Organizamos esta Cosa. Le damos nombre, la legalizamos, escogemos responsables para ella, abrimos cuentas bancarias en su nombre y entrenamos y contratamos al personal para que la ponga en marcha. Tomamos dinero para ella. Programamos campañas para reclutar
más gente a unirse a ella. Llevamos
un registro de asistencia a ella.
La
amamos, nos enfadamos con ella,
dimitimos de ella, y la abandonamos. Si estamos
particularmente contentos con ella,
hacemos folletos y la publicitamos
para promocionarla.
Evaluamos la Cosa para determinar su éxito o fracaso. “El culto de
alabanza fue bueno”, decimos. “El sermón estuvo bien”, “la ofrenda fue pobre”.
“La asistencia fue baja”.
Pregunta a un pastor como va su iglesia, y puede que conteste con
comentarios como que “nuestro programa de edificación va muy bien”, “Tenemos
nuevos miembros”, “Hemos duplicado la membresía en el último año”, “Estamos perdiendo
gente por la puerta trasera en cuanto han entrado por la puerta principal”.
¿Puedes ver donde esta su corazón? Está evaluando la Cosa sobre la que él
probablemente es la cabeza. El
crecimiento de su iglesia se refleja en su éxito o fracaso como líder.
Por otro lado, si contesta respecto del bienestar espiritual del pueblo,
entonces entenderá más o menos lo que significa ser el cuerpo de Cristo.
“Bueno, ya sabes, muchos han sufrido alguna aflicción, pero eso les ha hecho
más fuertes en el Señor”.
Si habla sobre su gente de forma posesiva, esta atrapado por su propia
vanidad. No son su pueblo. Por otro lado, si habla sobre las ovejas que pertenecen
al buen pastor que es Jesucristo, puede
que sea libre y que posiblemente
libere al pueblo de Dios.
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