Imagínate que eres un buey atado a su yugo, es decir, a una viga de madera, y forzado a trazar círculos todo el día, empujando una piedra de molino que va aplastando el grano. ¿Es consciente el buey del almacenamiento del grano que él mismo hace por su esfuerzo? ¿Almacena todo el grano que puede por sí mismo? ¿O simplemente come lo suficiente para seguir sirviendo a su amo, sin ninguna otra clase de ganancia? Si vemos las vidas que vivieron Jesús, Pablo y los otros apóstoles—vidas consagradas en servicio desinteresado a Dios—el ejemplo del buey comienza a entrar en su perspectiva correcta.
Cuando Jesús dijo que Su reino no era de este mundo, eso es exactamente lo que quería decir. Cuando Él y los apóstoles murieron dejando atrás este mundo, el único legado que dejaron fue un legado de riquezas almacenadas en el Cielo, y no aquí en la tierra.
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