Davis y Clark
El
hedonismo es la doctrina del placer o de la felicidad como los únicos o
principales bienes supremos en la
vida. El hedonismo egoísta se define como “la teoría ética de
conseguir la felicidad personal como objetivo correcto de toda conducta”. Ya hemos visto que la condición para el
discipulado es la negación del yo y el tomar la cruz, de manera que no puede
existir algo como “hedonismo cristiano”. O eres un hedonista o eres un
cristiano. No puedes ser ambos. El término mismo es un oxímoron, como “odio
cariñoso” o “ateismo cristiano”.
A
pesar de las enseñanzas de Cristo y de su ejemplo de negación personal, ha
emergido lo que hemos escogido llamar “nuevo hedonismo cristiano”. Eres
invitado a venir a Jesús para recibir felicidad, riquezas y poder. El
sufrimiento se considera una evidencia de incredulidad y todo lo que pertenece
al sufrimiento y al sacrificio es considerado “negativo”, y por tanto, algo a
evitar. En tales iglesias hedonistas la cruz no es más que un mero símbolo
sobre la pared, un icono que representa el precio desafortunado que Cristo pagó
para adquirir nuestra felicidad. Pocos aprecian sus ramificaciones presentes y
menos aún la toman y siguen adelante.
Mimado
y echado a perder por su autoindulgencia, y sin negarse ninguno de los lujos de
este mundo, este cristianismo ha surgido sin cruz y sin fuerza para usurpar la
fe que una vez fue dada a los santos. Viven como si Jesús hubiera dicho, “negad
la cruz y cumplid vuestros deseos, y seguidme”. Todos los que no se niegan a si
mismos, los que no toman su cruz y siguen a Jesús, son enemigos de la cruz. Por su negación a cargarla,
se han convertido en sus enemigos.
La
cruz que George Bernard vio en su himno, “la vieja y dura cruz”, no era un
icono cubierto de oro ni un símbolo brillante de los escudos de los caballeros
y de los cruzados, sino un astillado “emblema” de sufrimiento y de vergüenza…
manchado de sangre”. Y más aún, entendió
que tocaba a cada cristiano el tomar con gozo su vergüenza y vituperio hasta
que finalmente cada uno dejara sus trofeos de este mundo.
6.
La Cruz, la puerta a nuestro verdadero hogar en Cristo—La vida eterna
“Mas nuestra
ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor
Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que
sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede
también sujetar a sí mismo todas las cosas.” (Filipenses 3:20-21).
Una
vez yo (Michael) fui acusado por un pastor de estar “tan centrado en el cielo
que no servía para nada en esta tierra”. ¿Cuantas veces no hemos oído esta frase
de la élite cristiana cuando comenzamos a vivir como si nuestro reino no fuera
de este mundo, queriendo empujarnos hacia una vida centrada en las cosas de
este mundo?
Pablo
escribió, “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo,
por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo.” (Gálatas 6:14). La
operación de la cruz nos corta del orden de este mundo. Si, tienes un corazón
por los perdidos que están atrapados en el sistema de este mundo y quieres
verlos salvos fuera del mismo, pero tú estás en el mundo sin ser DEL mundo.
Es
mucho más fácil salvar a una persona que se está ahogando con una cuerda y un
salvavidas arrojados desde un barco a un mar agitado, que nadar en el oleaje de
agua salada y espuma, mientras la persona tira de ti en su lucha violenta,
empujándote hacia abajo para conseguir sacar su cabeza del agua. Tanta iglesia
se ha vuelto tan “amiga de los que buscan” y se ha centrado tanto en lo
terrenal, que no sirve para nada en lo CELESTIAL. Pablo dijo;
“Porque no nos
predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como
vuestros siervos por amor de Jesús. Porque Dios, que mandó que de las tinieblas
resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para
iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. ”
(2ª Corintios 4:5-7)
La vida eterna que brillaba de
estos vasos de barro es el poder de todo genuino evangelismo. Tal y como Pablo
reveló a la iglesia de los Corintios:
“Así que, hermanos,
cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con
excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros
cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros
con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue
con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del
Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los
hombres, sino en el poder de Dios. (1
Cor. 2:1-5)
Si no somos un ejemplo de las
cosas celestiales por venir, el mundo tendrá el derecho de rechazar nuestros
sermones. Nuestro objetivo tiene que ser uno solo si es que vamos a ser luces a
un mundo moribundo a nuestro alrededor. Jesús prometió que solo permaneciendo
en Él, y Él en nosotros ENTONCES llevaríamos mucho fruto celestial.
Fíjate otra vez en las
palabras de Pablo, “…nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también
esperamos al Salvador.” El reino de Dios debería ser tal realidad para nosotros
si la cruz ha hecho su trabajo, que “las cosas de este mundo se habrían
difuminado extrañamente.” ¡Nuestra ciudadanía está EN LOS CIELOS! Nos hemos
convertido en verdaderos extranjeros y peregrinos en tierra extraña aquí, en la
tierra.
Deberíamos estar viviendo vidas humildes aquí,
en el cuerpo de nuestra humillación, en lugar de pavonearnos con el pecho lleno de orgullo por las cosas
de este mundo. Nuestra única esperanza debería estar puesta en Jesús, “que cambiará
el cuerpo de la humillación nuestra para conformarnos al cuerpo de la gloria
suya según la operación por la que Él puede sujetarse a si mismo todas las
cosas”. ¡Que esperanza tan preciosa!
