Los Israelitas atravesaron el Jordán y se establecieron en la tierra prometida en su último campamento (Campamento No. 42) al final del éxodo, lo cual nos indica simbólicamente la libertad y conquista a la que esta llamada la iglesia al salir de la religión a una vida de libertad, en una relación directa, vital y real con Cristo Jesús; Cristo es símbolo de la tierra prometida y la herencia de los hijos de Dios.

La santidad es la obra del Espíritu Santo en nosotros, separándonos del amor del mundo. La santidad es un cambio de naturaleza desde dentro como resultado de la obra de Dios en nosotros. No es lo que hacemos externamente, sino quienes somos por dentro, lo que importa a Dios.


8 de junio de 2011

EL AMOR AGAPE


Charles Elliott Newbold, Jr.

El Amor de Dios al Hombre

El creyente cristiano es alguien que tiene una relación divina con Dios.
Esta relación nace en el Espíritu de Dios y tiene su fundamento en el amor de Dios.

El amor de Dios fue sacrificado. Cristo Jesús mismo dio un significado final a la palabra griega ágape, que significa amor. Es un amor que da hasta que no tiene necesidad de dar más. Es un amor que va más allá del interés egoísta de uno mismo.

“Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a Su Hijo unigénito para que todo aquel que crea en Él, no se pierda, más tenga vida eterna.” (Juan. 3:16).
Dios amó tanto, que dio en extremo… se entregó a Sí mismo.

La voluntad final de Dios es impartir Su vida divina y Su naturaleza a Sus seres creados para que puedan ser como Él es: santos y justos.

Para evitar que el hombre se levante de la consideración de que vale algo o es digno de algo, Dios basó Su salvación del hombre en Su propio amor, misericordia y gracia. Cuando dependemos totalmente de Dios de ese modo, podemos finalmente llegar a la conclusión de que de ninguna manera somos dioses sabios.

Dios escogió salvarnos de nosotros mismos—nosotros, que nos inclinamos a la autodestrucción—amándonos de tal modo, dándose a Sí mismo tan completamente—y todo eso, aún siendo nosotros completamente inmerecedores de ello (Rom. 5:8).

Así, este es el fundamento del ágape: que alguien ceda su vida en gracia y misericordia, a alguien que no lo merece.


El Amor del Hombre a Dios

Habiendo sido hechos dignos por la sangre del Cordero, habiendo sido llenados con la vida y el poder de Dios por medio de la impartición divina de Su Espíritu Santo, recibimos una dimensión más profunda del significado del ágape.

Teniendo ahora el ejemplo del Dios perfecto dándose a Sí mismo en misericordia y en gracia al hombre imperfecto, el hombre imperfecto ahora es llamado, e incluso se le ordena a entregarse a cambio al Dios perfecto. El hombre no merecía el ágape de Dios. Pero Dios, sin embargo, es absolutamente digno de nuestro ágape.

“Os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que es vuestro culto racional”. (Rom. 12:1).

Dios Se presentó a Sí mismo en la cruz como un sacrificio hasta la muerte—dando hasta que no tenía nada más que dar. Nosotros hemos de presentarnos a Él como un sacrificio de vida—dando nuestro todo hasta que no podamos dar más.

Hemos de sacrificar nuestra vida del yo mediante la participación en Su muerte y sepultura (Rom. 6:4) para que Su vida sea vivida en y a través de nosotros (Gál. 2:20).

Así que la única relación válida que produce vida, que podemos tener con Dios y que es aceptable para Dios, es la que se fundamenta en el ágape. Él nos mostró el camino. “Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13). Incluso entonces, el amor que damos a Dios sólo puede ser ese amor que Él nos haya impartido primero. Es Su amor obrando a través de nosotros.

El Amor del Hombre al Hombre

Ahora bien, este ágape se convierte en el fundamento de nuestra relación con todos los demás en la familia de Dios y más allá. Hemos de seguir Su ejemplo de vida sacrificada. Hemos de amarnos unos a otros en tal misericordia y gracia para que impartamos Su propia vida los unos en los otros. Su amor en nosotros y a través de nosotros produce vida. Ninguna otra forma de vida puede producir vida eterna. Toda la demás vida es material, física, corruptible.

