Clayton Sonmore
Es
imperativo que comprendamos el concepto de Dios en cuanto a la plena estatura,
y sólo podemos comprender esto cuando nos movemos hasta Su punto de vista,
porque es únicamente entonces cuando podemos comprender la gloria de Su
herencia en aquellos santos que alcanzan esta posición. Cuando atendemos a la
sabiduría y al entendimiento y al poder en los cuales se movió la iglesia
primitiva, ellos tenían algo que nosotros hemos perdido, porque aquellos
hombres «trastornaron el mundo» sin ninguna de las miles de herramientas que
hoy tenemos.
Los
apóstoles Pedro y Juan vivieron ambos en el punto de vista de Dios, y
compartieron el deseo del corazón del Padre de mover a Su pueblo de la niñez a
la edad viril de la juventud y, finalmente, a la paternidad.
En
esta condición de padre espiritual, oímos a Juan cuando exhorta en el capítulo
segundo de su primera epístola: «Os escribo a vosotros, hijitos;» más adelante
dice: «Os escribo a vosotros, jóvenes;» y, posteriormente: «Os escribo a
vosotros, padres.» Juan vio a los creyentes en estos diferentes grados de
madurez, y supo que el Padre eterno sólo podría estar satisfecho cuando ellos
fueran llevados a la estatura de la paternidad espiritual, como copartícipes
con El de Su Vida, de Su Naturaleza, de Su Propósito y de Su Visión.
El
también vio que el solo transcurrir del tiempo o la adquisición de mayor
conocimiento y experiencia no eran garantía de desarrollo espiritual. Debía
haber un cambio en las actitudes y en los conceptos. Así, Juan escribe para
explicar que los hijitos están conscientes principalmente de que Dios es su
Padre, y de que sus pecados les son perdonados. En este primer grado del
crecimiento, es bastante natural regocijarse con lo que se ha recibido y con lo
que se espera de un Padre amoroso.
En
su actitud, en su propósito y en su concepto, los hijitos se concentran en
torno a la bendición y a la salvación, buscando mover a Dios en una órbita
alrededor de su pequeño centro. ¡Cuan lejos están ellos de la plena estatura
del Padre!
Cuando
Juan escribe para aquellos que han madurado hasta alcan¬zar la virilidad de la
juventud, y en cuyo grado de crecimiento predominan dos cosas: «que la palabra
de Dios mora en vosotros, y que habéis vencido al maligno.» Este es un avance
significativo, pues ya no son bebés que necesitan de la leche, ahora son
jóvenes que requieren de la carne de la Palabra. Por experiencia, ellos han
pasado de la defensiva a la ofensiva; en lugar de salir corriendo, ahora están
venciendo - parcialmente - al maligno. Sin embargo, siendo jóvenes, es muy
fácil que se ocupen en HACER, en lugar de SER.
Como
remate, Juan describe a aquellos que han llegado a ser padres espirituales. En
este grado más elevado de la estatura, despertamos - de pronto - a algo
bastante maravilloso. Como niños, lo reconocimos a El como nuestro Padre en una
relación que comen¬zaba. Como jóvenes, lo honramos a El como nuestro Padre en
una relación de mando. Ahora, como padres, somos uno con El en su Paternidad,
mediante una íntima identificación.
Parecería
que existiera una transferencia de Su anhelante corazón de Padre a nuestro
corazón. Llegamos a compartir una unión con Su Espíritu, con Su Propósito, con
Su Deseo, con Su Visión y con Su Dedicación.
De
pronto, nos sentimos subyugados por el hecho de que Su Paternidad es el factor
determinante en todas las cosas. Puesto que El está primero que todo y por
encima y más allá de todo lo demás, y porque también somos llamados a ser
padres en El, nos encontra¬mos siendo copartícipes en el gran tema central del
universo. Sí, Dios en este grado del crecimiento nos ha forzado a una plena
comprensión más completa de Sí Mismo.
Como
niños, estábamos esencial y continuamente ocupados por lo que podíamos
conseguir, con un llamamiento y una dedicación obnubilantes por alcanzar el
cielo, y por llevar también allí a los demás. Como jóvenes, nos vemos
enfrentados al hecho de poner cada faceta de nuestra vida bajo Su autoridad y
mando; sin embargo, en este concepto, solamente lo hemos visto a El como «un
Dios de acción.» En el campo de acción de Su maravillosa actividad, llegamos a
vernos embargados por lo que podremos hacer por El.
Se
espera entonces que nosotros también estemos ocupados con el HACER, ya que
nuestro concepto primario de Dios, en este segundo grado de la estatura, se
refiere al Dios que está haciendo. Esto no satisfará nunca a Dios, porque El
debe presio¬narnos más allá del mero plano de la actividad, para que veamos
quién es El y lo que El ha sido desde la fundación del mundo.
