Leonard Ravenhill
En cierto sentido todos los hombres son extraños unos a otros. Aun los amigos no se conocen uno a otro de un modo perfecto. Para conocer a un hombre es necesario conocer todas las influencias de herencia y ambiente, así como las incontables decisiones morales propias que le han formado y le han hecho ser lo que es. Sin embargo, aun cuando no nos conocemos realmente unos a otros, el trazar el curso de la vida de una persona nos ofrece muchas enseñanzas. Especialmente el observar las grandes fuerzas que le han impulsado en uno u otro sentido. Por ejemplo: cuan beneficiada sería nuestra vida si pudiéramos experimentar el mismo impulso de la vida de Cristo que movió a Saulo de Tarso, después llamado Pablo, y sondear un poco el más profundo significado de sus palabras: «Yo llevo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús» (Gálatas 6:19).
Una cosa es segura acerca de estas palabras, que eran una expresión del señorío de Cristo. Pablo pertenecía al Señor Jesucristo en espíritu, alma y cuerpo. Estaba marcado como propiedad suya. Cuando Pablo declaraba llevar en su cuerpo las llagas del Señor no estaba pretendiendo llevar un «estigma» como san Francisco de Asís en 1224, u otras personas piadosas en otros tiempos. No se trataba tanto de marcas corporales, creo yo, como de una santificación espiritual por su crucifixión interna. El había sido crucificado con Cristo (Gálatas 2:20).
Las marcas de la crucifixión interna de Pablo eran claramente evidentes. En primer lugar, Pablo estaba marcado o se identificaba con Cristo en cuanto a entera dedicación a su tarea. Si, como pretende la tradición, Pablo era un hombre bajito, de sólo cuatro pies y seis pulgadas de estatura, era, sin embargo, el mayor gigante que jamás ha existido. El excedió a todos sus contemporáneos en viajar, en orar y en sentir pasión por un objetivo. El blason de su escudo era: «Una cosa hago.» Estaba ciego a todas las demás cosas de las cuales los otros hombres se gloriaban.
De modo semejante, Calvino fue criticado porque, teniendo la habilidad que poseía para escribir, no empleara todo su tiempo para escribir. Las Instituciones del Cristianismo y otras obras similares de carácter religioso, sin una sola mención a la hermosura de los Alpes o a los lagos suizos. Y Pascal fue censurado porque, aparte del alma inmortal, no parece tener otro asunto que le fuera de interés. Pablo podría también ser acusado por no decirnos una sola palabra acerca del arte griego o del esplendor del Partenón. Era un separado moral del mundo que le rodeaba.
Después de su encuentro con los sabios de Atenas en la colina de Marte, acusó a la sabiduría de este mundo, muriendo cada día a la tentación de hacer gala de sus conocimientos de filosofía griega, que no ignoraba.
Su tarea no era discutir alguno de sus puntos, sino vencer las legiones del infierno.
Parece que de alguna manera, probablemente en Arabia, su personalidad había sido transformada. Desde entonces jamás volvió a sus viejos hábitos. Estaba demasiado ocupado en ir adelante. Habría herido su alma oír a alguna congregación cantar: «Cansado de vagar, Señor, yo me siento.» Ser o no recomendado o bienvenido, amado o aborrecido, poco le importaba. El iba adelante con los ojos cerrados a todo honor humano, sordo a todas las voces de halago e insensible al encanto del éxito mundano.
Pablo estaba asimismo marcado con la humildad de su Maestro. La polilla mundana no podía dañar este vestido que había recibido de Dios.
Nunca ambicionó alabanzas humanas. Se puso el primero, pero entre los pecadores, cuando podía haberse puesto el último. Un antiguo teólogo gales dijo: «Si conoces hebreo, griego y latín, no lo pongas sobre tu cabeza como Pilato, sino a los pies de Cristo.» «Las cosas que para mí eran ganancia helas reputado como pérdida para poseer a Cristo.» ¡Qué descanso para el corazón es la virtud de la humildad! ¡El gozo de no tener nada que perder! No buscando buena opinión de sí mismo, Pablo nunca temió la bancarrota. Podía haber ostentado la toga bordada de un graduado en la más famosa escuela hebrea, pero luce más y mejor su vestido de un espíritu humilde y pacífico.
Además, Pablo estaba marcado por él sufrimiento. Considerad las cosas que menciona en Romanos 8: «Hambre, peligro, desnudez, espada (todas ellas significan aguda molestia para el cuerpo), tribulación (aflicción de alma) y angustia» (de espíritu). De todos estos sufrimientos el actual ministro del Evangelio participa muy poco.
Este judío errante combatía todo lo que se oponía a Dios y a su causa.
Este príncipe de los predicadores, y su adversario, el príncipe del infierno, no escatimaban golpes. Era una lucha libre, sin reglas de juego ni limitaciones de ninguna clase.
Ved de cerca a ese Pablo de cara cadavérica, de esmirriado cuerpo, propio de un hombre hambriento, ayunador y sujeto, muchas veces, al látigo del lictor; este pequeño cuerpo fue lentamente apedreado en lastra y sufriendo hambre con frecuencia; asido a un débil botijo, flotando durante horas en el mar Mediterráneo.
