Toda idolatría es la adoración del Yo. Es una extensión de nosotros mismos: nuestras adoradas opiniones, especulaciones, planes, programas, y proyectos; es el trabajo auto-exaltado de nuestras manos y las imaginaciones de nuestras mentes—todas las cosas que hacemos en la naturaleza de carne y de pecado de nuestro viejo hombre, lo que nos lleva a estimarnos a nosotros mismos mas de lo que deberíamos. Es la actitud de la malvada madrastra de Blanca Nieves, que pregunta: “Espejito, espejito, ¿Quién es la más bella de todos?” Esperando completamente que el espejito responda: “Tú eres la mas bella de todas”.
El hombre caído
idólatra, es ególatra por naturaleza. Para ser distintos, tenemos que ser
transformados en una nueva criatura. Necesitamos una nueva naturaleza que nos
dé el deseo de consagrar el Yo para un bien mayor, llamada la vida de Cristo en
nosotros. Sólo Cristo, por su Espíritu, puede implantar esa nueva naturaleza en
nosotros.
Cualquier cosa que atraiga al ego, no es de Dios. El Yo esta enamorado del Yo. Busca lo suyo propio. Es vanidoso, orgulloso, arrogante, altivo, se permite todo, está absorbido por si mismo, tiene hambre de poder, y es lascivo. Lucha por la independencia, dependiente de si mismo y se administra solo. Usa y abusa de los demás. SI es necesario, logra sus propias ambiciones. Miente, roba, hace trampas, asesina, envidia, culpa, justifica y hace lo que sea necesario para salvarse a si mismo. Llega a cualquier fin para protegerse a si mismo. Es adicto al más. Nunca puede sentirse satisfecho.
La naturaleza
carnal del Yo generalmente mira a sus propias invenciones—ciencia, gobierno,
militar, religión, educación, deportes, y cualquiera otras instituciones e
invenciones humanas para salvarnos, alimentarnos, protegernos, hacernos
felices, darnos nuestra identidad, y proveernos con un estilo de vida mejor.
Creamos instituciones que nos sean útiles, y nos enfadamos cuando nos fallan.
Por causa de
que el ego esté siempre centrado en si mismo, es una agujero negro en el
espacio sobre el que se encuentra, siempre succionando hacia si como una
aspiradora. El ego se consume a si mismo, es autodestructivo, y tiene a la
muerte como su recompensa final. El ego vive y muere para sí mismo.