Cuando
avanzamos hacia el concepto de Dios más pleno para la Iglesia, nuestra mente
finita se confunde al darse cuenta de que Dios no ha hecho nada para llegar a
ser el Padre, porque el Señor siempre ha sido el Hijo eterno. Así que no es Su
HACER, sino que - por el contrario - es Su SER lo que se superpone a todo lo
demás. De este modo, como padres espirituales, estamos llamados a ser una
manifestación de El. No sólo somos instrumentos en Sus manos, pues al trabajar
para El, le estamos permitiendo a El que viva y se manifieste a Sí Mismo por
medio de nosotros, siguiendo los tres grados de la madurez: (1) niños, (2)
jóvenes y (3) padres.
Reconocemos
esta misma posición de trino y uno en el Eterno que fue desde la fundación del
mundo: (1) el Hijo, (2) el Espíritu Santo, y (3) el Padre, en Su ministerio de
(1) Jesús, (2) el Cristo, y (3) el Señor. Los títulos son significativos: Jesús
significa el Salvador; Cristo significa el que Unge o el Ungido; y Señor
significa Rey o Amo. (Ver cuadro del Tabernáculo en la página 56).
En
la primera etapa del crecimiento, en el grado de niños, nos preocupamos por
nosotros mismos; en este grado de interesarnos en lo que podemos conseguir,
hemos llegado a conocerlo a El como el Salvador. Esto está caracterizado por la
posición fundamental o evangélica.
Luego,
avanzamos en la senda de la vida, llegando a conocer a Cristo, al Ungido o al
que Unge - cuando estamos llenos del Espíritu Santo. En esta posición
intermedia llegamos a preocupar¬nos por el HACER. Así es en muchos grupos que
han conocido el bautismo en el Espíritu, puesto que al estar llenos con el
Espíritu, se han preocupado por hacer, hacer y hacer; por planear, planear y
planear, encontrándose tan preocupados por sus planes, y por sus coros, y por
sus actividades, y por sus diversos programas legalistas, que - raras veces -
deja lugar para sencillamente SER lo que El quiere que seamos.
Por
favor, hermanos, no confundamos esta vida de Ser con una vida de no Hacer nada,
porque un hombre o una mujer que haya entrado por las puertas de la «Vida en el
Espíritu» será alguien apasionado por las almas, alguien que andará por las
calles y no verá a las personas como tales, sino que las verá como almas
vivientes. El o ella se afanarán y se fatigarán por esa iglesia en apuros,
muerta o agonizante, o por cualquier actividad espiritual que alguna vez
anduviera en la luz, pero que ahora «ha perdido su primer amor.» Ellos verán a
aquellas personas que adoran allí, como algo precioso a los ojos del Señor.
Habrá
acción, pero ahora el único que dirige es el Espíritu Santo, de tal forma que
ya nadie actuará con las energías de la carne. Ya no tendrán la obligación de
probar su vitalidad espiritual ante sí mismos o ante Dios. Ya no habrá un
testimonio que sea prematuro o tardío, o que falte la fundamentación basada en
la intercesión. En lugar de eso, ahora vemos un testimonio, o una actividad, o
una iglesia, o una confraternidad, o un hombre o una mujer que mueven montañas,
que sólo deifican a Dios y a Sus propósitos, que cambian las ciudades y que
cambian la historia.
También
hay aquellos que entran en esta dimensión bajo tal compasión y tal intercesión,
que el peso de tal ministerio resulta casi demasiado grande para ser llevado
por cuerpos físicos comu¬nes y corrientes. Estos son un pueblo que ha
encontrado que, por un tiempo, todas sus actividades se han dedicado a la
oración, y que Dios ha cerrado sus bocas para el testimonio vocinglero. Sin
embargo, la palabra de Dios «no volverá
vacía» a El, ni tampoco lo harán tales ministerios de intercesión sometidos de
ese modo al Espíritu.
Casi
invariablemente, aquellos que se mueven en el despertar espiritual de este día,
encuentran que esta transición está acompa¬ñada por la misma experiencia que
tuvieron los hijos de Israel en su paso por el Jordán (el símbolo de la muerte)
hacia la tercera dimensión (la tierra prometida). (Ver página 56). El
ministerio simbolizado por Moisés y la «Peregrinación por el Desierto»
terminaron para ellos.
Ellos
han llegado a la orilla de las aguas del Jordán en donde está la exigencia
congruente de Dios: «Santificaos, porque el SEÑOR hará mañana entre vosotros
maravillas.... Cuando hayáis entrado hasta el borde del agua del Jordán,
pararéis en el Jordán» Este «pararéis» conlleva, sin duda, la exigencia (la
muerte a la carne) en el Jordán. Hermanos y hermanas: El mañana de Dios
está cerca. Él ha preparado la «Compañía
de Josué» que prevalecerá sin temor a los gigantes que se encuentren por
delante y a los perseguidores que vengan detrás. Esta compañía está tomando
posiciones para las órdenes de marcha.
