Davis y Clark.
Hay una advertencia solemne dada a
la iglesia en el Nuevo Testamento que necesita ser tomada muy en serio. En el
libro de los Hebreos, el autor se refiere a los israelitas que cayeron en el
desierto y nunca vieron la Tierra Prometida. Ahí leemos:
“Temamos, pues, no sea que
permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca
no haberlo alcanzado. Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena
nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir
acompañada de fe en los que la oyeron. Pero los que hemos creído entramos en el
reposo, de la manera que dijo: Por tanto, juré en mi ira, No entrarán en mi
reposo; aunque las obras suyas estaban acabadas desde la fundación del mundo.”
(Hebreos 4:1-3)
Aquí leemos de un pueblo escogido
que falló en alcanzar aquello para lo que habían sido alcanzados. Aunque habían
sido llamados a grandes cosas, por causa de su incredulidad fracasaron en
entrar en el cumplimiento de las mismas. El autor nos exhorta a “temer, no sea
que algunos parezcan no haberlo alcanzado”. Quieres decir que NOSOTROS
podríamos estar en peligro de perder aquello por lo que fuimos sacados del
mundo y por lo que morimos, como el mismo Israel, sin ni siquiera ser
conscientes de la Tierra Prometida de Dios? ¿Cómo es posible? Pablo escribió
una advertencia semejante a los corintios,
“Porque no quiero, hermanos, que
ignoréis que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el
mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar, y
todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida
espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era
Cristo. Pero de los más de ellos no se agradó Dios; por lo cual quedaron
postrados en el desierto. Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para
nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron... Y estas
cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a
nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos.” (1ª Cor. 10:1-11)
¡Si, esta solemne advertencia es
para nosotros! Nosotros que hemos participado de Cristo, que hemos sido
bautizados en Él y que hemos sido separados del mundo (Egipto), que hemos
caminado bajo la nube de la cobertura protectora del Padre, que hemos comulgado
juntos, nosotros también podemos fallar en cruzar el Jordán y entrar en el Sion
de Dios. El autor de Hebreos nos exhorta, a que “procuremos, pues, entrar en
aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia.”
(Hebreos 4:11).
Comprendemos que la generación que
fue llamada a salir de Egipto no entró en la tierra por causa de incredulidad.
No obstante, lo que se ignora con frecuencia es el hecho de que Moisés y Aarón
estaban entre los que fallaron en entrar el reposo de Dios. También murieron en
el desierto por causa de incredulidad. Dios dijo a Moisés y a Aarón por qué no
podían guiar a la asamblea a la tierra que Él les había dado. “Porque no
creísteis en Mí, para santificarme a los ojos del pueblo” (Lee Números 20:12).
Aquí vemos que creer en el Señor y santificar al Señor son una misma cosa. ¿Qué
significa santificar al Señor? Para
contestar a esta pregunta, debemos regresar a Cades, donde comienza a surgir
una crisis en el desierto de Zin.
Cuando la congregación de Israel
llegó a Cades, no había agua (lee
Números 20:1-29). Como siempre, la gente se congregó en contra de Moisés y
Aarón. “¡Ojalá hubiéramos muerto con nuestros hermanos, cuando estos murieron
delante del SEÑOR!”, se lamentaron. “¿Para qué guiasteis a la asamblea del
SEÑOR a este desierto, para que muramos nosotros y nuestro ganado? ¿Por qué nos
habéis hecho salir de Egipto para traernos a este lugar espantoso? No es lugar
de grano, higos, viñas ni granados; y tampoco hay agua para beber.” Para
resumir, “¡Esta no es la tierra que nos prometiste!” Imagínate a una fuerte
muchedumbre de dos millones y medio lista para el linchamiento delante de tu puerta.
Al oír sus quejas, Moisés y Aarón se
apartaron y cayeron sobre sus rostros delante del Señor. El Señor dijo a Moisés
que tomara la vara, reuniera a la congregación y hablara a la roca ante de los ojos de ellos, para que “diera su agua”. Moisés y Aarón hicieron como Dios les mandó y reunieron a la
congregación delante de la roca.
Luego Moisés se comportó de un modo muy raro.
