Los Israelitas atravesaron el Jordán y se establecieron en la tierra prometida en su último campamento (Campamento No. 42) al final del éxodo, lo cual nos indica simbólicamente la libertad y conquista a la que esta llamada la iglesia al salir de la religión a una vida de libertad, en una relación directa, vital y real con Cristo Jesús; Cristo es símbolo de la tierra prometida y la herencia de los hijos de Dios.

La santidad es la obra del Espíritu Santo en nosotros, separándonos del amor del mundo. La santidad es un cambio de naturaleza desde dentro como resultado de la obra de Dios en nosotros. No es lo que hacemos externamente, sino quienes somos por dentro, lo que importa a Dios.


8 de noviembre de 2014

LA CRUZ, VICTORIA Y AUTORIDAD Colosenses 2:14-15


Davis y Clark

Históricamente, cuando un rey vencía a otro, el rey victorioso desfilaba por las calles llevando consigo desnudo al rey derrotado. Hay una simple lección que podemos aprender de esto: la autoridad pertenece al victorioso. De la misma manera, el señorío y autoridad de Cristo están directamente relacionados a Su victoria. Su autoridad no fue heredada sino que fue ganada por humildad, servidumbre y suprema obediencia al Padre. Debido a su obediencia, Dios dio a Jesús completa autoridad; el nombre sobre todo nombre. Ante este Nombre toda rodilla se doblará. Jesús no podría haber sido Señor si no hubiera vencido. Fue la forma en que Jesús conquistó lo que estableció, su victoria separada de todas las demás, y en Su conquista está el secreto de la autoridad de Su reino.

En absoluto desafío a la lógica humana, Jesús conquistó el mundo muriendo por él. Jesús vino como un siervo y dio su vida por el mundo, y haciendo esto, llevó cautiva la cautividad. Jesús no hizo nada a través de luchas ni vanagloria. Desde su humilde nacimiento hasta el mismo sepulcro, El se despojó a sí mismo. ¡Esta es la victoria que vence al mundo! ¡Esta es la verdadera vida Cristiana! ¡Este es el reino que Cristo le confiere a usted! No hay otro. Aquellos que trepan por otros medios, son ladrones y salteadores en el cuerpo de Cristo. (Jn 10:1)

A diferencia de los reyes de la tierra que conquistan por poder y dominación, Jesús desarmo a principados y poderes, triunfando sobre ellos a través de la cruz.

“…[Cristo} anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.” (Col. 2”14-15)

La palabra griega traducida despojando (apekduomai) en este pasaje, significa “despojarse completamente uno mismo”.

El Nuevo Testamento Weymouth dice: “El se sacudió de sí mismo…” La victoria de Cristo sobre los principados y autoridades empezó con su rechazo de los reinos del mundo. El los desnudó. Y entonces, como tan elocuentemente lo pone el Sr. Peterson, “En la cruz El desnudó a todos los tiranos espirituales en el universo de su fraudulenta autoridad, y los hizo marchar desnudos a través de las calles”. (Col. 2:15)

Aquí vemos los dos lados de la victoria. Primero debemos rechazar o despojarnos de nosotros mismos el modelo de autoridad de principados y potestades, y decir con Jesús, “viene el príncipe de este mundo y él nada tiene en mi”. Entonces podemos ponernos en contra de todas las obras del enemigo. A través de su vida y ministerio terrenal, Jesús repetidamente se despojó a sí mismo aun de la apariencia de grandeza terrenal. En el desierto de la tentación el diablo lo llevó a la cúspide de un monte, y le mostró todos los reinos del mundo y su gloria. “Te daré todo esto”, le dijo Satanás. “si tú postrado me adorares”. Jesús firmemente lo rechazó diciendo “¡Apártate de mi Satanás! Porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás”. (Mat. 4:8-10)

Después de haberse despojado completamente de esta autoridad terrenal, Jesús salió del desierto en el poder del Espíritu. ¿Cuánta de la impotencia de las Iglesias de hoy en día es el resultado de comerciar el poder del Espíritu por el poder del mundo? Servir a Mamón tiene su precio. Jesús nos advirtió que no se puede servir a dos amos. Un contemporáneo de Francisco de Asís llamado Domenico fue llevado por el Papa alrededor del vaticano y le mostró todo eso y la finura con que vivían y el Papa le dijo, “Bien, San Pedro no puede más decir ‘Oro y plata no tengo’”. A esto el sabio siervo de Dios dijo: “Ni tampoco puede decir: Levántate y anda.”

