George Warnock
“Porque
el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el
Espíritu Santo.” (Rom. 14:17).
Jesús
vino al mundo a establecer el Reino de los Cielos—no a desterrar a los romanos
de Jerusalén, sino a desterrar el pecado de los corazones de los hombres. Al
caminar en obediencia y representar verdaderamente al Padre en la tierra, se
enfrentó directamente con el mundo, la carne y el diablo. Continuamente rehusó
entrometerse en los reinos de este mundo, aunque en una ocasión vinieron a Él
en un intento desesperado por hacerlo su Rey “por la fuerza”. “Mi Reino no es
de este mundo”, dijo Él (Juan 18:36). Él vino para traer a la tierra una clase
de reino diferente—el Reino de los Cielos, el Reino de Dios sobre la tierra.
(Algunos intentarían hacer una distinción entre el Reino de los Cielos y el
Reino de Dios. Toma tu concordancia y mira estos términos tal y como son usados
en los cuatro evangelios. Es evidente que se trata del mismo Reino: El Reino de
Dios traído del Cielo para abrazar los corazones de los hombres). Estos
principios sobre los que el Reino se establece son los principios de la
justicia, la verdad, la mansedumbre y el amor. Mira como está delante de Pilatos,
un representante de uno de los imperios más poderosos de todos los tiempos
hasta la fecha, y ve como Él le contesta a la pregunta, “Luego, ¿eres tu Rey?”
“Tú
dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo,
para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz.”
(Juan 18:37).
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