Javier Vargas
Para que inicie verdaderamente en nosotros el proceso de convencimiento de la naturaleza vil de nuestras habilidades, capacidades y obras, no solo es importante vivenciar que son viles, sino también, inútiles para los propósitos del Señor Jesucristo, porque el Señor viene a dar vida en el Espíritu y a traer Justicia y Paz, y eso es algo que no podemos dar ni hacer, así seamos los pastores, maestros o líderes religiosos más poderosos del mundo (y no hablo de la paz mundana que conseguirá el anticristo a punta de acuerdos entre hombres).
Nuestras propias obras, nuestros propios reinos congregacionales y nuestros propios ministerios en realidad no son más que limosnas que pretendemos llevar al mundo o presentar al Señor en el día de su gran juicio:
Mateo 7:21-23
“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”. Para ver esa condición de limosna en nuestros esfuerzos y obras existen varios versículos en las escrituras, pero creo que con los que a continuación leeremos bastaría para aceptarlo:
Juan 3:1-10
“Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración. Y era traído un hombre cojo de nacimiento, a quien ponían cada día a la puerta del templo que se llama la Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo. Este, cuando vio a Pedro y a Juan que iban a entrar en el templo, les rogaba que le diesen limosna. Pedro, con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: Míranos. Entonces él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo. Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios. Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios.
Y le reconocían que era el que se sentaba a pedir limosna a la puerta del templo, la Hermosa; y se llenaron de asombro y espanto por lo que le había sucedido.”
Muchos entraron al templo y dieron limosna al hombre cojo, muchos vieron aquel hombre y fueron movidos a darle limosna, esa limosna representa lo que el hombre de su pueblo pueda dar u obrar por sus propios medios.
Más cuando la presencia de Cristo, a través de estos dos varones, pasó delante de aquel hombre, no le dio limosna, sino le dio de si mismo.
Pedro no era nada y Juan no era nada, era la presencia de Jesucristo en aquel instante; Pedro ni siquiera tenía limosna para dar, tenían más los que habían entrado al templo y habían dado la limosna (sus obras de ayuda), pero Pedro confesó que no tenía nada para dar (porque reconocía lo inútil que eran sus posibilidades de dar vida, libertad, justicia y paz y porque estaba en el reposo de la obra del Señor), pero lo que había en él era la presencia de Cristo, esa presencia brotó y trajo vida y trajo libertad y trajo sanidad.
No fue Pedro el que vio la verdadera necesidad en ese hombre, todos los que habían pasado por en frente de ese hombre veían otra necesidad: la necesidad de la limosna, del sustento, del abrigo, pero la manifestación de la presencia de Cristo observó la necesidad que este hombre tenía de EL, es decir, necesidad de Vida, y fue su manifestación quien lo llenó y quien lo levantó.
Cristo no es Dios de limosnas, que es lo único que pueden dar los hombres, Cristo es Dios de vida, y eso es algo que solo Él puede dar, y que ningún hombre jamás podrá dar.
No solamente aquel hombre cojo pudo caminar, sino que alabó a Dios, pues la presencia de Cristo en él levantó su voz para alabar a Dios, y así es en esta hora: todo aquel que vaya en sus fuerzas seguirá dando limosnas; todo aquel que vaya conforme a su condición y viendo la necesidad natural del mundo, seguirá dando limosnas; pero solo aquel quien anhele intensamente la manifestación de la presencia y de la obra de Cristo a través de su Espíritu, vendrá y suplirá la verdadera necesidad de aquellos quienes estarán delante de nosotros.
Cuántas veces Pedro y Juan habían visto al cojo, pues a este hombre todos le conocían, era el hombre más conocido del lugar, era quien primero era llevado al templo, pero no entraba, mas Pedro y Juan anhelaron la presencia de Jesucristo, y aun el cojo anhelaba la vida de Cristo, por eso pedía cerca al templo (“la Hermosa”, que quizás se llamaba así por su pomposidad y sus obras o limosnas externas).
Sin embargo pidió lo que sabía pedir, pero Cristo le dio lo que tenía para darle, porque Él no es un Dios de limosnas, Él es un Dios de vida; y su presencia será derramada y será el pan de vida que quitará el hambre, y será el agua de vida que saciará la sed, pues Jesucristo es el verdadero proveedor y hacedor, y no hay ninguno que pueda edificar y proveer más allá de una limosna.
El Ministerio de la Iniquidad - Javier Vargas
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