John Wesley
Vosotros sois la sal de la tierra; y si la sal se desvaneciere, ¿con
qué será saluda? No vale más para nada; sino para ser echada fuera y hollada
de los hombres. Vosotros sois la luz del mundo: una ciudad asentada sobre un
monte no se puede esconder. Ni se enciende una lámpara, y se pone debajo de un
almud, mas sobre el candelero; y alumbra a todos los que están en casa. Así
alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras
buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. (Mateo 5: 13-16).
1. La belleza de la santidad, de ese hombre
interior que está cambiado según la imagen de Dios, no puede menos que llamar
la atención de todos los hombres, de toda persona ilustrada. Un espíritu
manso, humilde y amante, merecerá cuando menos la aprobación de todos aquellos
que son capaces en algún grado, de discernir entre el bien y el mal espiritual.
Desde el momento en que los hombres empiezan a salir de las tinieblas que
cubren el mundo voluble y descuidado, no pueden menos que percibir lo deseable
que es el ser transformados a la semejanza de aquel que nos ha criado. Esta
religión interior lleva la semejanza de Dios tan claramente impresa sobre sí,
que el alma que puede dudar de su origen divino debe de estar por completo
sumergida en las cosas materiales. Podemos decir de esto, en un sentido
secundario—aun como del mismo Hijo de Dios—que es “el resplandor de su gloria y
la misma imagen de su sustancia”—los rayos de su eterna gloria, y sin embargo,
tan templada y suave que aun los hijos de los hombres pueden ver a Dios en ella
y vivir. Esta gloria eterna es el carácter, el sello, la impresión viva de su
Persona, quien es la fuente de la belleza y el amor, el manantial donde tienen
origen toda excelencia y perfección.
2. Si, por consiguiente, la religión no fuese
más allá, los hombres no podrían tener duda, ni la menor objeción en seguirla
con todo el fervor de su alma. “Pero, ¿por qué” dicen, “tiene tantos estorbos?
¿Qué necesidad hay de llenarla de obras y de sufrimiento? Esto es
lo que enfría el vigor del alma y la postra en tierra otra vez. ¿No basta
seguir la caridad, elevarse en alas del amor? ¿No basta adorar a Dios que es
espíritu en el espíritu de nuestra mente, sin abrumarnos con cosas exteriores,
ni pensar en ellas en lo absoluto? ¿No es mejor que toda nuestra inteligencia
se absorba en elevada y celestial contemplación, y que en lugar de ocuparnos en
cosas exteriores sólo tengamos comunión, con Dios en nuestros corazones?”
3. Muchos hombres eminentes se han expresado de
esta manera. Nos han aconsejado que dejemos de hacer toda obra exterior; que
nos retiremos por completo del mundo; que abandonemos el cuerpo; que nos
abstraigamos de todas las cosas que los sentidos perciben; que no tengamos el
menor cuidado respecto de la religión exterior, sino que obremos toda
virtud en la voluntad como la mejor manera de perfeccionar el alma, y al
mismo tiempo, la más aceptable para con Dios.
4. No hubo necesidad de que alguien hablase a
nuestro Señor de esta obra maestra de la sabiduría de las regiones inferiores;
de esta, la traba más engañosa con que Satanás ha pervertido los caminos rectos
del Señor. Y ¡qué instrumentos ha encontrado de cuando en cuando, para usar en
su servicio; para manejar esta gran máquina del infierno en contra de las
verdades más importantes de Dios! Hombres listos a engañar, “si fuera posible,
aun a los electos,” a los hombres de fe y amor. Más aún, que por algún tiempo
han engañado y descarriado a un gran número de ellos, quienes en todas las
épocas han caído en la trampa dorada y apenas han podido salvar su pellejo.
5. Pero, ¿no ha cumplido Dios por su parte? ¿No
nos ha amonestado lo suficiente en contra de este plausible engaño? ¿No nos ha
puesto la armadura a toda prueba en contra de Satanás, que “se transfigura en
ángel de luz”? Indudablemente que sí. Defiende aquí de la manera más positiva
y clara, la religión activa y pacífica que acaba de describirse. ¿Qué cosa más
evidente puede darse que las palabras que inmediatamente añade a lo que ha
dicho respecto de las obras y el sufrimiento? “Vosotros sois la sal de la
tierra; y si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No vale más para nada,
sino para ser echada fuera y hollada de los hombres. Vosotros sois la luz del
mundo: una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende
una lámpara, y se pone debajo de un almud, mas sobre el candelero; y alumbra a
todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres,
para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en
los cielos.”
A fin de explicar y robustecer estas importantes palabras, procuraré, en
primer lugar, demostrar que el cristianismo es esencialmente una religión
social, y que el pretender hacerla solitaria es destruirla. En segundo lugar,
que el ocultar esta religión es tan imposible como contrario al designio de su
autor. Y en tercer lugar contestar algunas objeciones, y concluir con una
explicación práctica.
