Los Israelitas atravesaron el Jordán y se establecieron en la tierra prometida en su último campamento (Campamento No. 42) al final del éxodo, lo cual nos indica simbólicamente la libertad y conquista a la que esta llamada la iglesia al salir de la religión a una vida de libertad, en una relación directa, vital y real con Cristo Jesús; Cristo es símbolo de la tierra prometida y la herencia de los hijos de Dios.

La santidad es la obra del Espíritu Santo en nosotros, separándonos del amor del mundo. La santidad es un cambio de naturaleza desde dentro como resultado de la obra de Dios en nosotros. No es lo que hacemos externamente, sino quienes somos por dentro, lo que importa a Dios.


30 de mayo de 2012

ENTRAR A LA NUEVA JERUSALÉN



 Peter Whyte

Os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, 23a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, 24a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla más que la de Abel. 25
Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros si desecháremos al que nos amonesta desde los cielos. 26La voz del cual conmovió entonces la tierra, pero ahora ha prometido, diciendo: AÚN UNA VEZ Y CONMO­VERÉ NO SOLAMENTE LA TIERRA, SINO TAMBIÉN EL CIELO. 27Y esta frase: Aún una vez, indica la remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles. 28
Así que, recibiendo nosotros un reino inconmo­vible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; 29porque nuestro Dios es fuego consumidor" (Heb. 12:22-29).

Cuando se escribieron estas palabras a los hebreos, se les recordaba la presencia aterradora de  Dios cuando dio los Mandamientos de la Ley a Moisés en el Monte Sinaí. La Biblia registra que el gran temor de Dios cayó sobre todos y que Moisés entonces dijo:

"No temáis; porque para probaros vino Dios, y para que su temor esté delante de vosotros, para que no pequéis" (Éx. 20:20).

Nosotros, cristianos modernos tenemos muy poco temor de Dios, y a menudo olvidamos que nuestro amoroso Padre celestial es también Dios el Juez de todos y que su ira justa puede venir sobre todos los que rehúsan persistentemente obedecer sus órdenes.

En el día actual sus juicios caen sobre iglesias, individuos y ministerios, porque ha venido el tiempo en que Él, una vez más, sacude tanto el cielo como la tierra. Él disciplina a su iglesia rebelde y pecadora, debido a su amor de Padre. Cuando vemos a  ministros cristianos de fama internacional expuestos como charlatanes, acusados de inmoralidades sexuales o de malos manejos de dineros, deberíamos examinarnos y pedirle a Dios que nos revele todo pecado que haya en nuestro interior.

Cada uno de nosotros necesita llevar su existen­cia y su modo de vivir ante el juicio del Señor. Esta gran sacudida tiene lugar porque Él ya no tiene voluntad para tolerar más nuestra religión cristiana ramera con todas sus tradiciones, y la manera como hacemos una separación entre los aspectos secular y religioso de nuestras vidas.

Necesitamos entender que el Espíritu Santo nos llama a salir de Babilonia y que no experimentemos felicidad con el sistema eclesiástico, porque el Espíritu de Dios dentro de nosotros tampoco está feliz con él. También Él tiene un propósito más grande al llamarnos fuera, porque aún ama a todos los hombres y desea que vengamos a ser como Cristo, de manera que su amor se haga real y tangible a un mundo que está enfermo de religión.

Jesús quiere que nos convirtamos en los hijos manifiestos de Dios y que estemos tan cercanos a Él como para ser capaces de hacer todo cuanto Él hizo, y eventualmente hacer las "cosas mayores" que prometió que sus discípulos harían.

Es cierto que delante nosotros hay todavía un largo camino antes de venir a ser como Él, pero si tenemos oídos para oír lo que el Espíritu dice hoy a las iglesias, y respondemos al abandonar todo, a fin de vivir en sumisión a Jesús, entonces veremos cómo el mundo se levanta en admiración ante el Cuerpo de Cristo.

Además, como consecuen­cia de esa actitud, también tendremos el privilegio de poder ver, y sobre todo de participar de manera muy activa en la mayor cosecha de almas de toda la historia de la humanidad.

Jesús desea que experimentemos su camino de vida de una manera tal que la gloria de Dios resplandezca en nosotros, para que los perdidos sean atraídos hacia Él. El cambio del mundo se producirá por el Espíritu de Cristo manifiesto en nosotros, no por nuestras discusiones verbales llenas de dogmatismo, ni muchísimo menos por la defensa de nuestra religión.

