John Bevere
Llegó el momento de perfeccionar el carácter, y el desierto es el mejor lugar para que eso sea hecho. En el capítulo anterior, definimos lo que no es desierto. Ahora aclararemos de lo que se trata. Existen personas que se culpan al llegar al desierto, creyendo que Dios las despreció o que no está satisfecho con ellas.
Aún no comprendieron el sentido o propósito del desierto en la vida de ellas. En la Biblia y en toda la historia, hombres y mujeres pasaron por el desierto como una forma de ser capacitados por Dios, para cumplir su propósito. Por lo tanto, el desierto no significa rechazo, pero si preparación divina.
Quiero recordarle, desde ya, que los eventos del Antiguo Testamento son sombra de la alianza hecha por Jesucristo en el Nuevo Testamento. Usaré los eventos y las profecías del Antiguo testamento para ilustrar lo que es el desierto. Incorporando algunos de los aspectos de la ley y de los profetas en nuestro estudio, podremos entender ampliamente la manera en que Dios actúa y trata con La Iglesia.
Jesús dijo en Mateo 5:17:
"No penséis que vine a revocar la Ley o los Profetas: no vine para revocar, vine para cumplir". El Espíritu Santo lanza luz sobre las Escrituras revelando los misterios del Antiguo Testamento, ocultos en Cristo. Al leer el Antiguo Testamento, usted verá ejemplificadas las verdades del Nuevo Testamento. 1 Corintios 10:11 dice: "Estas cosas les sobrevinieron como ejemplos y fueron escritas para advertencia nuestra, de nosotros sobre quienes los fines de los siglos han llegado".
En otras palabras, Dios quiere que nos beneficiemos de las experiencias de los patriarcas y de los profetas. Muchas profecías del Antiguo Testamento se cumplieron al largo de la historia, pero eso no quita de ellas el mérito de que nos sirvan de ejemplo el día de hoy. Una cosa no invalida la otra.
Percibiendo el desierto
"He ahí que, si me adelanto, allí no está; si torno para atrás, no lo percibo. Si opera a la izquierda, no lo veo; se esconde a la derecha, y no lo diviso. Pero él sabe mi camino; si él me probara, saldría yo como el oro" (Job 23:8-10).
He ahí una descripción clásica del desierto. Job lo busca por la presencia y el mover de Dios en su vida, pero mientras más lo busca, menos lo siente. Dios, sin embargo, está trabajando a su favor y sabe todo lo que está aconteciendo con él. El hecho de que la presencia de Dios no sea perceptible no quiere decir que él no esté allí, operando en nuestra vida.
Cuando usted aceptó el Señor Jesús y Él lo llenó de su Espíritu, la presencia de Dios era maravillosa y real. Usted sólo susurraba su nombre y Él se manifestaba. Semejante a un niño recién nacido, usted recibía de él toda atención.
Podemos ver a los niños recién nacidos. Ellos necesitan de constantes cuidados. Necesitan ser alimentados, cambiados, bañados y dependen de la ayuda de los mayores para sobrevivir. En la medida que crecen sin embargo, aprenden las actividades necesarias a cada paso de su desarrollo.
Cuando nuestro hijo más grande comenzó a alimentarse solo, se sentía frustrado por no tener la misma agilidad de la madre en llevar la cuchara a la boca. Él luchaba, buscando hacer lo que la madre antes hacía por él. Sería mucho más fácil para él que continuáramos alimentándolo; eso le ahorraría trabajo. Pero, si así procediéramos, quitaríamos de él la oportunidad de aprender y de crecer.
El nivel de asistencia y cuidado que un bebé recibe tiene que ser cambiado a medida que él crece. Eso lo anima a crecer y a madurar.
Es así que Dios hace con nosotros a fin de que maduremos espiritualmente. Cuando nos convertimos y somos llenos del Espíritu Santo, al menor gemido nuestro, Dios se manifiesta, viniendo a nuestro socorro. Sin embargo, para que podamos madurar, él permite que pasemos por periodos en los que ya no responde a cualquier instante. Llegó la hora del perfeccionamiento del carácter, y es en el desierto que eso ocurre... En el desierto, parece que Dios está a miles de kilómetros de nosotros y que sus promesas son intangibles. En realidad él está allí, junto a nosotros, pues prometió que jamás nos abandonaría (Heb 13:5).
El desierto es un periodo en el que usted tiene la impresión de que está andando en la dirección contraria a todo lo que soñó, distanciándose cada vez más de la promesa divina. Es una fase en la que usted percibe que no crece ni madura. De hecho, parece que usted está retrocediendo. La presencia de Dios parece disminuir. Siente que no es amado y cree que nadie le mira. Pero no es así.
El pan nuestro de cada dia
En el desierto, usted recibe el "pan de cada día", y no la "abundancia de riquezas". Es un tiempo en que nada le falta para el suplimiento físico y material, pero usted no gana todo lo que quiere. Dios sabe de lo que usted necesita para el suplimiento espiritual, y no siempre él le da lo que usted cree que precisa! En América, cuando tenemos falta de alguna cosa, decimos: "El diablo atravesó mi camino".
El problema es que nuestra definición de necesidades y deseos difiere de la realidad. Creemos que lo que queremos es una "necesidad", cuando la realidad es otra!
