Los Israelitas atravesaron el Jordán y se establecieron en la tierra prometida en su último campamento (Campamento No. 42) al final del éxodo, lo cual nos indica simbólicamente la libertad y conquista a la que esta llamada la iglesia al salir de la religión a una vida de libertad, en una relación directa, vital y real con Cristo Jesús; Cristo es símbolo de la tierra prometida y la herencia de los hijos de Dios.

La santidad es la obra del Espíritu Santo en nosotros, separándonos del amor del mundo. La santidad es un cambio de naturaleza desde dentro como resultado de la obra de Dios en nosotros. No es lo que hacemos externamente, sino quienes somos por dentro, lo que importa a Dios.


2 de febrero de 2012

ESCAPE DE BABILONIA


Peter Whyte

Sólo cuando se sale de Babilonia es posible entrar a la Nueva Jerusalén, pero nuestros viejos y establecidos conceptos de cristianismo están tan arraigados en nuestras mentes que es difícil escapar completa­mente de los muros de la ciudad.

La gran Madre de las Rameras es hermosa, atractiva y familiar. Estamos tan atados a sus encantos que para nosotros es muy difícil ver a nuestros tipos tradicionales de iglesias como sus hijas rameras. Sin embargo, no podremos escapar sino hasta cuando seamos capaces de discernir entre el bien y el mal, y ver las cosas como Dios las ve.

Babilonia emplea con sutileza todo edificio que se llame iglesia, capilla, o catedral como una herramienta expedita para atraer y atar a las personas.

Tristemente, el edificio divide y separa la verdadera iglesia local constituida por todos y cada uno de los cristianos que viven en ese lugar. Así se pueden satisfacer los egos de sus constructores, y gratificar los sentidos de algunos de los miembros de determinadas congregaciones, pero todo esfuerzo y dinero que se gastan en establecer una iglesia cuyo fundamento es una edificación, al final será un desperdicio, pues simplemente la obra termina como un monumento más a los engaños de Babilonia la Grande.

Los miembros de esas "iglesias" trabajan para que aumente su número y para que crezca esa organización, pero no se pueden dar cuenta que construyen exactamente dentro de los muros de la Babilonia espiritual.

Las doctrinas y las reglas que los líderes imponen a sus grupos crean divisiones artificiales entre todos los creyentes en esa localidad. Los cristianos que viven en un lugar no se congregan juntos, aunque se reconocen unos a otros como miembros del mismo cuerpo.

En vez de hacerlo así, se reúnen de acuerdo con la denominación a la que pertenecen y hasta pueden atravesar toda la ciudad a fin de no congregarse con los vecinos de la puerta siguiente que son de otra denominación. ¿Qué pensaría el apóstol Pablo sobre este comportamiento tan necio y loco? Los conceptos tradicionales de membresía de la iglesia, cuidado pastoral, e inclusive el hacer discípulos dentro del sistema, atan a las personas a determinados líderes, organizaciones y estructuras.

Estas iglesias con su clerecía y su laicado, sólo pueden existir con base en tener reuniones regulares; todas las actividades se centran alrededor del complejo del edificio. Se deben congregar para los servicios dominicales, las reuniones de oración, las reuniones de jóvenes, las actividades de las damas, etc.

Todas estas reuniones a horas determinadas y en días fijos, permiten a los hombres controlar las comunidades, pero impiden al Espíritu Santo dirigir su Iglesia.

Si se le cede la dirección al Espíritu Santo, los líderes sólo convocarán una asamblea de la totalidad de la iglesia local, cuando Dios quiere hacer conocer algo.

Babilonia exige que un ministro predique en la reunión planeada para el domingo y las tradiciones humanas le obligan a hacerlo así. Fuera de la reunión en el primer día de la semana, no hay ninguna base en el Nuevo Testamento para nuestros ritos tradicionales de los servicios del domingo y para los sermones en un edificio que llamamos "iglesia." El Libro de los Hechos, capítulo 20, cuenta que los discípulos que vivían en Troas se juntaron el domingo para partir entre sí el pan, y que Pablo les habló hasta la medianoche.