I. 1. Primeramente procuraré demostrar que el
cristianismo es una religión esencialmente social y que tratar de hacerla
solitaria es destruirla. Con la palabra cristianismo quiero decir: ese método
de adorar a Dios que Jesucristo reveló al hombre. Cuando digo que esta es una
religión esencialmente social, quiero decir no sólo que no puede florecer,
sino que de ninguna manera puede existir sin la sociedad, sin vivir y mezclarse
con los hombres. Al tratar de demostrar esto, he de procurar limitarme a las
consideraciones que se desprenden del discurso que estamos examinando, y si
esto quedare demostrado, naturalmente se seguirá que hacer la religión
solitaria, es destruirla.
De ninguna manera podemos condenar los intervalos de soledad o de
retraimiento de la sociedad. Esto es no sólo permisible, sino deseable; más
aún, es necesario, como lo demuestra la experiencia, para todo aquel que ya es
un verdadero cristiano o que desea serlo. No podemos pasar un día entero en
trato constante con los hombres sin sufrir alguna pérdida en nuestra alma y sin
contristar hasta cierto punto al Espíritu Santo. Necesitamos retirarnos
diariamente del mundo, al menos por la mañana y por la tarde, a conversar con
Dios—a tener una comunión más íntima con nuestro Padre que está en secreto.
Ningún hombre de experiencia puede desaprobar esos períodos largos de retiro
religioso, siempre que no ocasionen la falta de cumplimiento en el trabajo o
la vocación que la providencia de Dios nos haya señalado.
2. Sin embargo, semejante retiro no debe
absorber todo nuestro tiempo, puesto que eso sería destruir en lugar de
procurar el adelanto de la verdadera religión. Porque el que la religión que
nuestro Señor describe en las palabras ya citadas, no puede existir sin la
sociedad, sin que vivamos y conversemos con los hombres, se deduce de esto: que
varias de sus virtudes más esenciales no pueden existir sin trato con el mundo.
3. Por ejemplo, ninguna disposición de ánimo es
tan esencial en el cristianismo como la mansedumbre. Ahora bien, si puede
existir en el desierto, en la celda del ermitaño, en completa soledad, puesto
que significa resignación con la voluntad de Dios, paciencia en el dolor y las
enfermedades; sin embargo, como también incluye la afabilidad, la cortesía y la
paciencia, no puede existir sobre la tierra sin el trato con los demás hombres.
De manera que procurar hacerla solitaria, es destruirla de sobre la faz del
mundo.
4. Otra de las gracias importantes del
cristianismo es procurar hacer la paz o el bien. Para probar que esta es tan
esencial como cualquiera de las otras virtudes de la religión de Jesucristo,
no hay mejor argumento—y sería un absurdo buscar cualquiera otro—que el hecho
de que está incluida en el plan original que El echó como la base de su
religión. Por consiguiente, hacer a un lado esta virtud sería atreverse a desconocer
la autoridad del Gran Maestro, lo mismo que si hiciésemos a un lado la
misericordia, la pureza de corazón o cualquiera otra rama de su institución.
Aparentemente, aquellos que nos llaman al desierto, que recomiendan la completa
soledad a los niños, los jóvenes, o los padres en Cristo, hacen a un lado esta
virtud. Porque, ¿quién podrá afirmar que un cristiano que se retira a la
soledad (lo cual parece una contradicción de palabras: cristiano solitario),
puede ser un hombre misericordioso, es decir: uno que aprovecha todas las
oportunidades que se presentan de hacer bien a todos los hombres? ¿Qué cosa puede
ser más clara, que el hecho de que esta gracia fundamental de la religión de
Jesucristo no puede existir sin la sociedad, sin vivir y conversar con los
demás hombres?
5. “Pero ¿no basta, a pesar de todo esto,” dirán
naturalmente algunos, “conversar sólo con hombres buenos, con los que sabemos
son mansos y misericordiosos, puros de corazón y de vida santa? ¿No es mejor
evitar cualquiera conversación o trato con hombres de carácter opuesto,
hombres que no obedecen, que tal vez no crean el Evangelio de nuestro Señor
Jesucristo?” El consejo que Pablo dio a los cristianos de Corinto parece
sostener esta opinión: “Os he escrito por carta que no os envolváis con los
fornicarios” (I Corintios 5:9); y a la verdad que no es deseable su sociedad
hasta el grado de tener familiaridad o amistad especial con ellos, ni la
amistad de los que obran la iniquidad. No debe el cristiano entrar ni
continuar con los tales porque se expone a muchos peligros y asechanzas, de los
cuales no podrá tener esperanza de escapar fácilmente.
Empero, el apóstol no nos prohíbe tener tratos con los hombres que no
conocen a Dios: “Pues en tal caso,” añade, “os sería necesario salir del
mundo,” lo cual no podría aconsejarles nunca. Y después dice: “Si alguno
llamándose hermano,” que profesa ser cristiano, “fuere fornicario, o avaro, o
idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón” (I Corintios 5:11); ahora “os he
escrito...que no os envolváis...con el tal ni aun comáis.”