A medida que andamos en su camino, y en un completo y total compañe­rismo con El, Él nos restaurará el poder del Espíritu Santo que se lee en el Libro de los Hechos. La vida casi sin virtud y de fe débil que caracteriza a la gran mayoría de los cristianos, se verá  reemplazada por una energía y una fe inclusive mayores que las que mostraban los primeros discípulos.

Entrar en la Nueva Jerusalén es un proceso donde primero se necesita nuestro morir verdadero al ego, y luego dejar que Jesucristo tenga y conserve el primer lugar en nuestros corazones. Esto significa que debemos  aprender a humillarnos de manera real y efectiva, para convertir­nos en siervos, a fin de perder y abandonar todo pensamiento de autoim­portancia.

Necesitamos asimismo por lo menos uno o dos creyentes más con quienes compartir nuestras vidas en forma íntima y total, porque ese es el compañerismo perfecto, cierto y verdadero.

Pero, por encima de todas las cosas, debemos tener un compañerismo íntimo, completo y absoluto con Dios Padre, y con nuestro Señor Jesús, por medio del Espíritu Santo. Este compañerismo se basa en compartir la totalidad de nuestra vida con Dios. Nada tiene que ver con esas relaciones poco profundas que con tanta frecuencia experimentamos al asistir a las reuniones de la iglesia y que llamamos "compañerismo."

Este compañeris­mo, motivo de los escritos de Juan, abarca todos los aspectos de nuestra vida. Precisa que nos hagamos conscientes de la Presencia constante de Dios dentro de nosotros y que busquemos su gloria en todo cuanto hagamos y pensemos. Entonces, cuando experimentamos esta clase de compañerismo con Dios, podemos recibir la revelación de su Espíritu y comenzar a tener la mente de Cristo.

A partir de ese preciso momento será perfectamente posible que comprendamos completa y totalmente el verdadero significado de estas líneas en la Escritura: 

"Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo" (1 Jn. 1:3).

Jesús gozó del compañerismo con el Padre y el Espíritu Santo antes de su encarnación.  

Tal indescriptible comunión (griego, koinonía) de la Trinidad es eterna, y Él tuvo ese compañerismo continuo y permanente durante los cortos 33 años de su vida humana en la tierra.

Un compañe­rismo así busca sólo amar y servir a los demás dentro de la comunidad; necesitamos adherirnos al milagro del llamamiento que se nos hace a unirnos y establecernos para hacer parte de esa fraternidad. Consideremos el compañerismo con Él que gozaban quienes seguían a Jesús, y cómo les enseñó a ser siervos uno del otro. La koinonia íntima con Dios siempre  nos lleva a desear el bien de los demás dentro de nuestra congregación y a ser siervos. Eso ilumina nuestra comprensión de lo que quiere decir ser grande en el Reino de Dios. Juan, como el resto de los apóstoles supo muy bien lo que esto significaba, y de ahí que pudiera dejarnos esas palabras para nuestro beneficio y para nuestra enseñanza, a fin de que nuestro gozo fuera satisfecho y cumplido.

El Espíritu Santo llama a millones de hijos de Dios a apartarse de sus actividades religiosas, y a pasar tiempo a solas con Dios. Ministros a quienes se acepta ampliamente como reconocidos maestros bíblicos y conferencistas de fama, evangelistas y pastores, oyen la misma palabra y el mismo llamado del Señor. Algunos responden, cancelan sus compromi­sos y se retiran de la vida pública para esperar en oración ante el Altísimo.

Una vez más el Todopoderoso sacude los cielos y la tierra para retirar y destruir las trampas de la religión y acabar con todas las cosas que siempre nos han engañado. Y esto ha de continuar y seguir hasta cuando sólo ha de quedar y permanecer la única cosa que no se puede quitar ni sacudir, el inconmovible Reino de Dios.

A los que oyen el llamado: "Salid de ella, pueblo mío," les asaltan las dudas, los temores y la confusión. El espíritu maligno de la tradición y la potestad de las convenciones sociales trae a nuestras mentes preguntas como: ¿Qué vamos a hacer con las bodas y funerales sin la dirección de "la iglesia"? ¿Qué pasará con las escuelas dominicales? Sin duda, nos será de mucha ayuda para superar esas barreras, hacernos a la idea que en las enseñanzas de Jesús o en las del Nuevo Testamento no hay ningunas bases para nuestras ideas cristianas de la actualidad sobre esos temas.

