Los Israelitas atravesaron el Jordán y se establecieron en la tierra prometida en su último campamento (Campamento No. 42) al final del éxodo, lo cual nos indica simbólicamente la libertad y conquista a la que esta llamada la iglesia al salir de la religión a una vida de libertad, en una relación directa, vital y real con Cristo Jesús; Cristo es símbolo de la tierra prometida y la herencia de los hijos de Dios.

La santidad es la obra del Espíritu Santo en nosotros, separándonos del amor del mundo. La santidad es un cambio de naturaleza desde dentro como resultado de la obra de Dios en nosotros. No es lo que hacemos externamente, sino quienes somos por dentro, lo que importa a Dios.


13 de octubre de 2011

TROMPETAS: LLAMADO AL ARREPENTIMIENTO


Autor Anónimo
 
Siete fiestas debían guardar los israelitas en el Antiguo Pacto, pero tres de ellas eran las principales en Israel y tipificaban dispensaciones que se han venido cumpliendo a cabalidad; eran fiestas obligatorias para todo israelita y sombra de lo que había de venir: la Pascua, Pentecostés y Tabernáculos (Éxodo 23:14-17). Y, aunque eran siete, no dice la Escritura que siete veces debían comparecer ante El (Éxodo 34:23; Deuteronomio 16:16) sino que solamente tres veces al año debían comparecer ante el Señor.

La Fiesta de la Pascua se cumplió cuando el Cordero de Dios (Juan 1:29) fue inmolado por nosotros, para que el juicio y la ira de Dios pasaran por encima de nosotros, cayendo sobre ese Cordero bendito por los siglos como un sustituto nuestro. Tipifica la redención y rescate de Egipto, que es símbolo del mundo, por medio de ese sacrificio eterno (1ª Corintios 5:7).

 La Fiesta de Pentecostés se cumplió cuando cincuenta días después del sacrificio del Cordero de Dios, los comienzos, los primeros frutos fueron bautizados en Espíritu y Fuego (Hechos 2:1-3) convirtiéndose en las primicias de la Iglesia, el primer ramillete de ciento veinte nacidos de nuevo. Ciento veinte nuevas creaciones, a semejanza de la semilla plantada y con la misma imagen del Cristo resucitado, fueron espectáculo que notificó a principados y potestades en los cielos el misterio de que Dios iba a tener un pueblo con su misma naturaleza, que todos esos nacidos de nuevo iban a ser conforme a la misma imagen de su hermano Primogénito (Romanos 8:29).

Esta Fiesta-Dispensación comenzó con los hechos de los apóstoles y por casi dos mil años se ha extendido aun hasta nuestros días, fiesta que está llegando a su final, hasta que la levadura simbolizada en ella llene las tres medidas y todo quede leudado (Mateo 13:33; Levítico 23:15-17 “…cocidos con levadura…”); hasta que se cumplan los tiempos y entre la plenitud de los gentiles (Lucas 21:24; Romanos 11:25). Esta fiesta no era el todo del propósito eterno sino un escalón que nos llevaría a ese propósito final.

La tercera y última fiesta es la Fiesta de los Tabernáculos que tenía varias connotaciones: la de cosecha final a la salida del año (Éxodo 23:16b), pues era el  fin del calendario judío de labores agrícolas y el inicio del nuevo año (Éxodo 34:22b), era precedida por el toque de trompetas (Números 29:1), que introducía al pueblo de Israel al día sagrado de las reconciliaciones con Dios -para los judíos el más solemne pues era el único día en que el Sumo Sacerdote entraba en el Lugar Santísimo para reconciliar al pueblo por medio de la sangre a fin de estar a cuentas y en paz con Dios (Éxodo 30:10; Levítico 16:2-34), hoy se conoce como la fiesta del Yom Kipur, Día del Perdón y es el día más sagrado guardado por los judíos practicantes-.

Tabernáculos también significaba la fiesta del reposo, del descanso y regocijo después de la cosecha final, era la sombra que tipificaba ese reposo prometido que hace falta por cumplirse en nosotros (Hebreos 4:1-11); además, al salir a morar en cabañas o tabernáculos los israelitas eran el testimonio vivo ante los ojos del mundo de que eran peregrinos y advenedizos en esta tierra, de que eran extranjeros y esperaban la ciudadanía de la Nueva Jerusalén, la Jerusalén celestial, ciudad de Dios.



