Leonard Ravenhill
Han pasado siglos desde que el reformador suizo Escolampadio formuló la frase: «¡Cuánto más harían unos pocos hombres fervientes en el ministerio que una multitud de tibios!» El paso del tiempo no ha quitado oportunidad a esta frase; al contrario, necesitamos hoy más que nunca predicadores buenos y fervientes. Isaías era uno de los tales cuando le oímos exclamar: «¡Ay de mí, pues soy hombre de labios pecadores y habito en medio de un pueblo de labios pecadores!» Y Pablo expresaba sus sentimientos con otro ¡ay!: «¡Ay de mí si no anunciare el Evangelio!»
Creo que nadie ha expresado mejor el sentimiento de la magnitud de la tarea de un predicador del Evangelio que Ricardo Baxter Kidderminster, de Inglaterra, cuando dijo: «Lo peor que os puede ocurrir es que pudierais cambiar vuestros oficios por el mío; considero las tareas de los obreros de esta ciudad una verdadera diversión, al lado de la mía; sin embargo, yo no la cambiaría por la del más encumbrado príncipe. La tarea de los obreros manuales preserva su salud; la mía la consume. Su tarea es fácil, la mía es un dolor continuo.
Ellos tienen horas y días de recreo; yo apenas tengo tiempo para comer y beber. A ellos nadie les inquieta cuando han terminado su tarea, pero yo cuanto más hago, más odio y encono levanto contra mí.»
Baxter tenía una idea realmente novotestamentaria del oficio de predicador, ya que, como alguien dijo de él: «Predicaba como alma agonizante a hombres a punto de morir en sus pecados.» Una tanda de predicadores de este calibre salvarían a su generación de las fauces abiertas del infierno.
Podemos tener un alto porcentaje de asistencia a la iglesia, con un bajo nivel de espiritualidad. Antes se echaba la culpa a los predicadores modernistas, hoy la aplicamos a la televisión, y aun cuando sé que ambas cosas son ciertas, quisiera preguntar a los predicadores: ¿No ha llegado el momento de confesar como aquel antiguo senador romano:
«La falta, Bruto, está en nosotros»? ¿No es cierto que los grandes predicadores se han acabado y que la predicación ardorosa es un arte perdido? Hemos permitido que sermones de snack-bar, colmados de graciosos chistes, sustituyan el mensaje de vida o muerte a almas que están entrando perdidas cada día a la eternidad. ¿Procuramos traer en acción «los poderes del mundo venidero» en cada uno de nuestros cultos?
Considerad al apóstol Pablo: Poderosamente ungido por el Espíritu Santo, entró a saco en los mercados, levantó tumultos en las sinagogas y penetró en los palacios. Fue con un grito de guerra en su corazón y en sus labios. Se atribuye a Lenin la frase: «Nada hay más terco que los hechos.» Observad la verdad de esta frase en los éxitos de Pablo, y el fracaso de la acomodaticia generación de cristianos de nuestros días.
Pablo no era tan sólo un predicador de ciudades, sino un agitador de ciudades; y, sin embargo, aún le quedaba tiempo para hacer obra personal, llamando a las puertas y orando por las almas perdidas por las calles.
Los artistas de ayer son hoy nuestros evangelistas. Conozco a un evangelista de fama que rehusó un contrato de cuatro sermones de cultos especiales a 500 dólares por sermón. No es extraño que un pastor modernista dijera que estos evangelistas «lloran en el pulpito cuando la paga es suficiente»; pero, ¡ay!, ¡lo cierto es que llorarán como Judas cuando sea demasiado tarde! Los endebles auditorios ¿significarán pulpitos algo más que débiles?
Estoy más y más convencido de que las lágrimas son una parte integrante del despertamiento por medio de la predicación. Hermanos predicadores, es tiempo de avergonzarnos de que no tenemos vergüenza; tiempo de llorar nuestra falta de lágrimas; tiempo de humillarnos reconociendo que hemos perdido nuestra característica de servidores; tiempo de gemir por nuestra falta de gemidos por las almas; tiempo de odiarnos a nosotros mismos porque no odiamos del modo debido al monopolio de Satanás que es este mundo; tiempo de reprobarnos el que nos portemos tan bien con el mundo, que el mundo no tiene motivos para tildarnos de fanáticos.
Pentecostés significa pena, y nosotros tenemos placer; significa carga, y nosotros deseamos la comodidad. Pentecostés significa cárcel, y nosotros lo haremos todo antes de entrar en una cárcel por amor de Cristo. Quizá si viviésemos la vida de Pentecostés, más de uno de nosotros tendría que ir a la cárcel. Fijaos que digo Pentecostés, no Pentecostalismo, y con esto no pretendo criticar a nadie.
Imaginaos el Pentecostés novotestamentario en nuestra iglesia. Figuraos que poseéis el poder sobrenatural que tenía Pedro, y por vuestra culpa, por haber reprendido a un hipócrita, éste cae muerto, y poco después su mujer yace tan tiesa como él. ¿Cómo lo tomarían las autoridades de nuestros días?
O figuraos que, como Pablo, dejáis ciego a un opositor con una palabra. Seguro que se os haría un proceso judicial. En cambio, el simple menosprecio del mundo que tiene lugar contra cualquier tipo de movimiento religioso es más que lo que nuestros sensitivos caracteres son capaces de sufrir.
Apelo de nuevo, como al principio de este capítulo, a una predicación seria y digna. El diablo quiere que nos ocupemos en frivolidades. Muchos de nosotros que preconizamos la «vida consagrada» nos entretenemos en cazar ratones mientras leones destruyen la heredad.
No sé lo que ocurrió mientras Pablo estuvo en Arabia. No he podido encontrarlo en la Biblia. Nadie lo sabe.
Parece que tuvo una visión del nuevo cielo y nueva tierra del futuro, y sobre todo del Señor. No lo sabemos. Pero lo que sí sabemos es que conmocionó el Asia, puso en un aprieto a los judíos y afrontó el poder de los romanos, enseñó a los maestros y puso de rodillas a carceleros. Este Pablo y su compañero Silas dinamitaron los muros de una cárcel romana —con oración— y pusieron a sus órdenes a orgullosos jefes militares.
Pablo, el esclavo de Jesucristo, el alma más endurecida que Dios pudo alcanzar, conmovió provincias enteras de tres continentes para Dios.
Movió «los poderes del mundo venidero», desafió a Satanás; nos sobrepasó a todos en sufrimientos, en desprecios y en oración.
Hermanos, otra vez de rodillas a recuperar la piedad apostólica y el poder apostólico. Basta de sermones inocuos y sin vida.
La Iglesia se ha detenido en algún lugar entre el Calvario y Pentecostés.
J. I. Brice
¿Cómo me sentiré en el juicio cuando desfilen ante mí innumerables oportunidades perdidas, y todas mis excusas se descubran ser disfraces de mi cobardía y orgullo?
Dr. W. E. Sangster
¡Oh fuente de Vida, oh lluvias de Gracia Que nadie esperó de veras y jamás alcanzó!
Tersteegen
Despertamiento es la irrupción del Espíritu en un cuerpo en peligro de convertirse en cadáver.
D. M. Panton
Un despertamiento religioso presupone una división en una Cristiandad fría.
C. G. Finney
Por Que no llega el Avivamiento - Leonard Ravenhill
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