John Wesley
Bienaventurados los mansos: porque ellos recibirán la tierra por
heredad. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia: porque ellos
serán hartos. Bienaventurados los misericordiosos: porque ellos alcanzarán
misericordia (Mateo5:5-7).
I. 1. Cuando ha pasado el invierno, cuando el
tiempo de la canción es venido y en nuestro país se ha oído la voz de la
tórtola, cuando Aquel que consuela a los que lloran ha vuelto para estar con
ellos “para siempre;” cuando a la luz de su presencia las nubes se
dispersan—las negras nubes de la duda y de la incertidumbre—y las tempestades
del temor huyen; las olas del pesar se calman, y el espíritu se regocija otra
vez en Dios, su Salvador, entonces se cumplen evidentemente estas palabras.
Entonces aquellos a quienes El ha consolado pueden dar testimonio y decir:
“Bienaventurados,” o dichosos, “los mansos: porque ellos recibirán la tierra
por heredad.”
2. Pero, ¿quiénes son “los mansos”? No son
aquellos que se afligen sin necesidad, porque nada saben; que ven con
indiferencia los males que existen, porque no pueden discernir entre el bien y
el mal. No son aquellos a quienes una torpe insensibilidad protege en contra
de los golpes de la vida, ni los que, por naturaleza o artificio, tienen la
índole de zoquetes o piedras, y a quienes nada lastima porque no sienten nada.
Esto no concierne en manera alguna a los filósofos insensatos. La apatía está
tan distante de la mansedumbre como de la benevolencia. De manera que no
llegamos a concebir cómo pudieron algunos cristianos de las edades más puras,
especialmente ciertos Padres de la Iglesia, confundir uno de los errores más
crasos del paganismo con una de las ramas del verdadero cristianismo.
3. La mansedumbre cristiana tampoco significa falta de celo
por las cosas de Dios, como no significa ignorancia o insensibilidad. No,
evita todos los extremos, ya de exceso, ya de falta. No destruye, sino que
equilibra esas afecciones que el Dios de la naturaleza nunca ha determinado que
la gracia desarraigue, sino traiga y someta a ciertas reglas. Procura una norma
para la mente. Usa una balanza fiel para pesar la ira, el dolor y el miedo,
procurando el término medio en todas las circunstancias de la vida, sin
inclinarse a la derecha ni a la izquierda.
4. Propiamente hablando, parece que la
mansedumbre se refiere a nosotros, pero puede tener referencia a Dios y a
nuestros prójimos. Cuando esta debida actitud de la mente concierne a Dios, por
lo general se llama “resignación”—una conformidad llena de calma en todo lo que
sea su voluntad respecto de nosotros—aunque no sea agradable a nuestra naturaleza—y
que impulsa constantemente a decir: “El Señor es; haga lo que bien le
pareciere.” Cuando consideramos esta virtud más estrictamente con referencia a
nosotros mismos, la llamamos paciencia o conformidad. Cuando se ejerce con los
demás, se llama afabilidad para con los buenos, clemencia para con los malos.