Christian Smith
El clero es una institución altamente sobrevaluada. Efectivamente, se han exagerado enormemente los informes sobre el valor y la necesidad del clero. Muchos cristianos asumen, por ejemplo, que la cosa más importante en elegir una iglesia, es su ministro; que una iglesia no puede funcionar efectivamente sin un sacerdote o pastor, que la primera cosa que uno debe hacer para empezar una iglesia es contratar a un ministro que la lidere, que el Domingo a la mañana sea juzgado por su sermón, y que el camino preeminente para servir a Dios es ir a un seminario para ser entrenado para el servicio cristiano.
¿Pero puede ser que - por el contrario - el clero no sea necesario, ni, a la larga sea bueno para la iglesia? ¿Es posible que una de las mejores cosas que puedan pasar a la iglesia de hoy es que todo el clero renuncie a sus puestos y busquen trabajo en el mundo? ¿Podría ser que la iglesia sin clero sea la mejor clase de iglesia?
Ciertamente para muchos bien también podríamos preguntarnos si es que nos debiéramos disparar un tiro en la cabeza. Pero si realizamos una inspección más minuciosa, esta perspectiva en principio no es tan lunática como parece. El hecho es que si bien nuestro sistema clerical es una de las características dominantes de la iglesia hoy en día, no tiene casi nada que ver con el Nuevo Testamento; es fundamentalmente contraproducente, y es una obstrucción inherente para la vida de una iglesia sana y bíblica.
POR FAVOR NOTE, PRIMERAMENTE, que cuando hablamos de clero, definitivamente no estamos hablando acerca de las personas que actualmente son clérigos. Los hombres y mujeres que específicamente son sacerdotes, ministros, y pastores, son, en un todo, personas maravillosas. Ellos aman a Dios, quieren servir a Dios, y quieren servir al pueblo de Dios. Típicamente ellos son sinceros, compasivos, inteligentes, dadores, y sufridos. Que quede en claro, que el problema con el clero no son las personas que son clérigos sino la profesión de la cual esas personas son parte.
Más aun, que quede en claro, que a pesar de los serios problemas de su profesión, el clero actualmente hace mucho bien a la iglesia. No es que los clérigos no ayudan significativamente a la gente. Ellos ciertamente hacen cosas, lo cual es una de las razones del porqué son una característica tan dominante en la vida de la iglesia. Pero lo bueno que la gente del clero está disponible a hacer, es a pesar de su profesión y no debido a ella.
Sin dudas, el clero es una profesión y los miembros del clero son profesionales. Así como los abogados protegen e interpretan la ley y los doctores protegen y administran la medicina, el clero protege, interpreta, y administra las verdades de Dios. Esta profesión, como cualquier profesión, dicta patrones de conducta de cómo sus miembros deben vestir, hablar, y actuar, tanto en el trabajo como fuera de ello.
Y, como cualquier otra profesión, dicta patrones de educación, preparación, admisión a la profesión, procedimientos para búsquedas de trabajo, y sistemas de pensiones para jubilación. Claramente, tanto los sacerdotes Católicos y los ministros Protestantes, son considerados por sus parroquianos, amigos, jerarquías, denominaciones, autoridades, y ellos mismos, a tener una clase de entrenamiento diferente, ser cierta clase de gente, y realizar ciertas clases de trabajos.
Tradicionalmente, la profesión ha demandado que el clero sea masculino y, en algunas denominaciones, preferentemente casados y, si es así, felizmente casados. La profesión demanda que sus miembros posean un título de un seminario y una ordenación oficial.
La profesión (en forma irreal) requiere que el clero sea extraordinariamente dotado: líderes naturales, expertos oradores, capaces, administradores, consejeros compasivos, que tomen decisiones sabias, revolvedores desapasionados de conflictos, y astutos teólogos. Naturalmente, los estándares profesionales insisten que los clérigos sean moralmente honestos y ejemplares en todo sentido. Y, como una señal externa, el clero debe vestir respetablemente y hablar con autoridad y convicción.
El clero funciona esencialmente como gerentes profesionales de iglesia. El clero es el responsable de preparar los estudios, homilías y sermones, visitar a los enfermos, conducir funerales y matrimonios, administrar propiamente los sacramentos, supervisar los eventos sociales de la iglesia, las escuelas dominicales y programas de catecismo, preparar a los novios para el matrimonio, aconsejar a aquellos con problemas, preparar informes denominacionales, asistir a las reuniones de la denominación, gerenciar programas misioneros y evangelísticos, congregarse y supervisar al staff (tales como ministros asistentes, lideres de grupos juveniles, personal administrativo, y equipos de evangelismo), organizar colectas, atender a las relaciones de la comunidad, uso de las facilidades de a iglesia, mantenimiento de edificios, alentar, disciplinar, y edificar a los parroquianos. Y establecer la visión y dirección de la iglesia.
