Charles Elliott Newbold, Jr.
Hay una sola narración desde el principio hasta el fin en la Biblia. Es una historia de amor entre un esposo y aquella a quien Él pretende hacer Su esposa. La historia comienza con una boda, una boda entre dos personas, un hombre y una mujer. “…y serán una sola carne” (Gén. 2:24).
Este primer hombre (Adán) fue hecho conforme a la imagen de Dios y fue planeado de Dios para ser como un hijo para Él.
Sin embargo, este primer hombre cayó de la comunión con su Padre-Creador cuando él Le desobedeció en el jardín de la vida. Habiendo caído, fue apartado de ese jardín de la vida para vivir bajo la maldición de la muerte. La muerte es la ausencia de la vida. Dios es vida y Adán ya no estaba por más tiempo en presencia de la Vida. “Porque la paga del pecado es muerte.” (Rom. 6:23).
Con esta historia comienza una historia de amor entre el Creador y Su ser creado.
Dios e Israel
A lo largo de la Biblia, vemos a Dios como al esposo y a Israel, como Su escogida, como Su esposa.
El ejemplo más impresionante de esto está registrado en Jeremías 3:6-8. Fue después de que Israel se dividiera entre el Reino del Norte, Israel, y el reino del Sur, Judá. El Señor habló a Jeremías en los días en que Josías era Rey, diciendo, “¿Has visto lo que ha hecho la rebelde Israel? Ella se va sobre todo monte alto y debajo de todo árbol frondoso, y allí fornica...”
“Y dije: Después de hacer todo esto, se volverá a Mí; pero no se volvió, y lo vio su hermana la rebelde Israel.”
“Ella vio que por haber fornicado la rebelde Israel, yo la había despedido y dado carta de repudio; pero no tuvo temor la rebelde Judá, su hermana, sino que también fue ella y fornicó.”
Dios había escogido a Israel a través de Abraham, Isaac y Jacob para ser para Él un pueblo escogido por Él mismo. “Porque eres pueblo santo a Jehová tu Dios, y Jehová te ha escogido para que le seas pueblo único de entre todos los pueblos que están sobre la tierra-”. (Deut. 14:2).
Pero por causa de su idolatría—por ir tras otros dioses, la cosa más grave de la que Dios ya les había advertido—Dios llamó ramera a Israel y a Judá. Esto lo describe vividamente Ezequiel 16. ¡Léelo!
Oseas el profeta, describe la relación de este esposo y esposa entre Dios e Israel en términos de su propia vida. Dios lo llamó a casarse con una ramera. Sin embargo, aunque ella le abandona para regresar a su condición de ramera, él muestra un gran amor por ella comprándola en la subasta.
En esta gran historia vemos a Dios como si cortejara a la ramera Israel para que regrese a su amor. Ella no está dispuesta a amarle, aparentemente incapaz de hacer eso, por lo que Él mismo la compra para Sí. Por supuesto, vemos esto ahora ante el hecho de la redención de Dios en Cristo Jesús nuestro Señor, que derramó Su preciosa sangre para comprarnos del pecado y librarnos de la idolatría.
Dios y la Iglesia
Esta relación de marido y esposa se desarrolla hasta el Nuevo Testamento con Jesús como el marido y la iglesia como la novia.
Es imposible ver a Israel y a la iglesia como entidades separadas. La iglesia de Jesucristo es meramente la extensión de Israel como el pueblo escogido de Dios. Israel y la iglesia son una personalidad a lo largo de la historia.
Lo que corresponde a la historia de Israel es nuestra historia en la iglesia hoy. Abraham es completamente nuestro Padre. Su historia es nuestra historia. Cuando escuchamos de Isaac y de Jacob, estamos leyendo de nuestros antepasados espirituales. Nos identificamos con ellos y ellos se identifican con nosotros, como siendo parte de ese cuerpo, de ese hombre, de esa persona, la esposa.
Pero la iglesia hoy, como la verdadera Israel de antaño, es igualmente capaz de caer en idolatría, como lo fue Israel.
Jesús y Su Esposa
Juan el Bautista reconoció esta relación entre Jesús y la iglesia como una esposa cuando anunciaba que “el que tiene la esposa es el esposo” (Juan 3:29).
