Davis y Clark
Consideremos detenidamente este pasaje que incluye una advertencia
temible a todos los creyentes.
“Entre
tanto que se dice: Si oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestros corazones,
como en la provocación. ¿Quiénes fueron los que, habiendo oído, le provocaron?
¿No fueron todos los que salieron de Egipto por mano de Moisés? ¿Y con quiénes
estuvo él disgustado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos
cayeron en el desierto? ¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a
aquellos que desobedecieron? Y
vemos que no pudieron entrar a causa de incredulidad. Temamos, pues, no sea que
permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca
no haberlo alcanzado. Porque también a nosotros se
nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír la
palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron. Pero los que hemos creído entramos en el
reposo, de la manera que dijo: Por tanto, juré en mi ira, no entrarán en mi
reposo; aunque las obras suyas estaban
acabadas desde la fundación del mundo. Porque en cierto lugar dijo así del
séptimo día: Y reposó Dios de todas sus obras en el séptimo día. Y otra vez
aquí: No entrarán en mi reposo. Por lo tanto, puesto que falta que algunos
entren en él, y aquellos a quienes primero se les anunció la buena nueva no
entraron por causa de desobediencia.” (Hebreos 3:15:4-6).
Hemos mencionado
anteriormente que Dios no está atado por el tiempo y que los efectos del tiempo
llegaron por causa de la caída de Adán y Eva. Dios mora en el eterno ahora e invita al hombre a unirse a Él
ahí. En su estado caído, el hombre es empujado a crear y luchar, a hacer la
vista gorda y conspirar, a dejar su marca sobre la tierra. En su búsqueda de la
inmortalidad, quiere dejar un legado por el que ser recordado. Para este hombre
no hay reposo porque no conoce la vida eterna. Todo comenzó en el huerto de
Dios, “Si coméis de este árbol, seréis como
(independientes de) Dios, conociendo el bien y el mal”. Vieron que el árbol
podía hacerlos sabios y les permitiría
independizarse de su Padre en cuanto a recibir dirección.
El hombre
religioso es empujado a juzgar lo bueno y lo malo en las vidas de todos los que
le rodean. Insiste en conocer a todos los hombres según la carne. Siempre está
acusando o excusándose a sí mismo y a los demás (Romanos 2:15) como si fuera el
Dios que juzga a los vivos y los muertos (2ª Timoteo 4:1). Siempre está
intentando ordenar su entorno en un esfuerzo continuo de crear la armonía del
Edén de Dios. Consecuentemente su vida está llena de trabajo y de lucha. Sus
mejores esfuerzos para hacer el cielo aquí en la tierra siempre se convierten
en un infierno viviente. Desde Agustín hasta Calvino, hasta el día de hoy, los
que luchan por recrear “La Ciudad de Dios” establecieron el escenario para una
tiranía y brutalidad impensables. Agustín tuvo que confesar, “la ciudad celestial (Roma), aunque debiera ser la señora de las
naciones, es de por sí gobernada por su lascivia de gobierno”.
Todos
sus mejores deseos no pueden levantarse por encima de su propio corazón caído y
corrupto. La respuesta de Dios no está en más hacer, sino en reposar. El cielo
en la tierra solo se encuentra cuando entramos en el reposo de Dios. Pero, ¿Qué
dice el escritor de Hebreos, “procuremos, pues, entrar en Su reposo”? ¿Trabajar
para reposar? No es esto un oxímoron?
¿No están nuestras vidas ya bien llenas de trabajo tal y como están?
Nos
referimos de nuevo a la historia en Génesis sobre un hombre llamado Jacob. Este
hombre era un inquebrantado conspirador, edificador, sacudidor y movedor.
Primero conspira para quitar la primogenitura y la herencia a su hermano mayor,
y con la ayuda de su madre, consigue todo ello. Pero como resultado, tiene que
huir por su vida porque su hermano Esaú era “un hombre de un hombre” y estaba
lo suficientemente furioso como para matarlo.