Entonces existen allí un definido conjunto de tareas que cada uno (aun los no-cristianos) sabe que es lo correcto que un miembro del clero debe hacer. Cada uno sabe esto porque eso es una profesión institucional, creada y mantenida por denominaciones, jerarquías, seminarios teológicos, laicos, y, finalmente, por el clero mismo.
EL PRIMER PROBLEMA con el clero es que Dios no tuvo intenciones de que exista esta profesión. Hay un simple e inequívoco mandato no bíblico o justificación para la profesión del clero como la conocemos. De hecho, el Nuevo Testamento apunta a un camino muy diferente para la iglesia y el ministerio pastoral.
Sin embargo, las sociedades humanas a través de la historia han creado consistentemente castas de gente impostora, sacerdotes, vendedores de ilusiones, hechiceros, sabios, profetas, gurús, y la iglesia cristiana no ha sido la excepción. No tomó mucho tiempo a la iglesia construir, basados en un puñado de versículos ambiguos (“sobre esta roca edificaré mi iglesia”, “no pondrás bozal al buey cuando trillare”), una masiva estructura institucional y jerárquica. Esto, en efecto, creó un sistema autoritario de dos clases dentro de la iglesia en donde los del clero fueron considerados más espirituales que los laicos.
Los Protestantes rompieron con la iglesia Católica, desde luego. Pero los protestantes son tan “católicos” como los Católicos Romanos cuando se trata del clero. Si bien la Biblia reemplazó los Sacramentos como el centro de la revelación de Dios para los Protestantes, la profesión que ellos establecieron para proteger y distribuir esta revelación es funcionalmente idéntica al sacerdocio Católico. Mientras que el sacerdote Católico administra correctamente la hostia, el ministro Protestante interpreta correctamente la Palabra de Dios.
Pero cuando volvemos a la Palabra de Dios y la leemos de nuevo, vemos que la profesión del clero es el resultado de culturas humanas y de la historia y no de la voluntad de Dios para la iglesia. Es simplemente imposible construir una justificación bíblica defendible para la institución del clero tal cual la conocemos.
EL SEGUNDO PROBLEMA con la profesión clerical es que destroza “la vida del cuerpo”. Podemos ver en el Nuevo Testamento que Dios no intentó que la iglesia sea una asociación formal a la cual perteneciera una membresía archivada por rango en virtud de pagar sus compromisos monetarios y asistencia a reuniones, una organización que es guiada y gobernada por un líder profesional (y, en grandes organizaciones, por una administración burocrática). Y eso es lo que la mayoría de las iglesias son.
En contraste, la intención de Dios es que la iglesia sea una comunidad de creyentes en la cual cada miembro contribuye con su don especial, su talento, o habilidad para el conjunto, de modo que, a través de su activa participación y contribución para con todos, las necesidades de la comunidad sean suplidas. En otras palabras, lo que deberíamos estar viendo en nuestras iglesias es el “ministerio de la gente”, no “el ministerio del profesional”. De esta forma, la iglesia actuaría como un cuerpo, con cada parte única y necesaria trabajando para el bien de todo el cuerpo. Y, Pablo claramente argumenta que el don de cada miembro es indispensable, que el cuerpo necesita cada parte para que contribuya, o de lo contrario sería cojo. (1 Co. 12:20-25)
El problema es que, sin importar que digan nuestras teologías acerca del clero, el efecto actual de la profesión del clero es hacer al cuerpo de Cristo cojo. Esto pasa no porque el clero quiere esto así (ellos por lo general quieren lo contrario), sino porque el objetivo natural de su profesión inevitablemente vuelve a los laicos en receptores pasivos.
El rol del clero es esencialmente la centralización y profesionalización en una persona, de los dones de todo el cuerpo. De esta manera, el clero representa la capitulación de la cristiandad a la tendencia de la sociedad moderna hacia la especialización; los clérigos son especialistas espirituales, especialistas en iglesia. Todo el resto en la iglesia son meros creyentes “ordinarios” que tienen cargos “seculares” que se especializan en actividades “no espirituales” como fontanería, profesores de escuela, o marketing. Así, en efecto, lo que debiera ser realizado por todos los miembros conjuntamente de una manera ordinaria, descentralizada, y no profesional, se lleva a cabo por un simple profesional a tiempo completo: El Pastor.
Debido a que al Pastor se le paga para ser el especialista en las operaciones y gerenciamiento de la iglesia, es lógico y natural que los laicos empiecen a asumir un rol pasivo en la iglesia. En vez de contribuir su parte para edificar la iglesia, ellos van a la iglesia como receptores pasivos para ser edificados. En vez de usar activamente su tiempo y energía en ejercitar sus dones para el bien del cuerpo, se sientan y dejan que el pastor maneje el show.
