Davis y Clark
Por todas
partes los cristianos están de acuerdo (por lo menos en principio), que el ejemplo
y las enseñanzas de Jesús son la autoridad final en todas las cosas que tienen que
ver con el reino de Dios. Él siempre hizo las cosas que vio hacer al Padre y
habló las cosas que oyó al Padre decir. Su doctrina no era propia. Ver a Jesús
era ver al Padre y oírle era oír al padre. Esto convierte a las palabras de
Cristo en la suprema autoridad en todos los asuntos.
Somos
exhortados a tener la mente de Cristo en todas las cosas. Si hemos de llevar esto a su conclusión final, la actitud de Cristo
hacia el dinero debería ser también
nuestra actitud. Los teólogos llaman al Sermón del Monte (Mateo 5-7 y Lucas 12) “el preámbulo del reino” Jesús introdujo conceptos
básicos del reino a los pobres. No tienes que leer mucho para darte cuenta de
que este reino y su economía no son de este mundo.
De hecho,
casi todo lo que Jesús enseñó sobre el dinero es considerado irresponsable en la
sociedad actual. Cualquiera que se
atreva a obedecer la enseñanza de Cristo en este asunto puede ser acusado de
tener la cabeza en las nubes y de no estar en contacto con las realidades de la
actual situación financiera. Los hombres tienden a medir sus éxitos y
fracasos por el tiempo invertido comparado con el rendimiento, siempre mirando
en el fondo del asunto y a los inmediatos beneficios.
Jesús comienza apuntando a este estándar
falso de éxito, el asunto de las recompensas, o los pagos realizados en
concepto de unos servicios prestados. Incluso al dar a los
necesitados, puedes buscar la recompensa de ser considerado un filántropo o una
persona dadivosa entre los hombres.
Jesús sigue diciendo, “al orar, no uséis vanas repeticiones como hacen los gentiles. Porque
piensan que serán oídos por su palabrería. Por tanto, no seáis como ellos, porque
vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad antes de que se lo pidáis”. (parafraseado).
Las vanas repeticiones de los gentiles
eran peticiones incesantes de cosas materiales de esta vida. Esperaban obtener lo que deseaban mediante una repetición y
persistencia constantes, como un niño cuando pide un obsequio en el supermercado.
Eran como Aladino frotando la lámpara mágica. Esto no funciona con el Dios
viviente.
Él es un
Padre bien familiarizado con las necesidades de Sus Hijos y cuida de ellos.
Sabe lo que necesitamos antes de que le pidamos. El conocimiento de este gran
amor cambia nuestra forma de acercarnos a Él. En lugar de venir con incesantes peticiones de cosas para consumir para nuestro propio placer, venimos
en fe, con las manos abiertas, confiando que el Padre sabe mejor lo que
necesitamos para la vida, y confiando también que Él nos dará nuestro pan
diario como Él mismo lo determine.
Dios no es un Padre que eche a perder a sus
hijos como algunos padres ricos y devotos que compran el afecto de sus hijos, sino que satisface sus necesidades
desde Sus riquezas en gloria.
Entonces,
¿Cómo acercarnos a nuestro Padre? Jesús aconsejó: Orad así: “Padre nuestro que
estás en los Cielos, santificado sea Tu nombre. Venga Tu reino. Hágase Tu
voluntad así en la tierra como en el cielo, El pan nuestro de cada día danos
hoy. No nos metas en tentación, y líbranos del Maligno. Porque Tuyo es el Reino,
el poder y la gloria por siempre. Amén.”
Jesús
convierte a la oración en un asunto de familia. Revela una confianza infantil
en un Padre que da diariamente a Sus hijos en contraste con las vanas
repeticiones de los gentiles paganos, que clamaban a dioses distantes e
indiferentes que se servían a sí mismos. Un
buen padre está atento a las necesidades de sus hijos y está dispuesto a satisfacerlas.
Las
palabras, “el pan nuestro de cada día,
danos hoy”, son quizás la mayor declaración de fe en toda la Biblia. “Padre, Tú sabes lo que necesitamos hoy, y confiamos en que tu lo
proveerás. ¡Tú eres nuestro Padre! Nosotros somos Tus hijos.
Danos hoy
esas cosas que tu has determinado que sean nuestro pan diario.”
33 Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os
serán añadidas.” (Mateo 6:26-33)
Fíjate
que Jesús no aprueba ninguna clase de oración egoísta aquí. Esto esta lejos de las
oraciones egoístas del “Movimiento de la
Prosperidad”.
A
principio de los 70, Janis Joplin cantaba una canción que era una burla de los
evangelistas y predicadores egoístas de la televisión de ese tiempo. Todavía
podemos escuchar su voz grave, diciendo: Señor, ¿Por qué no me compras un
Mercedes Benz? Mis amigos conducen Porsches, Tengo que compensarte.
Después
hubo también otra canción de Ray Stevens, “¿Llevaría Jesús un Rolex en Su show
de televisión? Me desperté esta mañana, puse mi televisión A vivo color había
algo que no podía olvidar. Este hombre me estaba predicando poniendo el
encanto, Pidiéndome veinte teniendo diez mil, en su brazo Llevaba ropa de marca
y una gran sonrisa en el rostro. Me vendía la salvación mientras cantaban
increíble gracia. Me pedía dinero aunque él tenía todas las señas de la
riqueza. Casi le escribo un cheque, y después me pregunte a mi mismo, ¿Llevaría
él un anillo de lujo? ¿Conduciría un cochazo? ¿Llevaría su esposa pieles y
diamantes? ¿Tendría su camerino una estrella? Si regresara mañana, hay algo que me gustaría saber.
¿Llevaría Jesús un Rolex en su show de televisión?
¿Sería Jesús un político si regresara a la tierra? ¿Tendría Su segunda casa en Palm Springs aunque tratara de
esconder su valor? ¿Tomaría dinero de esos pobres cuando regrese otra vez? ¿Y admitir que Él ha estado hablando a todos esos predicadores que
dicen haber estado hablando con Él? Puede que el mundo no sea espiritual
pero no es estúpido (Lucas 16:8).
En el
Sermón del Monte, Jesús corta hasta la motivación del corazón detrás de la preocupación
del hombre por las recompensas. “19No os hagáis tesoros en la tierra,
donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; 20
sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen,
y donde ladrones no minan ni hurtan. 21 Porque donde esté vuestro tesoro,
allí estará también vuestro corazón.”
Codiciar las cosas de este mundo está
enraizado profundamente en el corazón del hombre caído, que
cree verdaderamente que el que muere con más juguetes es el que gana. Esto
lleva a la iniquidad de acumular. Fue en respuesta a esta ambición lo que hizo
que Jesús enseñara como enseñó.
En Lucas 12:13 -21
descubrimos la razón por la que Jesús enseñó esas cosas en ese momento. “Maestro,
dile a mi hermano que comparta la herencia conmigo” Esto suena razonable,
¿verdad? ¿Qué había de malo en la petición de este hombre? ¿Es que no debía su
hermano haber compartido la herencia con él? ¿Es que no debía Jesús preocuparse
sobre la justicia y la equidad? Jesús respondió: “Hombre, ¿Quién me ha puesto
por juez sobre vosotros?” Con todo esto como telón de fondo, se volvió a la multitud
y dijo, “Guardaos de la avaricia, porque
la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”.
Hablando en parábolas, Jesús continuó
conectando la codicia con la acumulación de riquezas. “La heredad de un hombre
rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré,
porque no tengo dónde guardar mis frutos?” No se le había pasado por la cabeza
que una cosecha abundante pudiera ser la bendición de Dios a los pobres. No. Su respuesta al problema del sobrante fue
la misma que hay hoy. “Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los
edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes y diré a mi
alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come,
bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio,
esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así
es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios.”
Con
frecuencia alguien planta una iglesia y ésta crece más allá del tamaño del
edificio en el que se han estado congregando. Entonces se decide construir un
edificio mayor para contener a los fieles. ¿No se les habría ocurrido alguna
vez que esto pudiera ser un gran momento para descentralizar y enviar a los
fieles a cumplir la gran comisión? Esto podría ser una gran oportunidad para extender el Reino verdadero
hecho de piedras vivas en lugar de despilfarrar el dinero en un reino hecho de
ladrillos, madera y hojarasca.
Por causa de la codicia, derriban sus viejos
graneros y los construyen aún más grandes para poder almacenar el incremento
bajo un techo, ¡más dinero, más reputación por tener la iglesia más grande en
la ciudad, además del salario más alto! Nuestros corazones van a estar donde
estén nuestros tesoros.
Si
acumulamos para nosotros mismos, nuestros corazones se centrarán en la tierra y
en las riquezas que hayamos atesorado aquí. ¿Cómo nos hacemos ricos para con
Dios? Encontramos la respuesta en Lucas
12:33-34: “Vended lo que poseéis, y
dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se
agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye. 34 Porque donde está vuestro
tesoro, allí estará también vuestro corazón.” Nos hacemos ricos para Dios
vendiendo lo que tenemos y dándolo a los pobres. No hay otra forma de cambiar
moneda terrenal por moneda celestial.
