Arthur Katz
David escribió el Salmo 51 como resultado de una revelación profunda y dolorosa de lo más íntimo de todo su ser.
El relato nos es bastante familiar. David prefirió que mataran en la batalla a Urías, el esposo de Betsabé, a que su adulterio saliese a la luz.
Después de un tiempo considerable, el profeta Natán fue a David para confrontarlo. Lo hizo de una manera bastante indirecta, contándole primero una historia.
Le cuenta cómo un hombre rico que tenía necesidad de sacrificar una oveja para dar de comer a un huésped que le visitaba, le quita la única ovejita preciosa a un vecino pobre.
El sentido de justicia de David fue provocado, y lleno de ira pronuncia un juicio severo contra el hombre rico. “Vive Jehová, que el que tal hizo es digno de muerte. Y debe pagar la cordera con cuatro tantos, porque hizo tal cosa, y no tuvo misericordia.” (2 Samuel 12:5-6).
En aquel preciso instante, y no un momento antes, es que Natán se vuelve a David y le dice: “¡Tú eres aquel hombre!” (2 Samuel 12:7). Pasó un tiempo considerable entre el pecado de David y el día en que Natán lo confrontó.
¿Por qué Dios no envió al profeta inmediatamente? ¿Por qué le permitió a David seguir en su pecado? La respuesta está en el propio corazón de David y en lo que él necesitó ver en sí mismo.
Presumiblemente continuó en su actividad diaria como rey de Israel, para no mencionar su relación diaria con Betsabé. ¿Cómo le era esto posible? David había sido terriblemente injusto, y sin embargo, su pecado no le impidió discernir y responder con gran rapidez y tremenda indignación ante la injusticia del hombre rico que aparecía en el relato de Natán.
David era un hombre apasionadamente comprometido con la justicia, mientras al mismo tiempo era injusto en sí mismo.
De hecho, con mucha frecuencia así nos sucede en forma exacta a todos nosotros; somos muy rápidos para discernir el error en los demás, como lo fue David en su ira hacia el hombre rico. Podemos ser “hombres de verdad” fervientes en lo exterior, mientras por dentro vivimos una mentira sobre nosotros mismos sin saberlo.
Cuando Natán dijo: “Tú eres ese hombre,” David vio revelada la propia brecha que había entre su hombre interior y el hombre exterior. Vio un corazón injusto en medio de un celo ardiente por justicia. Esto fue lo que hizo su arrepentimiento tan profundo y tan completo.
Dios desea la verdad en lo más íntimo, y sabiduría en lo secreto. Si no está allí, somos falsos, a pesar de todas nuestras profesiones y confesiones. La verdad es espíritu; tiene que ver principalmente con nuestro espíritu, nuestro corazón y las partes más íntimas y profundas de todo nuestro ser.
El Engaño de David - Arthur Katz
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