George Warnock
Ezequías ere un buen
rey; y al llegar al trono de Judá, su primera preocupación fue restaurar la
adoración y la gloria del templo de Dios… y Dios le dio un gran avivamiento.
Lo primero que hizo fue
“abrir las puertas de la casa del SEÑOR y repararlas” (2ª Crónicas 29:3). Los
sacerdotes y los levitas se reunieron en Jerusalén para comenzar la tarea de
limpiar el templo de Dios. Tenían una batalla por delante y Dios lo sabía. ¿Por
qué no los introdujo en campamentos de entrenamiento militar? Porque la
armadura de Dios es “la armadura de la luz” y por eso, su primera preocupación
era Su templo. El templo tenía que ser limpiado. Si no, habría derrota en la
batalla. Era el momento de que el pueblo de Dios entendiera esto.
Dios quiere verdad en lo
íntimo. Este es el día de la limpieza de la casa de Dios. No una clase de
intervención meramente legalista, externa… sino una profunda y penetrante obra
del Espíritu de Dios en los corazones y en las vidas. Cuando Dios limpia y
cambia los corazones de los hombres, lo externo también será limpio.
El holocausto tenía que
ser restaurado. Los corazones de los hombres tenían que ser puestos sobre el
altar y totalmente expuestos a los fuegos de Dios.
“Cuando comenzó el
holocausto, comenzó también el cántico de Jehová...” (v. 27). Hay muchas
canciones bonitas en la iglesia hoy, y mucha música profesional. Pero “el
cántico del SEÑOR” es completamente distinto: canciones del Espíritu que
penetran el corazón y producen quebranto, y un sentido de asombro por causa de
la presencia de Dios. No escuchas realmente el CÁNTICO DEL SEÑOR hasta que haya
un holocausto, una entrega completa a Dios, el sacrificio de un espíritu roto y
contrito.
Después viene el orden
divino. “Y quedó restablecido el servicio de la casa de Jehová.” (v.35).
Generalmente esto es lo primero en nuestra agenda: Organizarnos bien con un
edificio, un liderazgo bien estructurado, y tenerlo todo listo para que Dios se
mueva. Y de este modo lo que tenemos es el orden del hombre, que pronto termina
en otro Babel—desorden, división y conflicto. El orden de Dios se basa en un
pueblo reunido por el Espíritu Santo, que viene a la plenitud de la entrega y
del sacrificio, ofreciéndose voluntariamente a sí mismo al Señor.
Pronto el avivamiento se
extendió a otras partes de la tierra. Salieron mensajeros de Jerusalén a varias
ciudades y pueblos, invitando a la gente a venir a Jerusalén a celebrar y
guardar la Pascua y a volverse de nuevo al Señor. Algunos se burlaron y se
rieron de los mensajeros con desdén. Otros se humillaron y vinieron y buscaron
al Señor. Comenzaron a tener lugar sanidades (¡aunque no se nos dicen los
nombres de de los que ministraron la sanidad!).
Los corazones del pueblo
se abrieron a la palabra y surgieron maestros para dirigir al pueblo de Dios
por Sus caminos. El resultado final de todo ello fue el GOZO. Hubo “gran gozo
en Jerusalén”. Esto era muy distinto del gozo forzado que los hombres están
intentado fabricar en nuestras iglesias hoy día. No hay nada como el gozo del
Espíritu Santo… el gozo que procede de un pueblo que es llevado bien bajo a Sus
pies por causa del holocausto, y que espera ante Él en humildad y contrición de
corazón, y que aprende de Él y anda en Sus caminos.
Después vino el
quebrantamiento de las imágenes y de los lugares altos de idolatría que
abundaban en la tierra. ¡Me pregunto cuántos ídolos vamos a descubrir cuando
Dios comience a juzgar Su casa y a escudriñar a Su pueblo con los siete ojos de
llama de fuego del Espíritu de Dios! ¡Que Dios continúe esta gran obra que Él
ha comenzado en la tierra, que Su Templo (la Iglesia), pueda ser restaurado, y
que el pueblo de Dios sea limpiado, purificado y enriquecido con todas las
gloriosas provisiones de Su gracia! Y no seamos disuadidos para abandonar esta
visión por causa de maestros ignorantes que se burlan: “Este pueblo está
sentado ahí fuera intentando perfeccionarse, en lugar de salir y trabajar para
Dios.”
