Leonard Ravenhill
Se necesitan hombres incandescentes para esta medianoche espiritual. En el día de Pentecostés, la llama del Dios vivo vino a ser la llama de un grupo de corazones humanos. La Iglesia empezó con aquellos hombres y mujeres en el «aposento alto» entregados a la oración ardiente, y hoy día está terminando con hombres y mujeres en el salón de fiestas de encima de la iglesia organizando despertamientos artificiales. La Iglesia empezó con un despertamiento y está terminando con un ritual.
Empezamos de un modo viril, estamos terminando en la esterilidad. Los primeros miembros de la Iglesia eran hombres ardientes y no grandes graduados. Hoy día hay muchos grados de ciencia y pocos de calor. ¡ Ah, hermanos!; ¡hombres con corazones de llama son la necesidad del presente!
Los hombres de Dios necesitan ser columnas de fuego: hombres guiados por Dios para guiar un pueblo mal dirigido. Pablos apasionados para levantar a tímidos Timoteos. Hombres de llama para brillar y encender a hombres de renombre, ganándolos para Cristo. Necesitamos hombres de oración para dirigir noches de oración. Necesitamos verdaderos profetas para advertir a las gentes de sus malos negocios, pues: «¿De qué aprovechará el hombre que ganare todo el mundo y perdiere su alma?» (Marcos 8:36). En este tiempo del fin la actitud infantil de muchas conferencias de predicadores es una tragedia. El grito debería ser: «Tocad trompeta en Sion, santificad un ayuno, llamad a una solemne convocatoria para que los predicadores, los ministros del Señor, lloren» (Joel 2:15-17).
Comparado con un corazón que ha conocido el fuego del Señor y ha permitido que este fuego se apague, los picos helados de los Alpes son cálidos. El metal solamente se funde cuando el fuego arde; quitad el fuego y el metal será sólido. Así es con el corazón humano: sin el calor del cielo es un iceberg. Si el Espíritu Santo está ausente del estudio del predicador, viene éste a convertirse en un laboratorio de doctrinas disecadas y dogmas sin vida. La enseñanza necesita unción, la verdad debe ser cortante, y el consuelo hiriente.
Hombres inspirados son una extremada necesidad. Los creyentes engendrados del Espíritu Santo son indispensables para esta degenerada generación. La galerna de iniquidad del tiempo del fin muy pronto apagará la llama humana; como una caña seca se rompe ante la tempestad, así se apagarán en este tiempo las débiles candelas del sectarismo carnal. Por el momento, tenemos los vientos que preceden a una gran tempestad, con las falsas religiones que invaden el mundo y los tibios cristianos incapaces de resistirlos.
Advertidos de los fuegos falsos por hombres sin fuego, lo que hacemos al final es quedarnos fríos, incapaces de descubrir lo que es de la carne y lo que es del Espíritu. Los religionistas de este tiempo están levantando una nueva bandera de espiritualidad, de jactanciosa espiritualidad. Lo bueno otra vez ha venido a ser enemigo de lo mejor. (El que lea, entienda.) ¡Sonad la alarma! El conflicto se hace cada vez más agudo. Esta es la noche de gran confusión. ¡Dios ayude a las naciones arruinadas por religiones humanas, maldecidas con cultos humanos y encaminadas al abismo por doctrinas amañadas por los hombres! ¿Ha habido jamás una hora peor qué ésta? Reiterados esfuerzos es el precio que tenemos que pagar al progreso.
Así como va la Iglesia va el mundo. Si los vigías duermen, el enemigo toma la ciudad. El predicador debería dedicar por lo menos un día a la semana a preparar sus sermones, y otro día a preparar al predicador para predicar los sermones preparados. La inspiración es tan misteriosa como la vida, pues ambas son dadas por Dios. La vida engendra vida por su propia naturaleza, del mismo modo que los hombres inspirados inspiran.
Necesitamos Josués para llevar al pueblo del Señor a la tierra prometida de la vida llena del Espíritu. Como Israel, hemos escapado de Egipto y de Faraón (que en nuestro caso es Satanás), pero hemos fallado en Cades-Barnea.
Lo que debería ser una piedra de memoria se ha convertido en una piedra de tropiezo; lo que debería ser una entrada se ha convertido en un fin de ruta.
