Davis y Clark
“Por
la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de
recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como
extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con
Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que
tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios”. (Hebreos 11:8-10)
En
este pasaje leemos sobre un auténtico hombre de fe. Decimos auténtico porque él
tenía su mira puesta en otro mundo y
“esperaba la ciudad que tiene fundamentos cuyo constructor y hacedor es Dios”.
A diferencia de muchos cristianos hoy, no estaba tan ocupado en construir
“grandes cosas para Dios”, sino que miraba una ciudad construida por Dios.
Recuerda, este “capítulo de la fe” comienza con una declaración de hechos que
dice, “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que
no se ve.” Si no podemos apreciar esta importante diferencia entre lo temporal
y lo eterno, ciertamente somos como ciegos.
En
el Nuevo Testamento leemos de dos fariseos descendientes del justo Abraham que
tuvieron un encuentro con el viviente Hijo de Dios y cuyas mundos fueron
puestos patas arriba. Uno era Nicodemo y el otro Saulo de Tarso. Cada uno de
ellos fue invadido por un Hombre cuya vida y perspectiva les eran totalmente
ajenas, aunque cada uno afirmaba ser representante de Dios a Su pueblo y se
enorgullecían de vivir vidas piadosas.
Primero
veamos la colisión que Saulo tuvo con el Cristo resucitado.
“Saulo,
respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo
sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si
hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a
Jerusalén. Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco,
repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra,
oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El dijo: ¿Quién
eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar
coces contra el aguijón. El, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres
que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá
lo que debes hacer.” (Hechos 9:1-6)
“¿Quién
eres Señor?” ¿Te has dado cuenta de que Jesús parecía manifestarse de manera
inaceptable para la mente del hombre religioso? ¿Te has dado cuenta de que
cuando habla, Sus palabras son o bien confusas o bien totalmente inaceptables
para la mente religiosa? De principio a fin parece ser de otro mundo como si
disfrutara desbaratando nuestra “realidad” presente. Nos gusta tener todo
limpito y ordenado, en montoncitos muy ordenados y luego llega Él y sopla sobre
todo ello, esparciendo nuestra paja en el viento.
Vemos
esto en el discurso de Jesús con el fariseo Nicodemo, un hombre religioso con
todas sus doctrinas correctas y todos sus principios teológicos bien ordenados
por filas. Nicodemo se atrevió a acercarse a este Hombre que mora y piensa en
la eternidad, para su propia perdición.
“Había
un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los
judíos. Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de
Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no
está Dios con él. Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el
que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo
puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el
vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo,
que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de
Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu,
espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo.
El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene,
ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu. Respondió Nicodemo
y le dijo: ¿Cómo puede hacerse esto? Respondió Jesús y le dijo: ¿Eres tú
maestro de Israel, y no sabes esto? De cierto, de cierto te digo, que lo que
sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos; y no recibís nuestro
testimonio. Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os
dijere las celestiales?” (Juan 3:1-12)
Nicodemo
viene a Jesús y reconoce que Él es de Dios. Había escuchado de los milagros y
le había dado el crédito a Jesús. Al hacerlo, pensó que había andado la milla
extra con Cristo. Luego vemos que Jesús comienza a acorralarlo. “Tienes que
nacer del agua y del Espíritu. ¡Tienes que nacer de nuevo!” Cuántos pensamos
que solo hace falta nacer de mujer (nacer del agua), y luego ceñirnos a
nosotros mismos el sistema de creencia correcto, y así, tener cumplido todo lo
que Dios exija de nosotros. Miles de millones de hombres y mujeres se han
acercado a Jesús de este modo. Musulmanes, judíos, budistas, y si, incluso los
cristianos hacen esto. Pero, ¿Es esto lo que Cristo exige de los que van a
conocer a Su Padre, el único Dios verdadero?
“¡Tienes
que nacer de nuevo! Tienes que nacer del Espíritu”. ¿Qué se supone que ha de
significar esto? Después de que Jimmy Carter durante su campaña para la
presidencia, comenzase confesando que era nacido de nuevo, enseguida comenzamos
a escuchar esta frase repetida como un loro por todo lo largo y ancho de la
cultura americana. La Avenida Madison tomó este dicho como suyo y pronto, las
nuevas líneas de los industriales también habían “nacido de nuevo”.
