El pueblo de Israel estaba confiado en los ritos externos de la Ley y en las apariencias, confiado en cumplir unas ceremonias, confiados pues en la seguridad que les daba tener el Arca del Dios de Israel con ellos pero su corazón no era recto para con Dios. Fue entonces que Él le dijo al profeta Samuel que haría una cosa que quien la oyere le retiñirían ambos oídos (1ª de Samuel 3:11): que la gloria de Dios, simbolizada en el Arca del Pacto, caería en manos de los Gentiles, enemigos del pueblo de Israel y sería “secuestrada” por los Filisteos.
Esto era algo sacrílego para los oídos de cualquier israelita de ese tiempo, esto era un imposible para su teología, era un absurdo para sus creencias, el hecho de que Dios fuese a dejar caer el Arca del Pacto en manos de incircuncisos.
Tanto como si hoy alguien se levantara y dijera que la presencia del Señor no está ya entre los Evangélicos y Protestantes, porque se han corrompido, porque han adulterado con otros dioses, que por no arrepentirse Dios los ha abandonado y los ha dejado a la dureza de su corazón: Quién creería ese anuncio? Israel se acostumbró al Arca del Pacto, se le volvió costumbre el Arca y ésta terminó siendo un fetiche, un amuleto; y creyó Israel que con sólo tenerla entre ellos, sin necesidad de andar en integridad, Dios estaba obligado a bendecirlos, a darles la victoria, Dios tenía que ampararlos y ellos contar con Su presencia.
Cuán equivocados estaban, porque cuando el culto al Señor se vuelve externo, se vuelve falsa religión y se torna costumbre, la gloria de Dios indefectiblemente se va.
La historia de esto se encuentra en el primer libro de Samuel capítulo 4 en donde finaliza con una muy terrible palabra: “Icabod”, que quiere decir “la gloria se ha ido” y “sin gloria” (1ª Samuel 4:21-22). Israel perdió la Gloria de Dios y quedó convertido en un pueblo Sin Gloria, es decir, sin la presencia de Dios, sin el respaldo del Señor, sin la guía del Altísimo, con la profesión de fe vacía, con el cascarón pero la esencia de adentro ausente. Dios ya no estaba con ellos, se les había apartado por su impiedad, los entregó a derrota delante de sus enemigos y permitió que el Arca fuera capturada por impíos.
En efecto, la gloria de Dios se fue de Silo, el lugar de la presencia de Dios en esos días, el sitio donde Dios se manifestaba, allí donde el Señor les había señalado para guiarlos, el lugar de encuentro con Dios (Salmo 78:60-61; Jeremías 7:12).
Siglos más tarde, el Señor le dice a Israel que mire, que aprenda de lo que sucedió en Silo donde hizo morar su Nombre al principio, que vean el resultado de lo que era una profesión de fe externa, bonita y pomposa de labios pero de corazón falso, que meditaran en lo que sucedía cuando se “manosean” las cosas santas, que aprendieran qué pasa cuando se “usa” el nombre del Señor para provecho propio, para buscar las cosas de este mundo, aquellas de este reino y no del de Dios primeramente; lo que acontece cuando el corazón se corrompe y se acerca al Señor con reservas, con cartas tapadas, con motivaciones mezquinas, cuando vamos a ver qué partido sacamos para el yo, para fortalecer al viejo hombre, para nutrir al Adam caído, cuando en fin, el caminar nuestro en Cristo se torna una costumbre o una obligación.
Por eso el Señor les dice que el mal que traía sobre Israel era tal, que no lo iban a creer, y era que Dios los iba a entregar a ellos junto con la tierra de Israel a sus enemigos y que iban a apoderarse del Santuario, profanarían el Templo y lo destruirían. Quién podía creerlo? Qué oído le daría crédito y soportaría tal alevosía?
Pero la historia es bien conocida y en efecto, el pueblo fue entregado en cautiverio, terminó deportado en Babilonia, Jerusalén arrasada por los ejércitos de Nabucodonosor y el templo destruido (2ª Reyes 23:27; 2ª Crónicas 36:29; Jeremías 12:7; 26:6, 9 y 11; 52:13-14; Lamentaciones 2:7).
La Palabra de Dios a través de Elías profeta incomodó a los hombres de su época, que tenían un culto abominable al Señor, un culto contaminado con dioses ajenos, una mixtura, pues adoraban a los baales e invocaban al Dios verdadero y, aunque hubo un arrepentimiento transitorio fruto del ministerio de Elias, con todo, el Reino del Norte no se enmendó y terminó siendo transportado lejos, disperso por el mundo hasta hoy, fue destruido más adelante en días del impío rey Oseas y llevado en cautiverio por los Asirios (2a Reyes 17: 6, 18-24).