Esto significa necesariamente que debe concluir toda familiaridad,
intimidad o amistad con él. “Mas no lo tengáis como a enemigo,” dice el apóstol
en otro lugar, “sino amonestadle como hermano” (II Tesalonicenses 3:15),
demostrando claramente que, aun en tal caso, no debemos evitar toda clase de
trato con él. De manera que no existe el consejo de que nos separemos por
completo de los hombres malos. Estas palabras nos enseñan todo lo contrario.
6. Mucho más nos lo enseñan las palabras de
nuestro Señor, quien tan lejos está de aconsejarnos que abandonemos todo trato
con el mundo, que sin dicho trato, según su descripción del cristianismo, no se
puede ser cristiano. Muy fácil sería demostrar que cierto trato con hombres
malos e impuros es absolutamente necesario a fin de ejercitar todas las
disposiciones de la mente que ha descrito como esenciales para el camino del
reino; que es absolutamente necesario para ejercitar por completo la pobreza
de espíritu, para llorar y para desarrollar todas las virtudes que pertenecen a
la verdadera religión de Jesucristo. Más aún, dicho trato es necesario para
la existencia misma de algunas de esas virtudes: de la mansedumbre, por
ejemplo, que en lugar de exigir “ojo por ojo, y diente por diente,” no resiste
al mal, sino que por el contrario, cuando nos hieren “en la mejilla derecha,”
nos impulsa a volver también la otra; de la misericordia, por medio de la cual
amamos a nuestros enemigos, los bendecimos y no los maldecimos, hacemos bien a
los que nos aborrecen y oramos por los que nos ultrajan y nos persiguen; y
dicho trato con los hombres malos es necesario para la existencia de esa unión
del amor y de toda santa disposición que se ejercita al sufrir por causa de la
justicia. Ahora bien, es muy claro que nada de esto puede existir si sólo nos
asociamos con hombres verdaderamente cristianos.
7. Si a la verdad, nos separásemos por completo
de los pecadores, ¿cómo podríamos llenar las condiciones de carácter que el
Señor nos da en estas mismas palabras? “Vosotros” (los cristianos, los que
sois humildes, serios y mansos; que tenéis hambre y sed de justicia; que amáis
a Dios y a los hombres; que hacéis bien a todos y por consiguiente, sufrís el
mal, vosotros) “sois la sal de la tierra.” En vuestra naturaleza está el
sazonar todo lo que os rodea. La naturaleza de ese sabor divino que está en
vosotros, es dilatarse hacia todo lo que tocáis; el diseminarse por todas
partes, hacia todos aquellos con quienes tratáis. Esta es la gran razón que
Dios tuvo en su providencia para mezclaros con los demás hombres, para que
cualquiera gracia que hayáis recibido de Dios se comunique por medio de
vosotros a los demás, para que toda disposición santa de vuestra mente, toda
palabra y obra vuestras tengan influencia en ellos también. De esta manera se
pondrá coto, hasta cierto punto, a la corrupción del mundo, y cuando menos una
pequeña parte se salvará de la infección general, y se volverá pura y santa
delante de Dios.
8. A fin de que trabajemos con más empeño por
sazonar cuanto podamos con toda virtud santa y celestial, nuestro Señor
procede a describir el estado desesperado de aquellos que no inculcan la
religión que han recibido, lo que a la verdad no pueden dejar de hacer mientras
permanezca en sus corazones. “Si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada?
No vale más para nada, sino para ser echada fuera y hollada de los hombres.”
Si vosotros que erais santos y teníais mentes celestiales—y por consiguiente,
erais celosos en buenas obras—no tenéis ya ese sabor en vosotros y ya no sazonáis
a otros; si os habéis vuelto desabridos, insípidos, muertos, descuidados de
vuestras almas e inútiles a las almas de los demás, ¿con qué seréis salados?
¿De qué manera seréis recobrados? ¿Qué ayuda, qué esperanza puede haber? ¿Puede
la sal desabrida volver a tener su sabor? No: “no vale más para nada, sino para
ser echada fuera,” aun como la escoria de las calles; “y hollada de los
hombres,” para ser abrumada por el eterno desprecio. Si no hubieseis conocido
nunca al Señor, tal vez habría esperanza—si no le hubieseis “hallado”
nunca—pero ¿qué podréis contestar a su solemne declaración, paralela a la que
dijo en este pasaje? “Todo pámpano que en mí no lleva fruto,” el Padre “le
quitará.” “El que está en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto.” “El que en
mí no estuviere,” o no llevare fruto, “será echado fuera como mal pámpano y se
secará; y los cogen,” no para plantarlos otra vez, sino para echarlos “en el
fuego” (Juan 15:2, 5, 6).
