Alexander Hislop
Un
símbolo más del culto romano para ser considerado, y es el signo de la cruz. En
el sistema papal, como es bien sabido, el signo de la cruz y la imagen de la
cruz se encuentran en todo. No puede decirse ninguna oración, ni realizarse ningún
culto casi ni darse ningún paso, sin el uso frecuente del signo de la cruz.
La
cruz es considerada como el gran talismán, como el gran refugio en todos los
momentos de peligro, en todos los momentos de tentación, como la protección
infalible contra todos los poderes de las tinieblas. La cruz es adorada con todo
el homenaje debido sólo al Altísimo; y que cualquiera la llame por el término
bíblico de “el madero maldito” es, a oídos de un romanista genuino, una
gravísima ofensa.
Decir
que tal sentimiento supersticioso por el signo de la cruz, que un culto como el
que Roma le rinde a una cruz de madera o de metal, procede de lo dicho por
Pablo: “Mas lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz del Señor nuestro
Jesús, el Cristo” – es decir, en la doctrina de Cristo crucificado – es un mero
disparate, un bajo subterfugio y apenas un pretexto.
Las
virtudes mágicas atribuidas al así llamado signo de la cruz, y el culto que se
le rinde, nunca procedió de tal fuente. El mismo signo de la cruz adorado ahora
por Roma, se usó en los Misterios babilónicos, fue aplicado por el paganismo a
los mismos fines mágicos, y se le tributaron los mismos honores.
Lo
que ahora se llama la cruz cristiana, no fue originalmente un emblema cristiano
en modo alguno, sino que fue el Tau místico – la forma verdadera y original de
la T – de los caldeos y de los egipcios, y la letra inicial del nombre de Tamuz
que, en hebreo, tiene el mismo radical que lleva en el caldeo antiguo, y que se
encuentra en las monedas de esta época.
Este
Tau místico se marcaba en la frente de los iniciados en los Misterios cuando
recibían el bautismo, y se le empleaba de muy diversas maneras como símbolo
sacratísimo. Algunas veces, para identificar a Tamuz con el Sol, se le agregaba
al círculo solar; otras veces, se inscribía dentro del círculo.
Puede
haber dudas con respecto a que la cruz de Malta que los obispos romanos agregan
a sus nombres como símbolo de su dignidad episcopal, sea la letra Tau; pero parece
que no hay razón para dudar que la cruz de Malta es un símbolo del sol, pues
Layard la encontró como símbolo sagrado en Nínive, asociada con él de tal forma
que lo llevó a identificarla con el sol.
Al
Tau místico, como símbolo de la gran divinidad, se le llamó el “signo de la
vida,” se usaba sobre el corazón como amuleto, se marcaba en las vestiduras
ceremoniales de los sacerdotes, tal como se hace en las vestiduras ceremoniales
de los sacerdotes de Roma; y los reyes lo llevaron en la mano como señal de su
dignidad o autoridad concedida de modo divino.
Las
vestales de la Roma pagana lo usaban suspendida de sus gargantillas, tal como
lo hacen las monjas ahora. Los egipcios hacían lo mismo, y muchas de las
naciones bárbaras con las cuales comerciaban ellos, como lo testimonian los
monumentos egipcios. En relación con el aderezo de algunas de estas tribus, Wilkinson
escribe esto: “El cinturón estaba algunas veces grandemente ornamentado; tanto
los hombres como las mujeres usaban aretes; y, frecuentemente, llevaban una
cruz pequeña suspendida del collar o en el cuello de sus vestidos.
La
adopción de esto último no les era peculiar; también se colgaba, o se le veía sobre
las vestiduras del Rot-n-no; y sus huellas pueden verse en los fantásticos
ornamentos del Rebo, mostrando que ya se usaba en tiempos tan remotos como el
siglo quince antes de la era cristiana.” Difícilmente se encuentra una tribu
donde no aparezca la cruz. La cruz era adorada por los celtas paganos mucho
antes de la encarnación y de la muerte de Cristo.
“Es
un hecho no menos notable que bien atestiguado, que los druidas acostumbraban
seleccionar para sus tumbas, como emblema de la Deidad que ellos adoraban, el
árbol más soberbio y hermoso, al que le cortaban las ramas laterales, uniendo
dos de las más grandes en la parte más alta del tronco, de tal manera que esas
ramas extendidas a cada lado como los brazos de un hombre daban, junto con el
tronco, la apariencia de una CRUZ ENORME; y también, en algunos lugares de la
corteza, se inscribía la letra Tau.”
En
México, donde se levantaban grandes cruces de piedra dedicadas probablemente al
“dios de la lluvia,” fue adorada muchísimo antes de que los misioneros
católico-romanos pusieran allí sus pies.