Pablo escribió a los Corintios diciendo, “Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo para presentaros como una virgen pura a Cristo.” (2ª Cor. 11:2).
Pablo escribió a la iglesia en Éfeso y comparó la relación entre Jesús y la iglesia con la de un marido y su esposa. En este hermoso pasaje, Pablo nos dice que el esposo ha de mostrar la semejanza de Cristo a la iglesia y que la esposa ha de mostrar la semejanza de la iglesia a Cristo; es decir, el esposo es un tipo de Cristo en el hogar y la esposa es un tipo de la iglesia en el mismo (Efesios 5:21-33).
La palabra para iglesia en el griego es ekklesia, que de hecho significa “los llamados fuera” y es femenino en género.
En este pasaje de Efesios 5 leemos, “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a Sí mismo por ella…”
La palabra griega de la que se traduce el pronombre “ella” es autes, que significa “él”, “ella” o “ello” dependiendo del género de su antecedente. En este caso, el antecedente de autes es ekklesia; por tanto, debería ser traducido como “ella”. No es apropiado que los traductores utilizaran por error “iglesia” (“church” en inglés) en lugar de “llamados fuera”, y “ello” en lugar de “ella” (en la Biblia en inglés), porque esto enfatiza esa falsa noción de que la iglesia es una cosa en lugar de una persona.
Una de las grandes idolatrías que se ha arrastrado por el cuerpo de Cristo a lo largo de la era cristiana, es esta elevación del Cristianismo institucional. En muchos, muchos casos, la iglesia, se ha convertido en un amor mayor que la obediencia a Cristo. Todo lo que pertenece al Cristianismo institucional se asume que es el Evangelio.
Amamos a nuestra iglesia. Servimos a nuestra iglesia. Nos unimos a nuestra iglesia. Intentamos que otros se unan a ella. Competimos con otras iglesias sobre quién es el mejor, el más grande y quién está en lo correcto. Nuestras iglesias se han convertido en nuestros “lugares altos” en los que nos adoramos a nosotros mismos, pretendiendo estar adorando a Dios.
Hay un mandato legítimo de la Escritura de no dejar de congregarnos. “Considerémonos los unos a los otros para estimularnos al amor y a las buenas obras: no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos, y tanto más, cuando veis que aquel día se acerca” (Heb. 10:24-25). Hay una gran diferencia entre reunirnos con el objetivo de perpetuar a la iglesia local o a la denominación de la que podamos ser parte y reunirnos para estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras.
No solo hemos de congregarnos como el cuerpo de Cristo sino que hemos de reunirnos por el liderazgo del Espíritu Santo. Una cosa es ir a la “iglesia” y otra muy distinta es reunirse como la iglesia (los llamados fuera para reunirse en Cristo).
La Esposa sin mancha
Somos el Cuerpo de Cristo y como Su cuerpo, somos Su esposa acompañante. Y como siempre ha sido, Dios sigue cortejándonos para que Le amemos a Él y sólo a Él. Él sigue cortejándonos para poder ser nuestro primer amor.
Una cosa es decir que amamos a Dios, pero la verdadera prueba de nuestro amor está en nuestra obediencia. Jesús dijo en Juan 14:15 “Si me amáis, guardad Mis mandamientos”. (La traducción New American Standard dice, “Si me amáis, guardareis Mis mandamientos.”)
Jesús viene a por Su esposa. Él viene a por una esposa sin mancha ni arruga. (Efe. 5:27).
Él mismo fue el Cordero de Dios sin mancha ni arruga (1ª Ped. 1:19). El Cordero sin mancha sólo puede unirse en una carne con una esposa sin contaminación. Por eso es que sólo podemos ser redimidos por Su preciosa sangre y no con cosas corruptibles (1ª Ped. 1:18).
La esposa sin mancha ni arruga es la que ha guardado la fe; es decir, ha sido fiel a su primer y único amor, Jesucristo, su Señor. Ella es una amante fiel.
Una Esposa amorosa
Jesús dijo, “Si guardareis Mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como Yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en Su amor… Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros como Yo os he amado.” Juan 15:10-12)
Habrá más juicio contra la iglesia por no haberse amado unos a otros que quizá por cualquier otra causa. Es principal y probablemente lo más difícil de conseguir. Pero Dios considera el amor a los hermanos como igual a nuestro amor por Él.