9. A la verdad, Dios es piadoso y tierno en
misericordia para con aquellos que nunca han probado la buena palabra. Pero
la justicia se enseñorea de aquellos que han probado cuán bondadoso es el
Señor y después han vuelto las espaldas “al santo mandamiento” que entonces
“les fue dado.” “Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados”
(Hebreos 6:4), en cuyos corazones Dios ha resplandecido una vez para
iluminarlos con el conocimiento y la gloria de Dios en la faz de nuestro Señor
Jesucristo; “que han gustado el don celestial,” de la redenci6n en su sangre,
el perdón de los pecados; “Y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo,” de
la humildad, la mansedumbre y el amor de Dios y del hombre derramado en sus
corazones por el Espíritu Santo que les fue dado, “y recayeron,” (esta no es
una suposición, sino la declaración de un hecho), “sean otra vez renovados para
arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios, y
exponiéndolo a vituperio” (Hebreos 6:6).
Pero para que nadie entienda mal estas terribles palabras, precisa
observar cuidadosamente: (1) quiénes son aquellos de los que aquí se habla, a
saber: los que “una vez fueron iluminados,” que sólo “gustaron el don
celestial,” y por consiguiente, “fueron hechos partícipes del Espíritu Santo;”
de manera que esta escritura no se refiere a los que no han experimentado
estas cosas. (2) La recaída de que se habla aquí es una completa y total
apostasía. El reyente puede caer, pero no por completo; cae y se vuelve a
levantar, y aun cuando llegue a caer en el pecado, aun en este caso terrible
hay remedio porque tenemos un Abogado para con el Padre, Jesucristo el justo.
“El es la propiciación por nuestros pecados.” Sin embargo, que tenga mucho
cuidado, no sea que su corazón “se endurezca con engaño de pecado.” No sea que
se sumerja más y más, hasta caer por completo, hasta que llegue a ser como la
sal que se esvanece. Porque si pecamos voluntariamente de esta manera, después
de tener esta experiencia del conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio
por el pecado; sino una horrenda esperanza de juicio y hervor de fuego que ha
de devorar a los adversarios.”
II. 1. “Pero si bien es cierto que no podemos separarnos
enteramente del género humano, si bien concedemos que es de nuestro deber
sazonarlo con la religión que Dios ha grabado en nuestros corazones, sin
embargo, ¿no se puede hacer esto de una manera que no haga ruido? ¿No podremos
comunicar esto a otros en secreto y de una manera casi imperceptible, de modo
que casi ninguno pueda observar cuándo ni cómo lo hemos hecho? Lo mismo que la
sal comunica su sabor a todo lo que sazona, sin hacer bulla ni exponerse a
llamar la atención. Y, si así fuere, aunque no salgamos del mundo, podremos
permanecer escondidos en él. Podremos guardar nuestra religión para nosotros
mismos sin exponernos a ofender a aquellos a quienes no podemos ayudar.”
2. Nuestro Señor conocía también esta razón
plausible de la carne, y en las palabras que pasamos a considerar, ha dejado
una respuesta completa, al explicar la cual procuraré— como me propuse hacer en
segundo lugar—mostrar que es tan imposible ocultar la religión mientras
permanece en nuestros corazones, como es enteramente contrario al designio de
su gran Autor.
Primeramente, para cualquiera que tenga la religión de Jesucristo es
imposible esconderla. Esto lo aclara el Señor sin dejar lugar a la menor duda,
con una doble comparación: “Vosotros sois la luz del mundo: una ciudad asentada
sobre un monte no se puede esconder.” Vosotros los cristianos sois “la luz del
mundo,” por razón de vuestras disposiciones y acciones. Vuestra santidad hace
que os destaquéis como el sol en los espacios. Así como no podéis desaparecer
del mundo, tampoco os es posible permanecer sin ser vistos de todo el género
humano. No os es dado huir de los hombres, y mientras estéis entre ellos, será
imposible ocultar vuestra humildad y mansedumbre y las demás virtudes por
medio de las que esperáis llegar a ser perfectos, como vuestro Padre que está
en los cielos es perfecto. Ni puede esconderse el amor más que la luz y mucho
menos cuando resplandece en las acciones, cuando lo ejercéis en las obras de
amor, en toda clase de benevolencia. Más fácil sería a los hombres esconder una
ciudad asentada sobre un monte que a un cristiano santo, celoso, amante, activo
de Dios y de los hombres.
3. Es muy cierto que los hombres que aman más
las tinieblas que la luz porque sus obras son malas, harán cuanto esté de su
parte por probar que la luz que está en vosotros es tinieblas. Dirán todo mal,
toda clase de mal, del bien que hay en vosotros, mintiendo. Os acusarán de aquello
que está más remoto de vuestros pensamientos, que es todo lo contrario de lo
que sois y de lo que hacéis. Vuestra perseverancia llena de paciencia en hacer
el bien; vuestra humildad al sufrir todas las cosas por amor de Dios; vuestro
gozo lleno de calma y mansedumbre en medio de la persecución; vuestros esfuerzos
incansables en vencer con el bien el mal, os harán todavía más notables y
prominentes de lo que erais antes.
