Davis y Clark
Transformándose
(disfrazándose) ellos mismos.
Encontramos
ciertas palabras y frases claves dentro de las cartas de Pablo, las cuales
revelan la naturaleza de este otro evangelio. Refiriéndose a aquellos falsos
apóstoles quienes predicaban este otro evangelio, Pablo declara lo siguiente:
“Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan [se
transforman] como apóstoles de Cristo” (2 Cor. 11:13)
La
diferencia entre la religión y el cristianismo es ¿Quién está haciendo la
transformación? La religión depende de la disciplina de la voluntad para
cambiar. Pablo lo llamaba culto voluntario, implicando que eso se originaba en
la voluntad del hombre. Pero en el verdadero Cristianismo, el cambio es el
resultado del Espíritu de Dios conformándonos a la semejanza de su Hijo.
Pablo
puso a prueba a los creyentes de Galacia con esta pregunta: “¿Tan necios sois?
¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?” Ellos
habían sido hechizados a aceptar “una apariencia de piedad, pero negaban la
eficacia de ella” (2 Tim. 3:5). La religión es movida por el poder del hombre,
no por el poder de Dios.
“…estando
persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la
perfeccionará hasta el día de Jesucristo…” (Fil. 1:6)
Cristianismo
es Dios desde el comienzo hasta el fin. El es quién comenzó la obra en
nosotros, y él debe terminarla. Esto está tan lejos de la capacidad del hombre
como lo están la creación y el mantenimiento del universo. Si el hombre se
pudiese salvar a sí mismo tal vez también se podría santificar a sí mismo. Si
el hombre hubiese sido el autor de su conversión, entonces tal vez pudiese
haber sido el que la podría perfeccionar y consumar (Heb. 12:2). Jesús es el
Alfa y Omega (Apocalipsis 1:8). El es por quien todas las cosas subsisten (Col.
1:17). Pablo sabía esto, por eso no interfería en los asuntos de Dios. En vez
de eso, el discurso de Pablo delata una fe a la hechura de Dios, al punto de
encomendar a esos creyentes - a quienes tanto amaba - en las creativas manos de
aquel que no solo los formó, sino que también mantiene todas las cosas juntas:
el consumador.
Pablo
repetidamente expresa su fe en el autor y consumador. Al escribir a la Iglesia
en Corinto, Pablo sabía que se estaba dirigiendo a una asamblea problemática.
Sabía que allí había divisiones e inmoralidad. El inclusive tuvo que corregir a
un hermano por tener sexo con la esposa de su padre. Ahora bien, sabiendo todo
eso, ¿cómo empieza Pablo su carta a dicha Iglesia?
“…porque
en todas las cosas fuisteis enriquecidos en él, en toda palabra y en toda
ciencia; así como el testimonio acerca de Cristo ha sido confirmado en
vosotros, de tal manera que nada os falta en ningún don, esperando la
manifestación de nuestro Señor Jesucristo; el cual también os confirmará hasta
el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo.”
(1 Co. 1:5-8)
¿Dónde
estaba la fe de Pablo? Estaba en el que es Fiel. Fiel es Dios, por el cual
fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor. (v.9)
Pablo
sabía que a pesar de sus muchos problemas, la Iglesia en Corinto estaba, no
obstante, en las manos del Autor y Consumador.
Si
tales problemas existieren en alguna de las ultra institucionales iglesias de
hoy en día, sería cerrada en un abrir y cerrar de ojos. Pero Pablo sabía que
era Dios quien daba el crecimiento, y que era El quien afirmaría sus corazones
en santidad.