Es vitalmente importante que guardemos Sus mandamientos porque como Jesús dijo, “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.” (Juan 13:35).
Decimos que queremos ser testigos de Él y a menudo, lo que queremos decir con eso es que queremos ganar a alguien para el Señor. Sin embargo, el gran testimonio se basará en nuestro amor los unos por los otros.
¿Cómo nos amamos unos a otros? Jesús nos mostró cómo en Su vida consagrada. “Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos.” (Juan 15:13). Jesús llamó amigos suyos a los que hicieran lo que Él decía. (Juan 15:14). Si, como obedientes somos considerados sus amigos, entonces consideraremos que lo mejor es ser amigos unos de otros de este mismo modo—poniendo nuestras vidas en amor unos por otros. Me ayuda decirlo de este modo: poner el yo unos por otros.
No hay forma de poder entrar a las cosas mas profundas de Dios, de poder acercarnos al gran trono de Dios, de poder entrar al Lugar Santísimo, si no amamos como Él amó.
Ser fiel a Jesús es ser fieles unos a otros. Amarle es amarnos unos a otros. Porque todos somos Su cuerpo. Lo que quiera que digamos o hagamos en contra unos de los otros, lo hemos hecho contra Él.
Cuando Saulo de Tarso estaba persiguiendo a los seguidores de Jesús, el Señor Jesús le confrontó en el camino de Damasco un día, apareciéndole en una luz cegadora y le preguntó, “Saulo, Saulo, ¿Por qué Me persigues?” (Hechos 9:4). Jesús ya había ascendido al Cielo y estaba sentado a la diestra del Padre. ¿Cómo podría Saulo perseguir a Jesús? Simplemente persiguiendo a Sus seguidores. ¿Ha cambiado algo hoy?
Una Esposa Santa
Atravesar el atrio exterior de la Pascua hacia delante hasta el Lugar Santo de Pentecostés, y al Lugar Santísimo de Tabernáculos, es avanzar de fe en fe, de gloria en gloria, es decir, ascender a un mayor amor y fidelidad: santidad.
Avanzar hacia un amor y fidelidad mayores, es estar separado de todo aquello que desagrada a Dios. Es un caminar de verdadera santidad.
Muchos interpretan la santidad, conscientemente o no, como la adhesión a un sistema de códigos morales que pretende controlar el comportamiento externo de los que creen en eso, o adherirse a ciertas doctrinas como la ley.
Pero la verdadera santidad se resume un mandamiento básico: amor. SI amas a Dios con todo tu corazón, alma, mente y fortaleza, todo lo demás se pondrá en su lugar. Te separarás a ti mismo del pecado y de la idolatría. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Te involucrarás en la familia de Dios, animando y fortaleciéndose unos a otros en la familia de Dios. Procurarás que haya suficiente aceite en tu lámpara.
Muchos cristianos hoy esperan ansiosamente al rapto de la iglesia. Sus ojos están más en el rapto y sus corazones están más preocupados con escapar que en el Señor. Por el contrario, la verdadera esposa, está esperando ansiosamente ese glorioso día en que se una a su amor. Pero no quiere que ese día llegue antes de que se haya preparado.
Ese día viene pronto, pero no vendrá hasta que la esposa se haya preparado.
“Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el vino son las acciones justas de los santos. Y el ángel me dijo: ‘Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero.” (Apocalipsis 19:7-9).
La historia de amor entre Dios y Su pueblo prosigue hoy día. Y en este día, Dios está separando el trigo de la paja, la esposa de la ramera. Él está exponiendo a la ramera y revelando a la Esposa.
Al ver poco a poco más de la naturaleza de la esposa, esa revelación por sí sola hará que surja la esposa.
Una esposa remanente
Es importante que todos los nuevos creyentes se tomen muy en serio el mandato de Cristo de “erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca.” (Lucas 21:28).
Nuestra redención siempre ha dependido y continúa dependiendo completa y totalmente de Cristo y de Su sangre derramada como el Cordero de Dios. Él nos ha escogido. Somos llamados de Él.
