George Warnock
Se dice que el Reino que está aún por venir es el que Cristo establecerá cuando
regrese de nuevo, en el que Él hará cumplir la justicia en la tierra por
decreto justo. Hubo un tiempo en que Dios administraba decretos justos de esta
forma e imponía castigos muy severos sobre los que desobedecían Sus leyes. Y el
resultado final de todo ello fue la muerte. Pablo fue muy lejos para decir que
la administración completa del Antiguo Pacto fue una “ministración de muerte”
(2ª Cor. 3:7). No porque hubiera nada malo con la Ley en sí—sino que en el
resultado global de todo ello era inevitable quebrantar la ley por causa de la
“debilidad de la carne”. Y aquello que debía haber ministrado vida, produjo una
ministración de muerte.
Pero ahora nos enseñan
que uno de estos días Dios establecerá un Reino en la tierra y forzará a los
habitantes de la tierra al sometimiento emitiendo decretos justos. ¿Es que no
nos damos cuenta de que tenemos un Mediador de un “mejor Pacto” entronado a la
diestra de Dios en los cielos? ¿Y que tiene todo el poder en el “Cielo y en la
tierra” para ministrar e impartir justicia por el Espíritu a los corazones de
los hombres aquí y ahora?
Algunos piensan que esto
es totalmente inadecuado— ¡Supongo que porque Él está simplemente demasiado
lejos! Sabemos que Él va a gobernar y a reinar en justicia más tarde, porque Su
reino es un “Reino eterno”. Pero Él esta reinando sobre un trono de gloria
ahora—
“He aquí el varón cuyo
nombre es el Renuevo, el cual brotará de sus raíces, y edificará el
templo de Jehová.” (Zacarías 6:12).
Este Hombre es el Señor Jesús.
Él es la Rama, o el renuevo. Isaías Le llama “raíz sacada de tierra seca”.
Crece fuera de “Su Lugar”—Y Su lugar es Su santo Templo en la tierra. Su lugar
es el Huerto de Dios. En el Huerto de Dios, Él se convierte en la vid, y junto
a la Vid, hay muchos “pámpanos”.
“El edificará el templo
de Jehová, y él llevará gloria, y se sentará y dominará en su trono, y habrá
sacerdote a su lado; y consejo de paz habrá entre ambos” (Zac. 6:13).
Él era el Templo de Dios
en la tierra mientras estaba aquí (lee Juan 2:19). Pero Él ahora esta
edificando una extensión de este Templo que Él era mientras caminaba en la
tierra. No es otro Templo—pero ahora Él es la Piedra principal de ese Templo
agrandado; y Él lleva la gloria. Como nuestro Sumo Sacerdote en los cielos, Él
lleva sobre Sus hombros la plenitud de la gloria de Dios—y reina como
Sacerdote, llevando esa gloria.
El sacerdocio se ha
trasladado de la tierra al cielo. El antiguo sacerdocio terrenal tenía que ser
cambiado por ser una “ministración de muerte”. Todo el orden completo terminó
en muerte porque era un sacerdocio terrenal basado en el antiguo pacto que
incluso el viejo sacerdocio no podía guardar.
Pero ahora Cristo ha
entrado en “un ministerio más excelente” en los cielos, un ministerio
sacerdotal según el orden de Melquisedec:
“Jehová dijo a mi Señor:
Siéntate a mi diestra, Hasta que ponga a tus enemigos por estrado
de tus pies.1 Juró Jehová, y no se arrepentirá:
Tú eres sacerdote para siempre Según el orden de Melquisedec.”
(Salmos 110:1,4).
¿Por qué razón Dios
trasladó la administración del sacerdocio de la tierra al Cielo, y de Leví a
Melquisedec? Pablo nos muestra la razón:
(1) Melquisedec
es superior a Leví porque Leví pagaba
diezmos a Melquisedec, y recibía la bendición de Melquisedec. Esto prueba que
Melquisedec era mejor porque “lo inferior” siempre es bendecido por “lo mejor”
(Heb. 7:7).
(2) El
orden levítico, por muy bueno que fuese en su momento, acabó en muerte. Y todos
los reinos que acaban en muerte deben dar lugar al Reino de Dios que fluye en
vida (lee Heb. 7:8,16).
