desierto, fue que rechazó la manera que Dios había escogido para salvarlos, ya que en su corazón aun amaban y anhelaban a Egipto (el mundo). Querían a Dios, pero al modo del sistema de Egipto (babilonia) y no a la manera de Cristo. En el desierto, es decir en el reposo y en la rendición, no hay sistemas, no hay opción de mezclas, no hay exaltación de hombres, no hay orgullos, ni tampoco existe la seguridad mundana de una estructura o de un grupo reconocible, solo existe la posibilidad de una dependencia absoluta y total de Dios a través de Cristo.

Si bien es cierto que esta cartilla no te dice a dónde ir luego de que en tu corazón exista el anhelo de “salir de ella” (del sistema babilónico y de renunciar a las doctrinas de hombres anticristos), también es cierto que ese desierto es necesario para que conozcas personalmente a Jesucristo y su gobierno y para que tu sepas si verdaderamente te entregaste a El y no a un hombre, grupo o sistema.

Igualmente debes saber que existe también una iglesia que anhela tener la naturaleza de Cristo, razón por la cual es una iglesia negada a si misma, una iglesia guiada por Jesucristo y constituida por miembros que no hacen parte de ningún sistema religioso, una iglesia que renunció a todo sistema del mundo, que se rehúsa a bajar de su cruz para estructurarse a si misma con sus obras propias, una iglesia sin techo ni paredes, una iglesia sin nombre de hombres, una iglesia anónima y humilde delante del mundo, una iglesia que anhela morir para vivir y que si la anhelas en tu corazón el Señor te la pondrá en tu camino y te la mostrará.

¡Adelante! Confía en Jesucristo que estará contigo en cada paso que des por ese desierto, te guiará y colocará a las personas, el lugar, la posición y la función para  ti en su cuerpo espiritual.

DIOS, LA LEY Y LA GRACIA


Davis y Clark

Dios cumplió las exigencias justas de la Ley por medio del sacrificio de Cristo. Pero no acabó ahí. Por ese mismo sacrificio también liberó a los que estaban encerrados bajo la ley. ¿No es eso ilegal? ¿Cómo pudo Dios hacer eso y seguir siendo justo? Pablo se refirió a la ley como la ley del pecado y de la muerte—tú pecas, ¡tú mueres!

Todos han pecado en el pasado y han quedado destituidos de la gloria de Dios en el presente. Entonces TODOS, cada uno, sin excepción, tienen que morir. Tú y yo tenemos que morir. Esa es la ley.

¿Cómo pudo Dios, que es rico en misericordia, mostrar bondad a los que Él ama, que han pecado y han sido destituidos, y aún así, cumplir las exigencias justas de la ley? El amor halló el camino. Dios amó de tal manera al mundo que envió a Su Hijo único a morir para que cualquiera que crea en Él, no se pierda, más tenga vida eterna (lee Juan 3:16). Por medio del sacrificio de Cristo, las demandas de la ley son cumplidas o acabadas. Por medio de Su muerte somos tenidos por justos. La única forma de que Dios pudiera librarnos de la maldición de la ley era por medio de la muerte. “Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley.” (1ª Corintios 15:54-56).

¡Tú pecas, Tú mueres! La ley lo exige. Dios sería injusto si no ejecutara sus demandas de la letra. ¿Cómo podía triunfar la misericordia sobre el juicio? ¿Cómo es la muerte sorbida en victoria? ¿Cómo pudo Dios seguir siendo justo y mostrar Su misericordia a una humanidad en pecado? ¿Cómo podrá justificar al pecador que es incapaz de guardar Su Ley? ¿Cómo podrá justificar a los gentiles solo por medio de la fe, y seguir siendo justo? Tenemos que responder a estos interrogantes y confiar en la respuesta si es que vamos a tener la justicia que procede de Dios.

Encontramos la respuesta en la segunda carta a los Corintios.“Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2ª Corintios 5:14-15).

EL TESTIMONIO DEL ESPIRITU


John Wesley                            

DISCURSO II

Porque el mismo Espíritu da testimonio a nuestro espí­ritu que somos hijos de Dios (Romanos 8: 16).

1. Ninguno de aquellos que aceptan las Sagradas Es­crituras como la Palabra de Dios puede dejar de apreciar la importancia de semejante verdad; verdad revelada no sólo una vez o de una manera obscura o incidentalmente, sino con frecuencia y en términos claros; solemnemente y con especial propósito, como quiera que es uno de los privilegios espe­ciales de los hijos de Dios.

2. Y se hace tanto más necesario explicar y defender es­ta verdad, cuanto que la asedian peligros a derecha e izquier­da. Si la negamos, hay el riesgo de que nuestra religión de­genere en meras formalidades; de que teniendo “la aparien­cia de piedad,” nos olvidemos, si es que no negamos, “la efi­cacia de ella.” Si aceptamos esta verdad, mas sin entenderla nos exponemos a caer en los extremos de un fanatismo im­petuoso. Precisa mucho, por consiguiente, proteger en con­tra de esos peligros y por medio de una exposición racional y escrituraria de tan importante verdad, a los que tienen el temor de Dios.

3. Y esto se hace mucho más necesario por cuanto que— con excepción de algunos discursos los cuales, lejos de afir­mar, parecen más bien destruir esta verdad—muy poco se ha escrito con claridad sobre el asunto, lo cual, no cabe la me­nor duda, se debe en gran parte a las explicaciones informes, irracionales y antagónicas a las Sagradas Escrituras, que die­ran algunos sin entender “ni lo que hablan ni lo que afirman.”

4.   Muy especialmente atañe a los metodistas, así llama­dos, el entender, explicar y defender esta doctrina; pues que forma gran parte del testimonio que Dios les ha mandado dar ante todo el género humano, el Dios a cuya especial bendición en el escudriñamiento de las Sagradas Escrituras y en la experiencia de sus hijos, se debe la restitución de esta gran verdad evangélica que por tantos años estuvo casi perdida y olvidada.

II.     1. Empero, ¿qué cosa es el testimonio del Espíritu? La palabra del original significa testimonio, atestación, ase­veración. Así por ejemplo: en I Juan 5:11: “Este es el testi­monio;” el sumario de lo que Dios testifica en los escritos inspirados: “Que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo.” El testimonio pues, que ahora consideramos es el que da el Espíritu de Dios a nuestro espíritu y con nues­tro espíritu; El es la persona que testifica y el testimonio que nos da es este: que somos “hijos de Dios.” Los resultados in­mediatos de este testimonio son los frutos del Espíritu, a sa­ber: “Caridad, gozo, paz, tolerancia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza;” y sin éstos, la permanencia de di­cho testimonio no es posible porque lo destruye irremisible­mente la comisión de cualquier pecado exterior, la omisión de un deber a sabiendas o la rendición a cualquier pecado interior; en una palabra: cualquiera cosa que contriste al Es­píritu de Dios.

EL GOBIERNO DE DIOS


Javier Vargas

En el momento que escribo estas líneas, Colombia vive un estado de confusión demasiado grande, al cual, no se puede llegar sino después de haber nacido y vivido por años con la misma mentira: políticos e instituciones corruptas, alzados en armas y narcotráfico; 40 años de guerra interna (toda una generación que solo conoce el estado de guerra); el gobierno, las ramas del poder público y sus opositores se dan dedo entre ellos mismos cual trifulca callejera; los presupuestos están desfalcados y los potenciales responsables tienen la conciencia dizque limpia y esperan el pronunciamiento de la justicia, ya que son muy devotos a las instituciones; la iglesia Romana, bastante culpable de lo que sucede, es dizque llamada a mediar en el conflicto, y para ello, usa un lenguaje parecido al de los manzanillos; gran parte de la iglesia evangélica está más preocupada por los bienes terrenales que por hacer lo que le corresponde; el sistema judicial es una cloaca de impunidad, los más grandes delincuentes posan en cárceles de máxima comodidad; el ejercito y la policía tienen asegurada su presa en este maravilloso ajiaco; la radio, en muy buena parte, está dominada por los hechiceros; la televisión, es un medio donde lo que se observa, es la línea que tienen los dueños, todo ello, en medio de una aglomeración de telenovelas, noticieros, realitys y frivolidad convertida en programas; el sistema financiero, enriqueciéndose brutalmente, factura hasta el más mínimo derecho que tiene un cliente, como por ejemplo, pedir información de su saldo; las empresas de servicios públicos atropellan a los usuarios con tarifas excesivas, y se han convertido además, en vendedores y cobradores de electrodomésticos (eso si, estén tranquilos, que estamos vigilados con la superintendencia de servicios públicos); y las multinacionales, que colocan palo en la rueda, solo saben descremar y re-descremar en un mercado sin límite.  

Sabemos que la olla es más putrefacta que lo aquí descrito, pero no vale la pena mirar el fondo ya que lo más triste de todo este panorama de confusión, es ver cómo el poder logró contagiar y llevar a un clímax de delirio a las grandes masas, quienes buscan refugio en las fauces de una minoría que gobierna y se corona sobre un pueblo al que solo busca y escucha en elecciones.

LA DESAPARICIÓN DEL NOMBRE


Javier Vargas

Le puedo decir que todo lo acá escrito es primeramente para mí, además viene siendo una vivencia en medio de nosotros, así como en medio muchos otros miembros de su cuerpo por todo el mundo que han renunciado a los nombres propios.

Mateo 16:16-18

"...y sobre esta roca (Cristo, El Hijo del Dios viviente, Mateo 16:16) edificaré mi iglesia (El mismo lo hará, a ningún hombre le fue delegado ese trabajo, ni aún al más famoso y poderoso cristiano), y las puertas del hades no prevalecerán contra ella (si es edificada por Cristo, pero prevalecerán en aquellas iglesias que son edificadas por hombres y por esas puertas entrarán las doctrinas del anticristo)."

Salmos 127:1

“Si Jehová no edificare la casa (la iglesia), en vano trabajan los que la edifican…” Jesús mismo edificará su iglesia, únicamente El con su presencia, con su gobierno y con su palabra. Mas hoy el Señor ve en medio de la iglesia ministerios con nombres de hombre, y los ministerios con nombres de hombre no son nada más que las obras de sus manos, no son más que el esfuerzo del hombre por pretender hacer la obra de Dios. 

Qué pronto los estrados y los atriles se convirtieron en lo mismo que son para el mundo y la religión: los altares del ego, las plataformas para controlar y para levantar el nombre humano en lo alto.

Pareciera que el hombre estuviera diciendo: “mírenme a mí, miren cuan santo y puro soy, alábenme, no se para que buscan un Salvador o un Señor si yo soy suficiente para ustedes”, escondido obviamente tras grandes oratorias religiosas y humanistas y tras falsas apariencias de humildad, cuando los hechos y los frutos de sus vivencias no solo son considerablemente mundanos, sino que además, niegan categóricamente la doctrina de Cristo y su camino de cruz. 

EL EDIFICADOR DE UN IMPERIO PARA DIOS



Leonard Ravenhill

Si Saulo hubiese encontrado un buen predicador y oído un buen sermón en el camino de Damasco, puede que lo hubiera olvidado pronto. Pero encontró a Cristo. (Se puede evitar a los predicadores y los sermones, pero nadie puede escapar de Cristo.) Desde aquel día la filosofía de la vida de Pablo halló a aquel que es la Vida misma. Este zelote, que vomitaba fuego contra los cristianos, halló al Señor, que le bautizó con fuego, y, como resultado del cambio que se operó en el joven Saulo, la civilización de sus días cambió de rumbo. (¡Oh, si quisieras hacer lo mismo, Señor, hoy día!) Pero notad que el que era a sus propios ojos un fariseo intachable, fiel guardador de la ley, empezó a llamarse el primero de los pecadores a los ojos de Dios. No es extraño, pues él era para la recién nacida Iglesia cristiana lo que Herodes a los recién nacidos de Belén y a Cristo niño.

El hombre que ha tenido una experiencia de Dios nunca depende de argumentos o experiencias de otros. Lo que cuesta es lo que se aprecia. Pablo no hizo un experimento, sino una experiencia. Su encuentro con el Santo de los santos, aquel día, no sólo fue aterrorizador, sino transformador. Tuvo una visión del Señor que le dejó ciego (una luz más brillante que la del sol al mediodía). Desde entonces, Pablo, aunque recobró la vista física, quedó ciego a los honores y glorias humanas.

(«No me honrarán a mí los que no te honran a ti», dijo F. B. H. Meyer.) Su encuentro con Cristo quitó repentinamente a Saulo su sueño de dominio intelectual y empezó a viajar como un mendigo de Cristo. No sin antes haber tenido una nueva experiencia con Dios en el desierto de Arabia (acerca de la cual no se atrevía a hablar).

Y, de alguna manera, este edificador de imperios para Cristo, con su colosal intelecto y sus notables títulos, aceptó al Señor, no sólo como sustitución de lo antiguo, sino para identificarse con El. «Yo morí» (en El). Esta es su declaración (que todos hacemos de labios). Pero Pablo afirma triunfalmente: «Y ahora vive El en mí.» Piénsalo bien.

Si hicieras una declaración como ésta, ¿no se burlarían de ti los amigos? Pero este nuevo Sansón arrancó con goznes y todo las macizas puertas de la Historia y, como en, el antiguo mito griego, cambió el curso de los ríos para limpiar los establos de la corrupción del mundo antiguo. ¡Bendito hombre de Dios!

Habiendo hallado la paz con Dios, Pablo declaró la guerra a todo lo que no es de Dios. Cautivó la «inteligencia», de los atenienses con los dulces sones de la lira del Evangelio y terminó su concierto haciendo sonar la aguda  trompeta de la resurrección y del juicio.

EL TESTIMONIO DEL ESPIRITU


John Wesley

DISCURSO I

Porque el mismo Espíritu da testimonio a nuestro espí­ritu que somos hijos de Dios (Romanos 8: 16).

1. ¡Cuántos hombres vanos, sin entender lo que dicen ni saber lo que afirman, han torcido el sentido de este pasaje de las Sagradas Escrituras, con gran pérdida y peligro de sus almas! ¡Cuántos han tomado la voz de su imaginación por el testimonio del Espíritu de Dios creyendo vanamente que eran los hijos de Dios al mismo tiempo que hacían las obras del demonio! Estos son verdaderos fanáticos en el más lato sen­tido de la palabra y qué trabajo cuesta persuadirlos, especial­mente si están aferrados en este nefando error. Considerarán todos los esfuerzos que se hicieren por sacarlos de ese error, como tentaciones del demonio que lucha en contra de Dios. Esa vehemencia e impetuosidad de espíritu que se complacen en llamar: contención eficaz por la fe, los afirma en su per­suasión a tal grado que nos vemos obligados a decir: el con­vencerlos es cosa imposible para con los hombres.

2. No es nada extraño por consiguiente, que muchos hombres razonables, al ver los terribles resultados de este engaño y al tratar de no ser sus víctimas, caigan algunas ve­ces en el error opuesto; que no den crédito a los que dicen te­ner este testimonio, viendo que otros han errado tan crasa­mente; que califiquen de fanáticos a todos los que usan estas palabras, de algunos tan abusadas; que crean que todos los que se llaman cristianos tienen este testimonio como cualquier otro don, y que no es un don extraordinario, peculiar de la era apostólica como habían creído.

3. Pero ¿estamos obligados a aceptar uno de estos dos extremos? ¿No podemos tomar un término medio y caminar a una distancia conveniente de ese espíritu de error y fana­tismo, sin negar, por otra parte, que existe ese don de Dios y sin dejar de gozar del privilegio de ser hijos del Altísimo? Indudablemente que podemos aceptar ese medio y, a ese fin, pasemos a considerar, en la presencia y en el temor de Dios:

Primero. El testimonio de nuestro espíritu, el testimo­nio del Espíritu de Dios, y de qué manera “da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios.”

Segundo. La diferencia clara y palpable que debemos hacer entre el testimonio unido del Espíritu de Dios y nues­tro espíritu por una parte, y la presunción de la mente natu­ral y el engaño del diablo por otra.

"Consuelo para los que están en este mundo, pero que no son de este mundo, y por tanto, son odiados y están cansados de él, es que no estarán para siempre en el mundo, ni por mucho tiempo más"

Matthew Henry