Quizás comenzó mientras aún comían, quién sabe, pero ciertamente no había nada parecido a nuestras tradiciones de un sermón, metido como un sandwich entre los himnos de la mañana del domingo. Los hermanos se congregaron en un aposento alto, no a nivel del suelo, ni en un edificio llamado iglesia.

Nunca concibieron al sitio de reunión como la "Casa del Señor," pues sabían que sus cuerpos humanos eran esa casa. Ciertamente no tomaron una hostia diminuta o un pedacito de pan, ni bebieron de un dedal de vino, ni llamaron a eso comunión. Todos discurrían entre sí y podían hablar o cantar. Participaban en lo que hoy se llamaría una "ministración abierta."

Cuánto deleite tendría nuestro Padre si todos sus hijos en una localidad se CONGREGARAN PARA MINISTRARLE A ÉL EN ADORACION Y ALABANZA, en vez de reunirse por separado para tener varios servicios rituales de acuerdo con sus tradiciones particulares.

El llamado del Espíritu Santo a "salir de Babilonia" crea una gran tempestad por todas partes en las iglesias del mundo. Hay miles de creyentes descontentos con sus iglesias, y muchos están confundidos, pero debemos oír lo que Él dice y tener la voluntad de movernos y seguir adelante.

Ojalá todos entendiéramos la lección de Éxodo que "cuando la nube de Dios avanza, debemos seguirla o nos quedaremos atrás."

Al terminar Dios un período en el desarrollo de su iglesia, da una nueva visión a algunos de su pueblo mientras aún están en el lugar antiguo que Él quiere que se deje atrás. No debemos equivocarnos como muchos pioneros que, en los movimientos anteriores de Dios, fueron sutilmente engañados al permitir que lo nuevo se estancara y fuera absorbido por el sistema viejo. Debemos aprender de sus errores y buscar continuamente una visión nueva del futuro, sin permitir que nuestra comprensión presente nos impida avanzar y seguir en el propósito de Dios.

Al principio de este siglo, al derramarse el Espíritu Santo se produje­ron las nuevas denominaciones pentecostales. Luego, el "Movimiento Carismático" afectó a muchos en las denominaciones antiguas, pero Babilonia la Grande simplemente absorbió "lo nuevo."

Ahora se proclama el Evangelio del Reino de Dios y como resultado vemos mucha confusión. Pecados, que una vez se escondieron, se exponen a la luz públicamente. Las organizaciones cristianas están en descrédito, las iglesias se dividen o se acaban y se forman nuevos grupos dentro de los muros de Babilonia. Sin embargo, no debemos permitir que esto nos alarme o nos confunda porque en todas esas cosas se halla la mano de Dios.

Nuestras mentes naturales nos dirán que este alboroto es del diablo. Sin embargo, Dios controla todo y todo cuanto sucede no es otra cosa sino el fruto de predicar el Evangelio del Reino de Dios. El Gobierno de Dios es lo único que Babilonia no puede absorber ni detener.

Dios ya no quiere aceptar más nuestras divisiones denominacionales, nuestros conceptos de iglesias, ni tampoco los organismos para-eclesiales, las instituciones religiosas, ni las escuelas o seminarios bíblicos. Él ha expuesto todas esas cosas como ataduras a la Babilonia espiritual y nos llama a salir de ella y pasar a la Nueva Jerusalén.

Estar asociado con alguna organización visible no significa nada. En cambio, conocer a Cristo y tener con Él una relación íntima, sí lo es todo. A Él se le debe restaurar a su sitio correcto como "la cabeza de todo varón" (1 Co. 11:3).

