George Davis y Michael Clark
“El viento sopla de donde quiere y oyes su sonido, más ni sabes ni de donde viene ni a donde va. Así es con todo aquel que nace del Espíritu.” (lee Juan 3:7‐10).
Al observar a la iglesia hoy, parece que nada haya cambiado realmente a lo largo de los últimos 2000 años. La misma mentalidad que paralizó a Nicodemo sigue paralizando a los Cristianos.
La soberanía del Espíritu sigue siendo un concepto de lo más desconcertante para los que dependen de libros de oraciones, homilías, y boletines dominicales que les digan qué orar, qué creer, qué decir y qué es lo siguiente que viene. Se horrorizan ante el mero pensamiento de que el Espíritu de Dios sople quiera o no quiera entre ellos, conforme a Su propio curso y tiempo impredecibles.
El entorno con el que estamos tan familiarizados es muy distinto de la Iglesia que fue llevada delante de los magistrados y potestades y que dependía únicamente del Espíritu para hablar por ellos y a través de ellos sin un pensamiento previo.
Cristo había prometido a estos creyentes indoctos, “Mas cuando os entreguen, no os preocupéis por cómo o qué hablaréis; porque en aquella hora os será dado lo que habéis de hablar. Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros.” (Mateo 10:19‐20).
Tenemos que apuntar aquí que los gnósticos, que afirmaban poseer un conocimiento más alto (gnosis) de Dios, estaban entrando y posicionándose como maestros de las masas indoctas.
Eran hombres muy preparados, que mezclaban el cristianismo con la filosofía griega, trayendo una escuela de mentalidad de Atenas entre los creyentes. A través de sus sermones platónicos, estaban usurpando al verdadero maestro y guía, el Espíritu Santo.
Esto fue una amenaza que no se desvaneció de la noche a la mañana, porque incluso Tertuliano, del Siglo II, preguntó, “¿Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén? Todavía tenemos que recuperarnos de este elitismo.
Todavía hay entre nosotros que afirman tener un conocimiento que los posiciona por encima de las sucias masas, del laicado. Creen tener el derecho y la responsabilidad de ser los maestros y los guías exclusivos de los hijitos.
El cristiano medio hoy día, habiéndose vuelto dependiente de la dirección de los hombres, está tan atontado como Nicodemo, cuando las cosas no están claramente definidas de una manera conocida y aceptable (inofensiva).
Estos palabras de Jesús “el viento sopla de donde quiere”, asustan tanto a los doctos maestros de la cristiandad de hoy día como asustaron a la cátedra de los fariseos.
Es como un poderoso torbellino que sopla conforme a Su propio curso divino, exigiendo nada más y nada menos que los que hayan nacido de Él, vayan hacia dónde Él sopla.
Después de la partida de Jesús, los discípulos esperaron la promesa del Padre en el aposento alto. Escucharon el sonido de un “viento recio que llenó el aposento donde se encontraban” (Hechos 2:2). Este efecto encaja perfectamente con la realidad que seguiría después.
En este personaje, el libro de los Hechos es el registro de un poderoso torbellino del Espíritu de Dios, que sopla a donde desea, poniendo todo el gobierno directamente sobre los hombros de Aquel que ordena los vientos y las olas.
La mayoría de las iglesias evangélicas predican con prontitud, “¡Tienes que nacer de nuevo!”, pero pocos comprenden o abrazan la realidad detrás de las palabras de Jesús, “El viento sopla de donde quiere… así es con todo el que es nacido del Espíritu.”
El viento sopla de donde quiere… George Davis y Michael Clark
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