Cantamos: «La ciega incredulidad yerra el camino y no puede comprender las obras de Dios.» ¿Y nosotros qué? ¿Hemos salido nosotros del mundo y vamos vagando sin entrar a poseer las riquezas de Canaán?¡Pensadlo! Por cuarenta años aquel pueblo escogido no tuvo milagros ni respuestas a la oración —nada más que fallecimientos en su lento vagar por el desierto—, y todo a causa de su incredulidad. «¡Los gigantes son demasiado grandes para nosotros!», fue su clamor (Números 13: 17-23).
Hoy día nuestro clamor es: ¡Mirad el poder de este u otro movimiento social, medid la fortaleza de aquel otro! Nuestra respuesta debería ser:
«Señor, abre sus ojos» (2.ª Reyes 6:17). «¿Se ha acortado el brazo del Señor para salvar?» (Isaías 59:1). ¿Le consideraremos tan sólo como el Dios del pasado, el Dios de la profecía, pero no el Dios del presente? El sermón de Pedro en Pentecostés fue tan inquiridor como agudo. La verdad se hizo viva: «Esto es lo que fue dicho por el profeta Joel»(Hechos 2:16).
El inspirado escritor halló que «la Palabra del Señor tenía un nuevo filo para los corazones de los oyentes».
Los hombres están diciendo siempre que en estos días de prueba el pueblo cristiano necesita consuelo. De acuerdo, muchos necesitan consuelo: los enfermos, los tristes, los doloridos. Sin embargo, no podemos dejar de compren der que guardar silencio cuando una casa está ardiendo es criminal. No es ninguna ayuda ni consuelo dejar al vecino dormir mientras vemos a un criminal entrar por la puerta con una pistola. En esta hora jamás exageraremos la figura del peligro que el mundo corre.
Ante los hombres de paja de nuestros días que se burlan de la sangre de Cristo, de la fe en su encarnación, del fuego del infierno, ¿callaremos? Hacer esto nos haría culpables como los que vieron las legiones de César avanzar sin sonar la alarma. Las estacas son altas, pero el premio y la recompensa lo son también.
Algunos declaran que Patrick Henry hizo más en América para preparar el camino a la libertad que ningún otro hombre en la historia. Oíd su apasionado discurso en la Convención de Virginia el 23 de marzo de 1775:
«¿Es la vida tan querida o la paz tan dulce que tenga que ser comprada al precio de cadenas y esclavitud? ¡Que el Dios todopoderoso lo impida!
Sé que no hay otro camino a tomar, pero para mí ¡dadme la libertad o la muerte!» ¿Podían Catón o Demóstenes sobrepasar esta joya oratoria?
¿Podemos nosotros traducirla a nuestro caso? La terrible esclavitud que existe hoy en gran parte del mundo y amenaza al resto de la humanidad, no es un cuento. Aunque un sistema ateo pudiera conquistar el mundo (por terrible e inimaginable que pueda ser) hay para el hijo de Dios un peligro mucho mayor: la eternidad, para los no arrepentidos, en un infierno eterno.
Quizá deberíamos aplicar las palabras de Patrick Henry en esta forma:
«¿Es la carrera de la vida tan amable y las comodidades del hogar tan apetecibles para ser comprados con mi infidelidad y mis ojos secos sin oración? En el día final, ¿tendrán que acusarme los millones que perezcan, de mi materialismo, adornado con unos pocos textos de las Sagradas Escrituras?»
¡Que el Dios Todopoderoso lo impida! Yo no sé qué camino van otros a tomar, pero en cuanto a mí, digo: Dame un despertamiento en mi alma, en mi iglesia y en mi nación, o DAME LA MUERTE.
Todo lo que ligares en la tierra será ligado en el cielo.
Jesús
Vuestro adversario el diablo..., al cual resistid firmes en la fe.
Pedro
Humillaos a Dios, resistid al diablo y él huirá de vosotros.
Santiago
Cuanto más el pueblo de Dios ataca al diablo en sus oraciones, tanto más gustará de la libertad del Espíritu en los caminos de la vida.
F. J. Perryman
Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre.
Los setenta
¡Oh infierno, te veo surgir, Pero en Jesús refugio hallé de roca sólida, eficaz, Y en tal lugar no temeré! Por la victoria del Calvario Estoy en manos de un Dios sabio.
Autor desconocido
Si las huestes del infierno Me amenazan con tesón, Con su indecible malicia, Yo tengo la protección De Cristo mi Salvador. Su poder es SUPERIOR.
Isaac Watts
Por que no LLega el Avivamiento - Leonard Ravenhill
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