Y
el Señor os haga crecer y abundar en amor unos para con otros y para con todos,
como también lo hacemos nosotros para con vosotros, para que sean afirmados
vuestros corazones, irreprensibles en santidad delante de Dios nuestro Padre,
en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos. (1 Tes. 3:12-13)
En
su reunión final con los ancianos de Éfeso, Pablo los advirtió con respecto a
la venida de la apostasía, y luego se despidió con lágrimas de aquellos a quien
el tan cariñosamente amaba. Sabiendo que nunca más vendría por ese camino de
nuevo, dijo: “Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su
gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los
santificados”. (Hch. 20:32)
Somos
hechura suya. Nosotros no nos transformamos ni nos disfrazamos a nosotros
mismos. Somos creados en Cristo Jesús para buenas obras y aun esas mismas obras
no son de nuestra propia elección. Porque son las obras “las cuales Dios
preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”. (Ef. 2:10)
“…no
que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros
mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios…” (2 Co. 3:5) “…porque yo
sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito
para aquel día.” (2 Tim. 1:12)
¿Así
que cuál escogeremos, la religión de la auto transformación, con sus cultos
voluntarios de “no manejes, no gustes, no toques”, o confiar en el autor y
consumador? Si no tenemos fe en el autor y consumador, no tendremos otra
alternativa que interferir en Sus asuntos. Trabajaremos bajo la ilusión de que
nuestra mano firme es necesaria.
Cuando
el rey David fue para traer el arca del Señor, “pusieron el arca de Dios sobre
un carro nuevo”. El conductor del carro era un hombre llamado Uza. David estaba
contento, y él y todo Israel con toda una orquesta tocaban y danzaban con todas
sus fuerzas ante Dios. Finalmente arribaron a la era de Nacón, tropezaron los
bueyes, y Uza “…extendió su mano al arca de Dios, y la sostuvo…”
Y
el furor de Dios se encendió contra Uza y lo hirió y cayó muerto allí mismo.
¿Por qué? “Porque había extendido su mano al arca” (1 Cr. 13:7-10). Esto puso
fin a las festividades. Hay mucho que aprender de esto. Para empezar ellos no
debían transportar el arca en un carro. Debía ser llevado en los hombros de los
sacerdotes. Segundo, en Números 4:15 se advierte a los Levitas que cuando
transportasen las cosas santas no debían tocar nada de ellas o morirían.
Pero
ahora vamos a considerar esto a un nivel más personal, sobre qué significa esto
para nosotros individualmente. ¿Cómo entonces debemos vivir? La mayoría de los
cristianos no se dan cuenta de esto, pero la mayoría de las observancias
religiosas fueron agregadas como complementos religiosos en tiempos de
decadencia espiritual. Tenían que hacer algo cuando se encontraban juntos.
Mientras
la iglesia gradualmente cambiaba fe y confianza en Jesús por teología
sistemática, asimismo los mismos engaños – si son adoptados por los nuevos
cristianos – resultarán en la misma apostasía a un nivel personal. Mientras
ellos en forma entusiasmada adoptan la larga lista del “haz esto y no hagas
aquello” presentada a ellos como el camino a la obediencia, no se darán darse
cuenta que ese es el ladrón que va a ocupar y llenar, poco a poco, el lugar de
la íntima comunión con Cristo.
Y
así empieza el proceso del cambio, reemplazando a Cristo con la religión.
“Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según
las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según
Cristo.” (Col. 2:8) Donde ellos alguna vez confiaron solamente en Cristo para
salvación, ahora confían en su propia justicia, como lo consideran de acuerdo a
su nuevo estándar de obediencia.
Donde
ellos alguna vez presentaron cada objetivo y pedido a Cristo, ahora buscan sus
soluciones de los reemplazantes profesionales de Cristo; hombres que fueron
entrenados a cambiar las respuestas que ellos buscan. Alguna vez las voces del
Espíritu revelaron a Cristo como el camino, la verdad, y la vida. Ahora están
enredados en preocupaciones acerca de en qué camino y forma la verdad se lleva
a cabo, y en el deseo de encontrar vida por el hacer, por las obras. Alguna vez
era suficiente retirarse a un lugar tranquilo y estar en comunión por horas y
días seguidos. Ahora no pueden descansar hasta que no estén rodeados de ruido -
ruidos religiosos - el clamor de la maquinaria religiosa. No pueden más ya
vivir privadamente, porque han perdido contacto con realidad de la calma la
cual Cristo habló cuando dijo: “Nunca los dejaré solos”. Consecuentemente
cuando ellos no están en medio de una multitud, ellos están solos. Ellos han
cambiado Getsemaní por las Ferias populares; comunión por conmoción.