Pronto
tuvimos coches “nacidos de nuevo”, restaurantes “nacidos de nuevo”, y
hamburguesas “nacidas de nuevo” que comían las estrellas del pop que cantaban
sobre las nuevas relaciones terrenales como si su nueva aventura hubiera salido
directamente del cielo.
¿Qué
quiere decir “nacido de nuevo” desde una perspectiva celestial? ¿Quiere decir
que vamos a una reunión, escuchamos a un hombre santo hablar y ante su
invitación, levantamos un dedo (o avanzamos hacia el altar) y ya, ya somos
nacidos de nuevo? Echemos un vistazo a algunas cosas más que Jesús tuvo que
decir sobre nacer de nuevo. “A menos que no nazcas del Espíritu”, a menos que
no nazcas del mundo del Espíritu, aún no has llegado a la primera base. Lo que
es nacido de la carne ES carne. Lo que es nacido del Espíritu es espíritu. Hay
una división entre ambas. La primera es del mundo y mundana. La última es de
otro mundo y manifiesta a ESE mundo que
no busca nada de éste. Él ve el reino de Dios. Su visión completa está llena de
ese reino y el príncipe de este mundo no puede volver su cabeza. No hay vuelta
atrás.
Algunos
de vosotros estéis probablemente pensando, “Espera un minuto, ¡No podemos estar
tan centrados en el cielo que no sirvamos para nada en la tierra! Tenemos que
mantener un equilibrio en esto”. Os habéis unido a Nicodemo al decir, “¿Cómo
pueden ser estas cosas?” Seamos razonables en esto. ¿Qué pasa con todo lo bueno
que puedo ofrecer a Dios? ¿Qué pasa con mis habilidades musicales, mi riqueza,
mi capacidad administrativa, mi éxito en el mundo de los deportes? ¿Qué pasa
con mi título de teología? ¡Ciertamente Dios puede usar todo esto!” A lo que
Jesús responde, “lo que es de carne, SIGUE SIENDO carne.” Si la justicia de
Nicodemo no tenía lugar en el reino de Dios, ¿Cuánto más cierto es esto de la
nuestra? Pastor, “¿eres tú un maestro de la ley y no entiendes estas cosas?”.
Jesús
continuó diciéndole a este líder de los Judíos, “Hablamos lo que sabemos y
testificamos de lo que hemos visto”. Jesús habla por el Espíritu desde una
perspectiva celestial y representa al Reino y la voluntad de Su Padre. El
hombre carnal y religioso solo habla por la carne y las cosas de ESTE mundo.
Habla de las cosas que ha aprendido en el mejor de los seminarios de este
mundo. Habla de lo que ha leído en sus volúmenes de comentarios que adornan las
paredes de su estudio.
O peor aún, va a un seminario de entrenamiento
y habla de las cosas que ha aprendido sobre el “crecimiento de iglesia”. Su
interés está en edificar SU reino religioso, consiguiendo un número cada vez
mayor de gente bajo su control e influencia. Pero, ¿Cuántos cristianos de hoy día
y sus líderes hablan de lo que han oído que el Espíritu les ha dicho, para
hablar solo después de haber estado un rato delante del Padre, envueltos por Su
amor? ¿Cuántos hablan lo que SABEN, con un conocimiento que solo viene de la
realidad del reino, de tener comunión con Dios en el Espíritu? Jesús dijo, “Yo
solo hablo lo que oigo decir a Mi Padre, y solo hago lo que veo hacer a Mi
Padre.” Esto es lo que significa nacer de nuevo.
Jesús
fundió literalmente a este fariseo cuando le dijo, “el viento sopla de donde
quiere y oyes su sonido, pero no sabes de donde viene ni a donde va. Así es
todo aquel que es nacido del Espíritu.” La mente de Nicodemo resonaba ante
esto, “No, no, ¿Cómo puede ser?”. Por consecuencia, Nicodemo estaba diciendo,
“Jesús, ¡Lo que esto implica es demasiado! Si la gente que es guiada por el
Espíritu es como el viento, ¿Cómo podemos controlarlos para seguir canalizando
sus energías y su dinero en nuestros programas?
Si
la gente empieza a escuchar a Dios por si misma y a obedecer Su voz, se
volverán tan impredecibles como Tú! No
llegarán a tiempo a las reuniones porque estarán haciendo sus ministerios, que
chocaran con los nuestros, fuera de
nuestras propias paredes. Puede que se empiecen a reunir por las casas y
descuiden el templo por completo al ir de casa en casa en unidad y al amarse
unos a otros alrededor de una comida. Nuestras sinagogas se volverán totalmente
irrelevantes y se deteriorarán. “¡Perderemos nuestro control sobre sus vidas!”