Cuando el Evangelio del Reino de Dios se recibe en buena tierra, se entroniza al Rey Jesús en el corazón del creyente y Él reina desde el interior, porque el Reino de Dios no viene con señales que se puedan observar. Sólo se puede apreciar a Babilonia con sus torres visibles. El Reino de Dios es invisible a los ojos de la carne y sólo los ojos del Espíritu lo pueden percibir y comprender, porque es el reinado de Dios dentro de nosotros (Lucas 17:20-21).

La única manera de mantenernos en el propósito de Dios se cumple cuando voluntariamente nos separamos de los sistemas de la iglesia babilónica, para obedecer la voz de Dios que habla desde el cielo:

"SALID DE ELLA, PUEBLO MÍO, PARA QUE NO SEÁIS PARTÍCIPES DE SUS PECADOS, NI RECIBÁIS PARTE DE SUS PLAGAS" (Ap. 18:4).

Para esto, el primer paso requiere dejar de lado las actividades religiosas y la asistencia tradicional a la iglesia, a fin de pasar tiempo con el Padre en un quieto compañerismo personal. Tal paso puede ser por una temporada larga o corta, pero sólo el Espíritu Santo nos lo puede mostrar. Es esencial permitir que el Espíritu Santo renueve el espíritu de nuestras mentes hasta cuando adquiramos la mente de Cristo y hasta cuando su nombre esté escrito en nuestras frentes. 

Sólo entonces entendere­mos la voluntad de Dios y pondremos nuestras vidas en la misma línea con sus propósitos y objetivos. Casi todos los cristianos que piensan con seriedad en las cosas de Dios, se comprometen firmemente en tareas cristianas como reuniones, extensiones, campañas y proyectos diversos, etc. Pero, con inusitada frecuencia estamos tan ocupados trabajando para Dios que tenemos muy poco tiempo, muchas veces casi nada, para dedicárselo a Él.

A causa del falso concepto que las iglesias son los edificios donde debemos reunirnos los domingos, etc., es difícil para nuestras mentes concebir las diversas maneras en que el cuerpo de Cristo se reúne y funciona. En defensa del sistema existente la mente carnal citará de manera inmediata el siguiente versículo:

"No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca" (Heb. 10:25).

Los santos engañados suponen equivocadamente que las reuniones de la iglesia babilónica son las únicas formas de congregarnos, cuando en realidad muchas de ellas se han convertido en una abominación para Dios. Es posible reunirnos en una casa, un sitio de trabajo, bajo un árbol en un parque, cualquier edificio público, un teatro, una bodega o inclusive en un estadio deportivo para las grandes reuniones de adoración.

Dios no diseñó los edificios que se llaman "iglesias" donde uno se sienta en filas para observar las presentaciones profesionales del frente, ni tampoco son necesarios para congregarnos, o para que nos enseñen. Es posible emplear un templo para la asamblea de una iglesia local verdadera, pero hay problemas debido a sus antiguas asociaciones. La disposición de las sillas normalmente no es apropiada para las ministraciones abiertas que son lo mejor cuando todos se sientan en un círculo o en un cuadrado, para estar frente a los rostros de los demás, y no sólo mirar a las espaldas o a las nucas.

Los edificios de iglesias levantados para el uso exclusivo de una denominación o de una secta, son herramientas poderosas de satanás para dividir el Cuerpo de Cristo a nivel local. Esos edificios, denominados según un grupo particular, se alzan en competencia entre sí, de la misma manera como las diversas instituciones bancarias compiten en una ciudad.

Casi todas nuestras formas tradicionales de reunirnos tienen en verdad el propósito del edificio, la extensión de nuestros "reinitos," la enseñanza de nuestros miembros, el mantenerlos juntos y el aumento de su número. Pero, sobre todo, las reuniones son básicas para levantar fondos a fin de que el sistema continúe.