Así
que Jacob se encaminó al pueblo de su tío Labán en Babilonia. Ahí conoció a su
cónyuge. Labán era astuto y engañó a Jacob para que trabajara para él entre sus
rebaños durante veinte y un años, cuando lo único que Jacob quería era casarse
con una de las hijas de Labán. Vayamos al corazón de esta historia.
Jacob finalmente se puso en marcha hacia su hogar con sus dos
esposas, numerosos hijos , rebaños y pastores, solo para descubrir que su
hermano Esaú venía a su encuentro con 400 hombres armados. No hay que
preocuparse. Jacob, el que suplanta y mina, dispone de sus propias fuentes. Una
vez más pone su mente conspiradora para comprar su salida de los problemas. No
conocía el reposo. Ordenó y equilibró su universo interminablemente. Justo
cuando comenzaba a tenerlo todo bajo control, el problema llamó a su puerta. “Entonces Jacob tuvo gran temor, y se angustió; y distribuyó
el pueblo que tenía consigo, y las ovejas y las vacas y los camellos, en dos
campamentos. Y dijo: Si viene Esaú contra un campamento y lo ataca, el otro
campamento escapará.
Pasad delante de mí, y poned espacio entre manada y manada.” Y mandó al primero,
diciendo: Si Esaú mi hermano te encontrare, y te preguntare, diciendo: ¿De
quién eres? ¿y adónde vas? ¿y para quién es esto que llevas delante de ti?
entonces dirás: Es un presente de tu siervo Jacob, que envía a mi señor Esaú; y
he aquí también él viene tras nosotros. Y diréis también: He aquí tu siervo
Jacob viene tras nosotros. Porque dijo: Apaciguaré su ira con el presente que
va delante de mí, y después veré su rostro; quizá le seré acepto.” (Génesis
32:7,8,17,18,20).
A su manera cobarde y aprovechada, Jacob envió a sus pastores y
rebaños por delante en olas sucesivas, tratando de apagar la ira del hermano al
que había defraudado 21 años antes. Pero le vino la palabra de que Esaú no iba
a ser apaciguado tan fácilmente. Esaú y sus ejércitos se acercaban aún.
Conspirando aún, Jacob dividió a sus esposas e hijos en grupos. Génesis no dice
esto pero podemos verle planificando enviar a sus concubinas y a Lea, su esposa
menos favorecida y a sus hijos, para tener el primer encuentro con Esaú.
Raquel, su amada esposa y sus hijos, directamente delante de él.
Pero algo sucedió a Jacob. Tuvo un encuentro con el Dios viviente.
¿Qué hizo entonces? Fiel a las formas, agarró al ángel del Señor y luchó con él
toda la noche. Incluso entonces tomó el asunto en sus propias manos rehusando
ceder a lo largo de toda la noche, demandando una bendición. Este hombre estaba
tan desesperado por salvar su pellejo. Así que Dios bendijo a Jacob. ¡Lo dejó
cojo para el resto de su vida! ¡Qué bendición!
Hasta entonces, había podido ser su propio Dios, dependiendo de su
propia mente y de su propia fuerza para solucionar cualquier enredo en el que
se hubiera metido. Pero no por más tiempo, porque ahora leemos de un hombre
diferente con un corazón diferente. Por la mañana Jacob anduvo cojeando. En
lugar de enviar a la mujer y a los hijos por delante de él, hacia el arroyo con
el fin de apaciguar el deseo de guerra de su hermano y sus compinches, Jacob
fue al arroyo para enfrentarse a la música que había delante de ellos.
¿Cuál fue el resultado? ¿Se cargó Esaú de un golpe a su hermano
cojo? No. Cayeron el uno en los brazos del otro y se besaron. Esaú no estaba
ahí para matar a su hermano sino para amarle. El que Jacob llamaba “Mi señor
Esaú” solo quería recuperar a su hermano.