En el pasado, cuando tenía una rebelión en sus manos, intercedía por el pueblo
e incluso se humillaba y se volvía vulnerable delante de ellos, dependiendo
totalmente de Dios para que Él tratara con la situación. Jamás tomó el lugar de
Dios ni les reprochó por su carnalidad. Pero atiende a las palabras que
salieron de su boca, “¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de
esta peña?” Entonces alzó Moisés su mano
y golpeó la peña con su vara dos veces; y salieron muchas aguas, y bebió la
congregación. ¡Gracias a Dios! Todo bien una vez más, ¿Verdad?
Ahora, en este punto muchos
pensaréis que ya sabéis hacia dónde vamos con esto. ¿Cuántas veces hemos oído
este pasaje en sermones, con planteamientos como, “Moisés la golpeó. Golpeó a
la roca. ¡Golpeó a Jesús! ¡Se le ordenó que hablara a la roca y en lugar de eso
la golpeó! Esto es lo que desagradó de tal modo a Dios que él mismo terminaría
muriendo en el desierto.” Esta diminuta explicación fracasa en la explicar el
alcance y significados completos del acto de incredulidad de Moisés.
Aunque la sed de la gente y del
ganado fue satisfecha momentáneamente, Dios
no quedó satisfecho. ÉL dijo a Moisés y Aarón, “Por cuanto no creísteis en
mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis
esta congregación en la tierra que les he dado” (v.12). Moisés y Aarón fueron
incluidos en el grupo del que Dios dijo, “Juré en Mi ira, no entrarán en Mi
reposo”. Más tarde, en el Monte Hor, el Señor cumplió Su promesa a Aarón. Les
dijo a Moisés y Aarón:
“Aarón será reunido a su pueblo,
pues no entrará en la tierra que yo di a los hijos de Israel, por cuanto
fuisteis rebeldes a mi mandamiento en las aguas de la rencilla. Toma a Aarón y
a Eleazar su hijo, y hazlos subir al monte de Hor, y desnuda a Aarón de sus
vestiduras, y viste con ellas a Eleazar su hijo; porque Aarón será reunido a su
pueblo, y allí morirá.” (Números 20:24-26).
Así, Moisés desnudó a Aarón de sus
vestiduras y las puso sobre su hijo Eleazar. Allí murió Aarón sobre la cima del
monte, sin haber entrado nunca en el reposo prometido.
Por rebelarse contra el mandamiento
de Dios rehusando santificar al Señor ante los ojos del pueblo, Moisés también
fracasó en entrar en el reposo de Dios. Solo se le permitió que la viera de
lejos, desde la cima del Monte Abarim.
Justo antes de que Israel entrara en
la tierra, el Señor dijo a Moisés, “Jehová dijo a
Moisés: Sube a este monte
Abarim, y verás la tierra que he dado a los hijos de Israel. Y después
que la hayas visto, tú también serás reunido a tu pueblo, como fue reunido tu
hermano Aarón. Pues fuisteis rebeldes a mi mandato en el desierto de Zin, en la
rencilla de la congregación, no santificándome en las aguas a ojos de ellos.
Estas son las aguas de la rencilla de Cades en el desierto de Zin.” (Números
27:12-14).
Moisés y Aarón fallaron en santificar o venerar al Señor ante los
ojos del pueblo. ¿Cómo uno santifica o deja de santificar al Señor?
En Ezequiel 36 leemos como Israel
profanó a Dios ante los ojos de las naciones. Las naciones asumían que era por
causa de la debilidad de Dios que Israel era derrotado y llevado cautivo. El
reproche era directamente proporcional al hecho de que este pueblo, llamado a
anunciar las virtudes de Aquel que los llamó de la oscuridad, se había
entenebrecido y vivía muy por debajo de la dignidad y poder de su llamamiento.
Es en esto en lo que fracasaron en santificar al Señor, en venerarle delante de
las naciones.
La International Standard Bible
Encyclopedia afirma,
“Cierto, fue por causa de los
pecados de Israel pero lo ético no falta en estos pasajes. El pueblo ha de ser
separado de sus pecados y ha de recibir un nuevo corazón (Eze. 36:25-26; Eze.
