Martín Stendal
“Bienaventurados los pobres en espíritu;
porque de ellos es el Reino de los cielos.”
Con estas palabras empezó Jesús Su primer sermón registrado en forma completa.
Juan el Bautista había venido para preparar el camino para el Cristo, predicando: “...Arrepentíos, que el Reino de los cielos se acerca” (Mateo 3:2 SEV).
Durante siglos, los judíos habían estado esperando la venida del Reino de Dios por medio del Mesías. Ellos habían sido empujados y estrujados, aprovechados y oprimidos durante muchos largos siglos por casi todos los países que los rodeaban; sin embargo, con todos sus sufrimientos y problemas, no habían abandonado completamente la esperanza de que algún día, si ellos guardaban solamente la ley de Dios, el heredero del Rey David aparecería y los liberaría para siempre.
El capítulo 12 del libro del Apocalipsis describe adecuadamente al pueblo de Dios como una mujer en parto, dando a luz un varón que gobernará las naciones.
El sistema religioso judío era extremadamente complejo. Para ser un buen judío no sólo se requería mucha educación; también se requería devoción constante al ritual y al detalle. Al gastar tan gran porcentaje de su tiempo, energía y finanzas para “apaciguar a Dios,” muchos judíos consideraban que estaban en un plano espiritual tan alto, que nadie más que ellos podía siquiera comer en la misma mesa con alguien que no fuera judío.
Al empezar Jesús la predicación del Reino de Dios, indico que este pertenecía a los mendigos (la palabra griega traducida por “pobre en espíritu” significa literalmente desposeído de su orgullo o soberbia,) esto encolerizó y amargó a los líderes religiosos judíos. Sin embargo, no sucedía lo mismo con los pobres en espíritu. Ellos se regocijaron y creyeron, y Jesús los sanó de toda enfermedad conocida, arrojó los demonios, y los alimentó material y espiritualmente.
En el tiempo en que Jesús predicó el Sermón del Monte, una gran multitud de mendigos espirituales lo seguía por todas partes.
Las palabras de Jesús tienen sentido en el día de hoy y también en nuestra era.
No podemos negociar nuestro camino para entrar en el Reino de Dios. Para empezar, no tenemos nada con qué negociar. Todo lo que tenemos tiene su origen en Dios.
Nuestra única esperanza es admitir nuestras culpas y nuestras fallas y fracasos.
No tenemos que ser perfectos para llegarnos a Dios, pero sí tenemos que ser sinceros. Debemos estar dispuestos a poner nuestras cartas sobre la mesa y dejarnos de estar presumiendo, y decir: “Aquí estoy. Tengo problemas. Necesito ayuda.” La sinceridad o el arrepentimiento, comoquiera que se le llame, es el primer paso hacia la reconciliación con Dios.
Rescate a su Familia - Martin Stendal
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