La
mayoría de los cristianos miran hacia atrás, hacia sus primeros días como
cristianos, siguiendo su conversión con afecto. Esos eran días de búsquedas;
días de íntima comunión con Cristo. Olas de paz y gozo inundaban su existencia.
El peso del pecado que ellos habían llevado toda su vida fue quitado y ellos
sintieron la liviandad y alegría que los elevaba por encima del plano temporal.
Las realidades del cielo eran más substanciales que las cosas materiales y
terrenales. Cuando le pregunté a mi esposa Charlotte: “¿Qué eran esos primeros
días para ti?, ella dijo: “Era como estar enamorada por primera vez”. Y ella
está en lo correcto. Muchos, al recordar aquellos primeros días, miran hacia
atrás con un sentir de perplejidad. ¿Por qué? ¿Por qué no podemos tener esa
clase de relación con el Padre todo el tiempo? En expresar este deseo de
comunión ininterrumpida con Cristo, y mi pesar de que eso no era más una
realidad en mi propia vida, una querida y desinformada hermana respondió a mi
dilema algo así: “Entonces tú eras un bebé en el Señor, y eso requería de mucho
mimo. Pero ahora ya estás crecido y debes caminar por fe y no por
sentimientos.”
Por
medio de esto aprendí que era una niñería el amar y era rebelde en la presencia
del Señor. Inclusive me sentí culpable por haberlo deseado secretamente. Miraba
con ojos celosos cuando otros entraban en el reino maravillados y expresando su
gozo, el cual yo secretamente codiciaba. Pero ya no soy más un bebé, pensaba,
debo dejar de lado esas cosas de niños. Recuerdo que algunos de los mayores comentaban
sobre estos celosos jóvenes, diciendo: “Solo denles algún tiempo, ahora están
en una altura emocional; pero bajarán, y se unirán al programa como el resto de
nosotros”. Y mientras observaba, eso es exactamente lo que ocurría. No pasó
mucho tiempo para que el brillo de sus ojos desapareciera. Y las expresiones de
júbilo se silenciaban, mientras sus rostros tomaban una expresión lánguida, la
cual he visto como característica de los “cristianos maduros”. Cuanto más se
unían al programa, más espiritualmente aletargados se volvían.
Mientras
su capacidad por la vida, el gozo, y el misterio, iban siendo lentamente
reemplazados por las disciplinas de la teología sistemática, consecuentemente
declinaba ese maravillarse de niños que tenían. Fuimos llevados cautivos por
engaño, y ni siquiera nos dimos cuenta de ello.
¡Ok,
ya sabemos bastante sobre el problema! ¿Cuál es la respuesta? ¿Como hacemos a
Cristo irremplazable?
¡La
respuesta es Cristo! ¡Cristo más nada! El no es la cabeza figurativa de la
Iglesia. ¡Cristo es la cristiandad! La respuesta no es solo la verdad sobre El,
sino CRISTO MISMO. EL es el camino, la verdad, y la vida.
A
menudo oigo decir a la gente: “Me gustaría poder tener un poco de Sanidad
Divina, pero no puedo”. Algunas veces dicen “Yo lo tuve”. Si yo les pregunto,
“¿Qué tuvieron?” la respuesta es algunas veces, “yo tuve la bendición”, otras
veces es “Yo tuve la teoría”; otras “Yo tuve la sanidad”; otras, “Yo tuve la
santificación”. Pero doy gracias a Dios que hemos sido enseñados que no es la
bendición, no es la sanidad, no es la santificación, no es la cosa, no es “eso”
lo que usted quiere, sino que es algo mejor. Es “el Cristo”; es El Mismo. Cuán
a menudo esto viene de Su propia palabra – “Ciertamente llevó él [mismo]
nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores…”, El Mismo “llevó nuestros
pecados en su cuerpo sobre el madero…”.
(A.
B. Simpson. EL MISMO)
Reemplazando a Jesús -
Davis y Clark
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