36:33). Pero la palabra “santificar” no se usa para esto. Se aplica a Yavéh, y
significa la afirmación del poder de Yavéh en el triunfo y conquista de sus
enemigos por parte de Israel (Eze. 20:41; Eze. 28:25; Eze. 36:23; Eze. 38:16;
Eze. 39:27). La santificación de Yahvéh es por tanto la afirmación de Su Ser y
poder como Dios, de igual modo que la santificación de una persona u objeto es
la afirmación del derecho y reclamo de Yahvéh sobre eso mismo… La historia de
las aguas de Meriba ilustra el mismo significado. El fallo de Moisés en
santificar a Yavéh es el fracaso en declarar la gloria y poder de Yahvé en el
milagro de las aguas (Números 20:12-13; Números 27:14).
Primero tenemos que entender que la
santidad de Dios no se relaciona con principios, ética, o doctrinas de
moralidad. La santidad de Dios es mucho más. Es Él quien es. ES Su ser
esencial, Su supremacía, Su soberanía y gloria. Santificar o venerar a Dios es
distinguirle reconociendo Su supremacía y soberanía, no con un mero
asentimiento intelectual, sino viviendo humildemente en deferencia a y
dependencia de Su poder. Cuando hablamos de vidas vividas en deferencia a Su poder, queremos decir más que lugares
comunes sobre su señorío. Queremos decir, entregarnos a Su operación soberana
primero que nada negando nuestras propias fuerzas y auto-glorificación, dejando
que Dios actúe a favor nuestro, y que al hacerlo, Le apartemos y Le
glorifiquemos ante los ojos de los
demás.
Podemos aprender comparando las
palabras de Moisés, “Os hemos hacer salir aguas…” con las palabras de Dios,
“habla a la roca, para que de su agua”. Todo en la vida cristiana se reduce a
esto. ¿Pasaremos nuestra vida en la búsqueda de medios y métodos para que
NOSOTROS podamos sacar agua de la Roca? ¿Seguiremos manifestaciones de
avivamiento, o el avivamiento que es Cristo mismo? ¿Cesaremos en fe, de
nuestras obras e ingenuidad y dejaremos que la Roca de su agua? ¿Viviremos por
la vida de Dios, dejando que Él se distinga por Su poder y fuerza? ¿Le
dejaremos triunfar sobre nuestros enemigos o trataremos de hacer un pacto con
la muerte?
Isaías contrastó la dependencia de
Israel en el pacto con los Asirios con una vida fundada en la confianza, en la
preciosa piedra angular, el cimiento estable.
“Por cuanto habéis dicho: Pacto
tenemos hecho con la muerte, e hicimos convenio con el Seol; cuando pase el
turbión del azote, no llegará a nosotros, porque hemos puesto nuestro refugio
en la mentira, y en la falsedad nos esconderemos; por tanto, Jehová el Señor
dice así: He aquí que yo he puesto en Sion por fundamento una piedra, piedra
probada, angular, preciosa, de cimiento estable; el que creyere, no se apresure.”
(Isaías 28:15-16).
Aunque no es una traducción, la Biblia
del mensaje capta el significado de este pasaje en un lenguaje que apunta a los
temas de la confianza en nuestras vidas hoy. “Tú dices, `Hemos tomado seguros
de vida. No hemos querido comprometernos, hemos cubierto todas nuestras
necesidades. No hay desastre que nos pueda alcanzar.
Hemos pensado en todo. Hemos sido aconsejados
por los expertos. Todo está en orden.” (Isaías 28:15). La prueba era y sigue
siendo si vamos a vivir por los recursos de nuestra vida o de la Suya.
¿Confiaremos, nos apoyaremos y nos pegaremos a esa Piedra que ofende a toda
sensibilidad natural? Los que lo hacen jamás huirán en pánico. La palabra de
Dios a los que confían que cualquier otro pacto les protegerá es: “En descanso
y en reposo seréis salvos; en quietud y
en confianza será vuestra fortaleza” (Isaías 30:15). Esto es de hecho
una ofensa a toda tendencia natural en el hombre.
De la Ley al Reposo - G.Davis y M.Clark.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario