Los Israelitas atravesaron el Jordán y se establecieron en la tierra prometida en su último campamento (Campamento No. 42) al final del éxodo, lo cual nos indica simbólicamente la libertad y conquista a la que esta llamada la iglesia al salir de la religión a una vida de libertad, en una relación directa, vital y real con Cristo Jesús; Cristo es símbolo de la tierra prometida y la herencia de los hijos de Dios.

La santidad es la obra del Espíritu Santo en nosotros, separándonos del amor del mundo. La santidad es un cambio de naturaleza desde dentro como resultado de la obra de Dios en nosotros. No es lo que hacemos externamente, sino quienes somos por dentro, lo que importa a Dios.


24 de abril de 2012

LA NUEVA JERUSALÉN


Peter Whyte

Vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su mari­do9vino entonces a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero. 10Y me llevó en el Espíritu a un monte muy alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, 11teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal" (Ap. 21:2, 9-11).

La Nueva Jerusalén es la eterna y amada compañera de Dios. Es la Novia de Cristo, la Esposa del Cordero. Es sin mancha, ni arruga, ni cosa semejante, y está santificada por Cristo, quien dio su vida por ella y la limpió al lavarla con su Palabra, el Evangelio del Reino de Dios. Hizo esto para que pudiera presentársela a sí mismo, santa y sin mancha. Esta es la Iglesia que Jesucristo ama, nutre, alimenta y  acaricia de la misma manera como lo hace con nuestros cuerpos individuales. El Señor lo hace porque cada creyente es un miembro de su Cuerpo.

Los últimos dos capítulos de Apocalipsis describen a la Novia, la Esposa, cuya formación tiene muchísimos centenares de años, pues está compuesta por todas y cada una de las generaciones de creyentes.

El Libro del Apocalipsis es una revelación de lo que sucede en el plano espiritual donde, como sabemos, no existe el tiempo. Esas cosas sucedían antes que a Juan se le ordenara escribirlas en un libro, suceden durante todo el resto de su existencia sobre la tierra, y continuarán sucediendo hasta cuando se cumplan completa y totalmente todos los propósitos de Dios para los hombres.

Es muy importante darnos cuenta que las cosas más espirituales implican procesos más que sucesos, pues, por ejemplo, las bodas del Cordero bien pueden ser algo así como un proceso, más que una simple ocasión, como en lo natural somos dados a suponer de acuerdo con nuestra experiencia terrenal.

Pablo escribió a la iglesia de Éfeso sobre el gran misterio de Cristo y su Iglesia que se convierten en una sola carne:

"31Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. 32Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia" (Ef. 5:31-32).

Para nosotros es posible entrar a la Nueva Jerusalén, convertirnos en parte de la Novia, y en una sola carne con nuestro Señor, mientras aún estamos en nuestros cuerpos terrenales. Este es el motivo para que el Espíritu y la Esposa digan: "Ven." De ahí la razón para que el Señor ordene a su Iglesia que está en Babilonia: "Salid de ella, pueblo mío" porque Él no quiere que participemos en los pecados de Babilonia, ni quiere que recibamos ninguna de las muchísimas plagas que contra ella se acumulan en juicio.

La Carta a los Hebreos que se escribió alrededor del año 68 d. C., dice:

"22Sino que os habéis acercado al MONTE DE SION, a LA CIUDAD DEL DIOS VIVO, JERUSALÉN LA CELESTIAL, a la compañía de muchos millares de ángeles, 23a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, 24a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel" (Heb. 12:22-24).

Como el Apocalipsis se escribió casi treinta años más tarde, alrededor del año 95 d.C., quiere decir que hacia el 68 d.C., se tenía una buena cantidad de creyentes que ya habían llegado a la Jerusalén celestial. Sin embargo, la influencia de Babilonia fue tan engañadora y penetró tanto en las iglesias durante los siguientes 27 años, que el mismo Señor Jesús tuvo necesidad de:

Reprender a las siete iglesias de Asia, a la iglesia de cada ciudad separadamente, por diversas ofensas a Dios.

A todos los que leen Apocalipsis exhortarlos para que: "El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias."

- Exhortarnos a todos a ser Vencedores.

- Revelar los engaños de Babilonia la Grande que ya había vencido y aprisionado a los santos.

- Decir a todos los creyentes: "Salid de ella, pueblo mío."  Por eso, tanto el Espíritu Santo como quienes ya están en la Esposa, se unen en el mismo clamor.

"Y el Espíritu y la Esposa dicen: VEN. Y EL QUE OYE DIGA: VEN" (Ap. 22:17).

"Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas EN LAS IGLESIAS" (Ap. 22:16).

"Bienaventurado el que lee, y LOS QUE OYEN las palabras de esta profecía, Y GUARDAN las cosas en ella escritas; porque EL TIEMPO ESTÁ CERCA" (Ap. 1:3).

Estas palabras de Cristo son completamente aplicables para todo creyente, en toda iglesia y en toda generación. Dios dio esta revelación de las cosas espirituales a Jesucristo para que el mismo Señor las pudiera manifestar a sus siervos (Apocalipsis 1:1).

La Nueva Jerusalén, como se describe en los capítulos 21 y 22 del Apocalipsis, tiene aspectos presentes y futuros. Cuando esté completa el día de mañana, estará formada por una cantidad tan grande que nadie puede enumerar. Mide doce mil estadios de alto (un estadio = 180 metros), doce mil de largo, y doce mil estadios de ancho.

