Charles E. Newbold Jr.
Judson Cornwall afirma acertadamente,
“La idolatría es principalmente la respuesta de la adoración personal hacia
algo inferior que Jehová Dios, sea el Yo, un objeto hecho por nosotros mismos,
o un concepto que podamos abrazar. Un ídolo es cualquier cosa, o alguien,
incluido nosotros mismos, que recibe el crédito por las habilidades que solo
Dios posee”. Monty Stratton añade, “Cualquier imagen que
tenemos de nosotros mismos que no sea la imagen que Dios tiene de nosotros, es
un ídolo, es un dios falso”.
Nosotros, como seres creados, hacemos
cosas y logramos cosas que llegamos a adorar. Ponemos esas cosas delante de
nosotros y les hacemos homenajes, tanto si son canciones o novelas que
escribamos, los atletas que creamos, los jardines que plantamos, los negocios
que levantamos, los trofeos que ganamos, los hijos de los que somos padres, los
cohetes que ponemos en órbita, las curas que inventamos, los sermones que
predicamos, o las iglesias que institucionalizamos. Vivimos a través de los ídolos que hemos
hecho de estrellas de cine, estrellas de la canción, o estrellas del deporte.
Queremos el poder que imaginamos que la fama y la fortuna nos concederían.
Queremos ser dios, especialmente de nuestras propias vidas.
Aunque somos más grandes que las imágenes
que creamos, aun así nos inclinamos ante ellas y les rendimos obediencia. Nos
enorgullecemos tanto en nuestras obras. Dejamos que controlen nuestras vidas,
nuestras emociones, y nuestras relaciones. Las amamos. Las miramos y nuestros
corazones se hinchan de orgullo. Son extensiones idolátricas de nosotros
mismos.
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