George Warnock
“Envía su palabra y los derrite; hace soplar su viento y el agua corre.” (Salmos 147:18)
El
invierno no es una tragedia... Es una promesa de la venida de la primavera. Las
tristezas de Sus amados se transforman por Su amor y por Su gracia en gozos de
triunfo. Es el propósito de Dios y nuestro reconocimiento del mismo lo que
convierte a la tragedia en una promesa, al oscuro nubarrón en un rayo de
esperaza. Dije “nuestro reconocimiento de lo mismo”, y no nuestro entendimiento
de ello. Porque la fe está ahí para cada hora de necesidad, para sobrepasar a nuestro entendimiento y
así, impartir el gozo y la seguridad que nunca podría traer el conocimiento
absoluto y completo de la situación. “Sabemos que
Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido
llamados de acuerdo con su propósito.” (Rom. 8:28). Fíjate de nuevo que es “de
acuerdo con Su propósito”. Y el propósito del invierno es preparar la tierra
para la primavera. La nieve y el hielo se apilan sobre los montes y colinas
para que cuando llegue la primavera, pueda haber una poderosa corriente de agua
que bendiga la tierra. Hay “tesoros de la nieve” (Job 38:22). Y la tierra
descubrirá en el tiempo de la primavera... como se derrite la nieve y los ríos
se llenan de agua, y fluyen por toda la tierra.
¿Pero qué es lo que marca la diferencia entre
el invierno y la primavera? ¿Qué marca la diferencia entre en viento del norte
y el austro? Sólo el ciclo del propósito de Dios. El sol es tan brillante en
invierno como en verano. Es la estación que responde a cada clima diferente.
Sentimos el frío del viento del norte; pero cuando completa el ciclo, se
convierte en el viento del sur, el austro. Cuando viene del norte, es malo y
helado, pero además invalida y es devastador. Los campos verdes se congelan
para desolación... los ríos y los arroyos detienen su curso... la naturaleza
parece entrar en una completa paralización. Dale tiempo, y cuando el viento del
norte haya cumplido su propósito, Dios enviará el austro. Romperá el hielo que
cubría la tierra y las aguas, y derretirá la nieve que había traído
previamente. Viene la primavera y “envía su palabra y los derrite; hace soplar su
viento y el agua corre.” (Salmos 147:18).
Podemos
inclinarnos a envidiar a los que parecen tener un caminar positivo, sin
estorbos y consistente con el Señor—los que parecen haber experimentado muy
poco de devastación y de frustración. Pero con frecuencia falta algo. Puede que
no sientas ese fluir de amabilidad, misericordia, paciencia y longanimidad. Los
que han conocido luchas, perplejidades, esterilidad, derrota y estaciones
invernales son los que descubrirán un gozo peculiar y abundante cuando los
vientos comiencen a soplar del sur. Estos son los que encuentran fácil
derretirse en Su presencia en la maravillosa hora de la primavera, y fluir
juntos en el poderoso río de Dios. La Iglesia puede parecer muy poderosa e
impresionante, pero fría y sin vida. La nieve y el hielo amontonados en las
montañas presentan un hermoso cuadro escénico, pero cada pico cubierto de nieve
sigue manteniendo su propio status denominacional y cada pequeño copo de nieve
su propia identidad egoísta. Dios a va causar un derretimiento y un fluir
juntos... hasta que cada pequeño copo de nieve y cada pequeño cristal de hielo
pierda su identidad en el poderoso Río de Dios. Entonces estará “lleno de
agua”, como dijo el salmista... para bendecir la tierra por la que fluye. No
puede haber una unidad real aparte de una unión vital con Cristo por el
Espíritu Santo... al hacer Dios que Su pueblo se derrita bajo la mirada del Sol
de Justicia, pierda su identidad como miembros de esta iglesia o de esa.... y
fluyan juntos en el Río de Dios. No estamos hablando de “todas las iglesias”
fluyendo juntas bajo alguna clase de unión ecuménica, organizada y controlada
por los hombres que edifican algo para su propia gloria. Al contrario, hablamos
de esos miembros del cuerpo de Cristo, que son lavados en Su sangre y son
nacidos de Su Espíritu.
El huerto de Dios - George Warnock
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