Javier Vargas
Le puedo decir que todo lo acá escrito es primeramente para mí, además viene siendo una vivencia en medio de nosotros, así como en medio muchos otros miembros de su cuerpo por todo el mundo que han renunciado a los nombres propios.
Mateo 16:16-18
"...y sobre esta roca (Cristo, El Hijo del Dios viviente, Mateo 16:16) edificaré mi iglesia (El mismo lo hará, a ningún hombre le fue delegado ese trabajo, ni aún al más famoso y poderoso cristiano), y las puertas del hades no prevalecerán contra ella (si es edificada por Cristo, pero prevalecerán en aquellas iglesias que son edificadas por hombres y por esas puertas entrarán las doctrinas del anticristo)."
Salmos 127:1
“Si Jehová no edificare la casa (la iglesia), en vano trabajan los que la edifican…” Jesús mismo edificará su iglesia, únicamente El con su presencia, con su gobierno y con su palabra. Mas hoy el Señor ve en medio de la iglesia ministerios con nombres de hombre, y los ministerios con nombres de hombre no son nada más que las obras de sus manos, no son más que el esfuerzo del hombre por pretender hacer la obra de Dios.
Qué pronto los estrados y los atriles se convirtieron en lo mismo que son para el mundo y la religión: los altares del ego, las plataformas para controlar y para levantar el nombre humano en lo alto.
Pareciera que el hombre estuviera diciendo: “mírenme a mí, miren cuan santo y puro soy, alábenme, no se para que buscan un Salvador o un Señor si yo soy suficiente para ustedes”, escondido obviamente tras grandes oratorias religiosas y humanistas y tras falsas apariencias de humildad, cuando los hechos y los frutos de sus vivencias no solo son considerablemente mundanos, sino que además, niegan categóricamente la doctrina de Cristo y su camino de cruz.
Pero mientras que Cristo conduce a su pueblo al reposo y a la rendición, sus nombres se irán desvaneciendo y en ese reposo ya no tendremos nombre; en su reposo no nos podemos gloriar, porque su Espíritu puede convencernos de que nuestras obras no son nada; en medio de nuestras obras no hay poder, no hay vida.
De manera que el pueblo que busque su reposo, que anhele su reposo, que disfrute su reposo y que pierda el nombre en su reposo, será un día levantado por su Espíritu para hacer que el reino de Dios y la justicia de Dios se acerque a este mundo; y la gloria será entonces para Jesucristo, únicamente para El.
¿Quién se podrá gloriar sino ha hecho nada? ¿Cómo nos podemos gloriar sino son nuestras obras? Porque en medio de la iglesia tienen buen nombre todos aquellos que se han desvelado y han trabajado (con el fin de sobresalir, como se hace en el mundo), pero para Cristo sólo tienen buen nombre aquellos que han permitido que sus nombres se desvanezcan en el reposo.
Ningún ministerio va a llevar un nombre humano, el único nombre sobre su esposa es el de Cristo; sobre su esposa no se llevará el nombre de Pablo, ni el nombre de Juan, ni el nombre de un lugar, ni el nombre de ningún mega-pastor o mega-apóstol, ni el nombre de ningún papa, ni el nombre de los grandes religiosos, porque el poder que obró, por ejemplo sobre Pablo y Juan, no pertenecía a ellos; el único Nombre en que tiene parte el Señor es su Nombre, este es, Cristo Jesús. Y esa es la única esposa que conoce Cristo y que fue tomada de su costado y que tiene toda la naturaleza de El; porque su anhelo es llamarla Varona (una en El), y la que no sea varona no es su iglesia, no es su esposa.
Él no se va a desposar con cualquiera, Él no se va desposar con una desconocida o con una fornicaria (que se mezcla con el mundo), porque Él sabe qué fue lo que ha salido de su costado; y como aquel varón (Adán) reconoció a aquella mujer (Varona), El también reconocerá a su Varona que es su verdadera iglesia y es su esposa y estará en sus bodas.
Por eso es importante que sepamos cuál es la esposa que a Él le agrada, y si nuestros nombres no desaparecen no tendremos parte con El. Cristo ve que hay mucho gozo en medio de la iglesia porque nombres de hombres se han levantado, porque ministerios se han identificado con nombres de hombres; más hay un solo Nombre sobre todo nombre y cada vez que el nombre de un hombre es levantado, su Nombre no es levantado.