La Iglesia americana tiene que aprender el sentido de las palabras de Pablo en Filipenses 4:11-13:
"Digo esto, no a causa de la pobreza, porque aprendí a vivir contento en toda y cualquier situación. Tanto sé estar humillado como también ser honrado; de todo y en todas las circunstancias, ya tengo experiencia, tanto de abundancia como de hambre; así de abundancia como de escasez; todo lo puedo en aquel que me fortalece”
Pablo aprendió que, en la fuerza de Cristo, podría vivir alegre en la pobreza y en la abundancia. Sin embargo, aquí en América, los creyentes piensan diferente! Los que viven en la abundancia se sienten más infelices que aquellos que sufren necesidades diarias. Si no poseemos algo de lo cual podemos tomar lo que es nuestro, creemos que alguna cosa nos "falta". Juzgamos la fe de una persona y mesuramos su espiritualidad por aquello que ella posee, cuando deberíamos atentar hacia el carácter de ella, y no a sus posesiones.
Los israelitas huyeron de Egipto con mucha riqueza; oro, plata y tejidos finísimos. Pero, usaron el precioso metal para hacer ídolos en el desierto, y los tejidos y joyas, como adorno, para bailar delante de ellos.
En la realidad, el bien que poseían no era señal de santidad! Solamente dos personas, de entre los miles que salieron de Egipto con edad por encima de 20 años, tenían el carácter necesario para entrar en la tierra prometida. Josué y Caleb entraron en la tierra porque tenían "espíritu diferente".
Seguían a Dios de verdad (Nm 14:24) !Erramos en nuestros sistemas de valores cuando juzgamos a las personas por las riquezas y posesiones, y no por aquello que son.
Por otro lado, cuando un creyente tiene abundancia de recursos o una posición de influencia y de liderazgo, él cree que Dios le dio todo eso para usarlo como quiera! Compra y vende lo que quiere, gasta el dinero en lo que bien entiende y en lo que le satisface, o usa su posición de influencia para beneficio propio. En la realidad, la abundancia de recursos y la posición de autoridad deberían llevar la persona a depender cada vez más de Dios y a hacer su voluntad.
Hay alguna gente que aprovecha la posición de autoridad que Dios le concede, sólo para realizar sus sueños personales. Pablo, aun tiendo autoridad para recibir ayuda financiera de las iglesias que él había comenzado, dijo:
"Si nosotros os sembramos las cosas espirituales, será mucho que recogiéramos de vosotros bienes materiales? Si otros participan de ese derecho sobre vosotros, no lo tenemos nosotros en mayor medida? Sin embargo, no usamos de ese derecho; antes, soportamos todo, para no crear cualquier obstáculo al evangelio de Cristo" (1 Co 9:11, 12). Para Pablo, era más importante no crear obstáculo a la predicación del evangelio que recibir bienes materiales.
Escribiendo acerca de la ayuda financiera que los filipenses le dieron, Pablo dijo: "No que yo busque el donativo, pero lo que realmente me interesa es el fruto que aumente vuestro crédito" (Fil 4:17). Él se preocupaba con el bienestar de los que le ofrecían, y no con los beneficios personales que podría obtener con la oferta, tampoco con el éxito ministerial.
Existen personas que no aprendieron a vivir con la unción; la usan para juntar multitudes y para tener fama. La motivación de algunos predicadores es que sean conocidos en todo el país y levantar grandes sumas de dinero. Toda motivación cuyo foco sea otra cosa, que conocer el carácter de Dios, redundará en destrucción. Dios desea el bienestar de su pueblo, y no apoya los motivos personales de sus obreros.
Esta es la amonestación que se encuentra en Filipenses 2:3-5: "Nada hagáis por partidarismo o por vanagloria, pero por humildad, considerando cada uno a los otros superiores a sí aún. No tenga cada uno en vista lo que es propiamente suyo, sino también cada cual lo que es de los otros. Teniendo en vosotros el mismo sentimiento que hubo también en Cristo Jesús". Jesús actuaba en su ministerio despojado de toda motivación personal.
Él tomó sobre sí nuestros pecados, y la pena de muerte que nos estaba reservada, (por lo tanto, llevando en cuenta que nuestro bienestar era más importante que lo de él) siendo el mismo inocente. Su blanco en la vida era servir y dar su vida en nuestro favor. Negándose a sí mismo, nos dio el mayor de todos los dones: ¡la vida eterna!
Es ese tipo de carácter que Dios perfecciona en nosotros en el desierto. Es en el desierto que el fruto del Espíritu es cultivado. El intenso deseo de conocer al Señor nos lleva a caminar siguiendo sus pasos. Pablo no tenía como objetivo de vida edificar un gran ministerio; todo lo que anhelaba era conocer a Jesús de forma más íntima y por encima de todo, agradarle! El desierto es un lugar de sequedad. Puede ser sequedad espiritual, financiera, social o física. Es en el desierto que recibimos de Dios el "pan de cada día", no la "abundancia de riquezas".
Él suple nuestras necesidades, sin embargo no nos da aquello que deseamos. Finalmente, el objetivo del desierto es nuestro perfeccionamiento. Nuestro blanco debe ser conocer mejor al Señor, y no vivir en búsqueda de sus provisiones. Así, cuando estuviéramos en abundancia, reconoceremos que fue el Señor quien nos dio. Él nos concede la abundancia de su gracia, para confirmar su alianza (Dt 8:12-18)
Victoria en el Desierto - John Bevere
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