En la segunda carta a la
iglesia en Corinto, Pablo dijo:
“Por tanto, no desmayamos; antes
aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante
se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en
nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros
las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son
temporales, pero las que no se ven son eternas. Porque sabemos que si nuestra
morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio,
una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. Y por esto también gemimos,
deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; pues así
seremos hallados vestidos, y no desnudos. Porque asimismo los que estamos en
este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados,
sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Más el que nos
hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu. Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo
que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor (porque
por fe andamos, no por vista); pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes
del cuerpo, y presentes al Señor. Por tanto procuramos también, o ausentes o
presentes, serle agradables.” (2ª Cor. 4:16-5:9).
Yo, Michael, que ahora tengo cincuenta
y ocho años, veo como mi hombre externo se desgasta conforme envejece mi
cuerpo. Si ESTA vida fuera mi única esperanza, me entraría el pánico de ver
derretida la salud de mi juventud. Pero tengo esta esperanza en mi interior—veo
mi hombre interior renovándose en Cristo día tras día.
De vez en cuando he
experimentado su gloria morando en mí, y he experimentado también lo que
significa ir de gloria en gloria. Si,
en este plano temporal vamos de muerte en
muerte, pero nosotros los que estamos en Cristo vamos también de vida en vida. Estamos cambiando esta
vida temporal en la que está centrado el mundo entero, por una que es eterna.
La vida eterna es AHORA, mientras
permanecemos en lugares celestiales en Cristo Jesús. Es una fuente de vida que
nos da esperanza y fuerza, sin importar lo que acontezca al hombre exterior.
Cuando Su Espíritu encuentra
un refugio seguro en nosotros, somos atrapados para Jesús en nuestro hombre
interior. Todo nuestro ser comienza a tomar un aspecto diferente cuando la vida
interior comienza a brillar. Como Jesús, Moisés y Esteban, tenemos la
oportunidad de quedar tan atrapados por la presencia del Señor y de Su
Espíritu, que nuestros rostros resplandecerán con luz celestial.
En cierta ocasión fui invitado
a la casa de un amigo para conocer a un querido y viejo santo llamado Norman
Grubb. Al entrar en el comedor, había sentado un señor mayor lleno de canas y
con la sonrisa más cálida que jamás había visto. Cuando me lo presentaron, me
senté junto a él y lo único que pude hacer fue sentarme y sostenerle la mano. No podían cruzarse
las palabras. Si hablaba, cortaría el momento de estar en la presencia del
Señor en ese maravilloso santo del Señor. Me llené de esperanza solo viendo la presencia
de Jesús dentro de él.
Jesús dice que tenemos esta
esperanza dentro de nosotros. “Cuando Él se manifieste, seremos como Él, porque
Le veremos tal y como Él es”, dijo Pablo.
“Pero cuando se
conviertan al Señor, el velo se quitará. Porque el Señor es el Espíritu; y
donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos,
mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos
transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del
Señor. Por lo cual, teniendo nosotros este ministerio según la misericordia que
hemos recibido, no desmayamos.” (2ª Cor. 3:16-4:1).
¿Podría ser que viéramos el
resultado en el espejo, al ser quitado el velo de nuestros ojos? ¿Podría ser
que en lugar de ver la muerte de nuestro viejo hombre exterior, viéramos la
gloria del Señor? Estamos siendo transformados a Su imagen de gloria en gloria.
“Porque a los
que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la
imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a
los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también
justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó. ¿Qué, pues,
diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Romanos
8:29-31)
Es el deseo del Padre que
seamos totalmente transformados a la imagen de Su propio Hijo. ¡EL está POR
NOSOTROS! Sus deseos para nosotros van tan lejos de todo lo que podamos
imaginar. Así que no le limitemos en nuestras vidas por las limitaciones de
nuestras mentes terrenales. La fe no conoce fronteras.
“Antes
bien, como está escrito:
Cosas
que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que
Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por
el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.” (1ª
Cor. 2:9-10)
Pablo oró para que todos
pudiéramos tener ojos espirituales con los que ver la naturaleza ilimitada de
nuestros llamamientos en Cristo…
“Para que el
Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de
sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de
vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha
llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y
cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos,
según la operación del poder de su fuerza.” (Efesios 1:17-10)
Lo
único que limita los límites de Dios en nosotros es nuestra falta de fe. Jesús
oró para que todos nosotros fuéramos como Él y el Padre y que pudiéramos
conocer la misma gloria sobre nosotros, puesto que oró:
“Padre, aquellos que me has dado, quiero que
donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has
dado.” (Juan 17:24).
Jesús oró esto
justo antes de ir a morir a la cruz, que dónde Él estaba, ahí pudiéramos estar
nosotros también. ¿Qué significa esto? Estando yo, Michael, orando por este
artículo, el Señor me mostró un viejo reloj de arena. Me dijo que la cruz no
era la meta, sino el medio para un fin.
La cruz es la
constricción en el reloj de arena que permite que pase un solo grano de arena
de una sola vez. Es como el ojo de la aguja por el que ha de pasar el camello
si ha de entrar al reino. Es eso que despoja de todo aquello que no es apto
para la eternidad. Es
“aquella puerta difícil” que John Bunyon vio en su visión.
La cruz es la puerta por la que tenemos que
pasar si vamos a avanzar con Cristo y a estar donde Él está.
La cruz es el
comienzo de toda auténtica vida en el Espíritu.
Es la puerta al
eterno reino de Dios. La cruz puede ser el fin de esta vida nuestra que tan
atada ha estado a este mundo, pero es el comienzo de la verdadera vida eterna
en los santos de Dios.
La cruz es
nuestra amiga. Tomad y abrazad vuestra cruz, y seguidle a Él.
La Importancia de La Cruz - G.Davis y M.Clark
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