Los Israelitas atravesaron el Jordán y se establecieron en la tierra prometida en su último campamento (Campamento No. 42) al final del éxodo, lo cual nos indica simbólicamente la libertad y conquista a la que esta llamada la iglesia al salir de la religión a una vida de libertad, en una relación directa, vital y real con Cristo Jesús; Cristo es símbolo de la tierra prometida y la herencia de los hijos de Dios.

La santidad es la obra del Espíritu Santo en nosotros, separándonos del amor del mundo. La santidad es un cambio de naturaleza desde dentro como resultado de la obra de Dios en nosotros. No es lo que hacemos externamente, sino quienes somos por dentro, lo que importa a Dios.


23 de octubre de 2011

LOS PREDICADORES

Paris Reidhead

Cual es la diferencia entre la predicación del siglo veinte y la predicación de Juan Wesley?
¡Wesley era un predicador de justicia que exaltaba la santidad y la justicia de Dios, y la sabiduría de sus requisitos! ¡Y la justicia de su ira y de su furor! Les hablaba a los pecadores y les exponía la enormidad de sus crímenes; su abierta rebelión; y su traición; y su anarquía.

Y entonces el poder de Dios descendía de tal manera sobre la multitud, que, en una ocasión, fuentes confiables reportaron que cuando terminó de predicar había mil ochocientas personas tiradas en el suelo ¡completamente inconscientes! Porque habían tenido una revelación de la santidad de Dios; y frente a esa luz habían visto la enormidad de sus pecados. Y Dios había penetrado su mente y su corazón, de tal forma, ¡que habían caído a tierra!

Eso no solo sucedió en la época de Wesley; lo mismo pasó en Estados Unidos, en New Haven, Connecticut, en Yale. Un hombre llamado Juan Wesley Redfield ministraba continuamente alrededor de New Haven, culminando con unas grandes reuniones que se hacían en el gimnasio de Yale, el primer gimnasio que hubo en Yale en el siglo XVIII.

En esa época, la policía estaba acostumbrada, a que, si veían a alguien tirado en el piso, se acercaban a esa persona y olían si tenía aliento alcohólico. Si tenía aliento alcohólico lo encerraban; pero si no, era que tenía la “enfermedad de Redfield”, y lo único que necesitaban hacer era llevarlo a un lugar apartado y esperar a que volviera en sí; pues sabían que, si habían sido borrachos, dejaban la bebida; si habían sido crueles, no volvían a serlo; si habían sido inmorales, renunciaban a su inmoralidad; si habían sido ladrones, devolvían lo que tenían en su poder.

¡Al ver la santidad de Dios frente a la enormidad de su pecado, el Espíritu de Dios los dejaba inconscientes por el peso de su culpa! Cuando se derramaba el poder de Dios, los pecadores se arrepentían de su pecado y se acercaban a la salvación de Cristo.
¿Y qué hay de ti? ¿Tú, por qué te arrepentiste? Me gustaría ver a algunas personas arrepentirse de nuevo en los términos bíblicos.

George Whitefiel entendió esto. Él estuvo una vez en Boston Commons hablando delante de veinte mil personas y les dijo:
“Escuchen pecadores, ustedes son unos monstruos... ¡monstruos de iniquidad! ¡Se merecen el infierno! ¡Y lo peor de su crimen, es que, aunque han sido criminales, no han tenido la gracia de reconocerlo! ¡Y si no lloran por sus pecados y sus crímenes en contra de un Dios Santo, George Whitefield va a llorar por ustedes!”

Este hombre levantaba la cabeza y lloraba como un bebé. ¿Por qué? ¿Porque estaban en peligro de ir al infierno? ¡No! Lloraba porque eran “monstruos de iniquidad”, que ni siquiera veían su pecado ni se preocupaban por sus crímenes. ¿Ven la diferencia?

¡La diferencia es que aquí, ahora, está alguien temblando porque va a ser herido en el infierno y ni siquiera se da cuenta de la enormidad de su pecado! ¡Y no entiende su insulto en contra de la Deidad! ¡Solo está temblando porque su piel está a punto de rostizarse! Tiene miedo.
Y les digo que, aunque el miedo es una buena preparación para la gracia, no debemos quedarnos allí.

Y el Espíritu Santo no se detiene allí. Ésa es la razón por la cual nadie puede recibir a Cristo para salvación hasta que no se arrepienta. Y nadie se puede arrepentir hasta no haber sido convencido de pecado.

Y la convicción es obra del Espíritu Santo, que ayuda al pecador a ver que es un criminal delante de Dios que se merece toda la ira de Dios; y que, si Dios lo enviara al último rincón del infierno para siempre durante diez eternidades, es porque al ver sus crímenes decide que se lo merece por completo, ¡y cien veces más!

Diez monedas y una camisa - Paris Reidhead

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"Consuelo para los que están en este mundo, pero que no son de este mundo, y por tanto, son odiados y están cansados de él, es que no estarán para siempre en el mundo, ni por mucho tiempo más"

Matthew Henry