Jesús
añade este insulto a toda su afrenta hacia el status quo del hombre, “No
recibís nuestro testimonio. Si Yo os he hablado cosas terrenales y no creéis,
“¿Cómo creeréis si os hablo las celestiales?” En lengua vernácula, “Chico, no
tienes ni una pista de lo que estoy hablando y nunca la tendrás hasta que caigas sobre tu rostro y clames a
Mi en arrepentimiento y limpieza de corazón, dejando todos tus títulos,
posiciones, túnicas de justicia y todo tu pedigree judío a un lado, teniendo
todo esto por basura.” Unos años después Jesús confrontaría a Pablo en el
camino de Damasco y el resultado en su vida fue exactamente esto.
Así
pues, ¿cual es el costo de convertirse en “nacido de nuevo”, de ser alguien
guiado por el Espíritu como el viento, de obedecer ese llamado celestial hacia
lo alto que te despoja de esta no-realidad presente a la realidad de Dios?
“Y ha visto en visión a un varón llamado
Ananías, que entra y le pone las manos encima para que recobre la vista.
Entonces Ananías respondió: Señor, he oído de muchos acerca de este hombre,
cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén y aun aquí tiene autoridad de
los principales sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre. El
Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi
nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel;
porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre.” (Hechos
9:12-16)
Nosotros
en la iglesia occidental anhelamos ser como Billy Graham y tener oportunidad de
predicar a Jesús a reyes, presidentes y coliseos llenos de gente, a
muchedumbres que nos admiren. Sin embrago, ¿estamos dispuestos a abrazar la
cruz de Cristo y sufrir “muchas cosas por causa de SU nombre? ¿Seguiremos a
Jesús hasta la cruz? ¿Estaremos dispuestos a sufrir la pérdida de todas las
cosas que este mundo tiene que ofrecer y vivir vidas centradas en un reino que
NO es de este mundo? ¿O somos como esas siete mujeres de las que habla el
profeta Isaías?
“Echarán
mano de un hombre siete mujeres en aquel tiempo, diciendo: Nosotras comeremos
de nuestro pan, y nos vestiremos de nuestras ropas; solamente permítenos llevar
tu nombre, quita nuestro oprobio.” (Isaías 4:1)
Siete
mujeres, siete candeleros, siete iglesias, queremos lo mejor de ambos mundos.
Queremos la independencia de ser señores de nuestra propia vida. Queremos una
carrera de éxito, queremos vivir vidas cómodas, queremos que todos los hombres
piensen bien de nosotros, queremos edificarnos un reino y dejar un legado con
nuestro nombre puesto en ello. Así, Jesús, danos sólo tu nombre para que
podamos parecer justos delante de nuestro prójimo. Queremos parecer filántropos
ricos que se preocupan verdaderamente sobre los pequeñitos, siempre que podamos
mantener el control sobre nuestras vidas. Queremos ser reconocidos como
“Cristianos”. Queremos que la gente vea que siempre hacemos “lo cristiano”.
Solo danos tu nombre para cubrirnos en nuestra desnudez espiritual.
Así
que ahí está Nicodemo, con su mundo hecho trizas, a sus pies. Y ahora viene el
golpe de gracia, “Nadie subió al cielo sino el que viene del cielo, esto es, el
Hijo del Hombre que está en el cielo”. ¿Qué? ¿Estás diciendo que no sólo TÚ has
bajado del cielo sino que AÚN estás en el cielo? ¿Qué eres, un loco? Me iba
bien creyendo incluso en el cielo y manteniendo una postura en contra de los
saduceos que no creen en la resurrección. ¡Y ahora me dices que no solo estás
aquí desde el Cielo, sino que sigues estando ahí, estando ahí delante de mí,
aquí, en la tierra!