Esta es la diferencia entre la carne y el espíritu: Dios es espíritu. ÉL habla espíritu. Reproduce espíritu y lo hace por medio de Su Espíritu. La carne es corruptible, terrenal, temporal. El Espíritu es incorruptible, celestial y eterno. La carne lleva a la muerte. El Espíritu lleva a la vida. La carne es atadura. El Espíritu es libertad. La carne es egoísta, El Espíritu es generoso.

Considerémonos unos a otros, especialmente a los de la familia de Dios, con este ágape por el que nos amamos tanto unos a otros que damos hasta que no queda más necesidad de dar. Porque tal dadivosidad, tal amor, es el mayor testigo que necesita un mundo pecador. “En esto conocerán que sois Mis discípulos, si amáis unos a otros. “ (Juan 13:35).

Somos atraídos a hacia esa naturaleza de ágape de Cristo dentro de cada uno de nosotros.

La obediencia del Ágape

Ahora bien, cuando nosotros amamos a Dios de ese modo e igualmente a nuestro prójimo, estaremos operando en el ámbito del Espíritu. Porque el único modo de amar verdaderamente con el amor de Dios es estar en el Espíritu de Dios para descubrir cómo este amor opera en la vida.

Sólo Dios conoce el corazón del hombre. Sólo Dios sabe qué es lo mejor en cada situación dada de la vida. Sólo Dios es la solución a cada necesidad.

Así, los fieles son los que niegan sus propias opiniones a sí mismos para descubrir la opinión de Dios, los que niegan sus propios deseos a sí mismos para descubrir el deseo de Dios, y los que niegan a sí mismos su propia voluntad, para descubrir la voluntad de Dios. Los fieles son los que toman su cruz, se niegan a sí mismos (es decir, mueren a la voluntad del yo) y persiguen lo que Dios está haciendo.

Son los que dicen lo que Dios dice, hacen lo que Dios hace, y son lo que Dios los ha hecho ser. Son verdaderos profetas de Dios; es decir, verdaderos portavoces de Dios por la misma vida que viven. Son cartas vivas, oráculos de Dios.

Una vez que el creyente ha entrado en tal relación ágape con Dios, ha cruzado la línea. Ha pasado del ámbito de la carne al ámbito del Espíritu—no sólo de palabra, sino en su caminar.

Su relación con Dios ya no se basa más en el yo—lo que puede obtener de Dios, sino que se fundamenta en Dios—lo que puede dar a Dios.

¿Pero qué puede dar a Dios ante una salvación tan grande, tan rica y tan libre? La respuesta: Él mismo—“un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios…” (Rom. 12:1).

No hay nada que podamos hacer por Dios que lleve fruto para Dios excepto lo que Dios, por Su Espíritu, ordene. Dios tiene un plan. Tiene un plan para cada hombre. Ese plan no puede cumplirse en la carne. Sólo puede conseguirse en, con y por el Espíritu de Dios.

El único verdadero orden del Nuevo Testamento para la iglesia es Jesús. Él no es una forma de gobierno, aunque Él tiene gobierno. No es un juego de credos, confesiones y sistemas de creencias; aunque Él pone doctrinas sanas, preceptos y principios a los que adherirse. La verdadera iglesia es un pueblo obediente en una relación correcta con Su Dios.

Jesús nunca hacía nada a excepción de lo que veía o escuchaba al Padre oír o decir (Juan 5:19-20,30; 12:49). En cambio, nos dio el Espíritu Santo y dijo de Él, “…No hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.” (Juan 16:13)

Construir lo que Dios está construyendo demanda que el constructor entre en contacto con Dios por Su Espíritu Santo: “Los que son guiados por el Espíritu de Dios, esos son los hijos de Dios.” (Rom. 8:14).

Los fieles son los que sólo quieren construir lo que Dios está construyendo. Le aman tanto.”Si alguno Me ama, guardará Mis palabras…” (Juan 14:23).

Los fieles son los que quieren lo mejor de Dios para sus hermanos y hermanos en la familia de Dios. La única forma de saber lo que es mejor, es descubrirlo del Padre.

La Comunión del Ágape

Tal fidelidad, tal ágape, tal obediencia, tal cercanía de Dios, sólo puede llegar a través de largos momentos de oración y comunión con Dios. La única forma de construir cualquier clase de relación con alguien, es pasando tiempo juntos.
Cuánto más tiempo juntos, más se amplía el fundamento para esa relación.