(3) El
orden levítico no podía perfeccionar. No podía completar la obra de la
redención ni llevarla a su consumación y por tanto, tenía que ser cambiado
(Heb. 7:11,12). Amados, fijaos en esto. Que la Iglesia permanezca en un estado
de constante imperfección es sana doctrina tal y como la Iglesia lo ve. Dios
dice que tiene que “cambiar” el viejo sistema porque no podía llevar a la
perfección, a la consumación, a la plenitud que se produce en el Nuevo pacto.
(4) El
viejo sistema fue declarado “sin provecho” por la simple razón de que el
Antiguo Pacto no tenía el poder de producir ningún beneficio a Dios ni al
hombre (lee Heb. 7:18). La Ley tuvo su día; y ha demostrado a lo largo de 1400
años de historia humana que el sistema completo fluía en muerte. No obstante,
si “trajo una esperanza mejor por la que nos acercamos a Dios” (Heb. 7:19). La
esperanza de la Ley no era otro reino terrenal. La esperanza de la Ley era un
nuevo orden, con un nuevo sacerdocio conforme al orden de Melquisedec. Este
sacerdocio debía ser administrado directamente desde el trono de Dios en los
cielos. El fundamento de este nuevo reino sería la justicia y la paz, porque el
mismo nombre Melquisedec precisamente significa “Rey de Justicia”. Este
Melquisedec reinaba sobre la ciudad de Salem, que significa Paz. No preguntamos
quién era este hombre, este extraño personaje; porque el secreto de sus
orígenes le hace un tipo más adecuado de Cristo, a quién el mundo no conoció.
(5) Se
dice que este hombre era “sin padre, sin madre, sin descendiente, no teniendo
ni principio ni fin de vida.” (Heb. 7:3). Con otras palabras, su nombre no
aparece en las genealogías de los registros levíticos. Lo mismo sucede con
Cristo. Ahora bien, Cristo tenía una genealogía en el evangelio de Mateo y
también en el de Lucas. También tenía una madre y un Padre. Pero por lo que refiere
a los registros sacerdotales levíticos, Él no existía. El entra en la escena de
un ministerio sacerdotal real—desde la oscuridad; puesto que surgió del seno de
Dios. Y ahora gobierna y reina como un Sacerdote sobre un trono “mejor” y en un
“mejor” sacerdocio, en el Reino de la vida.
Lo que la ley no podía
hacer porque era “débil en la carne”, el Sacerdote sobre el trono del Cielo
puede hacerlo a través de la ministración del Espíritu” a los corazones de los
hombres (2ª Cor. 3:8,9; Rom. 8:3). Él reina sobre una Sión celestial para
asegurar que Su ministerio sea más efectivo, más duradero, más dominante de lo
que habría sido si Él hubiera de ministrar desde alguna localización geográfica
en la tierra. Los hombres no piensan que ésta sea la mejor forma. La mayor
parte de la gente en la Iglesia tampoco parece pensar que ésta sea la mejor
forma. ¡Pero le pareció bien a Dios! Y Dios ha emitido un decreto para
establecer al Rey en la Sión Celestial:
“Pero yo he puesto mi
rey sobre Sión, mi santo monte. Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi
hijo eres tú; Yo te engendré hoy” (Salmos 2:6,7; Heb. 5:5,6).
Este decreto está
reafirmado una y otra vez por los santos apóstoles y profetas de Dios; y no
obstante, de alguna manera nuestros maestros modernos son muy valientes para
declarar que Su Reino no será realmente efectivo hasta que el Sión Celestial se
convierta en uno terrenal. Dios esta satisfecho de que Su Rey pueda “someter a
todos sus enemigos” debajo de sus pies al reinar desde un trono celestial. ¿Por
qué no podemos descansar sobre este decreto? ¿Qué es lo que nos hace pensar que
Él es estorbado en Su tarea al estar tan lejos? Él estuvo en la tierra en una
ocasión, y habiendo acabado la obra de la redención, siguió aquí durante cuarenta días más. Podría
haberse quedado 40 años—o 2000 años si fuera necesario. Pero el “decreto” del
Padre era que el Hijo tuviera un “ministerio más excelente” en los cielos (Heb.
8:6).