Es
necesario que nosotros clarifiquemos nuevamente esta dimen¬sión de «ser.» No es
un lugar de solaz, sino de reposo en El. Aunque la dimensión más amplia de la
«Vida en el Espíritu» de Dios empieza con una crisis, es seguida por un
proceso. Lo mismo ocurre también con las otras dos etapas: la salvación y el
bautismo del Espíritu. Muchos, probablemente la mayoría de los creyentes en su
revelación progresiva, entran en crisis, pero jamás continúan con el proceso.
Esta
detención corta del «supremo llamamiento de Dios en el Cristo Jesús,» es uno de
los más grandes males que sobrevienen en la iglesia cristiana. El designio
sublime de Dios para Sus hijos es el de que progresen continuamente hacia lo
alto, desde el día de nuestra cruz hasta el día de nuestra corona.
Hay
un tiempo de morir a la carne, donde el buscador se mueve desde la Pascua (la
Salvación) hasta Pentecostés. También existe un adecuado y más riguroso
tratamiento por parte del Espíritu durante este tiempo de morir a sí mismo y de
moverse desde Pentecostés a esta «Vida en el Espíritu;» sí, a una vida MAS ALLÁ
DEL PENTECOSTÉS. Debemos «empeñarnos por entrar en este reposo,» para encontrar
como resultado «un descanso de nuestras obras.» Al llegar a esto, nos
encontraremos permaneciendo en el lugar donde estuvo Josué cuando se hallaba a
orillas del Jordán y oyó la Palabra del Señor: «Pararéis en el Jordán.»
El
Señor le dijo a Moisés que se detuviese para que subiera al monte durante
cuarenta días, con el fin de que El pudiera hablarle allí «cara a cara» con relación
a «Su Orden Debido» y a las consecuen¬tes exigencias de la necesidad del
arrepentimiento para el pueblo.
Ustedes
sabrán, seguramente, que el pueblo de la congregación estaba ocupado en HACER
antes que en SER, y que en su consiguien¬te descontento por la aparente
inactividad, se llegarían hasta Aarón para decirle: «Haznos dioses que vayan
delante de nosotros, porque a este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra
de Egipto, no sabemos que le haya acontecido.» Entonces el SEÑOR le dijo a
Moisés en el monte, al término de los cuarenta días: «Anda, desciende, porque
tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto se ha corrompido.
Pronto
se han apartado del camino que yo les mandé; se han hecho un becerro de
fundición, y lo han adorado.... Dijo más el SEÑOR a Moisés... por cierto es
pueblo de dura cerviz. Ahora, pues, déjame para que se encienda mi ira en
ellos.» Pero Dios, en Su misericordia y por la intervención y la intercesión de
Moisés, dejó una vía de escape por medio del arrepentimiento. Moisés se puso a
la puerta del campamento, y dijo: « ¿Quién está por el SEÑOR? Júntese conmigo.»
Dios dio muerte ese día a todos los desobedientes.
Después
«Moisés tomó el tabernáculo y lo levantó lejos, fuera del campamento.... Y
cualquiera que buscaba al SE¬ÑOR, salía al Tabernáculo de Reunión que estaba
fuera del campa¬mento.» Del mismo modo, hoy tiene que haber lugar para esa
experiencia del Jordán de buscar Su rostro y Su voluntad; y Su voluntad y Su
plan serán conocidos invariablemente por aquellos que «pararen en el Jordán.»
Además
de la Palabra del Señor a Moisés en el monte para que se detuviera, encontramos
incontables relatos en la Palabra para que nos detengamos, tales como la
palabra que le fue dada a Josué, a Jeremías, a Ezequiel] (encerrado en su casa),
a Pablo (durante dos años) y a Jesús (durante cuarenta días). Esta es una
necesarísima transición por la muerte del HACER al SER, y la necesitamos todos.
Amados hermanos, ¿qué pasa con ustedes?
Sé,
desde luego, que ellos - los «escribas, y los fariseos, y los hipócritas» los
perseguirán, y que ni siquiera tratarán de compren¬der lo que ocurre. Pero
ellos tampoco comprendieron a Jesús. Jesús nos dijo ciertamente que: «El jamás
nos desampararía, ni nos dejaría.» Mateo 5:11,12 nos dice: «Bienaventurados
sois cuando os vituperen y os persigan, y se dijere toda clase de mal de
vosotros por mi causa, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es
grande en los cielos; que así persiguieron a los profetas que estuvieron antes
que vosotros.»
Ustedes
o yo jamás comprenderemos esta insuperable «Vida en el Espíritu.» este precioso
camino que nos mueve MAS ALLÁ DEL PENTECOSTÉS en esta Unión con el Padre, sin
el aplastamiento y el quebramiento que provienen de los más amados e íntimos
allega¬dos de ustedes. Por favor, hermanos, no evadan ustedes esta
confrontación del mal entendimiento, pues Dios tampoco nos ha llamado para una
vida de constante justificación. Él es nuestro justificador.
Más Allá del Pentecostés - Clayton Sonmore
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