Tengo hijos que viven en otra ciudad. Cuando paso tiempo con ellos, descubro que tengo más cosas sobre las qué hablar con ellos porque nos enteramos sobre lo que pasa en las vidas de cada uno. Pero cuánto menos tiempo pasamos juntos, menos parece que tengamos qué decirnos unos a otros. Te imaginas que debería ser completamente lo opuesto, pero no es así.

Cuánto más tiempo pasamos con Dios en oración y en Su Palabra—hablando y escuchando—más aprendemos de Él, de Sus caminos, de Sus deseos/voluntad, Sus propósitos en nuestras vidas, Sus bendiciones sobre nosotros—es infinito porque Él es infinito. Cuánto más nos visitamos, más tenemos de qué hablar.

El Caminar más profundo del Ágape

Así que esto es un vistazo a los Tabernáculos. “Cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque Le veremos tal como Él es.” (1ª Juan 3:2). Ése es el llamado hacia arriba de Dios (Fil. 3:14), ese ámbito más alto en el Espíritu, ese caminar más profundo con Dios, ese viaje hasta el Monte Sión: ser semejante a Él.

“Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová.” (Isaías 2:3,Miqueas 4:2).

Sión habla de un lugar en Dios por el Espíritu, dónde Jesús es lo único que hay. Él es el todo en todos.
Jerusalén habla de la iglesia, la asamblea de los llamados fuera que se reúnen en Jesús.

Una vez que vamos a Sión, nos convertimos en el Sión de Dios. Una vez que recibimos la Palabra, nos convertimos en la palabra de Sión: es decir, de nosotros saldrá la ley y la palabra.

Las multitudes Le seguían con tal de que Jesús alimentara y sanara su carne. Pero los que Le siguieron a las cumbres en busca de una instrucción más profunda en el discipulado fueron sólo unos pocos.

Descubrimos que los ministerios que tienen una reputación de moverse en los dones, pueden atraer a mucha gente.
Pero pocos están interesados en escuchar la palabra que invita a esa vida sacrificada del ágape.

Una vez me dijo un hermano cristiano; “No puedes edificar nada sobre la cruz.” Estaba completamente en lo cierto. Nada de la carne puede edificarse sobre la predicación de la cruz. Tienes que predicar otro evangelio para conseguir hacer ese edificio.

Pero la predicación de la cruz es la única predicación que construye la casa de Dios, que consigue la gran comisión del evangelio del Reino.

Unos años antes de este escrito, el Espíritu del Señor me indicó que “este evangelio del Reino” todavía no estaba siendo predicado por el mundo como Jesús dijo en Mateo 24:14 que así sería.

Yo pensé, “Pero Señor, ¿Con todos los ministerios de Televisión y los misioneros saliendo…?”
Y de nuevo me dijo, “He dicho, ‘Este evangelio del Reino…”

Sabía que era cierto. Había una forma del evangelio, un aspecto, o algo que pensábamos que era el evangelio, lo que estaba siendo predicado. Incluso podía ver que de cualquier modo, Dios estaba obrando para salvar almas. Pero yo sabía que algo faltaba. Este evangelio del que Jesús hablaba no estaba siendo predicado.

En ese momento no estaba muy seguro lo que era “este evangelio”. Hoy lo veo más claro al ver como surgen estos “crucificados”. No sólo predican el estilo de vida crucificado, lo viven.

Algunos lo están viviendo y ni siquiera saben como hablar sobre eso. Algunos lo ven y están intentando describirlo pero no están necesariamente caminando en eso. Finalmente, sin embargo, nadie puede hablar de este ámbito hasta que esté realmente caminando en ello.

Tú que lees esta palabra y tienes hambre de ese caminar más profundo, puedes tenerlo, tanto si lo ves ahora o no. Simplemente pidiéndole a Dios que tome control y que te lleve al Lugar Santísimo, a la habitación del trono con él, a esa vida de santidad ante Él, al ágape—la vida crucificada.

“Los Crucificados” – Charles Elliott Newbold, Jr.

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"Consuelo para los que están en este mundo, pero que no son de este mundo, y por tanto, son odiados y están cansados de él, es que no estarán para siempre en el mundo, ni por mucho tiempo más"

Matthew Henry