Exaltado en los cielos
tendría la totalidad del poder, no solo en la tierra, sino también en los
cielos (Mat. 28:18). El poder en la tierra no sería suficiente, porque los
verdaderos problemas en la tierra son con “principados y potestades” en los
ámbitos celestiales. Los verdaderos problemas de la tierra son con Satanás, que
es “el príncipe de la potestad del aire” y también “el dios de este mundo”. De
este modo el decreto de Dios ha establecido a un Hombre en los Cielos que
reinará como “Sacerdote sobre el trono” sobre el trono más alto que pueda hallarse en todo el
universo.
“Sobre todo principado y
autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este
siglo, sino también en el venidero.”
(Efesios 1:21)
¿Por qué piensan los
hombres que regresar a la tierra Le daría de alguna manera poder para juzgar
más efectivamente, por causa de su traslado del Cielo a la tierra? Dios lo
trasladó de la tierra al cielo para que pudiera tener “un ministerio más
excelente”. ¡Por supuesto que va regresar! Pero no para empezar un Reino. Viene
para devastar por completo los reinos de los hombres así como los reinos de los
cielos—y para dar a luz “nuevos cielos y nueva tierra donde mora la justicia.”
(2ª Ped. 3:13).
Normalmente se presenta
la venida del Señor como la esperanza del mundo, cuando el evangelio de Cristo
realmente comience a tener un impacto en las naciones y el Reino de los Cielos
sea impuesto sobre la tierra por un decreto justo.
Pero Jesús compara Su
venida con el juicio del diluvio y con la destrucción de Sodoma y Gomorra (Mat.
24:37-39; Lucas 17:28-29). Él nos dice que justo antes de Su venida serán los
“días de la venganza” y que “las potestades del cielo serán sacudidas” (Lucas
21:22,26). Pablo nos dice que el Señor
Jesús vendría “en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron
a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo”(2ª Tes.
1:8). Y Pedro nos dice que el retraso de
Dios en el cumplimiento de la “promesa de Su venida” es porque Él es “es
paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos
procedan al arrepentimiento.” (2ª Ped. 3:9). Si Su venida significa que la
tierra estará entonces saturada con el evangelio del Reino, ¿Por qué razón
entonces Dios retrasa Su venida queriendo que todos procedan al
arrepentimiento? La razón es que “el día del Señor vendrá como ladrón en la
noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos
ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas.”
(2ª Ped. 3:10).
A veces me preguntan,
¿Dónde encajamos el milenio en este escenario? Lo único que puedo preguntar es
por qué Pedro no lo encajó él mismo ahí. Quizás tengamos que dejarlo a un lado
hasta que las otras piezas del puzzle encuentren su lugar. ¿Pero hemos de tomar
la única Escritura en la Biblia que se refiere a un reinado de “mil años” y hacer que toda la doctrina del Reino de
Dios gire a su alrededor? (Apoc. 20). El libro de Apocalipsis está lleno de
símbolos, y la mayor parte de los números,
si no todos, son simbólicos en su
significado. La única referencia adicional a “mil años” en el Nuevo Testamento
se encuentra en este pasaje de Pedro; y aquí nos recuerda que “mil años” son
como un día. Los hombres siempre están preparados para apuntar que los “últimos
días” mencionados por los apóstoles han cubierto ya “mil años”, de modo que la
presente era cristiana hasta ahora es como “dos días” del calendario de Dios.
Entonces, ¿Por qué tardamos en reconocer que “mil años” puedan reducirse a significar
“un día” tal y como lo indicó el apóstol?
No podemos pasar por
alto las solemnes advertencias del apóstol porque muchos teólogos nos aseguren
que los nuevos cielos y la nueva tierra no puedan surgir hasta al menos otros
mil años. Puede que Pedro no esperara que esta era durara al menos 2000 años
desde su tiempo. Pero bajo la inspiración del Espíritu dijo que “buscamos” y
nos “apresuramos” para el Día de Dios, que es un día de fuego. “Apresurarnos”
tiene el significado de “esperar con anhelo, tener expectativa muy fuertes.”
Puesto que el Señor viene en fuego para devastar los reinos de los hombres y
destruir la tierra y los cielos tal y como los conocemos y producir “nuevos
cielos y nueva tierra, donde mora la justicia”: (2ª Ped. 3:12,13).