Cuando el corazón del pueblo de Dios se corrompió, todas las instituciones, toda la liturgia, las ceremonias y rituales del Antiguo Testamento, que eran un tipo, figura y sombra de los bienes venideros (Hebreos 10:1), perdieron su esencia a los ojos de Dios, perdieron su valor y el propósito para el cual fueron instituidas (Isaías 1:11-14; Jeremías 7:21-23); alecciona profundamente que el Señor diga que nunca les mandó a sacrificar holocaustos y víctimas cuando los sacó de Egipto, pues pareciera una contradicción, -aunque para los de limpio corazón no hay ninguna-; es que el pueblo terminó dándole mayor importancia a las cosas externas y relativamente fáciles, a la fachada del sepulcro, a colar el mosquito y pasar el camello, a la forma y no al fondo, dejando de lado lo más importante, que era oír Su voz para obedecerla, que era hacer la voluntad del Padre, que era vivir pendientes de El para caminar a Su agrado.
Tal y no de otro modo, como si hoy nos dijeran que no es ir a la iglesia, asistir cumplidamente a las reuniones, dar diezmos u ofrendas, leer puntualmente la Biblia, hacer cursos bíblicos, obedecer a los líderes espirituales, hacer largas oraciones, participar en las campañas y actividades de la denominación, asentir a todo lo que se diga desde un púlpito, contar con la aprobación o amistad del liderazgo, pues dan la falsa confianza de estar al agrado del Señor; en fin, llamarle Señor, Señor, pero no hacer lo que Él nos diga que hagamos (Lucas 6:46).
Es cuando el Padre de misericordias envía voz de alerta, a través de servidores con una palabra de trompeta, para zarandear, para sacudir, para despertar del letargo, para retornar del aturdimiento y que reaccionemos. Es una palabra incómoda, es molesta e insufrible para nuestra carne, es una gran voz detrás de nosotros como si nos persiguiera (Apocalipsis 1:10) pero si es rechazada, finalmente el Señor termina por quitar el candelero (Apocalipsis 2:5), cortar la unción, levantar su presencia (Ezequiel 11:23), la Gloria de Dios irse de ese lugar, abandonarnos a la dureza de nuestro corazón.
Solemne lección para nosotros hoy que podemos decir otro tanto, cuando la iglesia se ha mundanalizado, cuando de la fe de los santos se ha hecho una mercadería, cuando el evangelio que se escucha es el de Simón el mago -por dinero y egolatría- y los cultos evangélicos y protestantes una adoración descarada al dios mammón (culto a la prosperidad y a la riqueza). No repararemos que ICABOD? que la Gloria de Dios se ha ido? Sí, la gloria se ha ido de esa iglesia denominacional y muy pocos lo han notado; sólo un puñado lo ha discernido, sólo un remanente lo lamenta con sincero lloro, sólo unas reliquias gimen como paloma silenciosa en paraje muy distante, sólo una manada pequeña lo denuncia con shofar; aunque ya el Señor Jesucristo nos lo había advertido: (Mateo 24:15).
Quién podría creer que la abominación desoladora está en el Lugar Santo, lugar que también tipifica la era de Pentecostés, la era de los dones del Espíritu Santo, a estos dos mil años de peregrinaje y que acaba siendo totalmente leudado con la levadura del hombre. En verdad, en verdad las mesas de los panes para dar de comer a los santificados se encuentran todas llenas de vómito -advierta que las mesas se encontraban en el lugar santo-,! terrible misterio!.
Hoy también, en medio de la apostasía y abominación desoladora, el Señor Dios se reserva un remanente, unas reliquias, una manadita pequeña que no aman sus vidas hasta la muerte, que son mártires para Dios, que aceptan los duros tratos, que ceden ante la disciplina y corrección de Él, que en la intimidad con Dios abdican ante El, que mas no quieren gobernar su vida; forman parte del Ejército del Señor, están siendo formados en filas invisibles, hoy se encuentran acampando en silencio antes del amanecer, pero pendientes del Shofar, hoy están escondidos para este mundo pero acuartelados por Cristo Jesús su única Cabeza, atentos al sentir de su único Dueño, al palpitar de su único Señor, a la señal de su único Amado, con sus ojos puestos sólo en el Autor y Consumador de su confianza, como siervos atentos al mínimo gesto de la mano de su Amo (Salmo 123:2)
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