4. ¡Tan imposible es esconder nuestra religión,
a no ser que la desechemos; tan efímero es el pensamiento de ocultar la luz, a
no ser que la apaguemos! A la verdad que una religión secreta, escondida, no
puede ser la religión de Jesucristo. La religión que se puede esconder,
cualquiera que sea, no es el cristianismo. Si un cristiano pudiera esconderse,
no se le podría comparar con la “ciudad asentada sobre un monte;” con “la luz
del mundo” el sol que alumbra en los cielos y es visto de todos los hombres.
Que jamás abrigue el corazón de aquel a quien Dios ha renovado en el espíritu
de su mente, la idea de esconder la luz, de guardar su religión para sí mismo;
tomando en consideración especialmente que no sólo es imposible esconder el
verdadero cristianismo, sino que es igualmente contrario al designio de su gran
Autor.
5. Eso se desprende muy claramente de las
siguientes palabras: “Ni se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud.”
Lo que es como si hubiera dicho: así como no se enciende una vela sólo
para esconderla, tampoco Dios ilumina un alma con su glorioso conocimiento y
amor, para esconderla o encubrirla, ya por prudencia—así llamada falsamente—ya
por vergüenza o humildad voluntaria; para esconderla en un desierto o en el
mundo, bien evitando el trato de los hombres, ya conversando con ellos. “Mas
sobre el candelero; y alumbra a todos los que están en casa.” De la misma
manera, el designio de Dios es que todo cristiano esté a la luz pública para
que alumbre a todos los que estén en derredor, para que visiblemente manifieste
la religión de Jesucristo.
6. Así ha hablado Dios al
mundo en todas las épocas, no sólo de palabra, sino también con el ejemplo. No
se dejó a sí mismo sin testimonio en ninguna nación a donde ha llegado el
Evangelio; sin unos cuantos que testificasen a la verdad, no sólo con sus labios,
vino con sus vidas. Estos han sido como una antorcha que alumbra un lugar
oscuro, que de cuando en cuando han sido los medios de iluminar a otros, de
preservar lo que queda—una pequeña semilla que será contada por una generación
de Jehová. Han sacado unas cuantas ovejas de las tinieblas del mundo y guiado
sus pies en los caminos de la paz.
7. Cualquiera se figuraría que, siendo esto tan
claro y patente según la Escritura y la razón de las cosas, no se podría decir
mucho en contradicción, al menos con apariencias de verdad, pero quien se
imagine esto, conoce muy poco las sutilezas de Satanás. A pesar de todo lo que
dice la Escritura y dieta la razón, las pretensiones de una religión aislada
son tan abundantemente plausibles para separar a los cristianos del mundo, a lo
menos para ocultarlos de él, que necesitamos toda la sabiduría de Dios a fin de
descubrir la red, y toda su ayuda para evitarla—tantas así son las objeciones
que se han aducido para no ser cristianos sociales, francos y activos.
III. 1. El tercer punto que me propuse fue contestar estas
objeciones. Se ha objetado, en primer lugar, que la religión no consiste en
las cosas exteriores, sino en el corazón, en lo más íntimo del alma; que es la
unión del espíritu con Dios; la vida de Dios en el alma del hombre. Que de nada
vale la religión exterior, puesto que Dios “no toma contentamiento con los
holocaustos”—en servicios exteriores—sino con un corazón puro y santo que es
el sacrificio que no despreciará.
Contesto que es muy cierto que la raíz de la religión está en el
corazón, en lo más íntimo del alma. Que esta es la unión del alma con Dios, la
vida de Dios en el alma del hombre, pero que si esta raíz está en efecto en el
alma, no puede sino echar ramas, y que estas son las diferentes manifestaciones
de la obediencia exterior que participan de la misma naturaleza de la raíz y
son, por consiguiente, no sólo marcas y señales, sino partes esenciales de la
religión.
Es igualmente cierto que la simple religión exterior que no tiene sus raíces
en el corazón, de nada vale; que Dios no se deleita con semejantes
servicios exteriores, como no se deleita con los holocaustos judaicos, y que
un corazón puro y santo es el sacrificio que siempre le agrada. Empero, también
toma contentamiento en todos esos servicios que dieta el corazón; en el
sacrificio de nuestras oraciones, bien privadas, ya públicas, de nuestras
alabanzas y acciones de gracias. En el sacrificio de lo que humildemente le
dedicamos y empleamos enteramente a su gloria; en el de nuestros cuerpos, que
reclama especialmente, respecto del cual el Apóstol nos ruega, “por las
misericordias de Dios” que presentemos nuestros cuerpos “en sacrificio vivo,
santo, agradable a Dios.”
2. La segunda objeción, muy semejante a la
anterior, es que el amor es todo en todo—el “cumplimiento de la ley,” “el fin
de todo mandamiento,” de todo mandamiento de Dios. Que de nada nos sirve todo
lo que hacemos, todo lo que sufrimos, si no tenemos caridad o amor, y que el
Apóstol nos aconseja que sigamos la caridad, a la cual llama “un camino más excelente.”