Finalmente Jacob había entrado en el reposo de Dios. Tanta obra,
siempre tratando de evitar lo inevitable, siempre intentando evitar
comprometerse, pero ahora vemos a un hombre que vive el resto de su vida sujeto
a lo que Dios planee para él.
Dios nos va dejar luchar y esforzarnos por salvarnos a nosotros
mismos, por edificar nuestros reinos, pero al final, si realmente somos Suyos,
nos tocará en nuestro muslo, nos debilitará y nos llevará al lugar de Su
misericordia. Él no va a permitir dioses extraños delante de Él. Él no quiere
nuestro trabajo, lo que podemos hacer por Él o darle a Él. ¡El sólo nos quiere a nosotros! Él quiere
echarse a nuestro cuello, besarnos y sostenernos en Sus brazos, y amarnos. Este
proceso de llegar al final de nosotros mismos y finalmente entregarnos a Él en
completa entrega es a lo que Él se refiere por “procuremos, pues, entrar en
aquel reposo”.
Para participar de las obras que Dios pre-ordenó antes de la
fundación del mundo y recibir los beneficios de la obra terminada de Cristo,
primero tienes que cesar de tu propia obra. El proverbio africano, “Señor Jesús, haz que mi corazón se siente”,
debería ser nuestra oración constante. ¡Señor, haz que mi corazón cese en su
conspirar! ¡Haz que mi corazón se siente! Deja que mi corazón repose solo en Ti
y no en un intelecto indómito y emprendedor! No sea yo como Israel, de quien
dijiste, “Vuestra salvación os exige que os volváis a Mí y dejéis vuestros
necios esfuerzos por salvaros a vosotros mismos. Vuestra fortaleza vendrá de
estableceros en una dependencia completa de Mí—exactamente aquello que no
habéis estado dispuestos a hacer… Habéis dicho, ¡Ni hablar! ¡Cabalgaremos! De
acuerdo, ¡Cabalgaréis! Solo que no lo bastante. Habéis dicho, ¡Cabalgaremos
sobre caballos veloces! ¿Creéis que vuestros perseguidores montan viejos
jamelgos?
Pensadlo de nuevo: Mil de entre vosotros serán dispersados delante
de un solo atacante. Ante cinco solamente, todos vosotros habréis huido. No
quedará nada de vosotros—un poste en la colina sin estandarte, un poste junto
con al camino con el estandarte rasgado”. Pero Dios no ha terminado. Está
esperando para mostrar Su gracia para contigo. Está reuniendo fuerzas para
mostrarte misericordia. DIOS se toma el tiempo de hacerlo todo bien—todo. Los
que esperan a su alrededor son los que tienen suerte.” (Isaías 30:15-18).
Somos salvos cuando volvemos a Dios y descansamos en Él. En
quietud y en confianza somos hechos fuertes. Esto es ajeno al Jacob que hay en
el hombre. El hombre religioso ama huir—sobre el corcel ligero de la
religiosidad—tratando de esquivar toda posible amenaza. ¡Corre, jinete, corre!
El Señor está esperando. El espera hasta que nuestros perseguidores nos agoten,
nuestros caballos se colapsen debajo de nosotros o recibamos una visión
cegadora de Cristo que nos haga colgar las espuelas. Dios espera que
regresemos, descansemos y esperamos tranquilamente en Él.
“Bienaventurados (felices, afortunados, a ser envidiados) todos
los que Le esperan (ansiosamente), los que Le anhelan, Le buscan y Le desean
(Su victoria, Su favor, Su amor, Su paz, Su gozo y Su inquebrantable compañía
sin par)” (Isaías 30:18). Él espera que
asumamos esa postura que David describe en Sus Salmos graduales. “Dios, no
estoy intentando gobernar al gallo, no quiero ser rey de la montaña, No me he
metido en lo que no me importa ni he fantaseado con grandes planes. He
mantenido mis pies sobre la tierra. He cultivado un corazón quieto. Como un
bebé satisfecho en brazos de su madre, mi alma es como un bebé satisfecho.