Es en esta fiesta que el Cuerpo de Cristo será llevado a Plenitud. Quien piense que el Señor vendrá por una iglesia dividida, profanada, ebria y arrugada cual se ve en esta hora, ignora la potencia de Dios, se encuentra en incredulidad y no está alineado con Sus planes eternos; no ha ido al secreto de Dios para oír y ver lo que El está haciendo de manera invisible “hoy” dentro de sus llamados, escogidos y hallados fieles, pero que pronto será manifiesto.

Así como esta fiesta tenía varios grados o etapas, creemos que hoy nos encontramos en el toque de trompetas que corresponde al preámbulo de esta Fiesta-Dispensación.

Estamos oyendo el sonido de alarma para ser apartados y reconocidos por el Señor a fin de entrar en la herencia de esta hora (Levítico 23:24 y 25:9). Es una obra íntima y secreta que realiza el Espíritu Santo enviado para formar una Novia limpia y con la misma naturaleza del Hijo.

Queremos señalar que este toque de trompetas es algo muy solemne y que aquellos que están caminando con el Señor en obediencia y fidelidad, con seguridad lo están escuchando. Ese toque de las trompetas es la introducción a la Fiesta de los Tabernáculos. Pero una de sus características es que es un llamado al arrepentimiento (Levítico 23:27, 29 y 32) y de tal trascendencia, que la Escritura nos dice que quien no aflija su alma será cortado de entre el pueblo (Levítico 23: 29). Ese afligir el alma es un llamado al arrepentimiento semejante al que precedió a la primera venida del Señor Jesucristo, cuando el ministerio de Juan el Bautista allanó el camino (Mateo 3:1-2).

Cuán solemne fue ese toque de trompeta, se ve por la brevedad con que la Escritura habla del ministerio del Bautista pero su fruto fue contundente; de su servicio dijo el Señor Jesucristo que no se había levantado entre los nacidos de mujer otro mayor que Juan (Mateo 11:11). Le correspondió a aquel siervo fiel ser un atalaya ungido por el Espíritu Santo para presentar al Novio una Novia digna (Juan 3:29-30) en la entrada de esa Dispensación con trompeta irrefutable (Lucas 1:15-17). Este, es un arrepentimiento que proviene de lo Alto, no es de hombres, es nacido de la convicción del Espíritu Santo, preparando la Novia para el cierre de esta Dispensación.

No es algo que usted y yo podamos producir o inducir, no es de carne y sangre, sino del Padre celestial por Su Espíritu, que nos permite ver nuestra corrupción interna, nuestra gran incredulidad y escasez en El como también la depravación de nuestro entorno.

Tenemos muchos motivos para afligir nuestras almas, comenzando por nuestras propias vidas, siguiendo por el estado actual de la iglesia visible y viendo la maldad de este mundo corrompido, tal como atestigua la Escritura de Lot que afligía su alma justa a causa de lo que veía y oía (2ª Pedro 2:8). El Señor en su fidelidad levanta ministerios cuyo llamado se asemeja al de una trompeta o un shofar (Jeremías 6:17) con el fin de que el pueblo atienda.

Pero, ¿por qué fue necesario un llamado al arrepentimiento en tiempos de Juan el

Bautista? Porque venía el Novio, se acercaba el Heredero y era menester una Novia digna de Él. Sin embargo, quienes siempre se creyeron los escogidos, el pueblo de Israel, creían que estaban en el buen camino, al guardar los ritos y las tradiciones de la Ley. Creían que al cumplir las ceremonias y rituales bastaba para Dios, se sentían muy orgullosos de ser simiente de Abraham, convencidos que con solo tener el Templo y sus servicios era un seguro refugio y la señal inequívoca de que ellos tenían a Dios de su lado; sin embargo, el Señor dijo que estaban llenos de maldad por dentro, que su temor a Dios era externo, enseñado por los hombres y no fruto de los tratos íntimos con Dios en sinceridad (Mateo 15:7-9).

