George Davis y Michael Clark
Pocos negarían que las denominadas iglesias de hoy día, están notablemente lejos de la Iglesia de hace 2000 años, que puso el mundo al revés por el poder de Dios. Esta discrepancia ha dado lugar a unos amplios discursos y escritos sobre la reforma de la Iglesia, con la esperanza de recuperar la dinámica que ésta ha perdido.
Hay un problema principal en todo esto. La mayoría de estas enseñanzas y escritos se basan en la suposición de que si encontramos el patrón correcto, o el régimen correcto, experimentaremos la vida y el poder que conocieron los primeros creyentes.
Esta mentalidad de “campo de sueños”, “edifícalo y vendrán” es el típico ejemplo del carro que empuja al caballo.
Creemos que la cristiandad ha elevado el conocimiento de cabeza del mundo (la letra), hasta un lugar que ha usurpado el conocimiento experimental de la Palabra viviente (Jesús). Las palabras de Jesús a los fariseos suenan hoy tan verdaderas como siempre:
“Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida.” (Juan 5:39‐40).
Cualquiera que utilice la Biblia como un libro de normas, no comprende el propósito divino de la Escritura. “El Testimonio de Jesús es el Espíritu de la profecía”. Sea cual sea nuestra doctrina, si no nos dirige a un conocimiento íntimo de Cristo, pierde el objetivo de Dios completamente. Las Escrituras fueran escritas para que podamos “creer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios”, y para que creyendo, podamos “tener vida en Su nombre”.
Las Escrituras apuntan a Jesús, y sin embargo, que triste que muchos rehúsen venir a Él. No podemos encontrar evidencia de que Jesús enseñara a Sus seguidores a vivir estrictamente conforme a un libro de reglas. Lo que si dijo es que Dios dio las Escrituras del Antiguo Testamento para traer al lector a Él mismo.
Del mismo modo, los Evangelios y las Epístolas no son libros de normas por las que intentamos de forma independiente y sistemática, acercarnos a Dios por nuestros propios méritos. Son testigos de Él, por cuya sangre somos aceptos en el amado.
Cristo es la sustancia de la que testifican las Escrituras. Las Escrituras son un espejo que refleja Su imagen. Fueron dadas para verificar la existencia y la realidad de una Persona y para llevar a los lectores a dicha Persona.
¿Debemos estudiar las Escrituras? ¡Absolutamente! El problema no es el estudio de las Escrituras sino la creencia errónea de que ellas son la Fuente, el pozo de la vida. Las Escrituras son un testimonio, y como todo buen testimonio, no testifican de si mismas, sino de que apuntan al que es la Fuente de la vida. Agradó al Padre que toda la plenitud habitara en Cristo, el Hijo (Colosenses 1:19). La Luz está en la Vida.
El que tiene al Hijo tiene la Vida. ¡Lo sabremos SI proseguimos en el conocimiento del Señor!
Lo que hoy día se denomina a sí misma iglesia, es claramente una trasgresión de la misma naturaleza de Dios, por el hecho de proseguir en el pecado de rehusar vivir tan solo a través de Su vida. Pablo exhorta:
“Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gál. 5:25).
A toda la verdad – M.Clark y G.Davis.
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