Es posible casarse ante una autoridad civil, de acuerdo con las leyes terrenas. Después, todos los creyentes se pueden reunir para bendecir a los cónyuges y orar con y por ellos. Para que una pareja se una ante la vista de Dios, no se necesita la presencia de ningún "ministro ordenado." En algunos países sólo se da licencia para efectuar matrimonios a los ministros de aquellas iglesias cuyo registro e inscripción se hayan hecho ante la autoridad civil, con una personería jurídica y estatutos aprobados por el gobierno.

Todo esto es parte del control de Babilonia, pero no necesitamos estar bajo tal atadura. Los servicios mortuorios carecen de relevancia en el Reino de Dios. Para los hijos de Dios solamente ha de ser motivo de regocijo enterarse que uno de nosotros va a estar con el Señor. El entierro o la cremación del cuerpo terrenal por cualesquiera personas no tienen ningún problema.

No hay nada santo ni santificador en un "servicio mortuorio en la iglesia," aunque la tradición procurará mantenernos en ignorancia sobre este punto e insistirá sobre su necesidad a fin de atarnos y mantenernos en Babilonia. Cuando la Biblia narra la muerte de Ananías, un creyente pecador, se lee que lo enterraron sin que siquiera la esposa fuera invitada al funeral:
"5Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró. Y vino un gran temor sobre todos los que lo oyeron. 6Y levantándose los jóvenes, lo envolvieron, y sacándolo, lo sepultaron. 7Pasado un lapso como de tres horas, sucedió que entró su mujer, no sabiendo lo que había acontecido" (Hech. 5:5-7).

Las escuelas dominicales sólo comenzaron su existencia a partir de 1780, cuando se establecieron para dar a los niños más pobres la oportunidad de aprender a leer y escribir, en combinación con la instrucción religiosa. Pero, tristemente, han reemplazado el plan de Dios, a saber, que los padres instruyan a sus hijos en los caminos del Señor.

Nuestros hijos pueden ser llenos del Espíritu Santo desde una muy temprana edad, aprender a oír su voz y, claro está, a andar en los senderos de Dios gracias a las enseñanzas y los ejemplos de sus padres, quienes además tenemos la responsabilidad de disciplinarlos. Se pueden bautizar en una piscina, un río, o hasta en la tina del baño. No hay necesidad de un clérigo o un pastor especiales para bautizar a un creyente, pues esta es una acción a cargo de cualquier discípulo.

La insistencia de ciertas denominaciones en bautizar oficialmente a sus miembros tiene sus motivos en el mismo espíritu del mundo que lleva a un ranchero a marcar su ganado. Ahora son nuestros para siempre y nadie nos los puede quitar.

Como el sistema mundial controla a las iglesias de Babilonia, la tradición y las costumbres sociales han venido a ser de tanta importancia, que tienen más poder sobre las mentes de las personas que la misma palabra de Dios.

Inclusive las mentes carnales apelarán a las Escrituras para forzar el entendimiento de las tradiciones y, quizás sin que se den cuenta, apoyan o sostienen el yugo de Babilonia sobre los creyentes, a fin de detenerles en su salida de la ciudad dorada.

Para justificar los edificios de las iglesias y las reuniones tradicionales, se señalará que Jesús, según la costumbre iba al templo o a las sinagogas y que los primeros discípulos se congregaban en el templo. Sin embargo, Jesús vivió bajo la ley y no podía haber guardado sus requisitos perfecta­mente fuera del sistema religioso.

La ley exigía de Él participar en las reuniones, pagar los diezmos, guardar el Sabbath y asistir a las fiestas y festivales judíos. Sólo al hacerlo así, y luego al entregar y rendir su vida inmaculada en el Calvario nos liberó de la ley de Moisés y de todo su engranaje religioso.

Los primeros discípulos eran todos judíos y se reunían en el templo porque no habían logrado entender de manera completa y perfecta todo cuanto Cristo llevó a cabo en la cruz. Fue necesario que pasaran muchos años antes que algunos de los primeros cristianos captaran el pensamiento que ya no había más necesidad de vivir bajo la ley.

De hecho, casi todos los creyentes hebreos conservaron su celo por la ley y pensaban que sólo los discípulos gentiles eran libres de sus exigencias (Hechos 15:1-35).

