Davis y Clark
Históricamente, cuando
un rey vencía a otro, el rey victorioso desfilaba por las calles llevando
consigo desnudo al rey derrotado. Hay una simple lección que podemos aprender
de esto: la autoridad pertenece al victorioso. De la misma manera, el señorío y
autoridad de Cristo están directamente relacionados a Su victoria. Su autoridad
no fue heredada sino que fue ganada por humildad, servidumbre y suprema
obediencia al Padre. Debido a su obediencia, Dios dio a Jesús completa
autoridad; el nombre sobre todo nombre. Ante este Nombre toda rodilla se
doblará. Jesús no podría haber sido Señor si no hubiera vencido. Fue la forma
en que Jesús conquistó lo que estableció, su victoria separada de todas las
demás, y en Su conquista está el secreto de la autoridad de Su reino.
En absoluto desafío a la
lógica humana, Jesús conquistó el mundo muriendo por él. Jesús vino como un
siervo y dio su vida por el mundo, y haciendo esto, llevó cautiva la
cautividad. Jesús no hizo nada a través de luchas ni vanagloria. Desde su humilde
nacimiento hasta el mismo sepulcro, El se despojó a sí mismo. ¡Esta es la
victoria que vence al mundo! ¡Esta es la verdadera vida Cristiana! ¡Este es el
reino que Cristo le confiere a usted! No hay otro. Aquellos que trepan por
otros medios, son ladrones y salteadores en el cuerpo de Cristo. (Jn 10:1)
A diferencia de los
reyes de la tierra que conquistan por poder y dominación, Jesús desarmo a
principados y poderes, triunfando sobre ellos a través de la cruz.
“…[Cristo} anulando el
acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria,
quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados
y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la
cruz.” (Col. 2”14-15)
La palabra griega
traducida despojando (apekduomai) en este pasaje, significa “despojarse
completamente uno mismo”.
El Nuevo Testamento
Weymouth dice: “El se sacudió de sí mismo…” La victoria de Cristo sobre los
principados y autoridades empezó con su rechazo de los reinos del mundo. El los
desnudó. Y entonces, como tan elocuentemente lo pone el Sr. Peterson, “En la
cruz El desnudó a todos los tiranos espirituales en el universo de su
fraudulenta autoridad, y los hizo marchar desnudos a través de las calles”.
(Col. 2:15)
Aquí vemos los dos lados
de la victoria. Primero debemos rechazar o despojarnos de nosotros mismos
el modelo de autoridad de principados y potestades, y decir con Jesús, “viene
el príncipe de este mundo y él nada tiene en mi”. Entonces podemos ponernos en
contra de todas las obras del enemigo. A través de su vida y ministerio
terrenal, Jesús repetidamente se despojó a sí mismo aun de la apariencia
de grandeza terrenal. En el desierto de la tentación el diablo lo llevó a la
cúspide de un monte, y le mostró todos los reinos del mundo y su gloria. “Te
daré todo esto”, le dijo Satanás. “si tú postrado me adorares”. Jesús
firmemente lo rechazó diciendo “¡Apártate de mi Satanás! Porque escrito está:
Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás”. (Mat. 4:8-10)
Después de haberse despojado completamente de
esta autoridad terrenal, Jesús salió del desierto en el poder del Espíritu.
¿Cuánta de la impotencia de las Iglesias de hoy en día es el resultado de
comerciar el poder del Espíritu por el poder del mundo? Servir a Mamón tiene su
precio. Jesús nos advirtió que no se puede servir a dos amos. Un contemporáneo
de Francisco de Asís llamado Domenico fue llevado por el Papa alrededor del
vaticano y le mostró todo eso y la finura con que vivían y el Papa le dijo,
“Bien, San Pedro no puede más decir ‘Oro y plata no tengo’”. A esto el sabio
siervo de Dios dijo: “Ni tampoco puede decir: Levántate y anda.”
En su manera particular
de ver las cosas, Norman Park escribió:
“Por su conducta actual,
la Cristiandad organizada a través de la historia ha demostrado que la elección
de Cristo en el desierto ha sido equivocada. La Iglesia Católica Romana se
apoderó del sistema del Cesar y permanece siendo la estructura religiosa de
poder más impresionante. La Reforma produjo una galaxia de estructuras de
poder.” (Norman Park – Mas no será así entre vosotros).