Espera, Israel, en DIOS. Espera con esperanza. Espera ahora, ¡Espera siempre!”
(Salmos 131:1.3 parafraseado).
Nuestros corazones deben asentarse y reposar completamente en la
elección de Dios. No escogimos a Cristo sino que Él nos escogió a nosotros y
nos predestinó para ir y llevar fruto. Cuando llegamos a ver que Él nos escogió
antes de la fundación del mundo, antes de que hubiéramos hecho nada bueno ni
malo, noble o innoble, entonces nuestros corazones se asientan. ¡Qué misterio!
Dios nos escogió antes de la fundación del mundo (Efesios 1:4-5) Dios dijo a
Jeremías, “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses
te santifiqué, te di por profeta a las naciones.” (Jeremías 1:5). Si perteneces
a Cristo, Dios te conoció y te llamó ANTES.
Incluso las obras que Él te ha llamado a hacer fueron
“pre-ordenadas” (lee Efesios 2:10). Nada queda a nuestra discreción. Entramos
en el reposos de Dios cuando cesamos de nuestras propias obras y nos entregamos
al llamado que Dios preordenó para nuestras vidas.
El autor de Hebreos escribió del delicado equilibrio entre las
obras y el reposo:
Pero los que
hemos creído entramos en el reposo, de la manera que dijo: Por tanto, juré en
mi ira, No entrarán en mi reposo; aunque las obras suyas estaban acabadas desde
la fundación del mundo. Porque en cierto lugar dijo así del séptimo día: Y
reposó Dios de todas sus obras en el séptimo día. Y otra vez aquí: No entrarán
en mi reposo. (Hebreos 4:3-5).
Vincent hace el siguiente comentario:
El reposo de sabbath
apunta hacia el reposo original de Dios y marca el descanso ideal—el descanso
del ajuste perfecto de todas las cosas a Dios, como siguió a la consumación de
su obra creativa cuando pronunció todas las cosas como buenas. Esto encaja con
el pensamiento raíz de la Epístola, la restauración de todas las cosas al
arquetipo de Dios.
“Dios vio que era
bueno” y “consumado es” son dos aspectos de la misma moneda. Dios obra donde
escasea Su bondad. No descansará
hasta que toda área de nuestra vida refleje Su obra y justicia. Seguiremos en
el día sexto, trabajando en nuestras fuerzas hasta que descansemos en la obra
consumada de Dios, acabada desde la
fundación del mundo.
La palabra trabajo implica una labor
inacabada. La palabra reposo habla de
cese de trabajo. Todo está acabado. En el capítulo diecisiete de Juan, Jesús
oró, “Te he glorificado en la tierra, he acabado la obra que me diste que
hiciese”. Ahora, Padre, glorifícame Tú con aquella gloria que tuve contigo
antes que el mundo fuese (Juan 17:4-5).
Pedro
escribió, “Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han
sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó
por su gloria y excelencia…” (2ª Pedro 1:3).
Solo
si entras en las obras que fueron acabadas desde la fundación del mundo podrías
conocer el reposo de Dios en el día séptimo. En el capítulo titulado “LO nuevo
que es viejo” del excelente libro, Las
Reacciones de Dios a las deserciones de los hombres, T.A. Sparks escribió:
Lo que desde el punto de vista del hombre ha sido siempre lo nuevo
de Dios, desde Su propia perspectiva no ha sido nuevo en absoluto. “El Señor
hace conocer todo esto desde tiempos antiguos” (Hechos 15:18). “Las obras suyas
estaban acabadas desde la fundación del mundo.” (Hebreos 4:3).