Apocalipsis 21:1-16, revela que al final tendrá miles de millones de habitantes. Un día Jesús atraerá a TODOS los de su amada Iglesia a Él mismo, y muchos que vivieron y murieron en esclavitud espiritual vendrán a la ciudad celestial. Sin embargo, nuestros intereses y nuestras preocupaciones corresponden al presente, de manera que debemos dejar que nuestro Padre se encargue del futuro.

Mientras permanecemos en nuestros cuerpos terrenales, se nos llama a ser parte de ella AHORA. Pero sólo podemos ser parte de ella ahora mismo, si amamos lo suficiente a Jesús como para obedecerle y oír su llamado sobre salir de Babilonia. Debido a nuestra obediencia, tanto Jesús como el Padre vendrán y harán su morada con nosotros, según la promesa divina:

"El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él" (Juan 14:23).

Esta obediencia no es del tipo de obediencia legalista, pues tiene su raíz en la relación plena de gozo y amor del deseo que experimenta una esposa para agradar y complacer a su esposo y señor. No tiene ninguna conexión con los deberes o con las obligaciones. Es la respuesta amorosa de nuestros corazones cuando la enormidad del amor de Jesús hacia nosotros inunda nuestras almas, y entramos en su reposo, y abandonamos nuestros propios esfuerzos y luchas religiosas.

Tal es el inevitable resultado de nuestro compañerismo personal e íntimo con Dios Padre celestial, Dios Hijo Jesús, y Dios Espíritu Santo.

Tan sólo los vencedores, y únicamente ellos, heredan estas cosas durante la vida terrenal, no todo creyente. Por tanto, si deseamos entrar a la Nueva Jerusalén ahora mismo, debemos aprender a ser vencedores.

"El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo" (Apocalipsis 21:7).

El Espíritu Santo nos revelará muchísimo más sobre estos temas si tenemos voluntad para oír la voz de Jesús y fijar con firmeza nuestras raíces y afirmar nuestros terrenos en la Palabra de Cristo.

En la Nueva Jerusalén no hay templo ni santuario, pues el Señor Todopoderoso y el Cordero son su templo y su santuario  (Apocalipsis 21:22).

Cuán distinta de la ciudad de Babilonia con sus catedrales y templos de piedra y vidrio, ladrillos o concreto, llamados "santuarios" o "iglesias" o "la casa del Señor" por los santos cautivos y engañados.

Sólo podrán entrar en la Nueva Jerusalén aquellos cuyos nombres estén escritos en el Libro de la Vida del Cordero  (21:27). Sus puertas siempre están abiertas, en espera que los reyes de la tierra traigan su gloria y honor a ella  (21:24-25). Dios anhela que su sacerdocio real se aliste para que así pueda entrar en su ciudad.

Los siervos del Cordero tienen el nombre del Cordero escrito en sus frentes (22:3-4), pues han renovado sus pensamientos, mediante la muerte absoluta y completa a las insinuaciones del yo, y han podido desarrollar así la mente de Cristo. Sirven al Rey de reyes (22:3), y no a ninguna institución religiosa organizada, ni mucho menos a las estructuras hechas por seres humanos.

A la Nueva Jerusalén la constituyen personas, los hijos de Dios que han venido a ser sus siervos, sus amigos y su Esposa. En medio de ellos fluye el agua de la vida de Dios, un río del Espíritu que se origina del trono de Dios, en los corazones de quienes le han entronizado verdadera­mente allí (22:1-3).

El Señor Jesucristo es el Árbol de la Vida que produce su fruto continuamente, todos los meses del año.  Las hojas del árbol son aquellos discípulos cuyas raíces y fortaleza están en Cristo, que han sido iluminados por Dios, y reinan en vida, para traer sanidad tanto espiritual como física a las naciones (22:2-6).

"14Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida y para entrar por las puertas de la ciudad. 15Mas los perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira. 16YO JESÚS HE ENVIADO MI ÁNGEL PARA DAROS TESTIMONIO DE ESTAS COSAS EN LAS IGLESIAS. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana. 17Y el Espíritu y la Esposa dicen: VEN. Y el que oye, diga: VEN. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente" (Ap. 22:14-17).

Jesús sencillamente declara y afirma que todas estas cosas son para las iglesias, o sea, para todas aquellas personas nacidas de nuevo que han depositado su fe en Él, es decir, que creen en Cristo. El Espíritu y la Esposa dicen: "­VEN" a los hijos de Dios que conforman las iglesias porque todos ellos están mantenidos en tremendo cautiverio y en una esclavitud más que ominosa por "Babilonia la Grande, la Madre de las Rameras y de las Abominaciones de la Tierra" (Ap. 17:5).

Los que OYEN y responden, también dicen: "VEN."

Que todos los sedientos salgan de Babilonia y traigan su gloria a la Nueva Jerusalén, y los que quieran tomen del agua de la vida gratuitamente. AMEN.

La Busqueda de Dios - Peter Whyte

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"Consuelo para los que están en este mundo, pero que no son de este mundo, y por tanto, son odiados y están cansados de él, es que no estarán para siempre en el mundo, ni por mucho tiempo más"

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