Piense acerca de Domingo por la mañana. Los parroquianos llegan a tiempo, se sientan calladamente en los bancos, y miran y oyen al ministro quien está al frente, en el mismo centro, cuya presencia domina el servicio. Ellos se paran, se sientan, hablan, y cantan, solo cuando el ministro les indica hacerlo, o el programa. Con todo, en realidad, lo que pasa durante estas dos horas los domingos de mañana es solo una microscópica figura de toda la realidad cristiana.
Si la gente de una congregación empieza a obtener la visión que la iglesia no es una asociación formal sino una comunidad, que los dones son distribuidos a cada persona sin tener nada que ver con la ordenación, que cada uno debe participar y contribuir activamente para que iglesia funcione, que ningún don es más importante que otro, y que la participación de cada uno va a asegurar en poco tiempo una vida sana y plena en la iglesia, una visión bíblica de la vida de la iglesia, sospecho que muchos se empezaran a preguntar a ellos mismos: “Entonces ¿para que estamos pagando al ministro?” Y, esa seria una pregunta razonable de hacer.
El clero profesional a tiempo completo es solo necesario cuando los miembros de la iglesia no hacen su parte. Por otro lado, cuando cada miembro esta activamente participando y contribuyendo su parte para el bien del cuerpo, un ministro profesional no es necesario. Eso es un hecho que esta probado en decenas de miles de comunidades e iglesias hogareñas alrededor de todo el mundo.
EL TERCER PROBLEMA con la profesión del clero es que fundamentalmente se derrota a sí misma. Su propósito establecido es nutrir a la iglesia para lograr un objetivo de valor: la madurez espiritual. En la actualidad, sin embargo, realiza lo opuesto por medio de nutrir una dependencia permanente de los laicos hacia el clero. El clero viene a ser a sus congregaciones como padres cuyos hijos nunca crecen, como terapeutas cuyos clientes nunca se sanan, como profesores cuyos estudiantes nunca se gradúan. La existencia de un ministro profesional a tiempo completo facilita a los miembros de la iglesia a no tomar responsabilidad para el desenvolvimiento de la vida de la iglesia. ¿Y por qué deberían hacerlo? Ese es el trabajo del pastor (según se piensa comúnmente). Pero el resultado es que el laicado permanece en un estado de dependencia pasiva.
Imagínese de todos modos, una iglesia cuyo pastor renuncie y no se pueda encontrar quien lo reemplace. Eventualmente – en forma idealista – los miembros de esa iglesia van a tener que levantarse de sus bancos, juntarse, y ver quien va a enseñar, quien va a aconsejar, quien manejará las disputas, quien visitará a los enfermos, quien dirigirá la alabanza, y todo eso. Con un poco de visión, ellos se darán cuenta de que la Biblia llama al cuerpo como un todo para que hagan estas cosas todos juntos, llamando a cada uno para ver con cual don va a contribuir, que papel van a jugar para edificar el cuerpo. Y con un poco de coraje, la iglesia puede actualmente iniciar los dolorosos pasos en la dirección de un cambio a largo plazo. Algunos pueden irse a otras iglesias que tienen ministros a tiempo completo. Pero aquellos que quedan para participar en la obra de edificar la vida del cuerpo, van a madurar más rápidamente y mejor de lo que nunca hubieran madurado con un pastor que hiciera todo por ellos.
EL CUARTO PROBLEMA con la profesión del clero es lo que hace a la gente en esa profesión. Ser un miembro del clero tal cual lo conocemos, es difícil. Hacerlo muy bien es casi imposible. Con todo, hombres y mujeres bien intencionados, convencidos de que ellos están sirviendo a Dios de esta manera, admirablemente ponen toda su vida en esta tarea. Sin embargo, lo que obtienen como clérigos profesionales es estrés, frustración, y agotamiento.
¡No es de extrañarse, desde luego, ya que el clérigo está tratando de hacer por si solo la obra de toda una congregación por sí mismos! ¿Cómo una simple persona puede ser un líder natural, un visionario, un administrador capacitado, un apasionado consejero, una persona que toma decisiones sabias, un desapasionado administrador de conflictos, y un astuto teólogo al mismo tiempo? ¿Por qué hacemos que una persona sea todo para todos los parroquianos?
Ser un ministro es, simplemente, algo irreal. Es tan irreal como que una corporación espere que un solo empleado exitosamente cumpla y supervise todos los cargos de la corporación, desde recibir el correo, pasando por ser un gerente intermedio, y ser el presidente, mientras todo el resto de los empleados vienen al trabajo una vez a la semana para ver los logros de este súper humano (y algunas veces a hacer alguna cosa que este súper humano les pide hacer). De esta manera, la profesión del clero demanda logros de ser un súper cristiano y un súper humano. Los cristianos con un entendimiento realista de las limitaciones y debilidades humanas saben bien que esto no es posible. Dios ciertamente lo hizo, y eso es el porqué él dio la tarea de mantener y edificar la iglesia como una responsabilidad compartida por todos los creyentes, no como la centralizada, especializada, y profesionalizada tarea de una sola persona.