Contesto: Se concede que el amor de Dios y del hombre que resulta de una
fe no fingida, es todo en todo, el cumplimiento de la ley, el fin de todo
mandamiento de Dios; que es muy cierto que, sin este amor, todo lo que hacemos,
todo lo que sufrimos, de nada vale. Pero no se sigue de esto que el amor sea
todo en el sentido de que supere a la fe o a las buenas obras. Es “el
cumplimiento de la ley,” no porque quedemos libres, sino porque estamos
obligados a obedecerlo. Es el “fin de todo mandamiento,” puesto que todo
mandamiento guía al amor donde tiene su centro. Concedemos que de nada vale
todo lo que hacemos o sufrimos sin amor, pero con todo, cualquiera cosa que
hagamos o suframos con amor, aunque no sea más que sufrir reproches por causa
de Cristo, o dar un vaso de agua fría en su nombre, no perderá en manera alguna
su recompensa.
3. “Pero, ¿no nos aconseja el Apóstol que
sigamos la caridad, y no la llama un camino más excelente?” Nos aconseja que
sigamos la caridad, pero no exclusivamente. Sus palabras son “Seguid la
caridad y procurad los dones espirituales” (I Corintios 14:1). “Seguid la
caridad;” estad prestos a gastar vuestras vidas por vuestros hermanos. “Seguid
la caridad,” y haced bien a todos los hombres según se presente la
oportunidad. En el mismo versículo en que llama a la caridad “un camino más
excelente,” aconseja a los corintios que deseen otros dones además, y que los
deseen con fervor. “Procurad los mejores dones,” dice, “y aun yo os muestro un
camino más excelente” (I Corintios 12:31). ¿Más excelente que cuál cosa? Que
los dones de sanidades, géneros de lenguas, de interpretaciones, mencionados
en el versículo anterior, pero no más excelente que el camino de la obediencia.
No está hablando de esto el Apóstol, ni tampoco de la religión exterior. De
manera que este texto está muy lejos de ser aplicable al asunto.
Pero supongamos que el Apóstol hubiera estado hablando de la religión
exterior lo mismo que de la interior. Supongamos que al hacer la comparación,
hubiese dado decididamente la preferencia a la última. Supongamos que hubiese
preferido, como muy bien pudo haberlo hecho, un corazón amante a toda clase de
obra exterior. A pesar de todo esto, no se seguiría que podríamos rechazar la
una o la otra. No; Dios las juntó desde el principio del mundo. Que ningún
hombre las separe.
4. Pero “Dios es Espíritu, y los que le adoran,
en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” ¿No basta esto? ¿No debemos
emplear en esto todas las facultades de nuestra mente? ¿No es cierto que al
ocuparse de cosas exteriores, el alma se entorpece de tal manera que no puede
elevarse a una santa contemplación? ¿No resfría el vigor de nuestros pensamientos?
¿No tiende naturalmente a estorbar y a distraer la mente? Al paso que Pablo
dice: “Quisiera, pues, que estuvieseis sin congoja,” y “que sin impedimento os
lleguéis al Señor.”
Contesto: “Dios es Espíritu, y los que le adoran, en espíritu y en
verdad es necesario que adoren.” Cierto, y esto basta. Debemos emplear en ello
todas las facultades de nuestra mente. Pero yo preguntaría: ¿Qué cosa es adorar
a Dios, un Espíritu—en espíritu y en verdad? Es adorarle en nuestro espíritu;
adorarle como sólo los espíritus le pueden adorar. Es creer en El como un Ser
sabio, junto, santo, cuyos ojos son demasiado puros para ver la iniquidad, y
sin embargo, misericordioso, piadoso y paciente; que perdona la iniquidad, las
transgresiones y los pecados, pasando por alto nuestros pecados y aceptándonos
en el Amado. Es amarlo, deleitarse en El, desearlo de todo nuestro corazón,
mente y alma y fuerzas. Es imitar a aquel a quien amamos, purificándonos aun
como El es puro. Es obedecer a aquel a quien amamos y en quien creemos, en
pensamiento, palabra y obra. Por consiguiente, uno de los modos de adorar a
Dios en espíritu y en verdad es guardar sus mandamientos exteriores. El
glorificarle, pues, en nuestros cuerpos, lo mismo que en nuestras almas.
Desempeñar nuestro trabajo exterior con nuestros corazones levantados hacia
El. Hacer de nuestras ocupaciones diarias un sacrificio a Dios. Comprar y
vender, comer y beber para su gloria. Es adorar a Dios en espíritu y en verdad,
tanto como orar en el desierto.
