Davis y Clark
Dios escogió a un fariseo que antes había permanecido orgullosamente firme en lo que él había denominado “mi propia justicia, que es por la ley” como el campeón de una clase de justicia enteramente distinta, la justicia de Dios. Dios tuvo que parar a este fariseo muerto en sus caminos y convencerle de que la bondad del hombre era para Él como inmundicia, como materia fecal. Pablo aprendió muy bien esta lección. Vio la depravación de su propio corazón homicida en un encuentro divino en el camino de Damasco, donde el Cristo resucitado le dijo, “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”. Pablo había estado tan seguro de su justicia aprisionando y matando a los santos de Dios. Su justicia le había cegado a la verdad que solo se halla en Jesucristo.
Después de catorce años de oscuridad y desierto, Pablo escribió lo siguiente a la iglesia de los Filipenses: ”Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe.” (Filipenses 3:8-9).
A lo largo de sus epístolas, Pablo contrasta la justicia que viene de Dios con la justicia del hombre, basada en la ley. A los Gálatas les dijo:
“Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado.” (Gálatas 2:16)
Si la justicia viene solo creyendo en Cristo Jesús, y somos justificados solo por nuestra fe en ÉL, entonces, ¿Cuál es el propósito al que sirve la ley? ¿Para qué fue dada?
Dios dio la ley como un ayo para enseñarnos que solo hay UNO que es bueno. La ley no enseña esto a fuerza de desempeño cumplido, sin por medio del fracaso en el desempeño. Exige una perfección o bondad del hombre que solo pertenece a Dios. Quienquiera que intente guardar la ley está destinado a fracaso tras fracaso hasta quedar hastiado y en desgracia. Como el hombre de Romanos capítulo siete terminará clamando “¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” Solo entonces podemos aceptar la justicia que viene de Dios por la fe.
Solo entonces podemos entender estas palabras, “Mas por Él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (1ª Corintios 1:30). Aquí vemos que este don de Justicia no es una cosa, sino una Persona. ¡Él es nuestra Justicia! La justicia viene en forma del don de Dios mismo al hombre y con ese don viene una nueva naturaleza con nuevos deseos. Todas las cosas son nuevas. Somos justos cuando Él vive Su justicia por nosotros.
Pablo dejó clara esta verdad fundacional a los creyentes romanos cuando escribió:
“Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado. Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él.
Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús. ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.” (Romanos 3:19-28).
Primero, Pablo apunta que “todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley”. Esto es un punto extremadamente importante que discutiremos extensamente por un momento. Por ahora, baste decir que los que creemos y hemos recibido la justicia de Dios por la fe en Su Hijo, no estamos bajo la ley y lo que la ley dice no se nos aplica a nosotros.
La cuestión es que Dios dio la ley para frenar toda boca justa en sí misma, y mostrar al hombre que no hay bondad en él, para que el mundo entero permanezca en silencio y culpable ante Él. Dios dio la ley para probar que no hay mortal que pueda guardarla. “Mas la Escritura (ley) lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes.” (Gálatas 3:22).
Nadie puede hacerse justo guardando la ley. Cuanto más sabes sobre la ley, más convencido estás de tu pecaminosidad. La ley trajo el conocimiento del pecado, no el remedio para el pecado. Pablo lo describe así: “Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí” (Romanos 7:9). La ley no trajo remedio para el pecado sino que intensificó el sentido del mismo, dejando al pecador completamente convencido de su siempre presente cuerpo de muerte. “Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase” (Romanos 5:20) y “llevara fruto para muerte” (Romanos 7:5). Este es su único propósito. “Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás” (Romanos 7:7). El poder del pecado es la ley. (1ª Corintios 15:56). La ley trajo el conocimiento del pecado pero no la vida (Gálatas 3:21). “Pues nada perfeccionó la ley, sino la introducción de una mejor esperanza, por la cual nos acercamos a Dios. (Hebreos 7:19, énfasis nuestro).
De la Ley al Reposo - Davis y Clark
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