En
la cabeza de este líder religioso, Jesús o bien estaba demonizado y era un caso
claro de locura, o simplemente era de otro mundo. Las obras que Él hizo, los
milagros, hablan de ese otro mundo, así que Nicodemo no podía simplemente
desecharlo como un Mesías falso. Jesús golpeó la visión del mundo de este
hombre y golpeará también la tuya si tratas de seguirle por la dirección y el
poder del Espíritu. En breve, las cosas de este mundo se ensombrecerán, como ha
sucedido con nosotros, y tu “pastor” te acusará de no estar cuerdo y de estar
tan “centrado en el cielo que no sirves para nada en la tierra”. Ojalá así
fueran todos los que nombran el nombre de Jesús.
Pablo
escribió a la iglesia de Éfeso,
“Aun
estando nosotros muertos (muertos, inertes) en [nuestros] pecados, nos dio vida
juntamente con Cristo [nos dio la vida de Cristo Mismo, la misma nueva vida con
la que Él le avivó], (por gracia sois salvos—Su favor y misericordia que no
merecíais) (salvos del juicio y hechos participantes de la salvación de
Cristo). Y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar [nos dio
un lugar-asiento junto a Él] en los lugares celestiales [por virtud de nuestro
ser] con Cristo Jesús [el Mesías, el Ungido]” (Efesios 2:5-6 ampliado)
¿Te
has dado cuenta del agujero en el tiempo que hay aquí? Esta es la vida
cristiana normal. Como fue cuando Jesús hablaba con Nicodemo, así es con todos
los que somos de Cristo. Estamos aquí en la tierra, pero también estamos ahí
con Él, en lugares celestiales en Cristo. Si el pasaje de arriba nos dice algo,
dice que en realidad somos seres espirituales que tienen una experiencia
corporal. Dios así lo ha ordenado. Nuestros pecados no podrían terminar este
destino. Porque incluso cuando estábamos muertos en nuestros pecados, Él nos
vivificó en comunión y unión con Cristo en la misma nueva vida de Cristo. Hemos
creído por la gracia. Hemos sido salvos por Su gracia y caminamos nuestra misma
vida por Su gracia.
¿Estamos
caminando en lugares celestiales? No, hemos sido forzados a sentarnos juntos en
Él. Él es quien dijo en la cruz, “consumado es”. Si estamos en Él, entonces nos
encontramos como el mismo Jesús cuando habló a Nicodemo, “Nadie ha subido al
cielo, sino el que viene del cielo, el Hijo del Hombre que está en el cielo”.
Es en nuestro reposo en Cristo en los lugares celestiales que estamos en Su
reino en esta tierra. Su oración se convierte en una realidad. “Venga Tu Reino,
hágase Tu voluntad así en la tierra como en el cielo”.
Es solo cuando descansamos en Él en el reino
del Padre, que podemos ser de alguna clase de utilidad para el reino aquí en la
tierra. Solo podemos caminar con Cristo si estamos sentados en Él en los
lugares celestiales a la diestra del Padre. Si estamos ocupados edificando
nuestros propios reinos de hombres---y si no es el Espíritu a quien estamos
obedeciendo y siguiendo, sino a meros hombres—todo será madera, heno y
hojarasca y todo será consumido por los fuegos purificadores de Dios.
Estar
en Cristo es ser de otro mundo. Estaremos tan centrados en el cielo que este
mundo y sus líderes religiosos nos expulsarán como algo profano.
“Si,
pues, habéis resucitado con Cristo [a una nueva vida y por tanto participando
de Su resurrección de entre los muertos ], buscad las cosas de arriba [tesoros
ricos y eternos], donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira
en las cosas de arriba (las cosas de lo alto), no en las de la tierra. Porque
[en lo que se refiere a este mundo] habéis muerto, y vuestra vida [vuestra vida
nueva y real] está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida,
se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en el
[esplendor de Su] gloria.” (Colosenses 3:1-4)
¿Hemos
de seguir mirando hacia arriba? ¡En modo alguno! Si estamos EN Cristo tenemos
una perspectiva celestial y solo podemos mirar hacia abajo con Sus ojos de amor
sobre un mundo perdido y moribundo. ¡Nuestro enfoque real está en las cosas
espirituales! Buscamos Sus tesoros celestiales, no como algunos lo enseñan
(para su propia condenación), buscar bendiciones terrenales para gastar en
nuestra lascivia. No somos de valor alguno para el sistema de este mundo y los
edificadores de su reino. En lo que concierne a ellos, somos hombres muertos y
de ninguna utilidad terrenal para ellos. Pero estamos en buena compañía, porque
fue el Padre quien escogió que Cristo fuera la principal piedra del ángulo, el
mismo Jesús que los edificadores rechazaron.