Estas no
son nuestras enseñanzas sino las de nuestro Señor. Dios hizo nuestros ojos de forma que a menos que estemos deformados,
donde se pose un ojo, ahí se posará también el otro. No podemos mirar una
cosa con un ojo y otra con el otro al mismo tiempo. Esto es la unicidad del ojo, y cuando el ojo es bueno, todo el cuerpo
esta lleno de luz. Tampoco podemos
centrarnos en Dios y en el dinero al mismo tiempo. Uno u otro llenará
nuestros ojos y como resultado, nuestros ojos serán buenos o malos, llenando al
cuerpo de luz o dejándolo en oscuridad.
Jesús explica: “La lámpara del cuerpo es el ojo; así
que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; 23 pero si tu ojo
es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti
hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas? ” “Ninguno puede servir a dos señores; porque
o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro.
No podéis servir a Dios y a las riquezas.” (Mateo 6:22-24)
anto al Padre como a las riquezas (mamón), se les llama señores. Ambos expanden sus reinos incesantemente en
los corazones de sus adoradores
hasta que posean todo el afecto, atención y dominio. Uno es el legítimo
Señor de todo. Dios el Padre de los espíritus
desea reinar dentro de las almas de los hombres volviendo sus afectos hacia las
cosas que son eternas.
La fuerza demoníaca de Mamón atrae a los
deseos de la carne, los deseos de los ojos, y el orgullo de la vida (1ª Juan
2:16) y produce un amor hacia el presente sistema mundial maligno que
es anticristo en su misma naturaleza. Para que la advertencia de Jesús pueda
tener un impacto en nuestras vidas, tenemos que identificar al señor llamado
Mamón. Mamón era un dios babilónico. Los
adoradores se reunían alrededor y le hacían ofrendas con la esperanza de
obtener ganancia mundana. Su enfoque estaba en las cosas de este mundo. La búsqueda del éxito, la fama y las riquezas
llenaban su atención. En breve, desean un reino para ellos mismos que
pertenecía totalmente a este mundo. En contraste con esto vemos otro reino, un reino
que no es de este mundo.
Este
reino no viene con observancia externa, y fue este reino el que Jesús
representó, el reino de Su Padre. La
moneda de este reino es el amor
desinteresado hacia los demás. Almacenas tesoros en los cielos mediante
actos de amor desinteresados hacia los
que están en necesidad.
No hay compromiso en este asunto entre los que
son de Su Reino más que lo hubo en Su propio Hijo. Estos dos reinos y sus
señores son diametralmente opuestos—amor en contraste con el odio, devoción en
contraste con ojeriza. El hombre no puede servir a ambos. Escoger a uno es
rechazar automáticamente al otro.
¿A cuales de estos dos señores servís? ¿Cuál
de ellos es dueño de los afectos de nuestro corazón y ocupa los pensamientos
que más nos preocupan? ¿Cuál
de ellos reclama nuestro tiempo y energías? ¿Es Dios o mamón? ¿O estamos
intentando neciamente apaciguar a ambos maestros en un esfuerzo sin fin de
demostrar que Jesús es un embustero?
Por todas partes vemos hombres que buscan
ganancia para sus propios reinos, todo ello en el nombre de Cristo, que se
estuvo toda Su vida centrado en el reino eterno de Su Padre. Si la ganancia
terrena es nuestro objetivo, se probará que los embusteros somos nosotros.
Por todas partes vemos a hombres de iglesia
almacenando tesoros en la tierra. Construyen grandes edificios,
organizaciones, cuentas bancarias, planes de pensiones y mansiones
impresionantes. Acumulan coches lujosos, carísimos jets privados y toda clase
de riquezas, como si este mundo fuera la única recompensa que fueran a tener.
¿Es ésta
la vida manifestada por Jesús y Sus discípulos al consagrar sus vidas en
devoción al Padre y a Su Reino? ¿Es esta la vida de aquellos que “moraban en cavernas, vestían pieles de
animales, de quienes el mundo no era digno”? En nuestro condado, “Aldeas
infantiles”, una misión juvenil de albergue para jóvenes, fue forzada a no
recibir a más niños necesitados ¡mientras se construía a la vuelta de la
esquina una nueva iglesia de un millón de dólares “para
la gloria de Dios”! ¡Qué afrenta al evangelio del Dios vivo y verdadero!
Haran Mercaderia de Vosotros - G. Davis y M. Clark
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