Para que su Nombre sea levantado es necesario que nuestros nombres desaparezcan, por eso es necesario que la cruz de Cristo haga que nuestros nombres desaparezcan, que nuestra gloria desaparezca, que nuestras actividades y lo mejor de nosotros desaparezca, y es por nuestro bien, para que seamos parte de su iglesia, de su esposa.
La unidad de la iglesia no es más que el mismo Nombre (y su gloria) sea levantado en medio de muchos miembros; los verdaderos miembros de su cuerpo son aquellos cuyos nombres hayan quedado crucificados para que el Nombre de Cristo sea levantado, y esa es la verdadera unidad: un Señor, una Fe, un Cristo, (en la unidad perfecta de una sola Cabeza y un cuerpo que tienen un solo Nombre, y no en el monstruo de un Nombre para la cabeza, y otro para el cuerpo).
Así que no es necesario que temamos cuando nuestros nombres día a día sean nombrados menos; no temamos cuando la crucifixión se hace cada día más notoria; no temamos cuando seamos vituperados por estar en la cruz; es necesario que cada uno de nosotros mengüe y que Uno solo sea levantado, sabiendo que nuestros nombres deben desaparecer, sabiendo que el nombre de tu hermano va a desaparecer y el nombre tuyo también va a desaparecer; el único propósito de la iglesia es que el Nombre de Jesús sea levantado y exaltado, y su Nombre es: Verdad, Justicia, Paz, Amor, Unidad, Poder, Humildad, Libertad…
El Señor va a limpiar su casa antes de su venida y levantará un sacerdocio anhelando su presencia y de continuo buscándola, porque son tiempos finales y muchos cristos se levantarán (anticristos), muchos hombres están levantados en medio de su casa gobernando a su pueblo con un gobierno mundano y babilónico (de mezclas).
Mas uno solo puede lavar nuestros pies y éste es Jesús, y el pueblo que acepte que sus pies sean limpiados por su presencia también éste será su pueblo; mientras que el pueblo que no acepte que sus pies sean limpiados por Jesús, este pueblo no hará parte con El, porque así como le dijo a Pedro y a sus apóstoles, se lo dice a la iglesia postrera:
“De no lavarte los pies, no tendrás parte conmigo” (Jn. 13:8).
Pero para lavar nuestros pies es necesario, que como Pedro, cese toda obra, cese todo intento de ayudar a la obra de Cristo en su humanismo, cese todo esfuerzo, cese toda religiosidad, cese toda práctica, cese toda disciplina, y en general, cese todo deseo de querer ayudar en su propia naturaleza a Cristo para que entremos en su reposo. Así el Señor podrá derribar toda palabra que no salió de su boca, para que en su unción se enseñen todas las cosas y para que sean lavados nuestros pies y así sean quitados todos los nombres de nuestros señores.
Cuando sean quitados los nombres de los hombres que han sido puestos sobre nosotros, también se caerán las palabras que esos hombres han colocado sobre nuestras vidas, se quitarán las cargas que los hombres han colocado sobre su pueblo, y su unción pudrirá los yugos y sólo dejará un Nombre sobre nosotros: Cristo, y nos llamará: Pueblo mío. La lucha espiritual que se está librando se gana en la completa rendición de nuestro yo, en el anonimato, porque en esa rendición es posible experimentar la victoria que ya hubo en Cristo (en su naturaleza).
Los verdaderos soldados del Señor son aquellos hombres que han crucificado sus supuestas mejores capacidades, junto con sus nombres, y que se han negado a si mismos para ver manifiesto el gobierno y el poder de Cristo.
“Porque no tenemos lucha contra sangre y carne (contra hombres), sino contra principados, contra potestades (autoridades, señoríos, influencias), contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes (milicias, ejércitos) espirituales de maldad en las regiones celestes”. (Ef. 6:12)
La batalla espiritual es exclusivamente contra la ciudad espiritual de babilonia, contra su sistema, contra su gobierno y contra sus señores. Y se librará en Cristo, esto es, negados a si mismos para que Él pueda revelar su obra y su victoria (ya consumadas).
El misterio de la Iniquidad - Javier Vargas
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