Sumad a todo ello peligro tras peligro, multiplicadlo por el dolor de la soledad; y contad uno por uno los noventa y cinco azotes, tres naufragios, tres apaleamientos con varas; un apedreamiento; largos años de prisión y peligros de muerte, tantos que se pierde el número. Y, sin embargo, lo contaba esto Pablo por nada, según sus propias palabras. Oídle decir: «Lo momentáneo y leve de nuestra tribulación.» Esto sí que es burlarse del sufrimiento.
Por lo demás, Pablo estaba marcado por su pasión. Un hombre tiene que hallarse muy seguro de encontrarse en el mismo centro de la voluntad divina para apelar al Espíritu como testigo; sin embargo, esto es lo que hace Pablo en Romanos 9, vers. 1.
¡Quién diera que de esta maravillosa llama cada predicador pudiera tomar un poco de fuego! Las palizas no podían apabullar esta llama; los ayunos y el hambre no podían suprimirla; las críticas y malos entendidos no podían apagarla, ni las prisiones ocultarla, ni los peligros detener su crecimiento. Ardía más y más hasta que la vida se ausentó de su cuerpo.
El Cristo viviente que estaba en Pablo (Gálatas 2:20) y se manifestaba en su ardiente pasión por las almas, era el desespero del infierno, el capital para el desarrollo de la Iglesia y el gozo del resucitado Salvador (que veía del fruto de su alma y se sentía satisfecho).
Pablo estaba marcado por el amor. Cuando pasó por la experiencia de venir a ser «un hombre de Cristo» desarrolló su capacidad de amor.
(Sólo la madurez sabe amar.) ¡Y cómo amaba Pablo! Primero y ante todo amaba a su Señor, después amaba a los hombres: a sus enemigos, a sus aflicciones y aun el dolor de su alma. Esto es lo que se demuestra por sus ardientes oraciones.
El amor de Pablo le llevaba a amar al perdido, al último, y el menor. ¿Quiénes eran objeto de su amor? En la colina de Marte, los intelectuales; en las sinagogas, los religiosos por tradición; en la plaza pública, los pródigos del vulgo. A todos ellos ansiaba ganar para su Señor. El amor, como poderosa dinamo, le movía e impulsaba a emprender grandes cosas para Dios. ¡Pocos han orado como Pablo oró! Quizá McCheyne, Juan Fletcher, el poderoso Brainerd y muy pocos más han conocido el dominio del alma y cuerpo al entregarse a la oración por amor.
Recuerdo una vez que, de pie al lado de la Maríscala del Ejército de Salvación, entoné este himno:
Hay un amor que me constriñe a ir a buscar al perdido. Rinde, Señor, mi todo a Ti Hasta que lo haya conseguido.
No era un amor puramente sentimental, pues le costaba prisiones, privaciones, dolor y pobreza.
Carlos Wesley casi parece haberlo alcanzado cuando dice: «Nada deseo en la tierra sino el amor dentro de mi pecho.» Estos hombres y mujeres estaban ciertamente en la senda del secreto apostólico para ganar almas.
Los grandes ganadores de almas han sido siempre grandes amantes de las almas de los hombres. Todos estos amantes de segundo orden fueron ganados e impulsados por el mayor Amor: El amor del gran Amante de sus almas les trajo a su vida de lágrimas, trabajos y triunfos. En esta hora difícil ¿podemos nosotros atrevernos a amar menos?
Hazme amarte con poder De pensar, querer y acción; Que pueda andar rectamente En mi vida de oración. Sirviéndote como debo. El amor suavizará Cualquiera prueba que me cueste Sufrir, el poderte amar. Aliviará toda pena Saber que sufro por Ti. Si tu amor me acompaña, Sé que triunfaré al fin.
Sin que puedan escogerlo ni evitarlo, millones serán un día marcados con la señal del Anticristo. ¿Evitaremos nosotros llevar en nuestros cuerpos, y sobre todo en nuestras almas y espíritus, las marcas de nuestro Señor, las marcas de Jesús? Ser marcado implica dolor; significa llevar el «estigma» de esclavo. ¿Escogeremos ser marcados para Cristo? Yo os engendré mediante el Evangelio. Pablo
¡Oh hermano, ora a pesar de Satanás, ora; emplea horas en oración; antes descuida a los amigos que el orar; ayuna y piérdete el desayuno, la comida, el té, la cena, y aun el sueño, antes que descuidar la oración. No basta hablar acerca de la oración; sino que debemos orar con ardorosa vehemencia. El Señor está cerca. El viene quietamente mientras las vírgenes duermen.
Andrés A. Bonar
Pasaron siete años
... antes que Carey bautizara el primer convertido en la India.
... antes que Hudson ganara el primer convertido en Birmania.
... antes que Morrison atrajera el primer chino convertido a Cristo.
... Moffat declarara que esperó para ver la primera evidencia de la
acción del Espíritu Santo sobre los Bechuanas en África.
... antes que Henry Richards obtuviera el primer convertido ganado enBanza Manteka.
A. J. Gordon
La oración es la sangre del alma.
George Herbert
Por que no llega el Avivamiento -
Leonard Ravenhill
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