Cuando Pablo llegó a Jerusalén, precisamente antes de ser puesto en la cárcel, contó a los ancianos todo cuanto Dios había hecho entre los gentiles por medio de su ministerio, y a continuación dice la Escritura:
"20Cuando ellos lo oyeron, glorificaron a Dios, y le dijeron: Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley. 21Pero se les ha informado en cuanto a ti, que enseñas a todos los judíos que están entre los gentiles a apostatar de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos, ni observen las costumbres.
2­2¿Qué hay, pues? La multitud se reunirá de cierto, porque oirán que has venido. 23Haz, pues, esto que te decimos: Hay entre nosotros cuatro hombres que tienen obligación de cumplir voto. 24Tómalos contigo, purifícate con ellos, y paga sus gastos para que se rasuren la cabeza; y todos comprenderán que no hay nada de lo que se les informó acerca de ti, sino que tú también andas ordenadamente, guardando la ley. 25Pero en cuanto a los gentiles que han creído, nosotros les hemos escrito determinando que no guarden nada de esto; solamente que se abstengan de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación. 26Entonces Pablo tomó consigo a aquellos hombres, y al día siguiente, habiéndose purificado con ellos, entró en el templo, para anunciar el cumplimiento de los días de la purificación, CUANDO HABÍA DE PRESENTARSE LA OFRENDA por cada uno de ellos" (Hch. 21:20-26).

Las Escrituras nos dicen que los judíos que creyeron en Jesús, fueron incapaces de entender por completo el Nuevo Pacto en su sangre. Tan fuertes eran sus tradiciones y costumbres religiosas que hasta continuaron  ofreciendo sacrificios en el templo, después de su resurrección.

Sencilla­mente, no podían escapar de los tentáculos con que Babilonia había envuelto a la totalidad de la religión judía. Dios permitió que los romanos destruyeran por entero el templo de Jerusalén en el año 70 d.C., para establecer la separación entre la Iglesia y las ataduras del templo.

El sistema mundial tiene sobre nuestras mentes un poder de dominio tan fuerte que también nosotros no queremos escapar completamente para entrar en la Nueva Jerusalén, a menos que, conforme lo hizo Pablo, consideremos todas las cosas como estiércol a fin de que podamos conocer a Jesús en toda su plenitud.

Toma bastante tiempo ser libres de nuestras tradiciones, costumbres sociales y creencias religiosas que, según es obvio, no tienen un origen genuino en nuestro Señor Jesucristo. Sólo el Espíritu Santo puede hacer esto, en la medida en que adoramos a Dios y nos sometemos a Él.

Mientras le conozcamos más íntimamente, El nos enseñará lo que debemos hacer; pero como nuestro Dios no sufre de impaciencia y sólo en contadas ocasiones ha permitido ver su prisa, debemos aprender humildad, paciencia, mansedumbre y así esperar su sabia dirección.

El Espíritu Santo también nos muestra las personas con quienes nos debemos unir en compañerismo. Esto es algo muy distinto de unirse a algo o a alguien, ya sea dentro de una iglesia o en una organización para-eclesial.

Simplemente, podemos continuar en nuestras vidas de comunión con el Señor, y esperar hasta cuando nos demos cuenta que Dios mismo nos ha unido a otros creyentes. El Altísimo logra esto de muchas formas, a veces en los lugares de trabajo o de estudio, a veces en un sitio de esparcimiento, por ejemplo, un club deportivo, otras veces por medio de negocios o a través de contactos sociales.

Las relaciones dispuestas por el Espíritu Santo son permanentes y carecen de estrés, sin que jamás se vuelvan una carga. Se establece una unión espiritual hermosa y libre que nos lleva hacia los demás creyentes a medida que el verdadero amor ágape fluye entre nosotros.

Esto no se puede fabricar con medios humanos ni manipular; sólo se reconoce cuando está allí. Con mucha frecuencia Dios nos unirá a personas que nunca elegiríamos por nosotros mismos, pues Él es quien edifica su Cuerpo, no nosotros.

Cuando escogemos nuestras relaciones, permitimos que nuestros gustos o disgustos personales o los convencionalismos de la sociedad, influyan en nuestra elección. Dios nos agrega a personas que nos serán de provecho para nuestro desarrollo espiritual y que nos han de ayudar a conformarnos a la imagen de su Hijo.