No obstante, Él mismo dijo: “Muchos son los llamados, pocos los escogidos.” (Mateo 22:14).
A lo largo de la historia de Israel, Dios siempre se prometió a Sí mismo que un remanente sería salvo. Dios siempre ha tratado con remanentes. Va a haber una iglesia remanente. Va a haber un pueblo llamado de un pueblo en este último día, que mostrará la gloria del Señor, que surgirá como la esposa sin mancha ni arruga, fiel y amorosa.
Este remanente no consistirá de todos los que meramente afirmen ser cristianos, aunque muchos de ellos sean salvos. Ni siquiera incluirá a los muchos cristianos bien intencionados que saltan de gozo con la perspectiva del rapto. Sólo incluirá a quienes estén comprometidos fielmente en seguir al Cordero por donde quiera que Él vaya. “Estos son los que no se contaminaron con mujeres, porque son vírgenes. Estos son los que siguen al Cordero por dondequiera que Él va. “ (Apoc. 14:4).
Éstos no constituyen un grupo élite como lo mediría el mundo. Están escondidos, sin rostro, un pueblo que lleva la imagen de Su Padre, que no camina conforme a la carne, sino conforme al Espíritu, que llevan fruto a ciento por uno, que se atreven a morir al yo para que Su vida sea vivida a través de ellos, que entran en el Lugar Santísimo, donde Jesús es todo lo que hay, que son purgados, purificados por la obra santificadora del Espíritu Santo, y que están bien introducidos en su camino hacia el ser glorificados—no en la exaltación del yo, sino en la completa negación del mismo.
Alguien me preguntó una vez: “¿Quiénes son las diez vírgenes de que habla Mateo 25:1-13?”
Yo siempre había asumido que eran la esposa. Pero la pregunta me hizo darme cuenta de que no podían ser la esposa, al menos no las diez, puesto que las cinco vírgenes descuidadas no recibieron permiso para entrar. La esposa no está dividida de ese modo.
Después, en el contexto de este estudio, comprendí que las cinco que no tenían suficiente aceite representaban a esos creyentes del treinta por ciento, que están satisfechos de acampar en el atrio exterior de la Pascua y que rehusaron obtener para ellos mismos el aceite del Espíritu Santo. Tenían sus lámparas, que habían sido encendidas por el aceite del Espíritu, pero necesitaban más si es que había de alcanzar hasta la media noche.
Sé que esto ofende a nuestra ortodoxia, pero considera lo que Juan dijo en Apocalipsis 11:1-2. “Entonces me fue dada una caña semejante a una vara de medir, y se me dijo, levántate, y mide el templo de Dios, y el altar, y a los que adoran en él. Pero el patio que está fuera del templo déjalo aparte, y no lo midas, porque ha sido entregado a los gentiles; y ellos hollarán la ciudad santa cuarenta y dos meses.”
Las otras cinco vírgenes tenían suficiente aceite y podían asistir a la fiesta de las bodas. Estos son esos creyentes al sesenta por ciento, quienes, sugiero yo, han recibido voluntariosamente el bautismo en el Espíritu Santo, han ido más allá del atrio exterior de la Pascua hasta el Lugar Santo de Pentecostés, pero se han parado ahí. Han comenzado a acumular alrededor de los dones en lugar de alrededor del Dador, y de muchas maneras sutiles, han tenido la tendencia a exaltarse a ellos mismos en orgullo, en lugar de dejar que la unción los lleve al fin de sí mismos.
Pueden asistir a la boda, pero no son la esposa. Han fornicado, porque la fornicación espiritual es cualquier cosa para el yo. Pero del mismo modo que Israel no fue pueblo de Dios porque Él pidió carta de divorcio, permaneció la promesa de que una vez más volverían a ser Su pueblo (Oseas 1:9-10). Así sucede con la iglesia adúltera. Dios redimirá.
Yo sugiero que la esposa sin mancha ni arruga estaba ya en la fiesta de la boda con el esposo cuado salió el llamado: “El que tiene a la esposa es el esposo”. Estos son los creyentes al ciento por uno.
El corazón de Dios clama hoy antes del gran y terrible día del Señor, y está llamando a la esposa. El que tenga oídos, oiga.
“Los Crucificados” – Charles Elliott Newbold, Jr.
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