5. Pero si esto es así, entonces la contemplación es sólo un
modo de adorar a Dios en espíritu y en verdad; por consiguiente, el
entregarnos a esto exclusivamente, sería tanto como anular muchas otras
maneras de culto espiritual, todas igualmente aceptables a Dios, igualmente
provechosas, que no hacen ningún daño al alma. Porque es una gran equivocación
figurarse que todas estas cosas exteriores, a las que nos ha llamado la
providencia de Dios, sirvan de tropiezo al cristiano, o que le estorben para
ver siempre a Aquel quien es invisible. De ninguna manera resfrían el fervor,
ni abruman o distraen la mente, ni causan ansiedad ni cuidado a quien todo lo
hace como para el Señor, quien ha aprendido a hacerlo todo, de palabra o de
hecho, en el nombre del Señor Jesús; teniendo un ojo del alma moviéndose en derredor
y viendo todas las cosas, y otro constantemente fijo en Dios. Aprended lo que
significa esto, vosotros pobres reclusos, para que podáis discernir cuán
pequeña es vuestra fe y para que ya no juzguéis a otros por vosotros mismos. Id
y aprended lo que quiere decir:
“Tú, Señor, que con tierno amor, Sobre ti llevas toda mi carga; Mi alma
eleva a lo alto, Y haz que allí se fije siempre. Sentado en medio del
torbellino, Solo entre la gran multitud; Tranquilo a tus pies espera, Que se
haga tu santa voluntad.”
6. Pero aún queda en pie la gran objeción.
“Apelamos,” dicen, “a la experiencia.” Nuestra luz alumbró. Por muchos años
usamos de las cosas exteriores, y sin embargo, de nada nos sirvieron. Asistimos
a todas las ordenanzas, pero de nada nos aprovecharon, ni, a la verdad, a
ninguna otra persona. Al contrario, fue peor para nosotros porque con tal
motivo nos figuramos que éramos cristianos, cuando en realidad de verdad no
sabíamos lo que era el cristianismo.
Concedo el hecho. Concedo que vosotros y millares de personas han
abusado de las ordenanzas de Dios confundiendo los medios con el fin;
suponiendo que el hacer estas o algunas otras obras exteriores, era la
religión de Jesucristo, o que serían aceptadas en su lugar. Que concluya el
abuso y permanezca el uso. Usad todas las cosas exteriores, pero usadlas
procurando constantemente la renovación de vuestra alma en justicia y verdadera
santidad.
7. Pero esto no es todo. Dicen: “La experiencia
enseña igualmente que el tratar de hacer bien no es sino perder el tiempo. ¿De
qué sirve dar de comer o vestir a los hombres, si constantemente están cayendo
en el fuego eterno? ¿Qué bien se puede hacer a sus almas? Si éstas cambian, es
por obra de Dios. Además, todos son buenos—o a lo menos desean serlo—u obstinadamente
perversos. Los primeros no tienen necesidad de nosotros: que le pidan a Dios su
ayuda y El se las concederá. A los últimos no podemos proteger. El Señor mismo
lo prohíbe: ‘ni echéis vuestras perlas delante de los puercos.’”
Contesto: (1) Bien que finalmente se pierdan o se salven, se nos manda
expresamente que demos de comer a los hambrientos, y que vistamos a los
desnudos. Si tenéis la posibilidad de hacerlo y no lo hacéis cualquiera que
sea la suerte que corran, vosotros iréis al fuego eterno. (2) Si bien sólo
Dios puede cambiar los corazones, sin embargo, lo hace generalmente por medio
del hombre. Nuestro deber es hacer cuanto esté a nuestro alcance, con tanto
empeño como si nosotros mismos tuviéramos el poder de cambiarlos, y dejar el
resultado en manos de Dios. (3) En contestación a sus oraciones, Dios
fortifica a sus hijos, a los unos por medio de los otros, alimentando y
robusteciendo todo el cuerpo compuesto y bien ligado entre sí por todas las
junturas de manera que “el ojo no puede decir a la mano: no te he menester; ni
asimismo la cabeza a los pies: no tengo necesidad de vosotros.” Por último,
¿cómo sabéis que las personas en derredor de vosotros son perros o puercos? No
juzguéis hasta que no hayáis probado. ¿Cómo sabes, oh hombre, si podrás salvar
a tu hermano? Con la ayuda de Dios podrás salvar su alma de la muerte. Cuando
desprecie tu amor y blasfeme la Palabra, entonces será tiempo de dejarlo en
manos de Dios.
8. “Hemos hecho la prueba, hemos trabajado por
reformar a los pecadores, y ¿de qué ha servido? En muchos de ellos no pudimos
hacer la menor impresión, y si algunos cambiaron por un poco de tiempo, su
bondad fue como el rocío de la mañana—poco después volvieron a ser tan malos y
aun peores que antes. De manera que sólo conseguimos hacerles mal y a nosotros
también, porque nuestras mentes estaban en un estado de premura y desorden,
tal vez llenas de ira en lugar de amor. Por consiguiente, habría sido mejor reservarnos
nuestra religión.”
Es muy probable que esto también sea un hecho; que hayáis tratado de
hacer bien y no hayáis tenido buen éxito; que aquellos que parecían haberse
reformado hayan caído otra vez en pecado y que su último estado haya sido peor
que el primero. Y no hay de qué maravillarse. ¿Es el criado más que su Señor?