Debemos estar preparados para aceptar críticas, reprimendas y exhortaciones, así como aliento y apoyo de aquellos a quienes nos unimos en compañerismo. El Padre sabe lo que necesitamos a nuestro alrededor para pulir y redondear las asperezas de nuestros bordes y filos, a fin de dar una forma adecuada a nuestras vidas.

Cuando seleccionamos nuestras escogencias, es más que probable que evitemos a quienes nos fastidian y molestan, o afectan nuestros egos, y revelan las grietas de nuestros caracteres o las limitaciones de nuestra habilidad o de nuestras capacidades. Sin embargo, todas esas cosas son esenciales si queremos ser cambiados en su imagen y semejanza.

La Nueva Jerusalén, la Esposa de Cristo, se debe manifestar sobre la tierra antes que Jesús regrese. El no va a volver por una joven sucia, inmadura, agresiva, que use bluyines desteñidos y deshilachados. Su Esposa será una manifestación de Él mismo y estará constituida por quienes se han alistado para ese momento. Será hermosa, más allá de toda comparación, pura y santa, sometida por entero a su Esposo, estimará todas las cosas como pérdida por amor a Cristo, pues considera todo como pérdida por la excelencia del conocimiento de Jesús, por cuyo amor lo ha perdido todo y todo lo tiene por basura, para ganar y agradar a su Señor.
"7Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. 8Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos. 9Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de Dios" (Ap. 19:7-9).

El Señor llama fuera a su Esposa, pero debemos hacer nuestra parte, pues a nosotros nos corresponde tan sólo alistarnos.  ¡Cuán poca cosa es renunciar a nuestras tradiciones religiosas, a nuestra seguridad en las estructuras y organizaciones, y a todo lo que el mundo nos pueda ofrecer, a cambio de convertirnos en parte de su Esposa!

Si el propósito de tu corazón es continuar tu viaje hacia la Ciudad Esposa, recuerda que únicamente llegarás allí por la vía interior estrecha.  Esto no se cumple con observancias religiosas, ni obras de caridad, ni estudios bíblicos, ni oraciones verbales, ni por ayunos.

Todas estas cosas son más que buenas, son superiores y son además, excelentes, pero son todas del exterior y las hacemos mediante el ejercicio de nuestro ego. Mediante el cultivo de nuestra relación con Dios, en nuestro interior, en el Espíritu, estaremos en el Camino a la Ciudad.

Aprende a descansar en Él y a saber que estás EN ÉL, que Él está EN TI, y que su santa y divina voluntad consiste en que solamente hagamos y digamos las cosas que Él activa.

Ser guiados por el Espíritu significa andar en sumisión y obediencia a Jesús. Esta obediencia no es una respuesta mecánica a la ley, sino el resultado de una preciosa relación de amor que nos urge desde el interior a  agradar en todo a nuestro esposo, Maravilloso, Consejero y Salvador.

Ven al sitio de completa tranquilidad espiritual y absoluta paz interior, sin tener en cuenta las circunstancias exteriores, descansando y confiando sólo en Él, no en ti mismo ni en los demás.

Esta es la fe verdadera y real que se desarrolla a partir de nuestro andar personal y de compañerismo interior con nuestro Señor. Recordemos siempre que el compañerismo consiste en compartir todos los aspectos de nuestra vida con Dios, sin que en esa relación se excluya algún área. No debe haber jamás ni la más mínima división entre nuestras vidas espiritua­les y seculares. ÉL ES EL CAMINO, ÉL ES LA VERDAD, ÉL ES LA VIDA.

Que el Espíritu Santo te guíe y te dirija en tu viaje a la Ciudad de Dios, que es siempre un lugar de compañerismo corporativo, y que nunca dudes que Él y nosotros podemos venir a ser una sola carne, ahora mismo, en el plano terrenal.
"25Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, 26para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, 27a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha, ni arruga, ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin man­cha29Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia, 30porque somos miem­bros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. 31Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. GRANDE ES ESTE MISTERIO; MAS YO DIGO ESTO RESPECTO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA" (Ef. 5:25-31).

 Salid de Ella Pueblo Mio - Peter Whyte

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"Consuelo para los que están en este mundo, pero que no son de este mundo, y por tanto, son odiados y están cansados de él, es que no estarán para siempre en el mundo, ni por mucho tiempo más"

Matthew Henry