Douglas Weaver
En Génesis 15
encontramos el corte del pacto entre Dios y Abram.
“Entonces Jehová dijo a
Abram: Ten por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y será
esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. 14 Mas también a
la nación a la cual servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán con gran
riqueza. 15 Y tú vendrás a tus padres en paz, y serás sepultado en
buena vejez. 16 Y en la
cuarta generación volverán acá; porque aún no ha llegado a su colmo la maldad
del amorreo hasta aquí” (Génesis 15:13-16)
Israel estuvo tanto
tiempo en Egipto porque la iniquidad de un pueblo concreto no había llegado a
su colmo. La iniquidad de los amorreos no había llegado a su plenitud. Había
muchos otros pueblos en la TIERRA que no son mencionados aquí. Los cananeos, los
gergeseos, los jebuseos, los hitititas, los ferezeos y los heveos, y otros
muchos “itas” vivían también en la tierra de la promesa.
Todos ellos menos los
amorreos habían alcanzado la plenitud de la iniquidad. Dios y la simiente
prometida esperaron que los amorreos alcanzaran el clímax de la decadencia
extrema que precede al juicio. Dios, en su misericordia, no quería pasar juicio
ni un instante antes. Como sucedió con la raza antediluviana, Su Espíritu no
contendería con ellos todo el tiempo.
El tiempo de Dios con
frecuencia depende de la consumación de la iniquidad. El enfrentamiento
definitivo y final entre Cristo—el Hijo de Dios—y el hijo de perdición al final
de la era de la Iglesia, también está esperando la expresión plena de la
iniquidad. Si no entendemos este principio, nunca podremos entender los
propósitos de Dios para los tiempos finales. Al final de esta era, la iniquidad
volverá a alcanzar su plenitud, personificada en una persona llamada el hijo de
perdición. Esto establecerá el escenario en el que el remanente de Dios vendrá
a su plenitud. Consideremos el misterio que rodea a este hijo de perdición.
El Nuevo Exodo - Douglas Weaver
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