Recientemente una hermana en el Señor me preguntó cual era mi posición en esta reciente guerra con Irak. Los demás de ustedes también se habrán preguntado la misma cosa. Aquí está lo que escribí en respuesta.
Stefanie:
Me preguntaste el otro día si cual era mi posición sobre la guerra en Irak. Bueno, tengo una pregunta para devolver. ¿Fue Jesús un judío que ondeaba una bandera patriótica? Pienso que la respuesta es demasiado obvia para cualquiera que alguna vez haya leído los evangelios con un corazón abierto.
Los judíos odiaban la ocupación Romana de su país y esperaban que el “verdadero” Mesías viniese y dirigiese una revuelta y quitase el yugo del Imperio Romano y eventualmente hiciera de Jerusalén la capital del mundo, restaurando la gloria del reino terrenal de David. Este pensamiento estaba detrás del todo el barullo del “Domingo de palmas”, su “entrada triunfal” en Jerusalén la semana antes de que esta misma turba estuviera pidiendo su muerte.
¿Por qué cambiaron de opinión acerca de él? El hizo llover sobre su propio desfile cuando les dijo que el venía allí para morir, no para establecer a los líderes actuales de los judíos como las cabezas de un nuevo orden. Como Jesús no vino como un líder militar y no iba a hablar contra Roma, los líderes judíos lo rechazaron como su Mesías.
¡De hecho, para empeorar el asunto, el constantemente criticaba a la jerarquía judía y echaba dudas sobre la legitimidad de aquellos que se sentaban en la silla de Moisés y aun en si ellos eran verdaderamente de la simiente de Abraham!
Verás, él sabia donde estaba su reino y que no era de este mundo. El no era de este mundo y esperaba que sus discípulos fueran lo mismo. Por años yo fui un intransigente NORTEAMERICANO. Yo puse a Dios y al país en el mismo plano. Ser norteamericano era lo mismo que ser cristiano, y ser cristiano era ser un buen ondeador de la bandera norteamericana.
Yo serví a este país en Vietnam y vine a casa “al mundo real”, solo para encontrar los que protestaban contra la guerra llamándonos sobrenombres al dejar nuestro barco en Alameda, California. El problema fue que pronto se hizo obvio que ESTE no era para nada el mundo real. La Norteamérica que había dejado tres años antes no fue a la que volví en 1967.
Eso me hizo pensar. Yo odiaba a la izquierda y a las multitudes anti-guerra por la forma en que ellos ayudaron y apoyaron a nuestros enemigos vietnamitas, los Cong y los NVA. ¿Alguien se recuerda de Hanoi Jane y Joan Báez y sus viajes a Vietnam del Norte para entretener y apoyar sus tropas? Yo si. También odiaba al Presidente Lyndon Johnson por la forma en que ató las manos de los militares de Estados Unidos para realmente pelear esa guerra allá.
Nos pusieron en caminos muy peligrosos sin permiso para pelear realmente. Era demasiado obvio que el objetivo real era prolongar la guerra tanto como se pudiera para alentar la economía en los Estados Unidos.
Bien, ese odio en mi creció y creció hasta que un día mi esposa vino a mí y me dijo que mi odio estaba matando su amor por mi y estaba haciendo daño a nuestros niños. Yo estuve masticando esas palabras durante tres meses hasta que un día salí de la escuela dominical de mi pequeña iglesia Metodista, un domingo por la mañana, y encontré un panfleto en el parabrisas de mi auto.
Decía “Ejercito del Pueblo de Jesús - Movimiento Juvenil Revolucionario…” ¡Bien, tenía que ver esto! pensé, “Jesús, ¿un revolucionario? ¡NO!” ¿Tu conoces la iglesia Jesús… amable Jesús, manso y humilde, ¿verdad? Así era como yo lo veía. El sumiso Jesús norteamericano que acompañó a todo lo que un “buen norteamericano patriota” puede querer, “un pollo en cada cacerola y un automóvil nuevo en cada garaje”, ¿verdad?
Bien, fui a las reuniones que este panfleto anunciaba y vi algo de otro mundo. ¡Por primera vez vi algunos cristianos llenos del Espíritu que estaban VIVOS! Ellos parecían los mismos hippies a los cuales yo crecí odiando, pero el amor de Dios brillaba por todas partes (Simpático es como Dios ama usar las cosas necias y débiles de este mundo para confundir a los sabios y poderosos).