LOS DEL CLERO son los guardianes-de-la-iglesia; pero la iglesia realmente no necesita ser cuidada en este respecto porque Dios la guarda y pide a todos los creyentes que participen cuidándola.
El clero, como una profesión, está asignado a preservar, proteger, y dispensar la verdad cristiana, corregir las enseñanzas, la Biblia, los sacramentos, y autoridad. Y con todo, los cristianos no necesitan una clase profesional para que la proteja. La verdad no es tan así de frágil.
La verdad cristiana no es un tipo de material clasificado o peligroso que solo los que tienen un carnet de identificación puedan manejarla. Ni tampoco es como las riquezas que necesitan la protección de cajas fuertes y guardias de seguridad armados.
Es el Espíritu Santo - y no la jerarquía o el trabajo de la denominación - quien preserva la verdad cristiana en la historia; y el Espíritu Santo ha determinado esto por medio de distribuir esa verdad a todo el pueblo de Dios para que ellos todos juntos la compartan.
El problema con el clero, según hemos visto, no es la gente actual que son clérigos, quienes son típicamente sinceros y dedicados, sino el rol social de la profesión a la cual ellos pertenecen. Los Ministros a menudo desean redefinir este rol en formas que sean más realistas y bíblicas.
Pero ellos eventualmente descubren que, para la gran mayoría, ellos no pueden redefinir ese rol porque sus congregaciones y denominaciones esperan de ellos que cumplan con los patrones pre-establecidos. Desde luego, esa es la naturaleza de los roles sociales: ellos forman a la gente en vez de que la gente los forme a ellos.
Sin embargo, un problema aun más básico y serio que el rol del clero, es que la mayoría de los cristianos tienen completamente redefinido en primer lugar como debe lucir una iglesia sana.
Para la mayoría de los que asisten a la iglesia, una iglesia sólida y sana, es aquella que crece numéricamente, tiene un pastor fabuloso, y ofrece muchas actividades y programas. Ellas deben ser como son esas vibrantes asociaciones de voluntarios, como lo es la Asociación Cristiana de Jóvenes. Pero si la Biblia es nuestra autoridad, esos factores son irrelevantes cuando se trata de iglesia.
Lo que es importante en una iglesia, de acuerdo a la Biblia, es que cada miembro contribuya activamente para el bien de todo el cuerpo a través de una participación responsable y la ejercitación de sus dones. Lo que es importante en una iglesia, de acuerdo a la Biblia, es que los creyentes se vuelvan fuertes y maduros en su fe por medio de la edificación unos a otros. Una iglesia bíblica es una “iglesia del pueblo” con un ministerio descentralizado.
Desde luego, cuando hablamos de “una iglesia sin clero”, no queremos decir la eliminación de ministros a tiempo completo.
Efectivamente, la iglesia necesita más ministros a tiempo completo. Sin embargo, la pregunta relevante es: ¿qué es lo que estos ministros a tiempo completo deberían hacer? De acuerdo al Nuevo Testamento, los ministros a tiempo completo deberían ministrar en y al mundo, en tareas tales como trabajar con los pobres, haciendo evangelismo, llevando paz allí donde hay conflicto y violencia.
Bíblicamente hablando, es el mundo, no la iglesia, la que necesita ministros cristianos a tiempo completo.
LO QUE NECESITAMOS hoy en día es iglesia sin clero. Los pastores mismos necesitan liberarse de esa demanda de ser activistas ultra versátiles, tener muchos talentos, y ser súper humanos. Y los laicos necesitan salir del enfrascamiento de la tranquila ilusión de que es suficiente con simplemente asistir a la iglesia los domingos a la mañana y diezmar el diez por ciento de sus ingresos.
La iglesia sin clero no es fácil, demanda la completa participación activa de todos. Pero la recompensa de una iglesia sin clero – la riqueza de la participación, de la solidaridad, y de la comunidad – hacen del esfuerzo que valga tremendamente la pena. Y, aquellos que hagan el esfuerzo, van a estar bien encaminados en transformar la iglesia de algo a lo que simplemente asisten, a que, todos juntos, son.
Iglesia sin Clero - Christian Smith
Personas que ejercen cargos religiosos: Sacerdotes, Ministros, Pastores, Obispos, etc.
1 comentario:
ESTE ESCRITO ESTÁN PROFUNDO QUE SOLO LOS QUE LEEN EN ESPÍRITU Y VERDAD LO LO OYEN,LO ENTIENDEN Y DE SEGURO LO HACEN REALIDAD EN SUS VIDAS.
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