Efectivamente, la magnificencia
de la estructura de poder de la Cristiandad de hoy día existe porque en cada
caso alguien aceptó el trato de Satanás. De hecho, de todo lo que hemos
estudiado de la historia de la Iglesia, los hombres se han postrado para
obtenerlo. Ellos prestaron todos los accesorios necesarios de Roma: títulos,
vestiduras, las cortes reales y todos los trapos, todo el equipamiento y bagaje
real, completo con trono para sentarse mientras gobierna los reinos del mundo
en el nombre de Cristo, pero en desafío a Su ejemplo.
¿Cómo podemos proclamar
que caminamos en la victoria de Cristo cuando estamos en abierta rebelión a Sus
enseñanzas? ¿Cómo podemos proclamar victoria cuando no nos hemos despojado de
nosotros mismos el modelo de autoridad del príncipe de este mundo? Es a través
del despojarse de la pretenciosa autoridad de este mundo y del haber tomado la
forma de siervo que el Señorío fue conferido a Cristo. Nuestro Señor puso su
vida y conquistó.
Estamos llamados a
obtener esa misma victoria. Cristo conquistó a Satanás, al mundo y al sepulcro sin
haber levantado ni una vez la espada. El conquistó por medio de la debilidad,
por medio de la humildad, por medio de la mansedumbre, por medio de ser
obediente hasta la muerte. El fue “crucificado en debilidad” (2 Cor. 13:4). Si
intentamos escalar por cualquier otro medio, nos convertimos en enemigos de la
cruz.
En la cruz, Satanás y su
kosmos (mundo) son derrotados y completamente despojados por medio de
aquellos que comparten en Cristo su humildad y victoria. Esto no es decir que
no seremos tentados con el reflejo, el encanto y las glorias de los reinos de
este mundo, pero si elegimos el camino hacia abajo – el camino de la cruz –
venceremos a las peores tentaciones del enemigo. Estos son los verdaderos
vencedores, a quienes Jesús invitará a sentarse con El en su trono. Jesús dijo,
“…En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn.
16:33).
Vencemos a través de su
vida y victoria. Antes de que conozcamos la verdadera autoridad, debemos pasar
por el desierto y vencer en todas esas áreas que Jesús venció. Debemos ser
dirigidos por el Espíritu al desierto antes que podamos salir del desierto en
el poder del Espíritu. El Señor nos ha dado grandes y preciosas promesas a
aquellos que lo hacen. Este es el camino y el orden debido para el vencedor.
Considere las palabras
de Jesús en Apocalipsis: “Al que venciere, le daré de comer del árbol de la
vida…” (Ap. 2:7). “Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré
una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual
ninguno conoce sino aquel que lo recibe” (Ap. 2:17). “Al que venciere y
guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones…” (Ap.
2:26). “Al que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su
nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y
delante de sus ángeles” (Ap. 3:5). “Al que venciere, yo lo haré columna en el
templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre
de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual
desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo” (Ap. 3;12). “Al que
venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y
me he sentado con mi Padre en su trono” (Ap. 3:21). “El que venciere heredará todas
las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo” (Ap. 21:7)
¿Y como nosotros
vencemos?
“Y ellos le han vencido
por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y
menospreciaron sus vidas hasta la muerte”. (Ap. 12:11)
Vemos una amenaza común
a través de esos pasajes. Solo los vencedores pueden sentarse con Cristo en su
trono. ¿Qué quiere decir eso de que nosotros podemos vencer? Significa
exactamente lo que significa para Cristo. Así como Cristo venció y el Padre lo
invitó a sentarse con El en su trono, Cristo otorga tal autoridad solo a
aquellos que han vencido y cuya victoria fue a través de la cruz. Nunca
conoceremos la autoridad celestial sin despojarnos a nosotros mismos de la
pretendida autoridad de los principados y potestades de este mundo. Debemos
tomar nuestra cruz y seguir a Aquel que se despojó de sus prerrogativas
divinas, se humilló a sí mismo, tomó la forma de siervo, y se hizo obediente
hasta la muerte. Esta es la victoria que desafía al mismo sepulcro. “¿Dónde
está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? (1 Cor. 15:55)
Yo pues os Asigno un Reino - Davis y Clark
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