Es cierto y es importante que nos congreguemos, pero podemos hacer esto de muchas maneras, sin seguir los patrones tradicionales de Babilonia que, en realidad, tienen sus orígenes en el judaísmo y en las religiones paganas.

En el Nuevo Testamento no hay nada para apoyar la idea que los cristianos se deben reunir con horarios fijos, en edificios especiales donde se tienen servicios religiosos previamente dispuestos y determinados, y donde todo está bajo el control, las órdenes y la organización de clérigos profesionales.

1. LA IGLESIA NO ES UNA REUNIÓN.

2. LA IGLESIA NO ES UN EDIFICIO.

3. LA IGLESIA NO ES SINO UNA PALABRA PARA DESCRIBIR A LOS CREYENTES EN CRISTO.

4. UNA IGLESIA LOCAL ESTA CONFORMADA POR TODOS LOS  CREYENTES QUE VIVEN EN ESA LOCALIDAD.

Jesús dejó muy en claro que Él se halla presente hasta en la más pequeña de las asambleas de su pueblo cuando dijo:

"Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt. 18:20).

El Antiguo Testamento nos enseña que Dios puede considerar las ocupaciones religiosas como una abominación ante sus ojos. Hasta los servicios más solemnes y los esfuerzos más sinceros en nuestra carne para agradar a Dios, pueden ser una verdadera pestilencia para el Todopodero­so.

Dios ordenó a Israel ofrecerle sacrificios, observar el Sabbath (el día de reposo), y congregarse. Sin embargo, cuando todo eso se volvió algo tradicional y una forma rutinaria de observación religiosa, dijo:

"10Príncipes de Sodoma oíd la palabra de Jehová; escuchad la ley de nuestro

Dios, pueblo de Gomorra. 11¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de

vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros, y de sebo de

animales gordos; no quiero sangre de bueyes ni de ovejas, ni de machos

 cabríos. 12¿Quién demanda esto de vuestras manos, cuando venís a

 presentaros delante de mí para hollar mis atrios?  13No me traigáis más vana

 ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y DÍA DE REPOSO, EL

 CONVOCAR ASAMBLEAS, NO LO PUEDO SUFRIR; SON INIQUIDAD

VUESTRAS FIESTAS SOLEMNES. 14Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas

 solemnes las tiene aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado estoy de

soportarlas. 15Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros

mis ojos; ASIMISMO, CUANDO MULTIPLIQUÉIS LA ORACIÓN, YO NO OS

 OIRÉ; llenas están de sangre vuestras manos" (Is. 1:10-15).

Como el antiguo Israel, las iglesias han hecho una RELIGIÓN DE LAS REUNIONES. Muchos de nuestros servicios, aun los servicios de comunión, se han convertido en ritos religiosos que se constituyen en una verdadera abominación ante Dios.

El Espíritu Santo no tiene nada que decir en la dirección de nuestros servicios. Planeamos y disponemos nuestras reuniones a horas determina­das, con un orden pre-fijado en el culto, donde habrá himnos, plegarias y, claro está, sermones. Cantamos algunos coros, predicamos y hasta profetizamos en nuestras reuniones porque así ha sido la costumbre hacerlo, pero no porque nos haya dirigido el Espíritu Santo. A menudo incluimos "momentos de cánticos" que muchas veces tienen como único objetivo entretener a las personas. Al final se nos pregunta en la puerta: "¿Gozaste de la reunión? ¿Cómo te pareció? ¿Te agradó?"

¡Qué triste que nadie se detenga a pensar si nuestro Dios gozó y se agradó con la reunión!

El engaño en la observación religiosa, cuando se toma como un sustituto del andar en el Espíritu, fue un problema tan grave, inclusive en la iglesia primitiva, que el apóstol Pablo se vio obligado a escribir la siguiente exhortación:

"9Mas ahora, conociendo a Dios, o más bien, siendo conoci­dos por Dios,

 ¿cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres rudimentos, a los

 cuales os queréis volver a esclavizar? 10Guardáis los días, los meses, los

tiempos y los años.  11Me temo de vosotros que haya trabajado en vano" (Gá. 4:9-11).

Si has oído el llamado del Espíritu Santo para salir de Babilonia, es esencial parar este tipo de reuniones y dejar de lado toda la tradición babilónica. En casi todos los casos, en el nombre del Señor, es indispensa­ble cesar en esas tareas, durante una temporada, permitirle a Dios que nos hable y que nos muestre lo que El desea.

Debido a las continuas reuniones y a otras actividades eclesiales que aceptamos como el cristianismo adecuado, muchos de nosotros disponemos de muy poco tiempo para tener un compañerismo verdadero con Dios.

Sólo cuando en realidad nos damos a amar y a adorar a nadie más sino a nuestro Señor Jesús, Él nos muestra cómo congregarnos, y cómo adorarle en Espíritu y en Verdad.

Dios desea que le adoremos, pero la adoración real y verdadera es una respuesta espontánea de amor. Hablar de "entrar en un tiempo de adoración" es una expresión que carece de sentido. Cuando adoramos a alguien, tenemos esa clase de amor que se eleva en nuestros corazones de manera continua. No es algo que se pueda conectar mecánicamente cuando el director de una reunión religiosa hace el anuncio respectivo.

Es abominable tener un "líder de adoración" que lucha para levantar el entusiasmo en una comunidad, que la urge a "cantar con mayor fuerza o más alto," como si Dios fuera sordo. Cuánto debe quebrantarse el corazón del Señor con nuestros intentos mundanos por manipular la adoración, que no debe ser un derramamiento falsificado de amor desde nuestros corazones.

Esto no quiere decir que no haya adoradores genuinos dentro de los muros de Babilonia, pues Dios siempre tiene sus Danieles, Sadraces, Mesaces y Abed-negos. Hay millones de genuinos amantes de Dios que sin saberlo están aprisionados y no saben nada de los engaños espirituales de la Ciudad Ramera.

Como sus mentes fueron programadas por el sistema, siguen sus métodos y formas, pero a pesar de las reglas impuestas por la tradición, su amor genuino por Jesucristo se eleva hacia Dios. El Espíritu Santo se comunica con algunos de estos privilegiados y en el momento preciso y oportuno les revela la verdad sobre Babilonia la Grande.

Enfrentar el hecho que la gran mayoría de nuestra actividad religiosa no es dirigida por Dios y que no hace parte de su diseño, es muy difícil; en especial,  cuando hemos vivido en Babilonia por tantos años. Con todo, sólo podremos escapar de los brazos engañadores de la Ramera, única­mente cuando cuestionemos y rechacemos casi todos nuestros conceptos y creencias tradicionales. Debemos permitir que nuestras mentes se renueven en muchas áreas. Por esto, es sumamente útil conocer el origen de nuestras tradiciones y algunos hechos históricos para apreciar cuán lejos se han desviado de su curso nuestras iglesias.

En la iglesia primitiva las reuniones tenían lugar en las casas o en cualquier sitio lo suficientemente grande como para acomodar a todos. No se trataba de servicios religiosos donde había un orden de adoración. Cristo era el centro y los creyentes se congregaban para compartir de Él, no para oír el sermón de un clérigo profesional, como hacemos nosotros. No había edificios con el nombre de iglesias, donde se daban los servicios dominicales. No había clérigos ni laicos, como los entendemos hoy.

Todas las personas eran capaces de ministrar y participaban activamente como en toda reunión familiar. Pasaron siglos para que las reuniones degenera­ran en una grande audiencia que escuchaba muy calladamente a un ministro profesional, y donde la participación se limitaba a levantarse, sentarse, cantar o hablar, cuando se le permitía o se le mandaba.

Hacia 325 d.C. el emperador Constantino hizo del cristianismo la religión del estado romano. Tanto él, como virtualmente todos los miembros del Imperio tenían mentes paganas y se hallaban profundamente arraigados en la cultura y en las creencias religiosas propias del paganis­mo.

Las religiones, judaísmo, islamismo, budismo, hinduismo y, obviamente, todas las paganas, necesitan SACERDOTES, TEMPLOS, INCIENSOS, TUNICAS, ALTARES, SACRIFICIOS, y otros elementos cuyo resultado son las tradiciones de los ritos de adoración.

Entonces, para la religión del estado romano fue natural requerir todas esas cosas. Sin duda alguna, tanto la influencia judía como su espíritu invisible de religión babilónica también afectaron su pensamiento.

Primero se erigieron edificios porque pensaban que necesitaban sitios de reunión más grandes por el aumento de los miembros a fin de congre­garse, cuando las casas resultaron pequeñas para los creyentes. En Roma, los primeros cristianos se reunían en las Catacumbas debido a las persecuciones que habían ordenado los emperadores paganos. Cuando Constantino puso fin a la persecución, no pasó mucho tiempo antes que la influencia pagana pidiera templos, sacerdotes con túnicas y el resto del sistema de ritos ya establecidos.

En aquellos tiempos los edificios no tenían ventanas, de modo que se necesitaban velas o cirios para iluminar el interior oscuro. Eventualmente, a los niños se les encargó encender las velas y este es el origen de los "niños del altar" y de las velas encendidas en las iglesias.

Las edificaciones húmedas y oscuras con sus congregaciones de creyentes que poco o rarísima vez se lavaban, vinieron a ser más y más desagradables a medida que pasaban los años. Entonces se echó mano del incienso que se empleaba en todos los templos tanto en el judío como en los paganos, a manera de ofrenda a Dios y a los dioses para cubrir y disimular los malos olores. Hoy, muchas iglesias siguen con esos ritos ridículos que no tienen nada que hacer con Cristo o con su Iglesia.

En los siguientes doscientos años las influencias paganas continuaron la corrupción de las creencias. El papa Gregorio Magno introdujo el culto a las "reliquias sagradas," por ejemplo, huesos de "santos" especiales que mostraban poderes sobrenaturales, según se creía, y que inclusive en los días actuales muchos fieles veneran y aun adoran.

La influencia de los magos paganos produjo la extraña doctrina de la transustanciación, en cuya virtud las especies del pan y el vino se transforman mágicamente en las sustancias verdaderas de la carne y la sangre de Cristo en la eucaristía.

Es indispensable enfrentar el hecho que nuestros servicios rituales del domingo, que se llevan a cabo en edificios mal llamados "iglesias," se originaron a partir de las mentes paganas, supersticiosas y primitivas. Cuando Martín Lutero (que era sacerdote católico) rompió con Roma, dejó en la práctica todas las mismas formas de reuniones, pues sin duda alguna habían venido a ser parte de las tradiciones y la cultura europeas.

La Reforma Protestante fue casi enteramente intelectual y teológica, y dejó intacta la tradición de las reuniones. Quizás a Lutero se le puede  responsabilizar de los conceptos sobre Pastores y Presbiterio. Al escapar de Roma, simplemente vagó hacia abajo, por otra calle, dentro de los muros de la ciudad Ramera, Babilonia la Grande.

Las funciones de los sacerdotes católicos incluían oficiar en las bodas y funerales (por un estipendio), visitar a los enfermos, dirigir la misa, el rezo del rosario, la bendición con la custodia, y otras formas de culto los domingos o los demás días de la semana, y orar por los fieles.

Lutero sencillamente cambió el rito de la misa por los servicios del culto dominical, y siguió con todo lo que hacía cuando ejercía su ministerio como sacerdote en la iglesia romana. De esta manera, nuestras ideas modernas sobre el Pastor y sobre los deberes pastorales, no se originaron en Jesús ni en sus apóstoles.

A pesar de su increíble capacidad intelectual, Juan Calvino se sometió a seguir los conceptos no espirituales de los servicios religiosos como la única forma de congregarnos. En consecuencia, hemos continuado con el sistema que nos mantiene en Babilonia, completamente cautivos, hasta el día de hoy.

A partir de esa época medieval y oscurantista recibimos nuestras ideas tradicionales de iglesias, pastores, formas de reunión, sermones, púlpitos, bancas, liturgias, coros, túnicas, altares, y todo lo que edifica y sostiene nuestras falsas apreciaciones de un "cristianismo adecuado."  En el Nuevo Testamento no hay nada que justifique nuestros conceptos modernos de esas cosas. 

Un pastor en el Nuevo Testamento era un don de Jesucristo, de la misma forma como dio apóstoles, profetas, evangelistas o maestros. Nuestro pensamiento de "reverendos" o "pastores" entrenados como clérigos, que gobiernan sobre congregaciones, no nació en el corazón de Cristo, sino en la mente carnal de los hombres medievales.

La reunión en un edificio especial, reservado para efectuar nuestras actividades religiosas, a horas fijas, en días determinados, puede consolar nuestras conciencias y satisfacer nuestras tradiciones culturales, pero casi todas esas reuniones han venido a ser una abominación ante los ojos de Dios, como en realidad al final llegaron a serlo todas las asambleas solemnes de Israel.

Antes de Constantino, otro emperador de Roma, el malvado y pagano Diocleciano, que persiguió a los creyentes, había dividido el imperio en provincias a las que dio el nombre de "Diócesis."

Luego nombró gobernadores para todas las diócesis, y a cada gobernador se le llamó "Vicario." Este es un ejemplo perfecto de la manera como Babilonia nos controla, pues inclusive en el día de hoy continuamos con el uso de tales términos en las iglesias.

La iglesia que Jesucristo comenzó:

- No tuvo edificios llamados iglesias, catedrales o capillas.

- No tuvo liturgia ni orden de servicios.

- No tuvo jamás  una denominación.

- No tuvo acta de constitución ni declaraciones de fe o de principios.

- No tuvo himnario, tratados, coros, comités de finanzas ni de ofrendas.

- No tuvo escuela dominical.

- No tuvo seminarios ni institutos bíblicos.

    - No tuvo organizaciones para-eclesiales.

No será posible escapar de Babilonia sino hasta cuando seamos capaces de captar y aprehen­der que JESÚS PUEDE EDIFICAR SU IGLESIA SIN NINGUNA DE ESAS COSAS. Dios puede elegir usarlas, y lo hace así debido precisamente a su gracia, a su misericordia y a su paciencia maravillosa con nuestra ignorancia o con nuestra necedad, pero eso no quiere decir que ellas sean su mejor camino o la plenitud absoluta de su deseo perfecto para nosotros.

Cuando nuestros ojos espirituales se abran y que comencemos a cuestionar el sistema de la iglesia, nos encontraremos en tremendo conflicto con quienes aún no han comprendido los engaños de Babilonia la Grande. Hermanos de muy buena voluntad, muy sinceros, y de alta significación, lucharán por disuadirnos de nuestro "error" y contenderán para proteger las doctrinas y prácticas del sistema.

Se nos puede clasificar como rebeldes, como engañados o aun demonizados, y hasta pueden ser inevitables las rupturas de relaciones previas muy afectuosas con diversos hermanos.

Esto nos llevará a que nos rechacen, y entonces tendremos que enfrentar la experiencia de un desierto espiritual en el proceso para escapar de Babilonia.

 Salid de Ella Pueblo Mio - Peter Whyte 

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"Consuelo para los que están en este mundo, pero que no son de este mundo, y por tanto, son odiados y están cansados de él, es que no estarán para siempre en el mundo, ni por mucho tiempo más"

Matthew Henry