¡Cuán a menudo El trató de salvar a los pecadores y no quisieron escuchar! o
después de haberle seguido por un poco de tiempo, se volvieron como un perro a
su vómito. Sin embargo, no por eso desistió de tratar de hacer el bien, ni
tampoco deberíais de desistir vosotros, cualquiera que sea el éxito que
obtengáis. Vuestro deber es hacer lo que se os manda: el resultado está en
manos de Dios y vosotros no sois responsables. Dejadlo a aquel que ordena todas
las cosas. “Por la mañana siembra tu simiente y por la tarde no dejes reposar
tu mano; porque tú no sabes cuál es lo mejor” (Eclesiastés 11:6). Pero la
prueba agita y atormenta vuestra alma, y tal vez la razón de esto sea que os
creísteis responsables del resultado, lo que ningún hombre es ni puede ser.
Tal vez porque estuvierais descuidados, no hayáis estado velando sobre
vuestros espíritus. Esta, empero, no es razón para desobedecer a Dios. Haced la
prueba otra vez, pero hacedla con más prudencia. Haced bien (como debéis
perdonar) no sólo siete, sino setenta veces siete. Sólo que aprended a ser más
sabios por la experiencia. Tratad de hacerlo cada vez más prudentemente que
antes; humillaos más ante Dios, convenceos más de que no podéis hacer nada por
vosotros mismos. Sed más celosos de vuestros espíritus, más dóciles; velad más
en oración—”Echa tu pan sobre las aguas, que después de muchos días lo
hallarás.”
IV. 1. A pesar de estas plausibles aserciones en favor de
esconderla, “alumbre vuestra luz delante de los hombres; para que vean vuestras
obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.” Esta es la
aplicación práctica que nuestro Señor hace de las consideraciones anteriores.
“Así alumbre vuestra luz:” vuestra humildad de corazón, vuestra
amabilidad y mansedumbre de sabiduría; vuestra consideración seria y madura de
las cosas eternas, y dolor de los pecados y miserias de los hombres; vuestro
deseo ferviente de la justicia universal, y de la felicidad perfecta en Dios;
vuestra tierna y buena voluntad para con todo el género humano, y amor
ferviente a vuestro Supremo Bienhechor.
Procurad no esconder esta luz con que Dios ha iluminado vuestra alma,
sino dejad que alumbre ante los hombres, ante todos aquellos entre quienes
vivís, en todo el tenor de vuestras vidas. Que alumbre aún más eminentemente en
vuestras acciones, al hacer toda clase de bien a todos los hombres y al sufrir
por causa de la justicia, al mismo tiempo que os gozáis y alegráis sabiendo que
“vuestra merced es grande en los cielos.”
2. “Así alumbre vuestra luz delante de los
hombres, para que vean vuestras obras buenas.” Tan lejos así deben estar los
cristianos de procurar o desear ocultar su religión. Al contrario, sea vuestro
deseo el no ocultarla; el no poner la vela debajo del almud. Tened cuidado de
ponerla sobre el candelero, para que “alumbre a todos los que están en casa.”
Sólo que debéis procurar no buscar vuestra propia alabanza, no desear ninguna
honra para vosotros mismos. Sea vuestro único deseo que todos los que vean
vuestras obras buenas, “glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.”
3. Sea vuestro fin en todas las cosas—en vista
de esto— ser francos, sencillos, sinceros. Sea vuestro amor sin disimulación.
¿Por qué habéis de esconder un amor desinteresado y justo? Que no se encuentre
dolo en vuestros labios; que vuestras palabras sean la expresión genuina de
vuestro corazón; que no haya ambigüedad ni reserva en vuestra conversación, ni
engaño en vuestro comportamiento. Dejad esto para aquellos que se proponen
otros fines—designios que no aman la luz. Sed sencillos y sin artificio para
con todos los hombres, para que todo el mundo vea la gracia de Dios que es en
vosotros. Y aunque algunos endurezcan sus corazones, otros reconocerán que
habéis estado con el Señor Jesús, y al volverse ellos mismos al gran Obispo de
las almas, glorificarán a “vuestro Padre que está en los cielos.”
4. Con este propósito de que los hombres
glorifiquen a Dios en vosotros, id, pues, en su nombre y en la fuerza de su
poder. No os avergoncéis de estar aislados, siempre que sea en los caminos de
Dios. Alumbre la luz que está en vuestro corazón en toda buena obra: obras de
piedad y obras de misericordia. A fin de aumentar vuestra facultad de hacer
bien, renunciad a todo lo que sea superfluo; reducid todos los gastos que no
sean necesarios, de alimento, vestido y muebles. Sed buenos administradores de
los dones de Dios, aun de estos dones inferiores. Evitad toda pérdida de
tiempo, toda ocupación inútil e innecesaria, y “todo lo que te viniere a la
mano para hacer, hazlo según tus fuerzas.” En una palabra: llénate de amor y de
fe; haz el bien; sufre el mal. Y estad en esto siempre “firmes y constantes;”
más aún, “creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo
en el Señor no es vano.”
www.campamento42.blogspot.com
SERMON 24 - john Wesley
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