El Bautista le advirtió a su generación que si no daban buenos frutos serían cortados con hacha y echados al fuego, pues el juicio era inminente. Y como un “trompetazo” ineludible, les dijo que no se fiaran en creer que eran descendencia de Abraham porque la verdadera simiente de Abraham Dios la reconocía por los frutos. Sabemos por la historia que el juicio sobre esa generación no tardó y, en efecto, no pudieron huir de la ira que vino. Tras el rechazo al arrepentimiento, no tardó el juicio; la puerta se cerró, Jerusalén fue arrasada y todo Israel fue disperso por casi dos mil años.

Es que a la carne no le agrada el sonido de trompeta, el viejo hombre elude su resonancia turbadora, es un sonido tan fuerte que estremece lo adámico y terrenal

(Éxodo 19:16). Fue en el monte Sinaí que rehusaron escuchar la voz de Dios directamente puesto que implicaba arrepentimiento y muerte al viejo hombre, entonces prefirieron enviar a Moisés perdiendo la oportunidad de ser  circuncidados en el corazón y a la postre recibieron un mensaje de segunda mano, que no tendría el efecto deseado por el Padre Celestial. En verdad, a la carne no le gusta oír la voz de Dios directamente y sin intermediarios porque sabe que es su segura muerte (Éxodo 20:19).

Para ella, mejor oír de Dios a través de terceros, mejor tener intermediarios de cualesquier religión, mejor “no hable Dios con nosotros”. Siglos después, el Señor reprendiéndolos les dijo que todo se resumía en si oían la voz de Él para obedecerla o no (Jeremías 7:23 ver contexto en versículos 21-26). Ni los reprendió por los ritos y ceremonias que cumplían con exactitud, sino por rehusar escuchar Su voz para obediencia.

También hoy se requiere de la trompeta que llama al arrepentimiento, porque el Novio regresa, el Heredero vuelve en breve por una Novia muy selecta que ha participado de sus sufrimientos para poder reinar con El; y al igual que allá los hombres no quieren saber del escándalo de la cruz, del vituperio del madero. No ha cambiado el ardid de los hombres, delegando en “líderes espirituales” que les digan supuestamente qué es lo que Dios quiere y ellos dicen estar dispuestos a hacerlo, antes que buscar la voluntad divina en la quietud de un corazón contrito y humillado.

Es en esa abdicación de nuestras obras, en ese dimitir de nuestra voz, que aparece la voz apacible y delicada del Espíritu Santo para mostrarnos que el Novio en su ministerio actual, a la Diestra del Padre con toda potestad, tiene la capacidad de hacer efectivo en nosotros el Nuevo Pacto, de introducirnos en los bienes venideros, de llevar a su Novia a Madurez, a Plenitud, a la estatura de la Cabeza, a la edad cumplida para recibir la herencia.

Requerimos un sonido de trompeta con la fidelidad y contundencia como en días del Bautista, porque también hay un pueblo que cree que con guardar ritos, ceremonias y mandamientos de hombres están bajo la cobertura de Dios. Como en sus días, en nuestra generación no son pocos los que se creen los verdaderos hijos de Dios por guardar mandamientos de hombres y por tener el cascarón, la externalidad de los rituales cristianos, pero su corazón está lejos del Señor Dios.

Sólo el arrepentimiento obra del Santo Espíritu nos puede introducir en esta Fiesta-Dispensación para tener la revelación de los planes del Padre Celestial en este día, sólo gimiendo por Su misericordia para que nos introduzca en la herencia que nos es imposible alcanzar por nuestras fuerzas, anhelos, intenciones y justicias propias. Sólo doblegando nuestros corazones suplicando que la fe de El obre en nosotros para ser hallados fieles y que Sus obras sean halladas en los miembros de su Cuerpo. Sí, habrá una Novia digna para Su Hijo, tal como Rebeca para Isaac, el hijo de la promesa; y como un tipo que fue el siervo de Abraham fiel a su encargo, hoy confiamos plenamente que el Espíritu Santo cumplirá la obra encargada, que es hablar y testificar de Cristo, revelar y comunicar al Hijo para que la Novia sea atraída solamente a Él, enamorada de Él, apartada celosamente solo para El, purificada en El y llegue a la estatura de Él. He ahí la razón de la potente trompeta, del llamado al arrepentimiento, del sonido de shofar, del por qué afligir nuestras almas. ¡Así sea!

Retiñirán Ambos Oídos (Parte 1) – Autor Anónimo

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Matthew Henry