Cuando
Jesús aparezca, aparecemos con Él en SU gloria porque estamos en Él. Si estamos
aquí abajo mirando hacia arriba a la espera de Su segunda venida, es demasiado
tarde. Hemos perdido el tren. Nuestras vidas no han estado escondidas en Él
sino en las cosas y reinos de este mundo.
Pablo
habló de esta otra mundanalidad a la iglesia de Corinto,
“Porque
si estamos locos, es para Dios; y si somos cuerdos, es para vosotros. Porque el
amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego
todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí,
sino para aquel que murió y resucitó por ellos. De manera que nosotros de aquí
en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según
la carne, ya no lo conocemos así.
De
modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron;
he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos
reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la
reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no
tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la
palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo,
como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo:
Reconciliaos con Dios. Al que no conoció
pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia
de Dios en él.” (2ª Corintios 5:13-21)
Cuando
un país establece relaciones diplomáticas con otro país, envían un embajador y
se abre una embajada en el territorio de ese país. El edificio y su terreno
puede estar en un país extranjero, pero en cuanto a lo que se refiere a su
soberanía, ese trozo de tierra pertenece al país representado dentro de sus
límites. Lo mismo es cierto del embajador. No es suyo propio. Esta ahí para
representar al país que le envió. No está ahí para construir su propio reino o
hacerse de un buen aspecto ante los dignatarios de la nación extranjera, sino
para hacer que sea su país el que ofrezca un gran aspecto y para cumplir los
deseos del mismo.
Es
una grave ofensa atacar la nación de otra nación. Somos responsables de
mantenerla a salvo de violencia de masas y de nunca irrumpir en ella con
nuestros propios ejércitos o policía. Si eso sucede, es equivalente a un acto
de guerra y todas las relaciones diplomáticas se rompen entre ambas naciones.
Lo mismo es cierto de un embajador. Si comienza a hacer declaraciones que
representan a sus sentimientos o deseos, y no los de su nación, es destituido y
se envía otro. Ahora bien, con todo eso en mente, echemos otro vistazo al
pasaje de arriba.
¡Como
miembros del reino de Dios tenemos que estar a “nuestro propio lado!” Como
embajadores del cielo hemos de representar a Dios, y no a nuestros propios
deseos. Debemos tener una mente cuerda, la mente de Cristo, para que los
habitantes de esta tierra extraña llamada tierra puedan ver el Reino de Dios en
nosotros, y más importante aún, ver quién es Dios realmente. ¿Qué clase de
vidas hemos de vivir? Vidas que demuestran a Cristo porque Él es el Hijo de
Dios, nuestro patrón. Solo podemos conseguirlo en la medida en que estemos
muertos en Cristo a nuestra vieja vida y deseos de la carne, y vivos en Él.
¿Cómo
nos relacionamos los que somos de Su reino unos con otros? ¿Adoramos y nos
levantamos entre nosotros en posiciones de autoridad y poder, los profundos,
los educados, los hermosos y los poderosos? No, no si es que tenemos una
mentalidad celestial. Ya no conocemos a ningún hombre según la carne. Incluso
en esto no hemos de mirar a las cosas externas de los hombres, sino que hemos
de ser como Cristo y mirar al corazón. Como Pablo escribiría más tarde, “no
miramos a las cosas que se ven sino a las que no se ven. Porque las cosas que
se ven son temporales, pero las cosas que no se ven son eternas.” ¿Cómo podemos
presentar a Cristo adecuadamente y reconciliar a todos lo hombres con Dios y a
la par, mostrar tal favoritismo? Nuestra mirada, nuestros pensamientos y
nuestro amor deben ser por esas cosas que son eternas y nuestra tierra debe ser
el reino de Dios.
Mas
nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador,
al Señor Jesucristo; el cual
transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al
cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí
mismo todas las cosas.(Filipenses 3:20-21).
¿Cuánto
más debe ser esto cierto de nosotros que somos llamados a ser sus
embajadores? Somete a todo en nosotros,
oh Señor, y confórmanos a la imagen perfecta y semejanza de Tu glorioso Hijo,
“porque en ÉL vivimos y nos movemos y somos… porque también somos Su (de Dios)
descendencia.
De a Ley al Reposo - Davis y Clark
No hay comentarios.:
Publicar un comentario