Es en el día de hoy
cuando el evangelio del Reino se extiende por todas las naciones. Y Dios está
preparando un pueblo para esta hora como lo ha preparado en cualquier otra hora
de apostasía.
Es el mismo evangelio
del Reino que salió al principio, pero
ahora es el tiempo de la cosecha y el fin de la era. La cizaña ha de ser
recogida en montones para ser quemada. La paja será separada del trigo y
consumida. El trigo ha de ser juntado en el granero. Este evangelio del Reino
será una palabra que devastará a los reinos de la oscuridad; pero será una
palabra de salvación que no sólo será hablada sino que brillará hasta los
confines de la tierra.
Cuando consideramos el
gran potencial que tenemos ahora para promocionar el evangelio, con la radio,
la televisión y toda clase de parafernalia electrónica… los programas
misioneros masivos… la disponibilidad de comunicaciones muy veloces y viajes…
el conocimiento acumulado que yace ahora a nuestra disposición vía libros,
cintas y seminarios—los cuales son todos diseñados como ayuda para entender las
escrituras, para evangelizar y para hacer que la Iglesia crezca… ¿Cómo podemos
evitar sentirnos tremendamente impresionados con el potencial para esta hora
para la extensión del evangelio? ¡A menos que recordemos 50 años atrás! En
aquel entonces solíamos escuchar estadísticas como éstas: ¡Mil millones de
habitantes de la tierra o bien no han escuchado el Evangelio o no saben nada
sobre el Señor Jesús! ¡Hoy los números han crecido en espiral hasta dos o tres
mil millones, y quizás más! Y sin embargo, la Iglesia sigue exaltando a nuestra
tecnología moderna como el método de Dios para enviar Su palabra a la tierra.
¡Que ciego—qué tremendamente ciego puedo volverse el pueblo de Dios!
No estamos diciendo que
no deberíamos usar nuestros métodos modernos para viajar y para comunicarnos.
Estamos en un mundo moderno y usamos lo que Dios no has provisto como
consideremos mejor. Pero lo que decimos simplemente es que nuestra tecnología y
nuestros métodos y ayudas modernos para el evangelismo no tienen un efecto real
sobre la efectividad del Evangelio del Reino. El Evangelio de Cristo es
reproductivo por naturaleza y produce según su naturaleza. Todo ser viviente
que Dios puso en la tierra fue creado con una ley de procreación inherente en
su vida celular. Pero me temo que la Iglesia esté casi estéril por haber estado
bebiendo de cisternas que han sido contaminadas con residuos tóxicos de la
psicología y de las filosofías de los hombres. Puede que esté creciendo a pasos
agigantados (de cualquier forma en apariencia, puesto que es evidente que la
mayor parte de lo que nosotros llamamos crecimiento de iglesia no es otra cosa
que un simple traslado de gente de una “iglesia” a otra que tenga un programa
mejor). Pero, ¿Cuántos de nuestros miembros de iglesia conocen realmente al
Señor? Ahora es muy popular “nacer de nuevo”—puesto que presidentes,
gobernadores y actores y prominentes hombres de negocio son “nacidos de nuevo”.
Cuando el estigma de la
cruz es arrancado de la Iglesia, también lo es la vida de Cristo. ¿Dónde queda
ese trabajo del Espíritu que da a luz a bebes en Cristo? ¿Dónde queda esa
convicción real de pecado que hace que los hombres se aborrezcan a sí mismos en
su condición de perdidos, y clamen a Dios por misericordia? Puede que la Iglesia
diga, “¡Estos son mis hijos!” Pero me pregunto si verdaderamente Dios no estará
diciendo, “¿Soy Yo Su Padre?” ¿Cómo llama Dios a la persona que es amadrinada
por la Iglesia, pero no apadrinada por el Señor de la Iglesia? (Lee Heb. 12:8).
Jesús dijo, “Cuando Él
(el Espíritu de verdad) venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de
juicio.” (Juan 16:8). ¿Cómo puede una iglesia que ha sido totalmente cautivada
por el espíritu del mundo convertirse en un reproche efectivo para el mundo a
su alrededor?
Coronado con Aceite - George Warnock
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