En su manera particular de ver las cosas, Norman Park escribió:

“Por su conducta actual, la Cristiandad organizada a través de la historia ha demostrado que la elección de Cristo en el desierto ha sido equivocada. La Iglesia Católica Romana se apoderó del sistema del Cesar y permanece siendo la estructura religiosa de poder más impresionante. La Reforma produjo una galaxia de estructuras de poder.” (Norman Park – Mas no será así entre vosotros).

Efectivamente, la magnificencia de la estructura de poder de la Cristiandad de hoy día existe porque en cada caso alguien aceptó el trato de Satanás. De hecho, de todo lo que hemos estudiado de la historia de la Iglesia, los hombres se han postrado para obtenerlo. Ellos prestaron todos los accesorios necesarios de Roma: títulos, vestiduras, las cortes reales y todos los trapos, todo el equipamiento y bagaje real, completo con trono para sentarse mientras gobierna los reinos del mundo en el nombre de Cristo, pero en desafío a Su ejemplo.

¿Cómo podemos proclamar que caminamos en la victoria de Cristo cuando estamos en abierta rebelión a Sus enseñanzas? ¿Cómo podemos proclamar victoria cuando no nos hemos despojado de nosotros mismos el modelo de autoridad del príncipe de este mundo? Es a través del despojarse de la pretenciosa autoridad de este mundo y del haber tomado la forma de siervo que el Señorío fue conferido a Cristo. Nuestro Señor puso su vida y conquistó.

Estamos llamados a obtener esa misma victoria. Cristo conquistó a Satanás, al mundo y al sepulcro sin haber levantado ni una vez la espada. El conquistó por medio de la debilidad, por medio de la humildad, por medio de la mansedumbre, por medio de ser obediente hasta la muerte. El fue “crucificado en debilidad” (2 Cor. 13:4). Si intentamos escalar por cualquier otro medio, nos convertimos en enemigos de la cruz.

En la cruz, Satanás y su kosmos (mundo) son derrotados y completamente despojados por medio de aquellos que comparten en Cristo su humildad y victoria. Esto no es decir que no seremos tentados con el reflejo, el encanto y las glorias de los reinos de este mundo, pero si elegimos el camino hacia abajo – el camino de la cruz – venceremos a las peores tentaciones del enemigo. Estos son los verdaderos vencedores, a quienes Jesús invitará a sentarse con El en su trono. Jesús dijo, “…En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33).

Vencemos a través de su vida y victoria. Antes de que conozcamos la verdadera autoridad, debemos pasar por el desierto y vencer en todas esas áreas que Jesús venció. Debemos ser dirigidos por el Espíritu al desierto antes que podamos salir del desierto en el poder del Espíritu. El Señor nos ha dado grandes y preciosas promesas a aquellos que lo hacen. Este es el camino y el orden debido para el vencedor.

Considere las palabras de Jesús en Apocalipsis: “Al que venciere, le daré de comer del árbol de la vida…” (Ap. 2:7). “Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe” (Ap. 2:17). “Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones…” (Ap. 2:26). “Al que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles” (Ap. 3:5). “Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo” (Ap. 3;12). “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” (Ap. 3:21). “El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo” (Ap. 21:7)

¿Y como nosotros vencemos?

“Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte”. (Ap. 12:11)

Vemos una amenaza común a través de esos pasajes. Solo los vencedores pueden sentarse con Cristo en su trono. ¿Qué quiere decir eso de que nosotros podemos vencer? Significa exactamente lo que significa para Cristo. Así como Cristo venció y el Padre lo invitó a sentarse con El en su trono, Cristo otorga tal autoridad solo a aquellos que han vencido y cuya victoria fue a través de la cruz. Nunca conoceremos la autoridad celestial sin despojarnos a nosotros mismos de la pretendida autoridad de los principados y potestades de este mundo. Debemos tomar nuestra cruz y seguir a Aquel que se despojó de sus prerrogativas divinas, se humilló a sí mismo, tomó la forma de siervo, y se hizo obediente hasta la muerte. Esta es la victoria que desafía al mismo sepulcro. “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? (1 Cor. 15:55)

 Yo pues os Asigno un Reino - Davis y Clark

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"Consuelo para los que están en este mundo, pero que no son de este mundo, y por tanto, son odiados y están cansados de él, es que no estarán para siempre en el mundo, ni por mucho tiempo más"

Matthew Henry