En todas sus frescas
revelaciones y actividades, Dios está obrando hacia atrás hacia una posición y
diseño originales. Dios nunca abandona su premisa original… Dios tiene ante Él
todo el tiempo la obra terminada y completada, y sabe exactamente en detalle lo
que quiere. Debe tenerlo y lo tendrá. No se le puede negar eso y nunca se
rendirá o tomará menos. Cuando haya un desvío o una escasez de lo mismo, habrá
una reacción divina…
¿Cuál ha sido nuestra parte en todo esto? ¿Quién hace la obra? El
Espíritu Santo obra AHORA para llevar todas las cosas a conformidad con la
posición original de Dios, Su premisa y diseño. Nuestra parte es ser dirigidos
por y entregados al Espíritu, permitiendo Su obra transformadora dentro de
nosotros (lee Romanos 8:14). La obra es hecha por y a través del Espíritu. Pablo
lo expresa así, “Pues nosotros por el Espíritu aguardamos por fe la esperanza
de la justicia” (Gálatas 5:5).
Aquí vemos que es por el Espíritu que esperamos ansiosamente en fe
el cumplimiento completo de la justicia. Esperamos porque ésta es la obra del
Espíritu. Los judaizantes ponían su fe y esperanza en la actividad carnal y en
las ordenanzas—circuncisión, observancia de la ley y toda una multitud de otros
rituales, demasiado numerosos para mencionarlos aquí. Pablo argumenta a favor del
respeto a la obra del Espíritu. Esperamos en fe que el Espíritu Santo de Dios
gire y de a luz a las cosas preparatorias para el cumplimiento pleno de la
justicia.
Hasta que no cesemos de
nuestros esfuerzos carnales no podremos conocer la fe y la esperanza de que
habló Pablo, porque es una obra del Espíritu. Recuerda, “Somos nosotros
[creyentes verdaderos], y no ellos [los judaizantes esforzándose en la
perversión del Evangelio] quienes hemos recibido la verdadera circuncisión,
porque adoramos a Dios por Su Espíritu y nos gozamos en nuestra vida de unión
con Cristo Jesús. No ponemos ninguna confianza en ceremonias externas”
(Filipenses 3:3, énfasis en corchetes
nuestro).
El hombre está obsesionado en perfeccionar la perfección—en crear
lo nuevo y mejorado. Incluso intenta mejorar la obra consumada de Cristo. Los
que vais a entrar en el reposo de Dios primero tenéis que cesar de vuestras
propias obras. El reposo es el fin del trabajo. La religión está preocupada con
hacer. “Tienes que dejar esto y comenzar a hacer eso, evitar a esos y asociarte
con estos…” Si te involucras en tal auto-mejora, no puedes entrar en la obra
terminada de Dios porque estarás resistiendo Su hechura en tu vida por medio de
tus propias obras. ¡Las obras fueron terminadas (tiempo pasado) desde la fundación del mundo! Juan
escribió del Logos, “Todas las cosas fueron hechas por Él. Sin Él, nada de lo
que hay fue hecho” (Juan 1:3) ¿Cómo podemos añadir algo a eso?
Tenemos la tendencia a ver la muerte de Cristo en la cruz como una
redención del último momento, un añadido que no estaba incluido en el plan
original de Dios, una clase de medida de recurso provisional por causa de la
caída de Adán. Luego leemos, “Y la adoraron todos los moradores de la tierra
cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero
que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8). ¡Está
acabado! Estos pensamientos y eventos fueron todos incluidos en el consejo de
Dios cuando dijo, “Hagamos al hombre a NUESTRA imagen y a NUESTRA semejanza.”
¡Las obras del Padre están completas y son muy buenas! ¡Todo lo
que pertenece a la vida y a la piedad es nuestro si solo dejamos de intentarlo
por nosotros mismos y en fe, abrazamos las obras que fueron acabadas desde la
fundación del mundo y luego dejamos que el Espíritu nos lleve a su realización
plena!
De la Ley al Reposo - G. Davis y M.Clark
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