Charles E. Newbold Jr
Potenciamos esas
cosas ante las que nos inclinamos y homenajeamos. Liberamos el poder de Dios en nuestras vidas
cuando nos inclinamos y Le adoramos. De la misma forma, potenciamos a nuestros
ídolos cuando nos inclinamos ante ellos, sean hombres, edificios,
instituciones, ideas, ciencia, opiniones, demonios, o esa Cosa que llamamos iglesia.
Patrick vino a
comenzar una nueva iglesia. Como
suele suceder, la unción del Señor estaba presente, y la gente entraba
libremente en la alabanza y la adoración. Se estaban formando relaciones.
La visión en un principio parecía estar
enfocada hacia la edificación del pueblo en Cristo. Había libertad. Después
surgió un deseo de tener un edificio, después la necesidad de un préstamo,
después la necesidad de más dinero, y finalmente, una atracción por la
membresía. La gente se encontró a sí misma llevada hacia aquello de lo que
precisamente habían intentado salir.
Patrick los
estaba llevando de vuelta hacia aquello de lo que él mismo había salido antes,
porque aquello de lo que él había salido, nunca había salido de él.
En lugar de edificar a un pueblo, estaba
consumido por un edificio, una iglesia-su
iglesia. Unos pocos de los que asistían a su iglesia y que discernían, se marcharon cuando se dieron
cuenta de que permaneciendo, servían solo para adherirse y potenciar su
idolatría.
Potenciamos la
idolatría de la iglesia cuando
asistimos a sus cultos.
Potenciamos la
idolatría de la iglesia cuando
contribuimos a ella.
Potenciamos la
idolatría de la iglesia cuando insistimos
en el uso de la palabra iglesia en
referencia al cuerpo de Cristo.
Potenciamos la
idolatría de la iglesia cuando nos
preguntamos unos a otros a qué iglesia
vamos.
Potenciamos la
idolatría de la iglesia cuando
medimos la espiritualidad de la gente por la iglesia a la que asisten.
Tenemos nuestros
lugares altos; y sin embargo, conocemos el corazón de Dios en estos asuntos
porque Él nos habla claramente: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Éxodo
20:3.
El Espíritu
Santo puede llevar a un creyente maduro, liberado, a asistir a una iglesia, y quizás contribuir a ella con un propósito que solo conocen
Dios y ese creyente. Sin embargo, si ese creyente se une en su corazón a ese
sistema, una vez más levantándolo, ha vuelto a la idolatría y a la prostitución
espiritual de ello. Ha caído en el
engaño. El que siente el llamado de Dios para permanecer o regresar a las situaciones
de esos sistemas de iglesia ramera, tiene que ser honesto consigo mismo
respecto de su verdadero motivo, no sea que él diga, “Dios me lo pidió” para
justificar los deseos de ramera del corazón.
El Sistema de la Iglesia Ramera - Charles E. Newbold Jr.
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