El Día del Señor está
muy cerca, y en eso es en lo que consiste esta gran preparación. El enemigo ha
maquinado un complot maligno para destruir al pueblo de Dios de golpe, y si el
Templo de Dios no es limpiado y Su pueblo consagrado en el altar del
holocausto, no vamos a sobrevivir el incendio de ese gran día. Así, leemos:
“Después de estos actos
de fidelidad, Senaquerib, rey de Asiria, vino e invadió a Judá y sitió las
ciudades fortificadas, y mandó conquistarlas para sí” (2ª Crónicas 32:1).
Pero Jerusalén estaba
preparada para ellos. No sentían que estuvieran listos y eso trajo un gran
temor a los corazones de todos. Pero en su entrega al Señor habían penetrado en
los mismos cielos. Cómo queremos enfatizar que sólo cuando el pueblo de Dios ES
CONOCIDO EN LOS CIELOS Y RECONOCIDO DELANTE DEL TRONO, conocerá la victoria
sobre las arremetidas del Maligno aquí abajo.
¿Qué hizo Ezequías en
esa hora de gran inquietud y peligro? Envió un mensaje al profeta Isaías en el
que confesaba (y una vez más parecía ser una confesión muy negativa): “Este día
es día de angustia, de reprensión y de blasfemia; porque los hijos están a
punto de nacer, y la que da a luz no tiene fuerzas.” A Ezequías le parecía que
todas las cosas buenas que Dios había hecho por ellos y el avivamiento que
habían conocido, en realidad estaban a punto de terminar en desastre. “¡La que
da a luz no tiene fuerzas!”. Ahora bien, Ezequías significa “Jah es Fuerza”,
pero Ezequías no tenía ninguna fuerza propia, y tampoco había ninguna en
Israel. Pero el secreto de su victoria reposaría precisamente en este mismo hecho…
que estaban desvalidos, y lo sabían… y que Dios era su suficiencia.
Ezequías recibió una
carta larga y amenazante del general de Senaquerib, que se resumía en este
simple ultimátum: “¡Rendíos, si no…!” Ezequías no tenía respuesta con qué
contestar. De modo que llevó la carta al templo y “la abrió delante del Señor”.
Dijo, “Señor, lee esto… No sé qué hacer al respecto.” Ezequías había tocado el
trono. Sé que somos exhortados: “Debemos orar más, debemos interceder más…”
Cierto. Pero todo esto no servirá para nada si los corazones del pueblo no se
han vuelto a Dios, si el templo no está siendo limpiado, si el holocausto de la
entrega total a Dios no asciende delante del Señor desde corazones rotos y
contritos. El pueblo de Dios había penetrado en los Cielos y fueron reconocidos
por los ejércitos del Cielo. Dios pronto revelaría lo que iba a hacer. ¡La
batalla era del SEÑOR!
Isaías devolvió a
Ezequías la seguridad de que Dios había escuchado su clamor y que daba a Al
Rabsaces la respuesta que Ezequías era incapaz de dar. Era una denuncia mordaz
de Senaquerib y todos sus ejércitos, y acabó la carta diciendo:
“Porque yo ampararé esta
ciudad para salvarla, por amor a mí mismo, y por amor a David mi siervo. Y
aconteció que aquella misma noche salió el ángel de Jehová, y mató en el
campamento de los asirios a ciento ochenta y cinco mil; y cuando se levantaron
por la mañana, he aquí que todo era cuerpos de muertos.” (2ª Reyes 19:34,35).
En los días de la escuela, teníamos una poesía en nuestras lecturas del famoso
escritor inglés Lord Byron, en la que describe dramáticamente esta gran
confrontación y me gustaría incluirla aquí.
Quienes Sois? - George Warnock
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