Charles E. Newbold Jr.
Nosotros, como con el Israel de
antaño, tenemos nuestros ídolos. Nuestros ídolos son nuestros lugares altos.
Nuestros lugares altos son esas cosas que deseamos por encima de nuestra
consagración a Dios. Nosotros también hemos ido tras las fornicaciones de los
dioses de nuestra propia creación. Quemamos “Incienso” a la obra de nuestras
manos y a las imaginaciones de nuestras mentes, cuando nos enorgullecemos en
nuestros logros.
Cosas como la ciencia, el gobierno, la
bolsa, la religión, las artes, las dietas, el entretenimiento y los deportes,
pueden obrar para nuestro bien, pero pueden convertirse en idolátricos cuando
ponemos nuestra confianza en ellos más que en Dios. Nos hacemos a nosotros
mismos Dios.
Esta fue la mentira en el jardín del
Edén: si pudiéramos haber conocido como Dios conoce, nos haríamos como Dios.
Así, en Adán nos llenamos de conocimiento, y el conocimiento se convirtió en
una maldición para nosotros. Jugamos a Dios cuando nos gloriamos en nuestras
capacidades intelectuales para figurar cosas, razonar cosas, entender cosas,
inventar cosas, e imaginar incluso logros mayores. Exaltamos aquello que
pensamos que sabemos por encima del conocimiento de Dios y esto nos mantiene a
distancia de Dios y nos estorba para entrar en intimidad con el Padre-Dios,
nuestro Creador. El conocimiento envanecido es la arrogancia del Yo, y el Yo es
ese monte alto sobre el que edificamos nuestros altares.
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