La cruz
ampliamente adorada, o considerada como emblema sagrado, fue el símbolo
inequívoco de Baco, el Mesías babilónico, pues se le representaba con una cinta
cubierta de cruces en la cabeza. Este símbolo del dios babilónico se reverencia
hoy día en los dilatados desiertos de Tartaria, donde prevalece el budismo, y
la forma en que es representada entre ellos, es una sorprendente interpretación
del lenguaje aplicado por Roma a la cruz.
“La
cruz,” dice el coronel Wilford, en Las Investigaciones Asiáticas, “aunque no es
un objeto de culto entre los baudas o budistas, es un emblema y una divisa
favorita entre ellos. Es exactamente la cruz de los maniqueos, con hojas y
flores que brotan de ella. Esta cruz que da hojas y flores (y también fruto,
según se me dijo), se llama el árbol divino, el árbol de los dioses, el árbol
de la vida y del conocimiento, y que produce todo lo que es bueno y deseable, y
se encuentra en el paraíso terrenal.”
Compárese
esto con el lenguaje aplicado por Roma a la cruz, y se verá cuán exacta es la
coincidencia. En el Oficio de la Cruz se le llama el “Árbol de la vida,” y a
los adoradores se les enseña a dirigirse a ella de esta manera: “Santa Cruz,
madero triunfal, verdadera salvación del mundo, entre los árboles no hay
ninguno como tú en hoja, flor y capullo.... Oh Cruz, nuestra única esperanza,
menta la justicia al piadoso y perdona las ofensas del culpable.”
¿Puede
creer alguien, al leer la narración de la crucifixión en los Evangelios, que
sea posible que esa narración haya germinado en una extravagancia tal como
“hoja, flor y capullo,” como aparece en el Oficio romano? Pero cuando se
considera que la cruz budista, al igual que la cruz babilónica, era el emblema
reconocido de Tamuz, y se le conocía como la rama de muérdago o “sanalotodo,”
entonces es fácil ver por qué se representaba la sagrada inicial recubierta con
hojas, y por qué Roma, al adoptarla, la llamaría “medicina que preserva al
sano, cura al enfermo, y hace lo que el mero poder humano nunca podría hacer.”
Parece
que este símbolo pagano se hubiese deslizado primero dentro de la Iglesia
cristiana de Egipto y, en general, en Africa. Un relato de Tertuliano, a
mediados del siglo tercero, muestra cómo, en dicha época, gran parte de la
Iglesia de Cartago estaba contaminada con la vieja levadura. Y parece que
Egipto, que nunca fue evangelizado completamente, tomó la delantera en la introducción
de este símbolo pagano. La primera forma de lo que se llama la Cruz cristiana
encontrado allí en los monumentos cristianos, es el inequívoco Tau pagano, o
“signo de la vida” egipcio.
Que
el lector lea cuidadosamente el siguiente relato de Sir G. Wilkinson:
“Un
hecho todavía más curioso se puede mencionar con respecto a esta clase de
jeroglífico [el Tau] que adoptaron los primeros cristianos de Egipto en lugar
de la cruz, y que después fue substituido por ella, anteponiéndolo a las
inscripciones de la misma manera en que se antepone la cruz en los tiempos
actuales.
Pues
aunque el Dr. Young tuvo algunos reparos para darle crédito a lo dicho por Sir
A. Edmonstone, en cuanto a que el Tau tiene tal colocación en los sepulcros del
gran Osiris, yo puedo atestiguar que así es, y que numerosas inscripciones encabezadas
por el Tau se han preservado hasta el día de hoy en los primitivos monumentos
cristianos.”
Es
evidente que el propósito de este relato es hacer ver que, en Egipto, la forma más
antigua de lo que desde entonces se ha llamado la cruz, no fue otra cosa que la
“Crux Ansata,” o “Signo de la Vida,” llevado por Osiris y por todos los dioses
egipcios, en que la ansa o “asa” fue suprimida después, convirtiéndose en el
Tau sencillo o cruz común y corriente, tal como es actualmente, y que, por
tanto, el propósito de su primer empleo en los sepulcros, no podía tener
relación con la crucifixión del Nazareno, sino que fue, simplemente, el
resultado del apego a los viejos y muy apreciados símbolos paganos, que siempre
es fuerte en aquellos que, al adoptar el nombre y la profesión de fe
cristianos, siguen siendo, en grado sumo, paganos de corazón y sentimiento.
Este,
y sólo éste, es el origen del culto a la “cruz.”
LAS DOS BABILONIAS - Alexander Hislop
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