1 Cor. 11 es uno de los
pasajes favoritos de aquellos que enseñan “cobertura” o sumisión al
autoritarismo cristiano. Ahí encontramos estas palabras en particular: “…y
tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del
varón. Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por
causa de los ángeles”.
Si bien este pasaje se
aplica a la mujer, el principio se aplica tanto al hombre como a la mujer
porque Cristo es el Hombre y la iglesia es la Mujer. Pablo empieza por
contarnos el propósito original o primer estado para el cual la mujer fue
creada. Ella fue creada para ser ayuda idónea al hombre. Por esta causa ella
debía tener el poder o la autoridad de su marido sobre su cabeza. Y no, no
estamos hablando de una mujer teniendo un velo sobre su cabeza en la iglesia.
Queremos traer su atención a la frase “por causa de los ángeles”. Es una
advertencia y recordatorio para nosotros de lo que le pasó a Lucifer cuando él
no guardó su primer estado sino que en vez de eso el vio la forma de ponerse
por encima de otros.
Pablo claramente estaba
dando una advertencia tanto al hombre como a la mujer de no dejar su habitación
como lo hicieron los ángeles caídos. Cuando nosotros moramos en nuestra
habitación, el lugar o estación donde Dios quiso que moremos, estamos seguros contra
el orgullo y la ansiedad que eso trae. Si la iglesia morase allí, pondría fin a
la interminable hostilidad que existe entre sus miembros.
Cristo vino a poner un
fin a esta lucha. El fue criatura y Creador, Hijo de hombre e Hijo de Dios.
¡Donde falló Adán, Cristo, el postrero Adán, triunfó! ¿Cómo El hizo esto? En
vez de tratar de ser como Dios, aun siendo en forma de Dios, el se despojó a sí
mismo de esta prerrogativas divinas, tomando la forma de un humilde siervo.
Jesús era perfecto Dios y perfecto hombre, y como un hombre perfecto, El dijo,
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.
Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y
ligera mi carga” (Mat. 11:28-30).
Jesús (el último Adán) no cayó, sino que
conservó su primer estado como un perfecto hombre, caminando humildemente con
su Dios. Descanso que solo puede ser hallado en su mansedumbre y humildad. Qué
contraste es esto con la satánica inquietud que surge del desproporcionado
deseo de ser como Dios y sentarse en lugares de poder sobre el monte de la
congregación. Este orgullo, el fruto de una sabiduría corrompida (Ez. 28:17),
no tiene cabida en la iglesia de Cristo.
El primer Adán quiso ser
como Dios, pero Jesús, quien era igualmente Dios, se hizo hombre y tomó la
forma más baja de los estratos sociales. Se hizo siervo y desde allí se hizo
obediente hasta la muerte. Cuando el mundo lo quiso hacer rey, él en vez de
esto eligió servir y poner su vida. Como cristianos, es deshonesto para
nosotros hacer lo contrario. Nada puede ser más contrario a Cristo que el
buscar posiciones, porque eso viola todo lo que enseño y vivió Jesús.
Jesús practicaba lo que
predicaba. El siempre tomaba el último lugar. Su vida en la tierra ejemplificó
la única postura que correctamente puede ser llamada “Cristiana”. Emanuel, Dios
con nosotros, no vino como un Rey, para mandar y reinar. No vino como un Juez,
a pronunciar juicio. Con la excepción del anuncio angelical a los pastores, y
la aparición de la estrella en los cielos del oriente a unos cuantos astrólogos
babilónicos, su entrada fue silenciosa, humilde y no detectada. Solamente los
que tenían un alto discernimiento reconocieron quien realmente era El. Vino a
este mundo como cualquier otra persona. Nació como un bebé. Se sujetó a sí
mismo a la vulnerabilidad y debilidad de la lactancia, imposibilitado de
alimentarse y cuidarse a sí mismo.
El lugar de su nacimiento tampoco fue grande.
Era uno de los más pequeños “entre las familias de Judá” (Miq. 5:2). Nació en
un establo y fue envuelto en pañales. Su cuna fue un comedero de animales.
Nació en la familia pobre de un carpintero trabajador. Se sujetó al proceso
natural del crecimiento y desarrollo, mientras crecía en estatura y en gracia
con Dios y los hombres. “…no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas
sin atractivo para que le deseemos” (Is. 53:2).
No tenía un estatus
material. Nunca ni siquiera tuvo su casa propia. El rechazaba toda apariencia
de grandeza. Si bien era Dios, se despojó a sí mismo de esa prerrogativa,
tomando la postura y la forma de un siervo. El se escondió cuando vinieron para
hacerlo rey. Se rehusó a ser levantado, excepto en la cruz del calvario. No buscó
popularidad. De hecho, hizo lo opuesto al instruir a los discípulos a que no
contaran a nadie que El era el Mesías. Se despojó a sí mismo (Fil. 2:7) en todo
aspecto. Y finalmente, cuando fue a Jerusalén en lo que El llamaba “La entrada
triunfal”, no fue sentado arrogantemente montado en un gran caballo blanco.
¡No! El vino mansa y humildemente montado sobre un burro. Y se humilló más aun,
y se hizo obediente hasta la muerte, crucificado entre dos ladrones, y fue
enterrado en un sepulcro prestado. Para Jesús tomar el lugar más bajo no era
nada nuevo. Esta era la historia de su vida.
Allí en el lugar más
bajo está el fin de la búsqueda de posiciones, el fin de todo electoralismo y
posicionamiento religioso. Allí, en el servir amorosamente, nuestras almas
encontraran descanso. El Espíritu del humilde Jesús todavía invita: “Venid a mí
todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi
yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y
hallaréis descanso para vuestras almas;…”
¡Como necesitamos el
descanso de Jesús! Pero no podremos conseguirlo separados de su mansedumbre y
humildad. ¡Abre nuestros ojos, oh Dios, para ver cuan bajo, también nosotros,
hemos caído de nuestro primer estado y restáuranos a la imagen de tu santo
Siervo Jesús! ¡Padre, restaura de nuevo a la tierra esa Iglesia mansa y humilde
que toma el último lugar como siervo de todos!
Yo Pues os Asigno un Reino - Davis y Clark
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