Douglas Weaver
La siguiente parada en
nuestro paseo por nuestra común heredad, es el nieto de Cam, Nimrod, un poderoso
cazador delante del Señor. Su nombre significa “nos sublevaremos”. Fue el fundador de un imperio. La ciudad que
fundó—Babilonia—es un símbolo de la oposición a Dios. En Babel los hombres
rehusaron obedecer la orden de Dios de salir y llenar la tierra. Por primera
vez, en este lugar los hombres toman el camino de Caín convirtiéndolo en una
rebelión colectiva, fundando el primer reino.
El Tárgum de Jerusalén dice
de Nimrod:
“Y Cus engendró a Nimrod:
comenzó a ser fuerte en pecado y en rebelión delante del Señor de la tierra.
Fue un poderoso rebelde delante del Señor. Porque dice, ‘desde el día en que el
mundo fue creado no había habido nadie como Nimrod, poderoso en la caza y rebelde
delante del Señor. Y el comienzo de su reino fue Babel la grande”. 4
Nimrod estaba lleno de la
misma ambición y violencia hallada primeramente en Caín. El es la más pura expresión
de la tendencia del hombre caído a establecerse y a edificar su propio reino
fuera de Dios. Desde un punto de vista mundano, Nimrod tuvo un gran éxito, fue
un gran héroe y alcanzó una gran popularidad.
De hecho, “poderoso” es el
mismo término usado en Génesis 6:4 para describir a los Nephalin, la
descendencia de la mezcla profana de los hijos de dios y las hijas de los
hombres. Describe a alguien que intencionadamente se hace famoso cometiendo
actos valientes y atrevidos.
Aunque el diluvio libró a la
tierra de la toda la carne corrupta, las fuerzas espirituales que había detrás
de esa corrupción volvieron a salir a la superficie (Lee Génesis 6:4; Números
13:33). Babilonia es un modelo del continuo deseo que tiene el hombre de
establecerse y de construir.
“Y dijeron:
Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y
hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la
tierra.” Génesis 11:4
“Así los esparció
Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra, y dejaron de edificar la
ciudad.” (Génesis 11:8).
Fíjate en la pseudo-unidad
existente en el hecho de que todos hablaran la misma lengua. Viajaron hasta que
llegaron a las llanuras de Sinar, donde decidieron establecerse. Edificaron una
ciudad con ladrillos, no con piedras. Lo que es significativo en sí. Pero por
ahora centrémonos en la mentalidad que revela el versículo cuatro de arriba.
Los primeros esfuerzos se
inclinaron hacia la construcción de una ciudad y seguidamente, a la
construcción de una torre. Su propósito declarado era establecer un legado que
los mantuviera intactos tanto a nivel generacional como geográfico. Estaban
volviéndose hacia el camino de Caín, construyendo ciudades y poniéndoles nombre
conforme a ellos mismos. ¿Por qué repitieron los errores que finalmente
llevaron a una destrucción global?
Dios confundió sus lenguas y
los esparció sobre la faz de la tierra como una medida provisional, antes de que
la rebelión alcanzara su clímax. La misma idea de reyes y de reinos surgió del
corazón de Nimrod. Dios nunca quiso que el hombre edificara ciudades estado y
nombrara reyes para gobernar sobre ellos. Esto fue una afrenta directa contra
Él y contra Su propio Rey justo.
La parábola que sigue a
continuación es una sátira que expresa la vanidad de buscar un rey.
“Fueron una vez los árboles a
elegir rey sobre sí, y dijeron al olivo: Reina sobre nosotros. Mas el olivo
respondió: ¿He de dejar mi aceite, con el cual en mí se honra a Dios y a los
hombres, para ir a ser grande sobre los árboles? Y dijeron los árboles a la higuera: Anda tú,
reina sobre nosotros. Y respondió la higuera: ¿He de dejar mi dulzura y mi buen
fruto, para ir a ser grande sobre los árboles? Dijeron luego los árboles a la
vid: Pues ven tú, reina sobre nosotros. Y la vid les respondió: ¿He de dejar mi
mosto, que alegra a Dios y a los hombres, para ir a ser grande sobre los
árboles? Dijeron entonces todos los
árboles a la zarza: Anda tú, reina sobre nosotros. Y la zarza respondió a los
árboles: Si en verdad me elegís por rey sobre vosotros, venid, abrigaos bajo de
mi sombra; y si no, salga fuego de la zarza y devore a los cedros del Líbano.”
(Jueces 9:8-15)
Todos los árboles de fruto y
la vid, que daban aceite, buenos frutos y nuevo vino para honrar a Dios y a los
hombres, rehusaron gobernar sobre los árboles. Para ellos, gobernar era algo
inútil y degradante. Pero la zarza, que no sirve a ningún propósito, acordó
gobernar sobre los árboles, estableciendo una sola condición. “Si en verdad me
elegís por rey sobre vosotros, venid, abrigaos bajo de mi sombra…” La zarza
tiene muchos espinos pero muy poca sombra del sol abrasador. Si tratas de
hallar refugio bajo su cubierta, cuidado con los espinos.
Años más tarde Israel quiso
someterse al gobierno de la zarza. Cuando el profeta Samuel era viejo, Israel
se presentó buscando un rey. Confiar en Dios como rey era algo temible, por lo
que escogieron el camino predecible de los reyes de los gentiles. Al hacerlo,
rechazaron el gobierno y la soberanía de Dios. Rechazaron a Dios como rey.
Prefirieron el reinado de la zarza, Saúl, pastor de asnos. Israel prefirió el
estilo de gobierno de Caín y de Nimrod.
“Entonces todos los ancianos
de Israel se juntaron, y vinieron a Ramá para ver a Samuel, y le dijeron: He
aquí tú has envejecido, y tus hijos no andan en tus caminos; por tanto,
constitúyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones. Pero
no agradó a Samuel esta palabra que dijeron: Danos un rey que nos juzgue. Y
Samuel oró a Jehová. Y dijo Jehová a Samuel: Oye la voz del pueblo en todo lo
que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para
que no reine sobre ellos. Conforme a todas las obras que han hecho desde el día
que los saqué de Egipto hasta hoy, dejándome a mí y sirviendo a dioses ajenos,
así hacen también contigo.” (1ª Samuel 8:4-8).
Fíjate que cuando Israel
escogió tener a un mero hombre para que les gobernara y para ser como las
naciones idólatras a su alrededor, Dios se disgustó grandemente y comparó su
deseo de otro rey como servir a otros dioses. El deseo de tener un rey equivale
a la idolatría porque ambos sustituyen el gobierno o el señorío del verdadero
rey.
El Nuevo Exodo - Douglas Weaver
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