Hablaban de una revolución en términos del Revolucionario REAL, el REAL Jesucristo.
El mismo Jesucristo que no vino a dar una palmadita en la espalda a los sistemas del mundo, sino más bien a traer al pueblo que creó su Padre de vuelta a él y a su reino, el Reino de los Cielos.
Es el mismo Jesús que dijo a Pilato que su reino no era de este mundo, aquel que tiró la mesa de los cambistas en el templo y que dijo a la jerarquía del templo que ellos habían convertido la casa de su Padre en una cueva de ladrones.
Ahora, ¡de ESTE Jesús yo me podía impresionar! ¡El no era de este mundo y ESO tenía sentido!
Me rendí a Jesús con todo mi corazón aquella semana en una de esas reuniones en junio de 1970, y eché de mí todos los deseos de un cielo hecho aquí en la tierra por los hombres. Yo, también, me convertí en “no de este mundo” y juré agarrar mi cruz y seguirlo.
Por demás está decir que todo mi odio por aquellos que él creó a su imagen, sean de derecha, izquierda, comunistas o Republicanos, negros, o blancos, etc. desapareció. Por primera vez en mi vida fui liberado y Jesús el revolucionario lo había hecho.
Sí, Jesús el REVOLUCIONARIO, el mismo que dijo: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa.
El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí.
El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará. El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió” (Mat. 10:34-40).
Sí, él también dijo:
“Mas el Confortador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn. 14:26-27).
Así que preguntarás, “¿No es eso una contradicción?” No. Lo que es contradictorio es un Cristianismo que dice que sigue a Jesús pero está más preocupado de ser “un buen ciudadano norteamericano” y que ha dado su corazón para disfrutar de todos los beneficios que vienen con esa ciudadanía, en vez de negar su carne y dar todo su corazón a Jesús y al reino de su Padre.
Jesús SI trajo la espada a este mundo. ESA espada es la que divide el alma del espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón (Heb. 4:12).
También divide nuestra lealtad de las cosas de este mundo y coloca nuestro corazón en un reino celestial. Este corazón cambia, yo lo iba a descubrir muy pronto, poniéndome en discrepancia con mis parientes y amigos. Como él le había dicho a sus discípulos:
“¿Quién es mi madre y mis hermanos? Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre”.
Mientras tanto el dejo a su madre, hermanos, y hermanas, parados afuera y continuó enseñando a aquellos que lo estaban siguiendo. Solo cuando dejamos nuestros reinos terrenales atrás y seguimos al Hijo podremos conocer la paz del reino de su Padre donde no hay más “judío ni griego, esclavo ni libre, hombre o mujer” sino un nuevo hombre en Cristo Jesús.
¡Nosotros que somos suyos, ya no debemos conocer a ningún hombre en la carne o aun en su nacionalidad! (2 Cor. 5:16). Debemos ver a todos de acuerdo a como Dios los ve, en sus corazones.
Es la falta de este corazón “no-somos-de-este-mundo” lo que ha hecho que los esfuerzos misioneros de las iglesias norteamericanas lleguen a tal fracaso.
Hemos estado yendo con otro evangelio, el evangelio del Cristianismo Norteamericano en vez del evangelio del reino de Dios que ofrece a todos, dejando atrás las ataduras de este mundo, sus familias, denominaciones, organizaciones y gobiernos, por el evangelio que Jesús predicó. Que todos los que mencionamos su nombre hagamos lo mismo. Recuerde, este mundo no es nuestra casa. Solo estamos de paso.
Así que Stefanie, ¿cual es mi posición en esta guerra con Irak? Pienso de esta lo mismo que pienso de todas las guerras que son iniciadas por los reinos terrenales del hombre. Nuestra lucha no es de este mundo así como nuestro reino como seguidores de Cristo tampoco es de este mundo.
Como Pablo dijo a la iglesia en Corinto:
“Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo, y estando prontos para castigar toda desobediencia”.
LAS GUERRAS Y LOS CRISTIANOS - Michael Clark
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